Patrick Modiano
Traducción de Marina Pino
Prólogo de Adolfo García Ortega
Editorial Seix Barral, Biblioteca Formentor Barcelona,
2014, 127 páginas.
Dora
Bruder es uno de lo títulos de la amplia obra narrativa de Patrick Modiano,
traducida al español con anterioridad a ese plus promocional que supuso la
concesión de Nobel al escritor nacido en Boulogne-Billancourt. Patrick Modiano
la publicó en 1997 y, dos años más tarde, debido al único motivo de su calidad,
Seix Barral editaba en español esta pequeña pieza ficcional. Reeditada en
varias ocasiones -esta es la cuarta-, Dora
Bruder se inscribe en esa escritura de lucha contra el olvido o,
parafraseando el comunicado de la Academia Sueca, del arte de la memoria con la
que ha evocado los destinos humanos más difíciles de retratar y desvelado el
mundo de la Ocupación, un mundo que él no vivió (nació en 1945) pero que considera
que constituye su “prehistoria personal”.La crítica no se ahorró elogios -la mejor
novela del narrador para muchos-, a la hora de recibir esta pieza de Modiano,
aunque desde ángulos diferentes. En este caso, desde la indagación en el pasado
en el que, como en otras novelas (La
hierba de las noches o Calle de las
tiendas oscuras), el escritor asume desde la escritura un papel
detectivesco.
Dora
Bruder es una investigación, teóricamente irresoluta al menos de forma
expresa, del caso real de una adolescente judía de quince años desaparecida en
Francia y posteriormente víctima de la inhumana deportación y de los hornos
crematorios de Auschwitz, con el visto bueno de la burocracia colaboracionista
francesa, y a la que Modiano convierte en símbolo de todos los judíos cuyas
identidades desaparecieron porque se eliminaban familias enteras y por
consiguiente dejaba de existir cualquier tipo de memoria familiar. La novela en
efecto es la obsesión por rastrear las huellas de una persona a la que el
novelista jamás ha conocido y que ha desaparecido. En un ejercicio de memoria
histórica, el protagonista que se confunde con el mismo autor, se sumerge en la investigación del extraño caso de esa joven judía que terminó sus días en los
hornos crematorios de Auschwitz.
La novela comienza con la reproducción de un
anuncio real que el periódico Paris-Soir publica
el 31 de diciembre de 1941: unos padres buscan a una joven, Dora Bruder, de 15
años, 1,55 m,
rostro ovalado, ojos gris-marrón, abrigos sport gris, pullover burdeos, falda y
sombrero azul marino, zapatos sport marrón. Ponerse en contacto con el señor y la
señora Bruder, bulevar Ornano, 41, París. Muchos años después Modiano encuentra
este viejo anuncio y se siente estremecido, especialmente porque siempre le impresionaron
las desapariciones, las ausencias, y porque el domicilio de aquella familia le resulta
conocido: en su adolescencia había frecuentado el bulevar Ornano. Por todo ello
inicia una actividad investigadora. Descubre que Dora Bruder es judía, que
después de la huída había sido detenida por la policía colaboracionista
francesa y, meses más tarde, aparece en la relación de deportados a Auschwitz.
A partir de esos datos, el escritor intenta reconstruir la historia de Dora,
rastreando por las calles que recorrió la niña, revisando archivos policiales,
ficheros municipales, viejas guías telefónicas, entrevistando a testigos… No
halló nada, solo conjeturas, pero el desenlace de la historia estaba muy claro,
o mejor dicho, se adivinaba. A medida que transcurren las páginas vamos presintiendo
la tragedia de la niña y de su familia, a
pesar de que, como escribe Modiano, el paso del tiempo es una masacre, un
bombardeo.
Sobre esta breve novela se pueden escribir,
y de hecho así ha sucedido, multitud de consideraciones referentes a su valor
narrativo. Su nivel estilístico secuencial, escrita como una historia presente,
con la técnica de una obra en proceso en la que el narrador nos va informando
de sus hallazgos. Su estructura de doble historia: la de la adolescente judía y
la historia de la búsqueda efectuada por parte del narrador. Sobre las diacronías
presentes en el relato, sobre la espacialización: ese París onírico, interior,
que nace de las experiencias de la adolescencia del escritor. Un París
vagamente irreal, dilatado, repleto de historias cotidianas. Sobre ese inconsciente
proveniente de la infancia que hace que con mucha frecuencia aparezcan garajes.
Los adolescentes abandonados a su suerte; la capacidad del autor/narrador de
hacer hipótesis y rememorar; la melancolía de un entorno que ya no existe.
Sobre la ausencia de valoraciones y condenas expresas del régimen de Vichy y
del Holocausto -en el fondo serían una inútil
redundancia en alguien que desde siempre desveló la Ocupación nazi de Francia-;
la fuerza con la que Modiano reconstruye los hechos y nos muestra instantáneas
en las que el dramatismo habla sin necesidad casi de palabras; la tonalidad
autobiográfica, con secuencias metaliterarias.
Todo eso está y se intuye en Dora Bruder. Pero lo que la convierte en
una de las mejores novelas del fin del siglo XX es la maestría de Patrick
Modiano para, desde un estilo elíptico, con una escritura descarnada, con
pinceladas escuetas -palabras certeras del prologuista-, obligarnos a tomar conciencia de la existencia de sombras
en las que ocultamos los gritos de la conciencia y de la necesidad de que nada
se pierda en el olvido: la negación de las personas, la cancelación de la
dignidad humana debido a la indiferencia
con la que miramos hacia otro lado. Lo hicieron muchos franceses en los
primeros años cuarenta, callándose e incluso colaborando con la barbarie
hitleriana. Pero la ceguera y la cobardía siguen estando ominosamente activas. Eso y mucho más es Dora Bruder, un estremecedor regalo
narrativo de Patrick Modiano, un novelista marcado de forma indeleble por la
fecha de su nacimiento y por el tiempo que le tocó vivir. Por eso mismo es tan
sensible a los temas de la memoria y del olvido (Palabras de Modiano ante la
Academia sueca en el discurso de agradecimiento del Nobel).
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Puede
leerse en el registro del internado, bajo el nombre de Dora Bruder y de la
anotación «fecha y motivo de salida»; «14 de diciembre de 1941. Por fuga.»
Era
domingo. Supongo que aprovechó el día de salida para visitar a sus padres en el
bulevar Ornano. Por la tarde no regresó al pensionado.
El
último mes del año fue el período más
ominoso, el más asfixiante que París había conocido desde el inicio de la
Ocupación. Del 8 al 14 de diciembre de 1941 los alemanes decretaron el toque de
queda a partir de las seis de la tarde en represalia por los atentados. Luego
hubo una redada de setecientos judíos franceses el 12 de diciembre; el 15 de
diciembre se les impuso una multa de mil millones de francos.
Y
la mañana del mismo día fueron fusilados setenta rehenes en el monte Valérien.
El 10 de diciembre una orden del prefecto de policía instaba a los judíos
franceses y extranjeros del distrito del Sena a someterse a un «control periódico»,
previa presentación de su carnet de identidad, en el que se había impreso el
sello de «judío» o «judía».
…..
“Pienso
en Dora Bruder. Me digo que su fuga no fue tan sencilla como la mía, veinte
años más tarde, en un mundo que se había vuelto inofensivo. Aquella ciudad de
diciembre de 1941, su toque de queda, sus soldados, su policía, todo era hostil
y buscaba su perdición. A los dieciséis años tenía el mundo entero contra ella
y no sabía por qué.
Otras
rebeldes, en el París de aquellos años, y en la misma soledad que Dora Bruder,
lanzaban granadas contra los alemanes, contra sus convoyes y sus lugares de
reunión. Tenían su misma edad. Los rostros de algunas de ellas estaban
reproducidos en el Cartel Rojo y no puedo evitar asociarlas, en mi pensamiento
a Dora.”
…..
“Me
sabía de memoria frases enteras de ese libro. Me viene una de ellas a la cabeza
:«Aquel niño me enseñaba que el verdadero fondo del argot parisino es la
ternura entristecida.» La frase evoca tan bien a Dora Bruder que tengo la
sensación de haberla conocido. Se les había puesto estrellas amarillas a niños
de nombre polaco, ruso, rumano, pero tan parisinos que se confundían con las
fachadas de las casas, las aceras, los infinitos matices del gris que existen
en París. Al igual que Dora Bruder, hablaban todos ellos con acento de París,
empleando palabras de aquel argot cuya ternura entristecida había percibido
Jean Genet.”
(Patrick Modiano, Dora Bruder, páginas 53,73, 122)
Pequeña pieza ficcional...realmente grande !
ResponderEliminarFeliz 2015 !