Zsuzsa Bánk
Traducción de Marina Bornas Montaña
Acantilado, Barcelona, 2016, 137 páginas.
La escritora alemana Zsuzsa
Bánk (Fráncfort del Meno, 1965) es conocida sobre todo por su novela El nadador, traducida y publicada así mismo por Acantilado. El mismo sello editor barcelonés pone ahora a
disposición de los lectores esta colección de cuentos, El pleno verano. Doce relatos unidos por varios nexos comunes: el
inexorable acontecer del cambio que afecta también a las relaciones personales;
la nostalgia, “enfermedad” de personajes generalmente sumidos en la soledad, en
la melancolía, y que brota del ser doliente, de los actantes de los relatos con
una variedad difícilmente delimitada: parejas que finiquitan años de
matrimonio, pero carecen del valor para la definitiva separación; hombres y
mujeres propensos al suicidio que, en las mismas fechas de cada año, intentan
quitarse la vida; infidelidades puestas de manifiesto por inesperados
accidentes; relaciones de amistad que naufragan. La imposibilidad de recuperar
el tiempo ido, primordialmente los momentos felices; o la soledad, esa “fiel”
compañera que solamente nos es permitido atenuar de forma provisional. En el
fondo, narrativa que saca a flote algunas de las dolencias constitutivas del
hombre doblemente sabio desde que descendió de los árboles.
En el relato que abre el libro, “El último
domingo”, la escritora alemana compendia varios de los temas del libro: Anna
acaba de impartir una conferencia. Márti, hija de su antigua compañera, se le
presenta con una pregunta: “¿Eres…?”. Quedan para el día siguiente en una
reunión con toda la familia, incluida la antigua amiga, Zsóka. Pretenden
resumir todo el pasado en una tarde de charla. Es invierno, pero evocan veranos
lejanos, recuperados con el manto de la nostalgia. Pero todos los presentes en
la reunión son conscientes del cambio que, con el paso del tiempo, afecta a sus
vidas: el pasado se había perdido para siempre y no volverán las sensaciones de
los lejanos veranos. Seguirán conectados durante un tiempo de forma epistolar
hasta que la correspondencia se interrumpe. Finalmente llegará un telegrama que
sintetiza de forma fríamente escueta el adiós definitivo de la antigua
compañera. Y Anna se consuela rememorando los veranos compartidos y aquel
encuentro que nunca supo que sería el último.
En “Lydia”, la protagonista pierde la
afición por todos los entretenimientos y gustos de la infancia y adolescencia,
y a los dieciocho años hace las maletas y se marcha de casa, dejando a su madre
y amigas en absoluta orfandad. “Tiempo de hielo” es un de los relatos teñidos
por la amargura. En el mismo, al igual que en “Bosque navideño”, la nieve
contextualiza de forma muy importante los acontecimientos: la tormenta recluya a
las protagonistas en la casa de Becky. Mas la felicidad del reencuentro pronto
se tornará en un ambiente sombrío debido al marido de Becky, un prepotente que
no cesa de refunfuñar. Y así se desvanecen las ilusiones del caer de la nieve,
de los paisajes azucarados. Ahora solamente es un fenómeno climatológico que
tiñe todo de color gris. La atención a los detalles de la última secuencia del
relato es una muestra maestra del estilo de Zsuzsa Bánk. La nieve de “Bosque navideño” convierte en peligrosa
la excursión de las amigas Sylvie y Lea al bosque que las engulle y donde
pretenden repetir las pautas del pasado en un inútil intento por reconstruir el
tiempo feliz de la infancia.
Concluyo este repaso por algunos de los
relatos de En pleno verano con una
breve sinopsis de “Delfines”, el texto
que cierra el libro. En forma de diario escrito por uno de los miembros de una
pareja que recorre Australia en búsqueda de los delfines, se recrean sus
playas, paisajes lunares, minúsculos pueblecitos, un mar azul de plomo por la
tarde o bancos de delfines que nadan al lado del barco que transporta a los
visitantes. Es la afirmación definitiva de que siempre, después del invierno,
llega el verano.
Relatos, en definitiva, que captan, como con
una cámara, pequeñas instantáneas y que ponen de relieve la complejidad de las
relaciones personales, la fugacidad de la amistad y del amor, reencuentros
marcados por los signos implacables del paso del tiempo. Y la experiencia de
que nada perdura.
La autora cimenta los relatos en una
arquitectura compositiva casi siempre idéntica: el reencuentro de amigas,
invariablemente en invierno, con el verano como referencia idílica, el tiempo
de los días felices. La atención a los detalles minúsculos, deslumbrantes o
sombríos, es otra constante de estas prosas, escritas en primera persona y en un presente que
resalta la inmediatez. Personajes bien diseñados, creíbles y un lenguaje
delicado; con saltos en el tiempo y numerosas elipsis para huir de lo superfluo
en un subgénero que, por su naturaleza, demanda concisión.
Francisco
Martínez Bouzas
“Evocan
veranos ya lejanos. Veranos en los que Márti aún no existía. Anna era una niña
y Zsóka casi una mujer. Veranos únicos que quedan lejos, pero que aún recuerdan
todos los que están sentados a la mesa, salvo Márti. A Anna le duele pensar en
aquellos veranos y, mientras alguien pide más cafés, adopta el tono del que
sabe que algo ha terminado, que algo se ha perdido para siempre. Recuerdan el
agua donde nadaban, su color azul, verde y gris según la hora del día, los
jardines donde saltaban, los juegos de cartas ante la ventana cuando llovía y
la luz que arrojaba el atardecer para indicarles que al día siguiente podrían
volver a bañarse, Recuerdan la sensación que se apoderaba de ellos en cuanto
volvían a verse, en cuanto llegaba uno de esos veranos únicos y se abrazaban
junto al seto de un jardín tras un largo viaje, un recuerdo que ha permanecido
inalterado por muy lejos que estuvieran unos de otros.”
…..
“Becky
pide un refresco en la cafetería, todavía les sobra un rato. En la radio, que
suena a través de los altavoces, dicen que la nieve se derretirá en los
próximos días, porque las temperaturas subirán más de lo normal, y Carola no
puede evitar pensar que los carámbanos de hielo de las lámparas y la escarcha
de las ventanas desaparecerán, y la nieve de las calles se convertirá en agua.
Se imagina el ruido sordo que hará al desprenderse, al caer de los tejados, de
todos los tejados de aquella calle, en grandes y sólidos bloques, y cómo la
gente apartará los coches y levantará la vista al caminar por miedo a que un
bloque de nieve les caiga encima. Y piensa que la nieve, al derretirse, borrará
y se llevará a tres niños y una mujer dibujados con lápices de colores en la
pared de una casa.”
…..
“Lea
ha apartado la mirada, duda un instante y luego se arrodilla, deja caer la
cabeza hacia delante contra la barandilla del puente, abre los brazos, los
apoya en los barrotes a derecha e izquierda, se asoma entre ellos para
contemplar el agua, que parece fluir más despacio ahora que el viento se ha
calmado, y entonces vuelve a decir en voz baja:«No quiero oírlo».
Se lo dice al agua, como si no se dirigiera a Sylvie sino al río, como si
tuviera que hablar con el agua, no con Sylvie, como si pudiera ignorarla.
Sylvie se sienta a su lado y contemplan juntas las olas que parecen negras bajo
la luz que proviene del puente y de ambas orillas.
El
Intercontinental enciende su árbol de Navidad luminoso. Lea levanta la vista
hacia la fachada de cemento, cuyas ventanas iluminadas simbolizan un abeto. Se levanta,
se sacude el abrigo de plumas con las manos, con esa mirada con la que no ve nada ni a nadie, y Sylvie cree por un instante
que quiere quitarse el abrigo, la gorra y las manoplas, que quiere arrojarse al
agua e irse, demostrarle que no tiene frío, ni siquiera sin ropa. Sylvie espera
que lo haga, espera un momento, pero Lea vuelve a sentarse más cerca de ella, apoya
la espalda en la barandilla, estira las piernas, echa la cabeza hacia atrás golpeando
los barrotes y luego la deposita suavemente en el hombro de Sylvie. En algún lugar
suenan las campanas.”
(Zsuzsa Bánk, En
pleno verano, páginas 12-13, 43, 115-116)
Acabo de recuperar a mi marido después de la separación
ResponderEliminar":) Mi ex y terminé en malos términos que me estaba llevando y terminó saliendo con alguien en menos de unos días después de la ruptura, al principio le gustaban todas mis imágenes de instagram, pero dejé de gustarle sus fotos desde el día que se rompió porque me bloqueó después de conducirme y también me desbloqueó después de eso y ahora ha dejado de gustar a todas mis fotos también.Fui frustrado porque lo amaba tanto, tuve que enviar por correo electrónico el lanzador de hechizos dr Laz aunque su correo electrónico prophetlaz6@gmail.com y me ayudó a orar y mi amor me llamó de vuelta y se disculpó :) "