Ignacio Vidal-Folch
Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín,
Barcelona 2014, 325 páginas
Esta novela del periodista cultural Ignacio Vidal-Folch
(Barcelona, 1952) tiene su origen remoto en la caída del Muro de Berlín, cuyo
aniversario se celebró el pasado 9 de noviembre. Aquel día del año 1989 se
inició el paso del comunismo al capitalismo en los países del Este, lo que dio
lugar a una verdadera y precipitada carrera de privatizaciones y a una eclosión
de negocios oscuros que el autor conoció bien por su trabajo como corresponsal
periodístico en esos países y en esos años. A esa alocada parafernalia de
privatizaciones a precio de saldo acudieron algunos empresarios españoles, aunque
sin lograr ningún contrato porque parece ser que no sabían sobornar, o lo hacían mucho peor que
alemanes y austríacos. En ese proceso, vivido en primera mano, hunde sus
raíces la trama de Pronto seremos felices. Ignacio Vidal-Folch recicla pues en forma
de ficción sus vivencias en esos países del Este, a cuya descomposición, a
finales de los ochenta, asiste como espectador escéptico pero privilegiado.
Pronto
seremos felices es una novela itinerante que viaja por esos países, pero es
sobre todo una ficción crepuscular, de desmoronamientos que avanzan hacia un
despedazamiento. Pero también es un relato que rezuma nostalgias, las añoranzas
del fin de las euforias y sueños juveniles, confiesa el autor. Porque la
euforia con la que se inició el proceso de transición del comunismo al capitalismo,
concluyó convirtiéndose en escepticismo desesperado, al ver cómo todo lo que se
había previsto para el futuro -esa pronta felicidad a la que alude el título-
quedó sin cumplir y en el lugar de las utopías se instaló la delincuencia, la
corrupción y las mafias. Una novela pues que nace del interés por “chequear qué
pasó con las eufóricas ilusiones” en la Europa del Este.
La novela engarza en su trama varios temas
de dimensión universal: la esencia y persistencia del amor, la amistad, la
traición y todo lo que bajo estas palabras puede existir de sólido y permanente.
Estos grandes ejes temáticos los desarrolla Vidal-Folch a través de una trama
en la encontramos a un viajante español que trabaja como delegado de su empresa
en los países del Este, y que nos cuenta en primera persona un viaje en tren
que emprende hacia Praga, y aprovecha la
excusa de cerrar un acuerdo comercial para revivir los recuerdos con ciertas
personas que habían sido muy importantes en su propia experiencia vital en los
años agitados del cambio desde el comunismo hacia el capitalismo. Inicia de
este modo la reconstrucción de su pasado por países y ciudades como Rumania,
Bulgaria, la antigua Checoslovaquia, Brno. Sofía, Bucarest. Un tiempo que ya no
existe, un tiempo desabrido, amargo. Y con el recorrido por ciudades y países
se reencuentran con su memoria las historias de aquellas mujeres y hombres que
conoció durante ese cuarto de siglo que media entre sus vivencias reales y sus
recuerdos: Camila, su secretaria, que él comparaba con los arbustos, que jamás
renunció a su carnet del Partido Comunista, y a la que busca desesperadamente,
mas sus huellas, por motivos políticos, se han perdido definitivamente. A
Alina, una coleccionista de amantes, entre ellos el propio protagonista. A
Petru, héroe durante la dictadura de Ceaucescu
y villano tras el derrumbamiento de la misma. A Otik, un cura que sufrió
en carne propia la persecución religiosa en Praga. A Felipe, un español, un
hijo de la Guerra española, que quedó encallado en la Bulgaria comunista y
ahora vive el gran desconcierto de una realidad capitalista igualmente
opresora.
Y como la nueva delincuencia de los países
del Este forma parte casi indisoluble de su realidad social, por la novela también
transitan las mafias rusas que se expanden hacia los antiguos países de la
órbita soviética. La delincuencia que surgió auspiciada por las descontroladas
privatizaciones de los bienes estatales
de la que surgieron grandes magnates como el Pirata de Praga, Viktor Kozeny que
con dos mil dólares se convirtió en propietario de medio país. O grandes
frustraciones y naufragios humanos como el poeta obligado a suicidarse, un
espía comunista que enloquece. El protagonista se encontrará con algunos de
ellos. A otros los reconstruye casi como espectros desde los recuerdos
crepusculares de su memoria.
A través de estos y otros personajes,
Vidal-Folch crea un gran mural colectivo de la desilusión, contrapuesta a la
propaganda capitalista, publicitada tras la caída del Muro, y que frustró
tantas esperanzas, porque, si algo aparece nítido en esta novela es ese
escenario de desencantos, de aspiraciones y de promesas sin cumplir. Ilusiones
de prosperidad desvanecidas a corto, a medio o a largo plazo. De ahí lo apropiado
de un título -Pronto seremos felices-
que juega sarcásticamente con las promesas incumplidas por los gobernantes y
poderosos que tienen en sus manos el timón del capitalismo salvaje en los
países exsoviéticas que visita el protagonista. Se ha ganado en libertad, sobre
todo para enriquecerse unos pocos, pero no en bienestar para toda la población.
Crónica viva y muy realista del cambio
efectuado en esos países situados tras el antiguo Telón de Acero en su caminar
hacia un estado de bienestar en progresivo declive tras la globalización y
debido en buena parte a que, desparecido el comunismo, ya no hay enemigos ni
adversarios a los que convencer. Ya no existen pseudo utopías que le hagan
frente a la onda expansiva de un capitalismo ultraliberal, despiadado y cada
vez menos democrático.
Cadáver de Ceaucescu, fusilado en Rumanía |
La novela está levantada a base de relatos
que podrían funcionar independientemente, o incluso ser suprimido alguno de
ellos sin sufrir menoscabo la trama argumental. Una trama cohesionada por un
único narrador, siempre presente, que maneja las distintas voces e hilos narrativos
desde una aparente invisibilidad, hasta el punto que concluida la novela, es
muy poco lo que de él conocemos. Vidal-Folch se sirve de un estilo de prosa muy
densa en ciertos momentos. Echa mano así mismo de la metaliteratura para
dilatar el espacio de la narración y extender horizontes, como confiesa el
autor. Y modula todo el relato no sólo con recuerdos nostálgicos, sino también
con humor, con sarcasmo y fina ironía, sin renunciar a transcribir secuencias
pavorosos como la ejecución de Ceaucescu
y su esposa, narrada una y otra vez por la televisión en un ambiente
familiar que no le presta más atención que a un bloque de anuncios.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos.
“La señora Rugénova resolvió muchas
noches de Camila recibiéndola en su casa a despecho de su adhesión al partid.,
que ya todo el mundo denostaba. (Alguna vez le pedí a Camila que tirase cu
carnet de afiliada, sólo porque me encantaba verla en pose heroica, en jarras,
y oírla exclamar: «¡Nunca! ¿Los dirigentes pueden estar equivocados pero las
ideas generosas no caducan!».) La Rugénova contribuía modestamente al
derrumbamiento de aquel régimen con la fuerza de sus sarcasmos. Cada noche
disponía de nuevas anécdotas más o menos aparatosas para comparar la calidad de
vida de los occidentales -su superior cultura, su teatro más avanzado, su cine
más vistoso, sus óperas más suntuosas, sus grandes exposiciones de arte, ay,
inaccesibles para ella, sus coches más veloces y cómodos, su ropa de un gusto
infinitamente superior, la calidad de sus electrodomésticos- con la escasez
local y la necedad de su clase dirigente.”
…..
“En
las afueras de Bucarest se rodó una película que excitó al mundo entero.
Es
un documental -en realidad una snuff movie- de ritmo tan apresurado y elíptico que el cineasta se ahorró los
detalles superfluos y las transiciones y cortó por lo sano: así la primera
escena transcurre en el aula de un cuartel de infantería donde una pareja de
ancianos -los dos protagonistas-, envueltos en abrigos, las cabezas cubiertas,
él con su negro gorro de astracán, ella con un pañuelo de seda anudado a la
manera campesina, asisten entre atónitos a irritados al alegato de un fiscal y
al veredicto de un juez invisible que en dos minutos les condena a muerte.
-La
sentencia será ejecutada inmediatamente.
Segunda
escena: al escuchar la sentencia, los condenados superan un instante de
asombro, se yerguen, con sus gorros y sus abrigos, y protestan la mar de
exaltados.
-¡No
reconocemos a este tribunal!
En
la siguiente escena irrumpen unos soldados imprecisos que les reducen, les
maniatan, les fuerzan a cruzar una puerta…
Y
en la cuarta y última, los dos viejecitos cascarrabias y vagamente ridículos ya
sólo son dos inertes bultos al pie de una tapia, en un charco de sangre que
corre en oscuros regatos por el cuarteado pavimento. Una mano apoya el cañón de
una pistola en la cabeza del varón y le asesta el llamado «tiro de gracia». A
continuación repite el tiro en la cabeza de la mujer, de la que se desplaza el
pañuelo como de un papirotazo…THE END.
Pocos
meses antes, a principios de otoño del año 1989, tuve el privilegio de
estrechar la mano de aquellos dos ancianos durante una recepción a los
invitados extranjeros del que iba a ser el último congreso del Partido. Conocidos
como «el Caudillo» y «la Científica de renombre mundial», relucientes de
honores, adorados y temidos, no podían imaginar que serían tan rápidamente
despojados del poder, la gloria y la vida, y presidían con la pompa de siempre
el Congreso.”
(Ignacio Vidal-Folch, Pronto seremos felices, páginas 44, 203-204)
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