lunes, 3 de abril de 2017

"NO HABRÁ DIOS CUANDO NOS DESPERTEMOS": TRANSEUNTES DEL INFRAMUNDO



No habrá Dios cuando despertemos
Ricardo Vigueras
Menoscuarto Ediciones (sello de Editorial Cálamo, Palencia, 2016, 171 páginas.

   El autor de No habrá Dios cuando despertemos es un español, Ricardo Vigueras, profesor de cultura y mitología clásica en Ciudad Juárez. Seguramente por esa circunstancia académica y vital, su propuesta narrativa comparte un doble marchamo en maridaje entre sí: uno es español y el otro mexicano, como sus dos protagonistas, Victorio y Amanda. De España la novela refleja la viciosa peste de la burocracia. Del país azteca, la convivencia con la muerte y el culto a los difuntos.
   La sinopsis de esta novela, calificada como “distopía de ultratumba”, la resume de forma cabal el mismo autor: es la historia de dos víctimas inocentes. Victorio fue asesinado la víspera de su boda en el inicio de la Guerra Civil. Ella, Amanda, es una mujer violada y desaparecida en el centro de Ciudad Juárez a finales de la década de los noventa. Ambos se encuentran en un lugar fantasmal al que todos llaman el Aeropuerto, un inmenso espacio del que se desconoce su forma y dimensones. En ese lugar trabajan miles de burócratas. Y también miles de personas de diferentes edades, clases sociales y condiciones deambulan por las innumerables e interminables terminales aguardando  a que en las pantallas aparezca el número de su vuelo que los transportará a un lugar del que ignoran todo. Hay expectantes  pasajeros cuya espera se dilata largos años, sin que su número, una clave alfanumérica tatuada en la muñeca, se haya anunciado una sola vez en los monitores. Pero la suerte de los que logran emprender el vuelo es igualmente incierta: desconocen su destino, nadie los ha vuelto a ver.
   El español Victorio y la mexicana Amanda han resultado “elegidos”: cuentan con un billete para volar hacia lo desconocido. Mas eso poco significa, porque hallar la terminal de donde debe partir su avión es una ardua tarea. Habrán de recorrer, carentes de orientación, interminables pasillos y terminales -un laberinto que recuerda los círculos infernales-, enfrentándose a burócratas, kafkianos funcionarios diabólicos que, en vez de ayudar, obstaculizan la marcha. Funcionarios tan repulsivos y grotescos como Bástiabas, una suerte de salvaje macho cabrío que representa ese estar  a merced  del azaroso capricho de la violencia y del poder y de las trampas que les tienden los funcionarios del laberinto de terminales.
   Periplos inútiles y azares  que permiten obtener plaza en un avión, no parecen más que bromas que gastan los funcionarios del Aeropuerto.
   La novela es un ejercicio de ciencia ficción fantástica con profundos acentos distópicos de ultratumba que transcurre en un sucedáneo de la vida, que recibe el nombre de Aeropueto, metáfora del Hades, de un infierno o purgatorio, por donde vagan, en su claridad lechosa, las almas de aquellas víctimas de una muerte violenta. Están muertos pero parecen vivos y todos persiguen ese vuelo que los llevará a ninguna parte.
   Tras las páginas que, con inusitada fuerza expresiva, describen ese mundo insólito y el angustioso peregrinaje por terminales y trenes, en casi un eterno retorno, y en diálogos desquiciados con funcionarios y demonios de figura repelente, un inquietante tema de fondo: nadie es dueño de su vida ni de su muerte. Un desconocido destino, gobernado por un incomprensible y voluble azar, nos aguarda a todos.
   El autor introduce oportunas analepsis trasladando la acción al pasado para recordar la vida y la muerte de la pareja de protagonistas, así como de otros pasajeros que también esperan. Y crea con maestría una insoportable atmósfera claustrofóbica, un laberinto en una región irreal y espectral, en el que se estrella la fragilidad humana porque no somos capaces de hallar referentes fiables. Una estructura compositiva que ordena los capítulos a la inversa, del 17 al 0,  -la cuenta atrás que separa la vida de la muerte-, y un ritmo frenético empujan al lector a zambullirse sin pausa en los círculos infernales que, como dice la apóstrofe de William Dieterle que encabeza el libro, nadie conoce y a los que, sin embargo, todos estamos condenados a ir.

Francisco Martínez Bouzas

 
Ricardo Vigueras

Fragmentos

“La mayoría de las veces las pantallas informaban de aviones que no volaban a ninguna parte, vuelos irrealizables a lugares imposibles, fantasías de un demente o e un demonio que se burlaba de la paciencia de los hombres o mujeres varados en el Aeropuerto. De poco servía hablar con los funcionarios. Estos aseguraban que nuestro avión no era uno de esos vuelos inventados, sino uno de verdad, uno que otra vez nos conduciría lejos del Aeropuerto. El único avión posible, el único avión necesario. Amanda y yo habíamos hecho del tejido de la eternidad el vestido con que nos cubríamos en la espera de que una de las pantallas anunciase la terminal y la puerta de embarque de nuestro vuelo. Al fin, prometiéndome que más tarde volvería a consultar otra vez las pantallas, regresé de nuevo junto a Amanda.”

…..

“Entonces era yo quien no entendía de que hablaba, y me llenaba de dudas. Dudas que no albergaba sobre la naturaleza del lugar en el que nos encontrábamos. Era una especie de limbo, purgatorio o infierno, pero de ninguna manera el cielo. Las almas que vagábamos por el aeropuerto lo cuchicheaban a poco de llegar aquí. Quizá no tan pronto, pero no pasaban muchos años hasta encontrase seguros. La verdad se muestra elusiva en el Aeropuerto. Solo quienes habíamos podido acceder a las dependencias interiores y habíamos visto a los funcionarios en su hábitat natural, podíamos conocer su verdadera naturaleza. Así como el infierno ya no recuerda a ese infierno medieval que nos enseñaban frailes y monjas, sus antiguos demonios se han convertido en funcionarios. Interesante destino el de los antiguos ángeles caídos. Funcionarios de un aeropuerto del que sale cada día un avión, un solo avión que transporta varias docenas de seres hacia quién sabe qué clase de destino.”

…..

Si una cosa debo agradecer a Bástiabas es que consiguió despertar antiguas emociones que yo creía sepultadas. Miedo, ira, vergüenza y otras extinguidas características intrínsecas a la naturaleza de ser mortal renacieron las dos veces que tuve que enfrentarme a él en sus guaridas pestilentes. Representaba el poder, y yo carecía de autoridad para desprenderme de esa doliente realidad. Porque también Bástiabas me devolvió la noción de dolor. Aquella última vez me devolvió, incluso, la noción de patetismo, lo que en vida llamamos vergüenza ajena. Volví a sentir lástima. Lástima por Bástiabas.
Me increpó en su habitual tono grandilocuente que me estremecía de miedo, y lo hizo de manera telepática para referirse a mí con vocablos acostumbrados.
«¡Pequeña carroña insignificante! ¿Progenie de una dinastía de rameras! ¡Te dije claramente que no quería volver a verte!»

(Ricardo Vigueras, No habrá Dios cuando despertemos, páginas 14-15, 59, 137)

5 comentarios:

  1. Es muy interesante el contenido del que nos cuentas. Y leyendo los fragmentos me parece de mucho valor y creo que se presta a más de una lectura; por un lado la analogía entre la burocracia del mundo real y lo irreal, por otro lado el deambular de las almas o espíritus después de la muerte, y también me lleva al desconocimiento del ser humano sobre cada hecho que ha de sucederle en la vida, cómo todo está esclavizado al azar como a un rey caprichoso que decidirá cada uno de sus actos, y cuando dice que nadie es dueño de su vida o de su muerte, es una de las posiciones de tantos estudiosos que afirman que nunca elegimos, que no somos dueños de nada. Posición opuesta a las teorías del hoy, por no decir de moda, de quienes afirman que por el contrario, siempre somos los que elegimos.
    Por otra parte en lo personal, me ha sonado como si lo hubiese leído (cosa que no recuerdo), me suena conocido, el tema, el lugar, el terror de esperar ese avión que no lleva a ninguna parte. Puede ser también que la historia contada desde ese lugar fantasmal, lugar incierto y causante de un horror que se siente, se palpa desde tu comentario y desde los fragmentos, se parece mucho a mis lecturas de Lovecraft o a algunos de mis sueños nocturnos.
    Como siempre, despiertas mi deseo de leer el libro.
    Gracias y saludos.

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  2. Un magnífico comentario, querida Norma, que agradezco de todo corazón. Realmente tus palabras podrían sustituir a las mías en la reseña, porque aún sin leer el libro (eso creo porque no ha sido editado en América)los describes, analizas y valoras con sumo acierto.

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  3. Muchas gracias por la lectura, Francisco, así como por tus generosas palabras sobre mi novela. ¡Saludotes!

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  4. Buena reseña. Ya quiero leer el libro. La sensibilidad en la pluma de Ricardo Vigueras es capaz de tejer con la eternidad el vestido del ateo sin poner el peligro la magia.

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