Lilian
Elphick
Simplemente
Editores, Santiago de Chile, 2019, 125 páginas.
Sabía, por haber leído cuatro de sus libros,
que Lilian Elphick es una de las principales figuras del relato hiperbreve en Latinoamérica,
pero desconocía su pericia escritural en el relato de formato medio. Hasta que
desde Santiago de Chile me llegó Praderas
amarillas. Quince relatos de mediana extensión condensados en poco más de
cien páginas. El color amarillo que aparece en buena parte de los cuentos, le
hace justicia al título.
Lilian Elphick es una buena narradora, y
narrar, como escribe Ricardo Piglia es como jugar al póquer; todo el secreto
consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad. O a la
inversa, añadiría yo. Es el pacto narrativo: un contrato implícito que se
establece entre el emisor de un mensaje narrativo y cada uno de sus receptores,
mediante el cual estos aceptan la ficcionalidad de los que se les va a contar y
el principio de sinceridad por parte del que narra. Posiblemente de esto último
están exentos la mayoría de los cuentos de Praderas
amarillas.
Algo que también deseo dejar claro es que
los cuentos de Lilian Elphick no son dulces golosinas para el lector, ni en
cuanto a la temática ni en cuanto al vocabulario, a veces repleto de términos
técnicos o de un vocabulario más cercano al español del Chille. Relatos además
que demandan un lector capaz de congraciarse con el lenguaje metafórico.
Escritos en primera o tercera persona, una
buena parte de estos cuentos giran en torno a las palabras del título: praderas
amarillas, que han sido interpretadas como metáfora de lo infinito, de esas
extensas y casi ilimitadas praderas cuyos confines se pierden en el horizonte.
Y son amarillas, aunque el amarillo es un espejismo como se nos dice en el
cuento final.
Es la metáfora que aparece en los primeros
cuentos, especialmente en el que se apropia del título: dos amantes se
desgarran a mordiscos, satisfaciendo la singularidad de la carne. El acto
sexual y amoroso que acaban de realizar es una huida de la muerte. Uno de los
amantes sueña con lobos. Es una hembra que corre libre por las praderas
amarillas. Y en su onirismo llega a la conclusión de que está siendo más loba
que los lobos que forman parte de la raza que más aniquila. La amante besa al
amante de tal forma que es capaz de oler sus fragancias más secretas. Un relato
profundamente metafórico, basado en un sueño de lobos ansiosos de correr por
las praderas amarillas, praderas sin límites, frente a la protagonista que
vegeta obstinada por emular a Marilyn Monroe.
Siguen catorce relatos que nos permiten
revivir varios mundos y situaciones diversas, con protagonistas que luchan, de
una forma o de otra, por ser aquello que la naturaleza les veda. El hombre que
está dejando escapar a la mujer que había amado más que a nadie, porque su
esposa estaba embarazada y separarse en aquel momento sería un acto de
cobardía. Y de noche sueña con ella, con lobos y con ella, también loba,
corriendo por las praderas amarillas. Tatuarse unos ojos en los ojos de Venus y
sentir el dolor como placer que baja
hacia su vulva. Pero con los ojos
tatuados en la zona cercana
al cóccix, crece el tumor a la par que el feto que lleva en su útero.
El onirismo se hace presente en muchos de
los cuentos: “Ellos durmieron, se amaron y durmieron nuevamente” (página 48),
escribe la autora explícitamente. Relatos muchos de ellos con un alto contenido
erótico: cuentos que hablan de deseos carnales, besos y mordiscos, placeres vaciados,
de desnudez, de crueldad, de “tirar”, de copular, de seducciones alevosas,
amores desesperados, amores que se juegan.
Si tuviera que quedarme con uno de los
cuentos, sobre todo por su clara diégesis, citaría “La cena” que narra los inconvenientes de
adelgazar cuando el pretendiente casado y adúltero la quiere gorda, con varices
en las piernas. Un escalofrío recorre la espalda de la amante al verse en su
historia convertida en antropófaga: el plato estrella con que el amante la
obsequia es la pierna asada de la esposa. Cuentos, algunos cerrados; otros con
finales abiertos que componen una colactánea que merece ser leída por partida
doble.
Francisco
Martínez Bouzas
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