Amalia Lú Posso Figueroa
Ediciones Brevedad, Bogota, 218, 172 páginas ( Última
edición)
También en el Chocó, Departamento del Valle del Cauca, la fantasía es
real, como lo fue en el Caribe con aquel imán que conserva el tesoro de Morgan.
En ese tesoro soñaba el poeta gallego Antón Avilés de Taramancos, más de veinte
años exiliado en Colombia huyendo de la dictadura franquista, de ese ¡Arriba
España! que algunos ahora quisieran hacer reverdecer. Y Avilés de Taramancos
desde sus asentamientos en Bogotá y Calí recorrió toda Colombia. Y posiblemente
también estuvo en el Chocó, contemplando las rutilantes caderas y los
frenéticos ritmos de aquellas mujeres, las nanas negras, cuerpos emergiendo a
través de los siglos desde lo más profundo de África. Más al sur, en
Buenaventura, el mar que se abre al Pacífico, estuvo el poeta gallego, y allí
en el Bulevar del Ron, un escenario de fantasía, con marineros de todos los
navíos ancorados en el puerto se encontró con O Andrucho, capitán del velero
Olga que desde Le Havre surtió de la primera remesa de armas al comandante
Marulanda.
Evocando a Antón Avilés de Taramancos, le
escuchamos hablar de aquel mujerío, de aquellas mujeres de las orillas del
Pacífico. Mujeres, blanca, rubia, pero sobre todo negras, de quince años, como
rutilantes estrellas obscuras, sobre todo aquellas descendientes de africanos
esclavizados, que jamás se desprendieron del ritmo incrustado en sus genes.
Sobre ellas,
sobre sus ritmos de alegría en los días de fiesta, publicó hace años Amalia Lú
Posso Figueroa un libro muy traducido y ya hoy convertido en mito: Ven, ve, mis nanas negras editado por primera vez en el año 2001 tanto
en Colombia (Ediciones Brevedad) como en España (Palabras del Candil). Y vuelto
a reeditar en numerosas ocasiones, la última el pasado año.
La autora
recopila veinte y cinco cuentos, transcripciones de sus homenajes a la
narrativa oral de sus tierra madre, el Chocó colombiano, anclada entre el
Pacífico y el Caribe. Relatos que fueron y siguen siendo oralidad y que le
dejan a los que tienen el privilegio de escucharlos de viva voz en los sonidos
de la narradora, la necesidad de soñar con los movimientos insinuantes, con los
contoneos, con las desvergüenzas que desbordan sensualidad, la de las nanas
del Chocó. Las tradiciones afroafricanas
se dejan ver y sentir en los ritmosque llevan en sus carnes las negras
chocoanas.
Ritmos que son sobre todo un canto a la
vida, una exaltación de los frenesís, el punto de partida de todo. En efecto,
cada nana negra que Amalia trae a escena lleva en sus genes e ritmo en una
parte de su cuerpo que ejerce como compás y timón: las tetas, las nalgas, las
axilas, la nariz, el susuné, boca,
corazón. Los pezones de la nana Fidelia señalan el sur y el norte, el oriente y
el occidente, arriba y abajo, el centro, y dentro, simbolizan siempre la ruta
apropiada. La nana Limbana Pretel tenía el ritmo en el susuné. Bella Paz Murillo Palomeque, la nana Bella, la mujer más
fea que jamás se había contemplado en todo Quibdó y en sus arrabaldes tenía el ritmo en la boca. Otras nanas chocoanas llevan el
ritmo en el corazón, en el pan que es como le llaman en el Chocó a la vulva, en el talón, en los ojos, en las
caderas, en el clítoris, en el ombligo, en las cuestas, entre las piernas…. Y
así hasta veinte y cinco chocoanas movidas por los ritmos. Cuentos que son
ritmo y que son baile, piel y corazón; y pequeñas historias en consonancia con
los ritmos. Cuentos fundidos con las partes del cuerpo humanos que muestran la
felicidad de los días, esa fiesta que consiste en estar vivo hoy y mañana.
Relatos que son un viaje a la Colombia menos
conocida, hasta esa región del Chocó, en otro tiempo, tierra de esclavitud,
donde la piel es negra y la tierra fértil, y los día se suceden uno tras otros
al ritmo de la nana. Relatos que constituyen un gesto de afirmación de la
cultura local de la región del Chocó, y una reivindicación de una literatita
nacional colombiana más inclusiva, que reconoce el protagonismo de la región
del Pacífico colombiano, de las mujeres afrodescendientes, de la figura de la
nana, del erotismo femenino, que sin ser el único empoderamiento personal y cultural,
es algo importante.
Colombia, gracias a la visión de una escritora,
formada desde niña en la oralidad, ya no es solamente el río Magdalena, los Andes,
Aracataca o Macondo. como reitera la autora, los relatos, verdaderas recreaciones
literarias que ocuparon su niñez, llenan de fantasía las interminables tardes repletas
de relatos bulliciosos y me metieron el “corrinche” de gozar con todos los ritmos
que tiene mi cuerpo, Así pues, un reconocimiento a la identidad cultural y una recuperación
de la oralidad.
Francisco Martínez
Bouzas
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