Liliana V. Blum
Tusquets Editores, México D. F., 1ª reimpresión, 2016,
242 páginas.
En su segunda novela -precedida por varios
libros de cuentos-, Liliana V. Blum (Durango, 1974) se revela, tal como se ha
escrito, “como una criatura cruelmente excepcional”. Lo hace con la pieza Pandora, el nombre de uno de los tres
personajes centrales de la novela y que, querámoslo o no, remite a la mitología
griega. No seguramente por haber sido la primera mujer que existió creada por
Hefesto por orden de Zeus, adornada por los muchos encantos con los que la
dotaron los dioses, sino porque constituye un personaje simbólico que explica
cómo todos los males del mundo son debidos al sexo femenino. Pandora, casada
con Epimeteo, arrastró con ella a este mundo la caja abierta de todos los
males. Es la Eva de todas las concepciones patriarcales y misóginas que han
existido desde el inicio de los tiempos y que se perpetúan en la actualidad.
El personaje novelesco tiene en común con el
mitológico el haber sido elegido para traer el castigo por algo que ella no
cometió (el robo del fuego o el enamoramiento de su cuerpo obeso por parte del
ginecólogo más guapo del hospital), pero es así mismo una figura contrapuesta a
la primera mujer mitológica: su gordura, su carne colgante, representan a sus
propios ojos y a los de su familia todos
los males que pueden recaer sobre una mujer.
La escritora mexicana, como ya señalé en el
comentario de su tercera novela, El
monstruo pentápodo y ella misma reconoce, siente cierta debilidad por los
temas escabrosos, por los deseos obscuros, por cierta estética del horror. Le
gustan como narradora, porque sin aquellas decisiones que generan conflictos,
aunque sean aborrecibles, no habría novela.
En Pandora, Liliana V. Blum explora una parafilia poco percibida, el
feederismo: el placer por engordar (feedee
o el alimentado o alimentada) y la fruición por hacer engordar (feeder, el cebador o cebadora) porque
eso le excita sexualmente. Y lo hace mediante tres personajes: Pandora, una
mujer obesa que, al inicio de la novela, pesa 116,300 kilos. Gerardo, el
ginecólogo más atractivo del hospital, que lo tiene todo en la vida, excepto
una esposa gorda, y Abril, su mujer para quien su marido es el hombre ideal y
por eso, después del parto de gemelos, pondrá todo de su parte para perder
peso, convirtiéndose en huesos recubiertos de pellejos, lo que repugna al
marido hasta el punto de que sus relaciones sexuales son un espejismo, a pesar
de las maniobras seductoras de la esposa. A Gerardo le vuelven loco las mujeres
con inmensas cantidades de carne, sobre todo en las caderas, en las nalgas, en
el vientre, la doble papada y las lonjas o michelines en la cintura, los muslos
rellenos. Y eso se lo puede proporcionar Pandora, recepcionista del hospital
donde ejerce como prestigioso ginecólogo. Ella sí que podrá despertar su deseo
sexual.
La novela recupera el pasado de Pandora. El
rechazo y la repulsión por parte de su madre, su invisibilidad -no solo las
amigas no la ven, ni siquiera los pervertidos tienen ojos para ella-, la
carencia de autoestima: para las gordas y obesas, escribe Liliana Blum, cantan
las urracas, no los pajaritos de colores. Y como nada tiene que perder, acepta
las invitaciones del médico más atractivo del hospital, que la instalará en una
casa, tras renunciar a su trabajo. Su ocupación consistirá en comer y comer,
engordar y hacer el amor con Gerardo, y volverse cada día más pesada, aceptar
ser alimentada a través de un tubo y ser pesada mediante una báscula para
vacas. Hasta que la que no es “la otra”, Abril, descubre la infidelidad del
marido.
No es propio de esta reseña ilustrar el
desenlace con algo más que supere el infierno abisal, la aciaga
pesadilla en la que cae la protagonista que añade tres o cuatro kilos a su peso
tras cada comilona. Es en cambio pertinente comentar la sexualidad parafílica,
y en concreto, el feederismo. Es muy pobre la definición con la que el
diccionario de la RAE precisa el significado de parafilia: desviación sexual.
Sin embargo, no todas las prácticas eróticas y sexuales poco tradicionales son
parafilias. Lo son cuando se transforman en algo destructivo o enfermizo que
afecta a la persona o personas que en ella están involucradas. Fantasear o
desear a mujeres rollizas u obesas no es en sí patológico. Desde el inicio de
los tiempo humanos, como se reconoce en la novela, se asoció la fertilidad y el
atractivo femenino con la obesidad. El feederismo, en cambio, es parafilia
porque la adoración del cuerpo femenino se convierte en una aberrante obsesión
de que la mujer engorde hasta el punto de no poder moverse y terminar
inmovilizada en una cama, actuando el amante como su lacayo. En ese caso, no
solo es un atentado contra la salud, sino también una agresión contra la
dignidad del ser humano.
Eso, la crítica de la sociedad en la que
vivimos que discrimina a las mujeres gordas -antítesis de lo deseable-, la falta de comunicación
entre la pareja (Gerardo suspira por una mujer obesa pero no lo comenta con su
esposa, de la que le repugna el filo de sus huesos), la exploración patológica
del deseo y de ciertas fantasías se hallan adecuadamente tematizadas en la
novela de Liliana Blum.
La novela tiene, desde mi punto de vista, un
inicio, tanto temática como estilísticamente, vacilante. No obstante, a medida
que avanza, el relato de esta historia triangular se enriquece en hondura, en
la carga erótica y en múltiples matices que revelan, sobre todo, cómo piensan
Pandora y Abril.
Entre los recursos técnicos reseñables, me
parece interesante la alternancia de la primera y tercera persona. El uso de la
primera persona confiere una mayor carga de credibilidad, y la narración se la
otorga a la víctima, a Pandora, sin duda la principal protagonista. En cambio,
tanto las acciones y los puntos de vista del victimario y de su esposa son
narrados por medio de la tercera persona.
En definitiva, una novela profundamente
humana, intensamente trágica que la escritora durangueña narra con crudo
realismo y suficiente verosimilitud.
Francisco
Martínez Bouzas
Liliana V. Blum |
Fragmentos
“Entré
en los probadores y me quité la ropa. Apenas cabía en ese cubículo rodeado de
espejos. Me observé largamente. En mi
situación, no podía darme el lujo de que la ropa en sí me gustara: el único
criterio para comprarla era si mi cuerpo entraba en ella sin botar las
costuras, los cierres y los botones. Todas las faldas asfixiaban mi cintura, indistinguible
ya del resto del cuerpo, pero al menos
al ser de corte abierto le daban espacio a mis caderas y muslos. Imposible
cerrar el botón, pero había espacio para recorrerlo un centímetro. El eufemismo
para mi cuerpo era «de
proporciones generosas». En ese
momento estaba en la última talla de la ropa comercial, en el límite entre lo
humano y el monstruo para quien la industria textil ya no ve rentable fabricar
prendas.”
…..
“La
miró perplejo y maravillado a la vez. Pandora era una adorable y exuberante
montaña de carne generosa; todo lo contrario al concepto de carencia, de vacío,
al frío, al hambre. Ese cuerpo como colmena de abejas, por el ángulo por donde
se le viera, provocaba ganas no de conquistar el mundo o destruir una ciudad;
al contrario. Esa vasta extensión de piel y de carne invitaba a apoltronarse en
su suavidad y calor, a renunciar a cualquier carga o agobio, a perderse en una felicidad absoluta. Soñada.
Añorada. Durante años. La hizo recortarse sobre la cama. Se tendió sobre ella y
comenzó a besarla. En la boca, en los pliegues de su cuello. Los pechos de
Pandora se abrían blancos y masivos. Él los tomó en sus manos: la carne se
desbordaba entre sus dedos. Los juntó uno con el otro y besó los pezones
rosados y enormes, como fresas. Apretó su cara contra ellos, aspiró su olor y
sintió su propia erección empujar contra la tela de sus pantalones (…)
-Come
-le dije, al tiempo que separaba el interior de sus muslos. La vulva enorme y
carnosa se descubrió ante él como una granada entreabierta. Comenzó a lamerla,
succionarla, morderla; Pandora engullía uno a uno los pastelillos. Desde su
punto de vista podía ver el vientre profuso, dividido en varios balcones de
carne blanca y matizada con estrías, como una cebra albina, adornando aquel
ombligo profundo. Sobre las lonjas caían sus pechos, jardines colgantes y
generosos que las manos de Gerardo apretaban y soltaban antes de volver a bajar
a los muslos de Pandora, a sus nalgas, dos gigantescos bultos de grasa que se
desparramaban sobre el colchón-. Me fascina que haya tanto de ti.”
…..
“Más
tarde averigüé que en el mundo de las parafilias hay un nombre para nosotros
dos. Él sería el feeder, el que alimenta. Yo la feedee, la que come, la que es
alimentada hasta que el estómago se distiende hasta su límite. Y después un
poco más. Y más. Era lo que habíamos estado haciendo de manera empírica cada
vez en nuestras salidas a comer. La fantasía iba más allá de eso: consistía en
que yo engordara hasta llegar al punto de terminar inmovilizada en la cama. Que
mi peso fuera tal que volviera imposible
ponerme de pie y caminar. A cambio, Gerardo habría de convertirse en algo así
como un lacayo a mi servicio, no por obligación, sino porque adoraba mi cuerpo,
alimentarme, y verme aumentar de tamaño un poco cada día. Aquello era algo
mucho más serio que una propuesta de matrimonio. Era una prueba de confianza
absoluta. Abandonarse a la voluntad y a la palabra del otro. Yo estaría en sus
manos, mi vida dependería de él. ¿Y qué había sido mi vida hasta antes de
conocer a Gerardo?”
…..
“Su
mente volvió a Pandora y a revisar su último encuentro. Se vio a sí mismo
nadando en aquel mar de carne tibia y suave, hundiendo los dedos, las manos, el
pene, a veces tiernamente, a veces con desesperación, otras con rudeza. El olor
de Pandora y su humedad inundaban su memoria. No podía dejar de pensar en ella;
a cada hora del día que no estaba a su lado en la casa tenía que evocarla. Todo
su día giraba alrededor de esa hora tan
esperada en la que por fin la veía. ¿Estaba enamorado? Por un breve instante
sintió vértigo: estaba parado en la orilla de la felicidad. Detrás de él, sólo
el vacío. Era el momento en el que aún podría bajarse, recapitular, disculparse,
prevenir la catástrofe. Las heridas. Aún estaba a tiempo. Podría volver a ser el
mismo de antes, el que no violentaba la integridad
de su familia. El que iba del consultorio a su casa, el que organizaba una carne
asada los fines de semana con los colegas. El que reservaba sus deseos escondidos
para las mujeres virtuales y para el terreno de la fantasía. El que fingía estar
bien, ser feliz, satisfecho con su vida. Podría. A las tres de la mañana con once
minutos, según el despertador con números rojos sobre el buró de su lado, y a sabiendas
de que de romperse por completo el cascarón no podría pegarse de vuelta jamás, tomó la decisión de seguir adelante.”
Un tema escalofriante esto del feederismo y todo lo que conlleva, sin soslayar en cualquier caso que el hecho de engordar y propiciar la inmovilidad de otro y su progresiva pérdida de funcionalidad desvela también importantes aspectos psicológicos y de demencia. Será un honor leer a mi compatriota, muchas felicidades para ella y para ti Francisco, que siempre nos regalas el mejor camino a la lectura. Un gran abrazo.
ResponderEliminarCiertamente interesante ...
ResponderEliminar