Madame Nielsen
Traducción de Blanca Ortiz Ostalé
Editorial Minúscula, Barcelona, 2017, 127 páginas.
El verano infinito es la
primera novela que firma Madame Nielsen, escritora, compositora, cantante y
directora de escena, nacida Claus Beck-Nielsen (1963), artista danés que dejó
de existir como tal en 2001. Durante unos años careció de nombre. Entre 2005 y
2012 publicó una trilogía rubricada simplemente con el apellido Nielsen, hasta
que en 2014, ya con ropa e identidad femenina, firmó Den endeløse Sommer que ahora nos ofrece Editorial
Minúscula con el título de El verano infinito. Como Madame Nielsen,
y en colaboración con el Teatro Real de Dinamarca, ha compuesto una pentalogía
teatral, publicó cinco álbumes y ofreció numerosos conciertos en Europa y en
América. Y desde su nuevo nombre y personalidad como mujer, escribe esta
novela, a la vez que como activista vive la tragedia de los refugiados -los
nuevos europeos según ella- sobre los que ha escrito la novela Invasionen.
Según palabras de la propia autora, El verano infinito es “un torbellino con un centro que es el amor”. La novela se inicia con una inusual
presentación de los protagonistas: un chico joven que tal vez sea una chica
pero que aún no lo sabe, una chica, la madre, nórdica, radiante y con porte
aristocrático, como una sombra cegadora, dos hermanos, el padrastro misógino y
celoso que un día desaparece para que pueda dar inicio el verano infinito. El
espacio de la casi nula acción: una granja. La chica y el chico joven pasan los
días y las noches en la cama amándose y sin saber quién es quién, pero logrando
que el chico despegue por un momento su cabeza del miedo al cuerpo y a la
muerte. Otros personajes irán apareciendo “por el camino”: un joven portugués
que, con sus labios y dientes, dejará su huella en la piel de la madre. La
huella a la vez de lo impúdico y de lo bello.
En la granja se instalan además otros jóvenes. Con la presencia de todos
ellos se inicia y continúa el “verano infinito”, en el que nada ocurre, en el
que el tiempo no es tiempo, pasa y no pasa, y la existencia transcurre sin
metas elevadas ni ideales sublimes. Comienza a parecerse al material de los
sueños. Transcurren los días jalonados por encuentros amorosos entre la madre y
el homem portugués cuya intensidad
conmociona a aquella. Es eso lo único
que acontece y de lo que habla la colonia, aunque sin mencionarlo expresamente,
e incapaces de concebirlo. Algunos de los miembros del grupo efectúan viajes
(Lisboa, Algarbe, Nueva York, San Francisco…), mas todos regresan a la “granja
blanca”, donde, a parte de la celebración de los placeres y del amor, nada
sucede.
Madame Nielsen tiene la habilidad suficiente para amalgamar sin
colisiones eros y tánatos: la pasión amorosa, arrolladora, devoradora, caníbal
y la muerte, el centro gravitatorio, el regreso al polvo que somos como recita
el pastor en el funeral. Así concluye para siempre “el verano infinito” que
solo pervivirá en el recuerdo y en la nostalgia de los amantes que se separaron para nunca separarse del
todo. Por eso mismo, esta novela de la que está ausente una trama al uso, es un
viaje que, a través de la apoteosis de los goces de la vida, nos recuerda el
destino inexorable de la condición humana: la vida, como un placentero o amargo
verano, llegará un día a su fin.
Es reseñable, desde mi punto de vista, la prosa de Madame Nielsen, capaz
de captar los flujos de conciencia. Y a pesar de que El verano infinito no es un texto de fácil lectura (frases que se
alargan durante dos páginas, sin un solo signo de puntuación) está dotado de
una prosa capaz de mecernos e incluso de embrujar. Con ella viste la autora una
historia sin historia que nos hace pensar porque nos habla de lo que somos y de
lo que un día seremos: un baño de días dorados que se convertirán en el polvo
al que, en fecha incierta, volveremos.
Francisco Martínez Bouzas
Madame Nielsen |
Fragmentos
“Pero incluso dentro del sueño hay
cosas que no son más que un sueño, «el verano infinito», por ejemplo, tal vez
no comience nunca, tal vez no sea más que esa liberación con la que sueña la
chica, o el chico flaco, tumbado en el húmedo cuarto del sótano junto a su
novia dormida e incapaz de conciliar el sueño a causa de la insoportable
levedad que envuelve la granja, el mismo soplo metálico de irrealidad
enteramente auténtica que subyace en las películas de David Lynch, la chica a
su lado durmiendo su sueño gozoso nada más contarle otra de esas historias que
él, antes de conocerla, siempre había creído que eran mentira y que ella, con
apenas dieciséis años, atesora en tal cantidad que ni siquiera parece capaz de
gobernarlas…”
…..
“Está echado junto a ella a oscuras en
el sótano de la granja, atento a su respiración, que incluso en sueños es feliz
como la vida que se complace en sí misma. Apoya una mano en su piel, está
húmeda y suave y huidiza, bamboleante, como si la carne que la sustenta en
lugar de algo firme fuese un líquido oscuro, un agua pesada que permite que la
mano se hunda y desaparezca. Cuando piensa en su nombre, ella despierta y él le
pregunta si es peligroso el padrastro, si la humillación y la lástima no serán
tantas que ya no sea vea a sí mismo como un ser humano y pueda en cualquier
momento coger la escopeta y, sin que medie demostración de poder o escena
alguna, abrir fuego sobre todos, la madre, ella, dos hermanitos y, por
supuesto, por último, pero no por ello menos importante, sobre sí mismo,
volarse la nuca contra la pared, y ella murmura que es de madrugada, estoy
durmiendo, y luego vuelve a sumergirse en el sueño.”
…..
“Y por detrás de ella, como una sombra
que emerge, aparece él, el mozalbete
portugués de apenas diecisiete o diecinueve años, el hombre que tiene la
culpa y que ha obrado todo esto que no puede nombrar, descarado, silencioso,
descendiendo la escalera con orgullo y entrando en la cocina, ahora casi y
exactamente casi sonriendo a la manera y
con la alegría aplomada y masculina que solo un europeo meridional, un homem
machão, puede tener. Y los demás le
miran y él les mira a los ojos, y son ellos quienes no pueden sino sonreír para
después, velozmente, apartar la vista (sonrientes). Y así transcurren los días,
placenteros, vibrantes, y todos parten el pan, lo comen y beben el café con leche
y el vino, ingieren cada una de las comidas del día como si fuese una eucaristía,
en silencio, alborozo y alegría.”
(Madame
Nielsen, El verano infinito, páginas 16,
47-48,77)
Realmente bueno ...
ResponderEliminarMuy atrapante se escucha esta novela a través de tu reseña, No dejaré de leerla, muchas gracias, siempre es un placer leerte y disfrutar de tu guía en la buena literatura. Abrazos.
ResponderEliminarParece sumamente interesante, se percibe a través de tu palabra algo diferente a lo que se suele encontrar en la actualidad, es un estilo distinto y como dices no es de fácil lectura.
ResponderEliminarComo tú lo cuentas me hizo pensar varias veces en Virginia Woolf, esos hechos que ocurren y los personajes sorprendiendo con sus actitudes al lector, ese tiempo que no lo es, esa visión de lo infinito, de lo que nunca termina, como si se tratara de un Realismo Mágico que tampoco es. Leí los fragmentos y es muy original su escritura, claro que en el estilo ya no estoy segura si se parece V. Woolf porque en ese caso habría que tener en cuenta aquí que es una traducción. Me sorprende el final del último de los fragmentos porque antes que apareciera la palabra "eucaristía" yo ya estaba pensando en que tenía mucho de bíblico lo que iba leyendo.
Fantástica crítica, como siempre.
Saludos cruzando el océano.