Eduardo
Ruiz Sosa
Editorial
Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona), 2019, 171 páginas.
Anatomía
de la memoria (Candaya, 2014), una novela de Eduardo Ruiz Sosa, es para
muchos una obra maestra. Mas ahora el autor vuelve a sus orígenes: a publicar
ficción en formato corto, relatos como su libro de cuentos, La voluntad de marcharse (2008). De
nuevo en Candaya nos ofrece Cuántos de
los tuyos han muerto, un título sobre la muerte o mejor dicho, sobre los muertos,
como proclama una de las citas iniciales del volumen: “pero la muerte no es la
muerte, es un muerto.” Pero relatos también sobre la muerte revelada en sus
dimensiones cotidianas, literarias y filosóficas, como se escribe en “Siete
claves sobre el libro”, publicada por Candaya, mas siempre centrado los
interrogantes en los que se desgasta o se rompe luego de la muerte de aquellos
a quienes amamos. ¿Qué hay más allá de la muerte se preguntan esos seres
sencillos que han perdido alguien a quien amaban?
La muerte está muy claro es un
acontecimiento definitivo, irreversible y postrero. Se resiste a ser
comprendida por nuestra conceptualizaciones, pero es tan real y tan cierta que
“ganándole la partida, perderemos”. Siempre está ahí de forma inexorable, como
la trampa que jamás podremos evitar. Y ni siquiera admite partidas de ajedrez
como nos quiso hacer ver el cine de Ingmar Bergman. Como insaciable agujero
negro que no se nutre de estrellas sino de existencias humanas. Pero más que la
muerte, lo que conocemos es la ausencia de los muertos, de nuestros muertos,
amados o queridos especialmente.
Sobre todo ello nos hace meditar Eduardo
Ruiz Sosa (Culiacán, México, 1983) en los once relatos de este libro, fruto de
estímulos, experiencias e ideas que en él llevan haciéndose presentes desde
hace mucho tiempo. “El resto -escribe en la Nota final, un texto que
contextualiza el origen y algunas características de los relatos- fue producto
de un zarpazo.
Relatos algunos de ellos como el segundo,
“La garra de la estatua” con connotaciones familiares. En esa misma Nota final,
escribe el autor que en sus cuentos no hay realidad ni ficción; hay
experiencias. Y afectaciones de esa experiencia con coordenadas como la
ausencia, la aflicción para las personas implicadas, los que sobreviven, y se
hacen dueños, o mejor dicho, víctimas del dolor de sus muertos.
El libro surgió como un estado de necesidad,
una serie de textos que debía escribir, confiesa, debido al momento que el
autor estaba viviendo, una suerte de delirio. Todos los cuentos tematizan la
muerte, distintas formas de muerte o de aproximación a la misma, pero desde la
perspectiva, no del muerto, sino del que padece la pérdida, generalmente los
familiares.
Frente al amarillismo que sobre la muerte aparece
en ciertos medios de comunicación,
Eduardo Ruiz Sosa, reivindica en sus relatos otra forma de acercarnos, como
sobrevivientes, al hecho de la muerte. No como un hecho noticioso -a veces ni
eso- de las muertes violentas o consecuencia de hechos catastróficos. La muerte
ha perdido los rasgos de misterio insondable, y a veces nos la presentan como
un hecho ficticio como una imagen más que puebla los noticieros.
En el libro, en cambio, y en cada uno de sus
relatos, hay un retorno; un retorno a la hondura de la muerte en su
incomprensible espesor, y en las implicaciones para los allegados y amigos
sobrevivientes, “próximos murientes”.
Eduardo Ruiz
Sosa cita a Derrida: “El pasado ha pasado, el acontecimiento tuvo lugar, la
falta ha tenido lugar, y se pasado, la memoria de ese pasado permanece
irreductible, intratable.”. Para el pensador argelino francés, las palabras no
convocan la presencia de la muerte; sucede todo lo contrario: provocan su
ausencia, su anulación. Esa gran grieta entre la palabra y la cosa. Un
desajuste ontológico que el autor traslada a los contextos vitales del dolor
humano.
Es pues necesario leer estos relatos, todos
ellos escritos con primor y con cierta filiación a García Márquez, en los que
todo (cuerpo, mente, familia…) se hallan en un ir y venir continuo en torno a la muerte, a una ausencia padecida
por los vivos, que es lo que en general genera los relatos. Es el desajuste que
percibe el amigo o el familiar, y que se hace presente como un anuncio marcado
en el inicio del primer relato: “No sé en qué momento dejó de reconocerme”. Y
más adelante añade: “La muerte la traía a este presente. Todas las muertes son
este presente” (página 15)
Relatos muchos de ellos merecedores de ser
antologados. Personalmente me subyugan el segundo: “La garra de la estatua” y
el tercero”: “El dolor los vuelve ciegos”. Vaya como muestra este breve texto
que el autor perfila en “La garra de la estatua”, como breve testimonio de la
hondura y estilo brillante de Eduardo Ruiz Sosa: “Incluso la encontramos a ella cuando intentó esconder su propia
muerte y salió a la calle corriendo como una yegua sableada en el pecho, como
si buscara en la distancia alejarse del
espectáculo final.” (página 26). Un texto que se asemeja a una recreación de
Gabo. Inconfundible sabor al escritor colombiano.
Libros de relatos ni pesimista ni optimista.
Profundo, intimista, quizás con su parte alícuota de realidad y ficción, pero
sobre todo experiencia, y un meritorio esfuerzo por hallar un nuevo lenguaje
para hablar de la muerte. Reseñable finalmente la significativa y original portada de la artista plástica de Sinaloa,
Sara González Cisneros. Su ingenio creativo plástico es la primera invitación
para leer este libro en que los vivos hablan de los muertos porque ninguno de
ellos ha vuelto a hablar.
Francisco
Martínez Bouzas
La muerte siempre será tema de meditación y superstición. Yo, me niego a pensar, que exista sólo una vida y que todo termine en el laberinto inexplicable de la muerte. Los relatos de Eduardo Ruiz Sosa, mi compatriota, se me hacen muy interesantes, de alguna manera todo se va perdiendo en cada paso que damos en la vida y muere todo a a nuestro alrededor, a veces, sin darnos cuenta. Conseguiré el libro, me atrapó.
ResponderEliminarTe dejo un abrazo, gracias por tu sabiduría.
Araceli García.
Son relatos magníficos con un lenguaje que además se asemeja a veces a Gabriel García Marquez
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