Diego Trelles Paz
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 215 páginas.
En convivencia con las
narrativas tradicionales, han surgido desde ya hace años las conocidas como
posnarrativas. A pesar de su presencia mayoritaria, los discursos narrativos
compactos, cerrados y canónicos (presentación-nudo-desenlace) ya no responden a
nuestra forma de percibir el mundo, cada día más fragmentado. Dificilmente se
puede construir una narrativa que se ajuste a pautas canónicas convencionales,
cuando existe apenas muy poco en la realidad que cuadre. Las posnarrtivas, al
contrario, intentan responder a nuestra percepción del mundo. Las corrientes
posmodernistas o posficcionales son, o pretender ser, el lugar de resistencia a
las fábulas maestras de la modernidad. Reniegan por ellos de las categorías
convencionales fundamentales, como son la del narrador o personajes, y apuestan
por el lenguaje como expresión frente a su funcionalidad representativa.
Fue William F. Gass quien empleó por primera
en 1970 el término metaficción, con significados que fueron traducidos de muy
distinta forma: novela autoconsciente (Alter y Waugh) que abarcaría todas las
novelas que subrayan la virtud innovadora, su diferencia epistemológica y la
conciencia de una rica intertextualidad literaria. Robert Spires (1984) lo
entendió en sentido más restrictivo: como novela autorreferencial, la novela
que se refiere a si misma como proceso de escritura, de lectura, de discurso
oral o como aplicación de una teoría
exhibida en el mismo texto. Conviene igualmente recordar a Henry James,
a Borges y quizás también a Walter Benjamin para comprender la condición
estructural y metaliteraria de la posnarrativa de la que el lector puede ver un
calco, aunque no estricto, en la pieza
narrativa de Diego Trelles Paz que pretendo reseñar. Henry James, un escritor
que como crítico también trabajó desde el otro lado del espejo, definió la
novela como “casa de la ficción (…), no posee una sino un millón de ventanas
(…), cada una de las que han sido abiertas o todavía pueden abrirse”. En el
análisis de Walter Benjamin de estas dos formas de escritura, formas artísticas
según sus palabras, hay una comprensión de lo lineal y finito por un lado,
contra lo multidimensional e infinito por otro. Pero fue Jorge Luis Borges
quien en muchos de sus textos actuó como precursor y referencia para poder entender
algunas características de la literatura posmoderna. En más de una ocasión
habló Borges de los modelos narrativos
infinitos, de la multiplicidad narrativa. Hallamos sin embargo la referencia
más precisa en un texto de Ficciones
(“Examen de la obra de Herbert Quain”), en el que interpreta la obra de un
autor imaginario: “Quian, escribe Borges, se arrepintió del orden ternario y
predijo que los hombres que lo imitaran optarán por el binario y los demiurgos
y los dioses por el infinito: infinitas historias, infinitamente ramificadas.”
Deleuze y Guattari hablarán, buscando modelos epistemológicos, del libro raíz:
el libro clásico como bella interioridad orgánica, y el rizoma: el uno que
deviene dos, que deviene cuatro, con abundantes ramificaciones laterales y
circulares. Y el mismo Roberto Bolaño, con quien Diego Trelles Paz comparte
sensibilidades, define el hipertexto de esta manera: “Ya ni los farmacéuticos
ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que
abren camino a lo desconocido, no quieren saber nada de los combates de verdad”
(2666, páginas 289-290).
Considero sinceramente que La procesión infinita de Diego Trelles Paz
(Lima, 1977) es una muestra paradigmática de la posnarrativa. Una trama que
detona en mil direcciones, que rompe el modelo lineal de novela, la linealidad
temporal, con saltos en el tiempo, cambio de escenarios, coralidad de voces
narrativas, y sobre todo, una apuesta por la narrativa infinita, sugerida ya en
el mismo título. La novela, empleando la terminología que Manovich utiliza para
referirse al cine y a la novela, es una verdadera base de datos (Database
en inglés), con numerosos imputs o
puertas, una gran fragmentación. Una auténtica red de historias en las que los
personajes y sus eventos no son solo
subjetividades y acontecimientos, sino puntos o nodos de esa red. El
carácter fragmentario de la composición de la novela la convierte en puzle -es
un puzzle, me ha confirmado el autor- que reta al lector y cuyas piezas, sin
embargo veremos que encajan en la “Parte final”. Debilitamiento de barreras
entre géneros; ruptura de las estructuras compositivas compactas; habitual
empleo de distintos registros y tonos; uso deliberado e insistente, si bien no
cansino, de la itertextualidad y del diálogo con la literatura, con guiños a
muchos autores, especialmente a Bolaño en la “Segunda parte” (“Dos. La parte de
Ubaldo Martínez”, “Cuatro. La parte del Dandi”); uso en alguna ocasión del
género epistolar, tematización del arte de la escritura, posiblemente una de
las caras más notables de la posnarrativa; reflexión sobre la creación
literaria: uno de los personajes más memorables, el Pochito Tenebro le ofrece
esta receta escritural a Diego el Chato, uno de los protagonistas de la novela:
que escriba, que no vaya por la vida oliendo los pedos de Vargas Llosa. “Para
escribir hay que matar, ¿escuchaste? ¡MATAR!” (página 40). Así como el uso
deliberado de distintas tonalidades y registros lingüísticos, destacando la
oralidad y los malentendidos de las jergas de las calles de Lima, con abundantes
peruanismos que no solo dotan al libro de un toque hilarante y exótico, sino
también de interrogantes para un lector español. Muchas palabras y giros de la
jerga de Pochito Tenebroso, por ejemplo, “rosquetovich” (página 208) son
ininteligibles en España, pero ponen de manifiesto la riqueza del idioma común.
Pero ¿de qué va la novela? Quizás su centro
oculto sea la urgencia de los protagonistas, Diego, el Chato de apodo, claro
alter ego del autor, su amigo Francisco
Méndez y Cayetana Herencia, “el centro luminoso de esta historia”, de resolver la procesión sin límites que les
corta la respiración, para dejar atrás el duelo culposo, la procesión que va
por dentro (página 124) debido a la muerte, el suicidio, la desaparición de
amigos y familiares o el abandono de amantes. En cuanto al argumento,
transcribo de forma libre y con alguna paráfrasis personal la sinopsis que nos ofrece Anagrama, el sello editor.
Francisco Méndez y Diego el Chato se reencuentran en Lima. El Chato retorna a
su ciudad natal. Ambos habían abandonado Perú huyendo de sus vidas en un país
desfigurado por la violencia fujimorista y la de los senderistas. Tras un año
sin verse, surge el recuerdo de sus aventuras veraniegas en la Europa
efervescente del nuevo milenio: viajes promiscuos con abundante alcohol,
cocaína, fiestas non-stop, con adicción a los trickies y tríos sexuales. Pero
algo inconfesable ocurrió en Berlín porque ningunos de los dos ha vuelto a
mencionar lo que pasó en la capital de Alemania, se dice en el inicio de la
novela, mas tampoco lo han olvidado. ¿Fue realmente un episodio erótico y
traumático con una prostituta alemana y una banda de delincuentes metaleros -los
Turcos- que destroza la vida exagerada de ambos amigos? ¿O una invención, la
rama ficticia de la historia, para no tener que explicar lo más sórdido? La
repentina desaparición de Francisco lleva a Diego, que ahora vive en París, a
buscar de forma obsesiva la verdad. Y pretende hacerlo siguiendo los pasos de
la única persona que podría saberlo. Es Cayetana Herencia que, a su vez,
arrastra más de un desconsuelo por la muerte de su padre y el final de su
relación con el Dandi (Francisco Méndez) que este cortó por teléfono de forma
cobarde, sin atreverse a mirarla a la cara.
Novela pues sobre los traumas, la amistad y
el amor en un país que sigue sufriendo las secuelas de una dictadura perversa,
con referencias al autogolpe de Fujimori: tombos (policías) y milicos por todos los lados. Desaparición
de familiares y amigos; detenciones ilegales; conocidos y camaradas torturados,
“pepeados” o que simplemente se perdían y no volvían más (página 90). Razón por
la cual La procesión infinita forma
parte junto con Bioy de la saga que
Diego Trelles está escribiendo sobre el Perú de la dictadura fujimorista y el de
los años en los que, con o sin dictadura, todo está torcido y quién sabe hasta
cuándo. Por eso los protagonistas de la novela intentan hallar pistas de los
amigos que se han evaporado y su desaparición penetra en el terreno de lo
misterioso. Es seguramente esta obsesión por descubrir paraderos, la razón del
marchamo detectivesco que se le ha
atribuido a la obra de un escritor que cree que la política anula la novela
policial.
Aludo a las secuencias que más hacen sentir
la presencia del Bolaño de 2666: los capítulos de las partes de
Ubaldo Martínez y del Dandi. En ambas secuencias, Diego Trelles presenta a dos
personajes y sus relaciones que muestran que, con o sin dictadura, todo está
torcido y seguirá torcido, así como un muestrario de la corrupción endémica de
los poderosos especialmente: drogas, sobornos, tráfico de influencias, prostitución
de lujo…
En la novela afloran múltiples obsesiones,
quizás simpatías o antipatías tenaces: asesinatos, suicidios, muertes y
misteriosas ausencias que provocan en los protagonistas esa “procesión
infinita” a la que apunta el título. La violencia en un país que la sufrió a
raudales y que la sigue padeciendo porque el gran leitmotiv de la pieza
narrativa es la ininterrumpida presencia real de la dictadura en el Perú. Su
constatación en la novela aparece por primera vez a las pocas páginas del
inicio. “Eso que trajo la dictadura nos persigue porque nos define.”(página 31).
E incluso la verbaliza Chequita, empleada doméstica de la familia de Cayetana Herencia,
aprendiz de escritora y personaje memorable. En el texto novelesco hallamos
igualmente, amor, sexo duro, atracción, intimidad descarnada y hambrienta,
travesuras eróticas, infidelidades y mucha coca de por medio.
Algunas de la más notables estrategias
escriturales de La procesión infinita
se cimentan, entre otros basamentos, en el ya reiterado amplísimo
fragmentarismo, en el virtuosismo compositivo, en la riqueza de tonalidades y
voces, cambio constante de escenarios (Lima, París, Londres, Berlín), saltos en
el tiempo (desde el año 2000 al 2015), presentación de los personajes sin describirlos
explícitamente. Son retratados descubriendo sus historias y antecedentes;
reflexiones metaliterarias. Y una prosa pulida y afilada cuando la oralidad
queda al margen.
Una novela “distinta, desarrollada, política
y ambiciosa”, como recuerda Silvia Sesé, la actual editora de Anagrama. No apta
seguramente para un lectorado habituado a las pautas canónicas y convencionales
de siempre y que algún crítico no recomendaría. Un indiscutible festín
literario, sin embargo, para todos aquellos lectores que seguimos pensando que
la novela es el reino de la subversión, el reino de la libertad de contenido y
de forma. Proteica y abierta por naturaleza. Esto es lo que pienso sobre esta
tercera novela de “un heredero de Bolaño decididamente salvaje”, como ha apuntado
el crítico Gonzalo Torné. Y no creo que sea marketing. Esta novela no precisa
mercantilización, se defiende por si misma.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Ni
siquiera tiene que ver con el billete o con la posición social. Esta vaina no
es genética. Somos animales por opción. Eso que trajo la dictadura nos persigue
porque nos define. Y no se va a ir nunca. Dale cinco años más y vas a ver que
Fujimori volverá a terminar lo que hizo apoyado por los mismos que marcharon
contra él. Tú marchaste, ¿no? Pues muy bien, Chatito, hiciste lo correcto. Te
felicito. ¿Crees que a alguien le importa? Yo no marché, y aunque voy a
sentirme menos cínico que un montón de gente, eso tampoco sirve de ni mierda,
así que estamos iguales; pero a mí no me duele y a ti te mortifica, te llega
profundamente al pincho que quedemos parches. Lo que admiro en ti, mi Chato, es
que sigas creyendo que las cosas van a cambiar en el país, que sigas
escribiendo y luchando por algo que está muerto. Por eso nos fuimos del Perú,
¿no?”
…..
“La
erección involuntaria de Francisco lo despertó del letargo y lo obligó a reaccionar. La rubia ya había vuelto sobre él
pero ahora estaba encima, moviéndose con dolorosa aspereza, fornicándolo y
despreciándolo al mismo tiempo. «Tenía
que escapar, salir como sea, Chato, o me mataban», dijo mi amigo con una mueca de sufrimiento. El ruido
entrecortado que salió de su boca parecía un sollozo, un gemido quejumbroso que
anunciaba lo que tanto temía recordar. Los turcos seguían mirando pero ya no
estaban. Habían desaparecido de su relato. Quedaban él y la mujer que lo
violaba, y al costado de la cama, sobre una de las mesas de noche, el cenicero
de vidrio grueso que cogió atenazando los dos dedos como si cogiera una piedra.
El
primer golpe fue en realidad todos los golpes: los cinco o seis que asestó con
la ciega brutalidad que le permitió su desesperación. Lo único que recordaba
era el impulso automático de su mano aferrada al cenicero.”
…..
“Te
digo una cosa que va a sonar un poquito rosquetóvich: me recuerdas mucho a
alguien. Por mi mare’, causa, desde que te vi entrar al Sully con esa carita de
rufián melancólico, al toque pensé: rechucha, ¡ahí está el Jaime! Me asustaste,
broder, en serio me periloquié. Ni siquiera es una vaina física, no: tú eres
medio blancón con pecas y el Jaime no tanto, él era un cholo solapa, marroncito
como el Pocho pero de cacharro más fino. La hueva’a es una onda como de
conexión místico-automática, o sea algo que no te esperas pero, cuando aparece,
la sientes recontra intensa. ¡No me mires como si fuera cabro, carajo! Más
seriedad, Chato, que estoy a punto de soltar algo importante. (…)
Como
ves, broder, éste es un cuento inacabado sobre los años de terror en el Perú,
sobre esos años que tú no viviste porque eras muy chibolo o estabas protegido
en tu casita de San Isidro City. Vaya, que tienen huevos para escribir sobre
algo de lo que no saben ni mierda. ¡Y todavía vas de canchero y le pones
Borges! Ta que…Loco, tustás hasta las huevas. No tienes ni idea porque no
estuviste. La represión al final de los ochenta, y, peor aún, cuando entró el
Chino rata, era una huevada monstruosa. El Pochito todavía era Ezequiel por
entonces y estudiaba en San Marcos. Jaime tenía más bille y estaba en la Católica.
Daba lo mismo, igual se hicieron patas. Yo soy del Agucho, causa, cholo y misio
fue toda mi puta vida. Nací proletario, me hice campa. No había de otra. Había
que resistir. El sistema capitalista burgués a nosotros nos oprimía en serio,
no era floro ni huevadas pero de eso ustedes no saben. Los hijos de los ricos y
de los burgueses nunca van a la guerra. Los de San Marcos, Cantuta, Villarreal estábamos
recontra cagados. Cero chamba, cero oportunidades,
el país en la puta ruina, si no te cagabas de hambre era porque hacías olla común,
te quejabas, reclamabas, te sumaban a los paros o a las marchas, y los perros te
sacaban la conchasumadre y luego te metían preso por terruro. Era eso o te fondeaban,
causa, muy simple: una de dos.”
(Diego Trelles Paz, La procesión infinita, páginas 31-32, 102, 208-210)
Realmente bueno ...
ResponderEliminarAcabo de recuperar a mi marido después de la separación
ResponderEliminar":) Mi ex y terminé en malos términos que me estaba llevando y terminó saliendo con alguien en menos de unos días después de la ruptura, al principio le gustaban todas mis imágenes de instagram, pero dejé de gustarle sus fotos desde el día que se rompió porque me bloqueó después de conducirme y también me desbloqueó después de eso y ahora ha dejado de gustar a todas mis fotos también.Fui frustrado porque lo amaba tanto, tuve que enviar por correo electrónico el lanzador de hechizos dr Laz aunque su correo electrónico prophetlaz6@gmail.com y me ayudó a orar y mi amor me llamó de vuelta y se disculpó :) "
Siempre que leo tus críticas me siento en comunión con tu pensamiento. Realmente al leer los fragmentos me he quedado paralizada. Es otro mundo el de este escritor, no sé si nuevo, pero sí diferente, ofrece una aventura no sólo en el contenido sino también en el idioma. Como dices, supongo que al español se le hará difícil entender ciertos giros, pero a los latinoamericanos, según de qué país sean, les sucederá lo mismo pero menos. Uno termina de leer y parece que hubiéramos aprendido otra forma de expresión, otra forma de hablar, ya que al principio parece un camino duro, y luego te van llevando los personajes de manera tal, como si fuera un conocido pentagrama por donde la música se hace común y perceptible.
ResponderEliminarEn cuanto a la historia, se nos parece mucho, si no fuera por esos giros y decires tan especiales, y porque dice concretamente que sucedió en Perú, no sabríamos de qué país habla. La historia nos hermana en lo positivo y en lo negativo.
Me admira la forma de poder contarnos el otro lado de los sucesos, por ejemplo cuando dice que en el primer golpe el personaje siente que es uno, aunque sean varios, porque en realidad la fiereza, se da en la continuidad y el tiempo que parece ser uno sólo, esa fiereza que no es más que una defensa propia, pero que por eso no deja de ser, la violencia en su máximo grado.
En cuanto a las historias ramificadas en tiempo y espacio, creo que Cortázar a su manera fue uno de los primeros, Rayuela es quizá una de sus hijas ejemplares.
Esta postura de la ramificación de historias abre la mente del lector, la lleva por lugares desconocidos y es como un trabajo sin final, como un salto al misterio literario, el mismo misterio que está implícito en cada una de las desapariciones, porque estas conducen a la fantasía constante, a la imaginación que prevalece en la memoria cada vez que se recuerda ese sitio vacío y sin embargo siempre habitado por imágenes que se perpetúan, porque es nada más y nada menos que eso, un desaparecido, una pregunta eterna que no tendrá respuesta.
Gracias por tan importante material, querido amigo.
Estoy enteramente de acuerdo con tu valoración del libro de Diego Trelles Paz y con lo que dices sobre mi reseña. La novela en efecto no solamente es una muestra de la posnarrativa, una trama que detona en múltiples direcciones, sino un recordatorio de lo que fue y sigue siendo la violencia que asoló el Perú: una dictadura perversa que dejó múltiples secuelas y que sigue viva en buena parte de la sociedad peruana. "Eso que trajo la dictadura nos persigue porque nos define", dice uno de los protagonistas.
EliminarEn cuanto al uso de distintos registros lingüísticos, de las jergas, de los peruanismos de la oralidad de la calle, considero que es un acierto del autor reproducirlos cuando hablan determinados personajes. Porque esos peruanismos y otros muchos localismos de Latinoamérica, enriquecen el idioma común. Muchas gracias, una vez más por tu comentario, Norma.