Dionisia
Gómez
Celya,
Toledo, 2020, 245 páginas.
Esta novela, en la intención y en las palabras de la autora, es un
chillido, un grito vomitivo, porque es imposible soportar tanta abyección.
Resulta imposible sobrellevar la incomprensión y la injusticia generalizada de
las que son víctimas las mujeres. Dionisia Gómez ha escrito un libro contra la
violencia machista que no tiene complejos, ni siente culpabilidad en violar y
asesinar mujeres que no pueden defenderse. Un libro lleno de rabia e
indignación, escrito en parte en forma de thriller, mas sin omitir las escenas
de sexo forzado y los asesinatos de jóvenes adolescentes.
Pero, en este caso, las que investigan hasta
dar con los violadores, no son detectives ni policías, sino mujeres dispuestas a no dejar pasar por alto
la bárbara injusticia, y aliviar el shock postraumático de las víctimas. Una
buena trama que en parte de la novela desorienta al lector debido a una
estructura, en mi opinión mejorable; y a la abundancia de personajes y
relaciones de parentesco que pueden confundir al lector. No obstante, en las
páginas finales, la autora es capaz de recopilar los actos de barbarie y poner
nombre a los violadores.
La novela es sobreabundante en
acontecimientos. Desde el inicio en el que
se refleja la amistad de un niño de Tinduf, cuya madre debido a un golpe
de calor, lo deja sin protección, y viene a España con una española que le
acoge en los veranos. Parejas que conviven, pero que apenas se conocen
realmente, nada saben de cómo son y la única relación que se genera entre ellos
es tóxica.
Una chica, Alba, víctima de un estrés
postraumático, a la que una de sus profesores conoce, pero se encuentra con las
dificultades del profesorado para acercarse a los alumnos y alumnas
adolescentes y hacer que confíen en ellos. Parejas que del día a la noche se
rompen y entonces los amigos abandonan a una de las partes. Maridos vividores
que no trabajan o, si inician alguna ocupación, la abandonan a la semana.
Hasta que la trama entra de lleno en el tema
de las violaciones. Al menos dos adolescentes son violadas de forma brutal. Y
otra violada y asesinada. Como decían lo que investigan, son mujeres expuestas
a los abrazos peligrosos. Serán ellas los que descubran la trama de los
violadores. La novela diferencia dos tipos de violaciones: las cometidas por
niñatos que por ser hijos de papá y del patriarcado se consideran prepotentes,
y las que son obra de seres llenos de poder (jueces, policías, ricos cazadores)
que han acondicionado un cortijo o una mansión para realizar en él sus
depravadas fechorías.
La autora fue capaz de reflejar fielmente el
pensamiento masculino morboso en el momento de la violación, en descripciones
que posiblemente para los lectores resulten vomitivas. Le da presencia así
mismo a otro grupo no menos responsable: los que se indignan si alguien se
queja y hacen apología del machismo. Acierta igualmente al hacer hincapié en
que frecuentemente se fiscaliza el comportamiento de la víctima -por ejemplo,
si lleva pantalones demasiado cortos-, pero lo más grave es que ciertos grupos
sociales pasan por alto a quienes son brutales violadores.
Novela, que no obstante su temática, no
emite escenas de sexo. De sexo forzado,
ese que convierte a la adolescente, y en general a la mujer, en un trapo para
usar al antojo del usuario/violador. La novela se cierra con una clara
conclusión: hay muchos cazadores que están siempre al acecho, y muchos cortijos
y mansiones preparadores para los actos execrables de las violaciones más
abyectas. Y abundan por todas partes. Llega igualmente a otra conclusión: hay
muchos hombres que no saben amar, hombres posesivos, agresivos, tóxicos, pero
también hay hombres decentes capaces de amar en libertad. Novela escrita con un
estilo de prosa fuerte, apropiado a la temática, y en la que existen algunos
errores topográficos.
Francisco
Martínez Bouzas
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