Álvaro Cunqueiro
Epílogo de Víctor F. Freixanes
Mar Maior (sello de Editorial Galaxia), Vigo 2014, 180
páginas.
Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo,
1911-Vigo, 198) es uno de los grandes escritores de todos los tiempos. Su
amplísima obra conjuga con maestría todos los géneros (lírica, narrativa,
teatro). Y su calidad soporta todas las mediciones y comparaciones porque sus
textos son irrepetibles. Y sin embargo Álvaro Cunqueiro sigue siendo un gran
ignorado, especialmente fuera de las fronteras gallegas. Como ha escrito su
hijo, César Cunqueiro, todavía hay quien le identifica únicamente como
gastrónomo. Por eso mismo el gran universo Cunqueiro, a pesar de las ediciones
de sus obras completas tanto en gallego como en español, “goza” de una
inmerecida invisibilidad, debida quizás al carácter singular y excéntrico de su
producción literaria. El nuevo sello editor Mar Maior sale al mercado global
dando a conocer, dentro de la Biblioteca Álvaro Cunqueiro, cuatro de los textos
narrativos del escritor mindoniense. Uno de ellos es esta Tertulia de boticas prodigiosas y escuela de curanderos, publicada
originariamente en español en el año 1976.
Esta amalgama de textos en los que se dan
cita una potente imaginación y una prodigiosas erudición, forma parte de la
obra relatística de Cunqueiro: relatos al margen de sus grandes novelas que o
bien configuran un friso del hombre y de la realidad gallega, o bien se
“extravían” en fabulosos territorios imaginados, localizados en todos las
geografías y en todos los tiempos.
Tertulia
de boticas prodigiosas y escuela de curanderos tiene su origen, si le
concedemos crédito a las palabras preliminares del escritor, en los “ocios bastantes”
que, desde párvulo, tuvo la oportunidad de disfrutar en la oficina de la botica
que su padre poseía en los bajos del palacio episcopal de la vieja villa
medieval de Mondoñedo. Y en el libro, confiesa Cunqueiro, en una inigualable
sinopsis, “va reunida mi ciencia boticaria, mi saber de farmacopea fantástica,
desde la farmacia de Elsinor, castillo muy venteado, a la botica de La Meca, con su caimán en el
techo; desde los venenos de Mahaut d’Artois, que pusieron fin a los Capetos de
Francia, a la botica de los señores traductores de Toledo. Se trata aquí del
polvo del cuerno del unicornio, obligatorio en las farmacias inglesas todavía
en el siglo XVIII, de la piedra bezoar, de la mandrágora, de los Kutbub-al-mawäzin
gabirianos. Todo ello compone un mundo a la vez cierto y fantástico, por el que
pasa el hombre buscando salud y la larga vida, o dando la muerte.”
El libro estructurado en dos partes
(“Tertulia de boticas”–“Escuela de curanderos”) brota de la capacidad soñadora
de Cunqueiro (“Soy un soñador. La mitad del ser humano es sueño”), y de esa
prodigiosa erudición, especializada a través de los años en cosas inútiles, tal
como bromeaba el escritor mindoniense poco antes de morir. La fantasía de
Cunqueiro nos remite en efecto a la botica de La Meca, con el caimán de probada
virginidad prendido del techo, con cientos de hierbas entre ellas la famosa
yizad, nacida del ámbar, que convierte en fértiles a camellas y mujeres; a la
del Preste Juan de las Indias, de la que formaban parte los vientos; a la del
viejo Alamut especializada en pócimas con viborillas de oro y en hierbas
continentes; a la farmacopea persa especializada en hierbas y en aceites -el de
oro especialmente, para la curación de la lepra- que se tomaba con crin de
caballo blanco; a la botica de Elsinor, fecunda en venenos y en hierbas como la
bermimalva explosiva o voladora; a la del nigromante
y volador obispo compostelano Diego Peláez que había obtenido de un demonio el “licor de
la presencia futura”; la botica de los libertinos franceses del siglo XVIII en
la que se surtía para sus orgías el marqués de Sade; la de Hama, la melodiosa,
en la que los enfermos se curaban columpiándose sobre los rosales. Y así hasta
veintiocho boticas registradas por Álvaro Cunquero con la misma fuerza
fabuladora.
El universo de las
farmacopeas fantásticas tiene su prolongación en los relatos sobre curanderos,
gente que el escritor ha conocido según nos dice. Son los “menciñeiros”
gallegos, intuitivos, geniales y poseedores de ciertos poderes mágicos, y que
de hecho curaban, o por lo menos sospechaban: Perrón de Braña, Borrallo de
Lagoa, El señor Cordal, Cerviño de Moldes, Leivas de Vereda, El cojo de Entrebo,
Xil de Ribeira, Melle de Loboso, Lamas Vello.
Imagen de una botica antigua |
Los textos de Cunqueiro
sobre farmacopeas y sobre curanderos se
entroncan pues con ese rol biológico de la imaginación, con eso que Bergson
llamó la “función fabuladora”, en cuanto reacción frente al poder disolvente de
la sola razón y la desazón de la dura realidad cotidiana. Leamos pues estas muestras del mundo cierto y fantástico
de Cunqueiro, no como opio negativo y alienante, sino como alimento de eso que
también somos los humanos: sueño, imaginación, emotividad, pasión, nuestros
únicos asideros de ese horizonte que es la esperanza.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“¡SEA ALABADO EL DIOS único y misericordioso!
La primera noticia detallada de la farmacia de la ciudad santa de
La Meca la tenemos por Ahmad el Gafiquí, el más célebre de los botánicos y
farmacólogos de Al Andalus, famoso por su Kitab al adwiya al mufrada, o Libro de los medicamentos simples. A Ahmed
le trajeron de La Meca, de la gran botica protegida por los Califas, una uña
del caimán que allí colgaba del techo. Este caimán -como más tarde el de todas
las farmacias renacentistas germanas- había de ser de sexo masculino y virgen
o, por lo menos, que no hubiese tenido contacto alguno con mujeres. Aquí
entraba una tradición alejandrina recogida por Plinio, según la cual, en el
antiguo Egipto, las mujeres se prostituían con los cocodrilos. El califa Harun
al Rahid regaló en dos ocasiones caimanes y manteca de caimán a la botica de La Meca, traídos de los
caimanes de Basora por sus pilotos que iban a Especiería, al trato de la
canela, la pimienta y el calvo.”
…..
“A parte de los venenos, que se incluían en la política familiar
de la dinastía y aun en la política general del reino, la botica de Elsinor era
fértil en hierbas, parte de ellas importadas de Oriente desde las primeras
navegaciones viquingas por el Mediterráneo, y parte cultivada en un islote en
el foso de Elsinor. Se hacían cocimientos de amapola para evitar el soñar con
sucesos sangrientos, y de bermimalva explosiva o voladora, llamada así porque
llegando a madurez la flor malva y bermeja, que tiene forma de tulipán, pero el
tamaño de una cereza, estalla, y hay que recoger, en el aire los vilanos que
despide: esta infusión era usada por los ancianos para soñar acciones eróticas,
como las de los años mozos y las de las novelas. Este cocimiento se usaría más
tarde en Alemania, y su consumo duró hasta los días del consejero Goethe. Los
últimos coitos de este parece que fueron sueños, como se prueba con Bettina von
Arnim, por ejemplo. Las más de las infusiones de Elsinor están relacionadas con
los sueños, y muchas se usaban contra el sudor frío.”
…..
“Xil fuera músico militar, clarinete, creo, y dejó la banda de
música de un regimiento en Burgos para venir a hacerse cargo de la clientela
paterna. De los tiempos militares, guardaba el ros para cubrirse en invierno,
dentro de casa. Xil herborizaba, y las medicinas las preparaba él mismo, y no
cobraba. Xil estaba soltero, y los más de los días vivía en casa de una
hermana, o si había curado a uno de Piñeiro, por ejemplo, paseando y viendo
nacer el río Miño, o echando una mano en la matanza o en la labranza, o
haciendo zuecas. Escuchaba toser la gente a mucha distancia, y corría hasta donde le parecía
que estaba el tosedor, y aunque hubiese varias personas, acertaba con aquel, y
se ponía aparte con él, para estudiarlo. Estaba, sobre todo contra la leche.
-Si la leche fuese necesaria para el ser humano, estaríamos
mamando toda la vida. Un ternero deja de mamar, y se pasa a la hierba y no
vuelve a mamar. Un zorro deja de mamar,
un conejo deja de mamar, y ya no vuelve a probar la leche. Comen de otras
cosas. Hay que seguir lo natural.
Apartando la leche de la dieta, Xil recetaba quesos curados,
jamón, vino caliente, vino dulce, baños y las esencias, que así llamaba a sus
hierbas. Y a cada enfermo daba la suya.
-Tú eres amargo para la genciana -le decía a uno-. Tú eres flojo
para la manzanilla -le decía a otro-. Tú mojas la sal de higuera -le dijo a
Roque de Valente, que era un tipo pequeño, amarillo, siempre asqueado, salivando,
tacaño.”
(Álvaro Cunqueiro, Tertulia de boticas prodigiosas y escuela de curanderos, páginas
13, 52, 156)
Realmente interesante....
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