lunes, 1 de julio de 2019

"LOS DÍAS ROTOS": EN LA SENDA DE LA VEJEZ


Los días rotos
Gregorio Casamayor
Acantilado, Barcelona 2018, 317 paginas.

    
 

   En una breve página introductoria de apenas diez líneas, resume el autor la sinopsis y alguna de las características de esta novela que no me resisto a no reproducir: “Esta novela narra el ir y venir de Tomás Sepúlveda: cincuenta y cinco años, prejubilado, casado pero menos, dos hijos en la distancia, el padre en una residencia. Casi  un estereotipo, aunque espero que os resulte familiar conforme lo vayáis conociendo. Solo soy responsable de dotarlo de una biografían y un entorno, y quizá del arranque para encontrar el tono adecuado para su voz. Una vez puesto en la calle, Tomás Sepúlveda ha escogido su propio camino. Éste es un libro de vida, se inicia el 29 de febrero de 2012  y finaliza en octubre de ese mismo año.”
   Siete meses en la vida de Tomás Sepúlveda que, en efecto, nos resulta familiar porque el contenido y  el desarrollo estructural de Los días rotos encajan con la forma de vivir y con las interioridades de tantos hombres  y mujeres que vegetan en formas de vida muy similares a la del protagonista. Por eso Tomás Sepúlveda es estereotipo. Prejubilados a los cincuenta o cincuenta y tantos años, que no saben qué hacer con sus vidas. La rutina diaria convierte sus jornadas en días rotos. Pero Gregorio Casamayor solamente revela lo habitual, lo que les sucede cada día a todos los humanos. Y lo hace en forma de diario, aunque con ciertos saltos en el tiempo; con la hechura de mensajes aparentemente, pero que realmente no lo son. Lo que escribe el autor es una interpelación a la actual sociedad que somete a los seres humanos, en el páramo de la soledad, a sus engranajes macabros, sobre todo cuando alcanzan una determinada edad.
   A partir del 29 de febrero de 2012, Tomás Sepúlveda -así se llama el protagonista prejubilado casado (“aunque menos”) y con dos hijos, inicia una penosa travesía de días, más que de rutas y carreteras, cuyas claves ya las anuncia el protagonista en la anotación del primer día: renuncia a hacer las compras una vez por semana, opta por las marcas blancas, renuncia a la autocaravana con la que pensaba recorrer el mundo en compañía de su mujer, le llueven las demandas para atender a su padre, sin estar separado no vive con su mujer -ella también cuida a su madre-, y llega a concebir su matrimonio por ese motivo como otra marca blanca. Y ni siquiera se considera un eslabón en el río de la vida
   Se reconoce aprensivo, neurótico, maniático. Tras la euforia de los primeros días de la prejubilación, estos se le comienzan a atragantar. Convierte el cuidado de su padre, internado en una residencia, que vive más en el pasado que en el presente, en su misión en la vida.
   Y junto al recuerdo de sus días rotos, atenazados por el pánico, narra retazos de su vida. Su mujer cualquier día será su ex mujer, un hecho que le da ánimos para tirarle los tejos a Estrella, la colombiana enfermera que suele cuidar a su padre y preferida por este. Porque su vida matrimonial es abominable: lugares comunes, silencios opacos, miradas huidizas. Se pasan días sin una sola llamada y cuando la hay apenas llega al minuto.
   Su drama es que en todo el día no tiene nada que hacer. Su único consuelo es Estrella, mas con ella pasa de la pasión a la rutina. A Merche, su todavía mujer, la oye pero ya no la escucha. Y llega a pensar que nuestro estado natural es la infelicidad, sobre todo en su caso, con cincuenta y cinco años y un ego lastimado.
   En la novela tiene una importancia capital el problema con los hijos. Pero revelar el desenlace sería imperdonable. Pero es posiblemente el final más coherente que el autor pudo hallar para este relato.
   En la novela introduce Gregorio Casamayor un abundante material, concerniente no solo a ese largo o corto recorrido que conduce a la vejez, pese al caudal de afecto y sexo al que le arrastra la enfermera Estrella. Hay críticas muy duras sobre la situación socioeconómica: “Hemos sido adiestrados como perros falderos, (…) ya no somos trabajadores sino solo obedientes consumidores en horas bajas, (…) tampoco somos ciudadanos, solo votantes”.
   

                                             
Gregorio Casamayor


 El autor ha logrado con un estilo  pseudoconfesional, aunque todo sea ficción, un texto sumamente adictivo. Y no es la incertidumbre ante el desenlace lo que atrapa al lector; es el relato melancólico de una vida, con sus traumas, con la separación de abuelos, padres, hijos, marido y mujer. Tomás Sepúlveda todo lo ha levantado con mucho esfuerzo en una época muy dura, pensando ser feliz cuando lleguen los años plácidos. Pero finalmente el único logro es la desolación.
  Novela adictiva, reitero, pero muy dura. Una trama realmente realista sobre las facturas que pasa la vida cuando esta está privada de anclas. Lenguaje directo y al miso tiempo cercano que nos hace temblar el pulso, sin que acontezca nada extraordinario. Solamente una vida muy cotidiana, rutinaria, pero no necesariamente plena, tanto e la existencia del protagonista como en la de los restantes actantes, quizás un poco planos, pero en general bien construidos. Libro muy lúcido y a la vez muy pesimista, pero no esconde la realidad.

Francisco Martínez Bouzas

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