Jo Alaexander
Acantilado, Barcelona, 2018, 119 páginas.
Este es
uno de esos libros que, o bien atrapa sin más al lector, o lo horroriza de tal
modo que lo abandona sin más, porque toca de forma más bien benévola o
comprensible el tabú del incesto. Esa práctica sexual que no siempre fue tabú y que antropólogos de la
talla de Lévi-Strauss encuadra en el contexto de las sociedades que se hallan
estructuralmente relacionadas. Todo en el fondo es lenguaje y unos de esos
lenguajes son las relaciones de parentesco, en cuya base hay una regla general
la prohibición del incesto, que es a la vez cultura (propia de cada sociedad y
cultura) y universal, y por consiguiente ley universal. Por lo mismo el tabú
del incesto sería la puerta giratoria que abre el paso de la naturaleza a la
cultura.
Justamente
todo esto es lo se que plantea en la novela de Jo Alexander, en la que se narra
un amor, entendido generalmente como tabú y por consiguiente prohibido, entre
dos medios hermanos: Palas que supera los veinticinco años y Héctor que apenas
alcanza los catorce. Los dos, personajes cosmopolitas. Ambos habían puesto
tierra de por medio, tras una primera experiencia siendo niños; vivían a miles
de kilómetros, pero de nada sirvió: parecían predestinados a amarse para
siempre por encima de las prohibiciones y prejuicios sociales y de la condena
del círculo familiar.
La autora
ha manifestado que se siente atraída por la sensualidad oscura, algo
característico en su hasta ahora no muy numerosa obra narrativa. Por la
sensualidad que no deja de incomodarnos. La buena literatura es precisamente
aquella que no deja indiferente a los lectores, sobre todo cuando estas
relaciones consentidas y condenadas están expuestas con un alto grado de
estética, sensualidad y belleza, que las aleja de lo desagradable y vulgar. La
autora confiesa así mismo se siente muy atraída por la tragedia. Los personajes
de las tragedias griegas están marcados por la fatalidad, igual que los de su
novela, Palas y Héctor.
En la
vida adulta se había separado Palas de su joven medio hermano, Héctor, que vive
en Londres. Se vuelven a reunir debido a un acontecimiento familiar, y lo que
aconteció siendo niños revive con furia: una pasión incansable los atrae de
nuevo a pesar de que intentan poner tierra de por medio y casarse con otras personas.
Es un
amor imposible pero invencible reflejado en un texto muy breve sobre una
relación consentida entre hermanos que la autora muestra sin eufemismos y al
mismo tiempo sin vulgaridades, alejada igualmente de la concepción clásica
griega que la hubiera convertido en tragedia violenta.
Un tipo
de historias muy antiguas que Jo Alexander tiene la suficiente sensibilidad
para expresarla evitando lo soez, y lo pornográfico, con una sensualidad y
belleza exquisitas. Pocas frases son más fuertes que esta: “Héctor reposó la
cabeza en el vientre de Palas, se aferró a su cintura, ella lo rodeó con sus
piernas.” (página 34). Entre ellos no existe conciencia de que les une ningún
vínculo se sangre, sino que simplemente estaban enamorados. Se ven desnudos y
les parece una imagen pura. Serán
incapaces de amar a nadie más porque, repiten, su piel escapa de sus
cuerpos para estar con esa otra persona a la que la sociedad les ha vedado
amar. Y su amor será imparable.
Es
importante reseñar que para la autora el conflicto del libro no está tanto en
el incesto libremente consentido y en el amor que atrae como un imán
gigantesco, como en las diferencias de edad. Un niña que en el pasado tiene
once años se enamora de un bebé. Y es un amor que dura para siempre. Por eso la
autora no condena explícitamente el incesto. Se limita a contar una historia de
amor de dos personas que se aman de verdad. Se hay algo oscuro es la
imposibilidad de ese amor ante la sociedad. Es el aspecto más complejo de la novela
que parece encaminarse hacia la pulsión amor-muerte que se advierte en varias
secuencias de la novela. Palas siempre se hace daño, se autolesiona. A Héctor
le gusta que le hagan daño. En el fondo, una tragedia en la que la fatalidad no
deja de tener un papel como en las tragedias griegas.
Francisco Martínez Bouzas
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