Juan José Becerra
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona),
2016, 525 páginas.
El tema del tiempo como problema filosófico
y sobre todo vivencial que aparece en la literatura, es el foco central de esta
novela, como lo fue en la anterior del autor, La interpretación de un libro (2012). No podía ser de otro modo,
teniendo en cuenta lo que afirma el escritor Juan José Becerra: “Todas mis
novelas tienen un mismo asunto, el tiempo”. Un tiempo que no solamente es el
presente, sino que apunta y transciende hacia el pasado y hacia el futuro. Así
pues, El espectáculo del tiempo
rebobina y hace avanzar o retroceder el tiempo, echando mano de la vida de
varios personajes y de los años en los que sus vivencias existenciales,
recogidas en la novela, tuvieron lugar.
El
espectáculo del tiempo tuvo, y con gran éxito, una primera vida en
Argentina. Desde hace unos meses, la vuelve a tener en España gracias a
Editorial Candaya que publica, con austera regularidad, obras de gran calidad,
muchas de ellas de la autoría de autores latinoamericanos.
La novela de Juan José Becerra es una
meganovela -y no solo por su elevado número de páginas-, sino sobre todo por su
riqueza compositiva. Una novela total, omnívora como lo fue La interpretación de un libro, porque
asimila cualquier cosa y se derrama en una estructura abierta, con una historia
central, y a su lado, cientos de historias infinitamente ramificadas, como
vaticinó Borges que sería la literatura del futuro, esa que solo son capaces de
escribir los demiurgos y los dioses. Mas, a pesar de su naturaleza torrencial,
polibiográfica como se ha escrito, en El
espectáculo del tiempo hay un protagonista humano, Juan Guerra, y otro
intangible, el tiempo. Juan Guerra es propietario de unas salas de cine -los
Cines Lumière- en Junín, una ciudad de la pampa argentina. Rodeado y
frecuentemente agobiado por su padre y, sobre todo, por una historia de amor
arruinado con Bárbara Rodríguez, con varios hijos y una madre estrella de la
televisión local, y una verdadera tropa de amigos y conocidos, una noche de
insomnio decide darle vida escrita a la materia que almacena su memoria:
escribir sobre su vida, al margen de cualquier orden cronológico, guiado
únicamente por sus choques emocionales y sus relaciones con los demás.
Constantes saltos en el tiempo nos
retrotraen y permiten conocer esos familiares y amigos, así como un cúmulo de
acontecimientos históricos. La vida de los familiares que le precedieron, influyen
en su presente. Lo hacen especialmente y de una forma muy relevante, sus
numerosas amantes (Mónica, Bárbara, Silvia, Fernanda…). Quizás sea la relación
con Bárbara y su amor fallido el asunto central de la novela. Una vida amorosa
y sexual narrada con todo lujo de detalles. Hasta la separación porque llegó un
momento en el que, tanto ellos como la relación “se habían caído por la ruta
descendente y resbaladiza del tiempo” (página 91).
En su ejerció memorialístico, Juan Guerra
desempolva, alejado de la nostalgia, el poso que familiares y amigos han dejado
en los que es. Por esa razón el lector asiste a un viaje continuo de fechas y
lugares, con personajes que entran y salen y vuelven a entrar en la narración.
Lo que importa es lo que se narra al compás del paso del tiempo. La reflexión
narrativa sobre el transcurrir del tiempo, como confiesa el mismo autor.
Mas no solo interesan los personajes de
carne y hueso y sus hazañas y desventuras, como el doloroso parte de Silvia
Dondena, narrado como si fuese una carnicería, o las cenizas de Laura Vázquez
transformadas en diamantes, en piedra, que se convierten así en una digna
adversaria del tiempo. En la novela tienen cabida múltiples acontecimientos de
la humanidad e incluso del universo, anclados en el tiempo y que, por lejanía o
aproximación, también determinan lo que somos: la destrucción de Pompeya, la
primera proyección cinematográfica de la historia (homenaje al cine y a sus
precursores); el origen del universo, de la Tierra, de la vida y de los seres
humanos (“La Nada se hinchó de Tiempo”); el matrimonio de Perón y Eva Duarte;
un partido de futbol; las leyendas deportivas y sexuales de un mito del ranking
del Mundial de Vuelo a Vela; el secuestro y asesinato de una niñas amish, con
una curiosa consecuencia: los amish borran el progreso (la escuela en la que
fueron masacradas las niñas) porque el progreso también es una prueba del
progreso del tiempo.
Una novela propiamente sin desenlace. O si
se quiere, con un desenlace apocalíptico: la brusca aparición de una tormenta que lo
destruye todo. “Todo fue cubierto de pasado y sobre el campo quedó, como única
presencia, la belleza de la destrucción total” (página 525). En páginas casi
contiguas, Juan Guerra también había destruido las fotos que le había enviado
su ex mujer y que no interpreta como un gesto de censura con el recuerdo…sino el modo natural de hacer
regresar partículas de tiempo al torrente del que se habían desprendido (página
507).
No dejará de llamar la atención las
numerosas escenas de sexo, descritas de forma muy explícita, lo que, en buena
medida, convierte a la novela en un producto narrativo erótico: “cogidas”
profusamente narradas, “pajeos” compulsivos. Pero todo ello tiene una razón de
ser: el sexo, para el autor, sostiene la cultura de los personajes. No es un
deporte, es una necesidad familiar.
El protagonismo nuclear del tiempo es
esencial en la novela. Especialmente la percepción que de él tenemos. Es tiempo
humano que es insignificante frente al tiempo del universo, como afirma el
primer astronauta argentino, pero sin embargo es el que nos hace. Somos lo que
somos en el constante fluir del tiempo.
Una novela compleja desde el punto de vista
compositivo. El autor rompe las estructuras narrativas canónicas que avanzan de
forma cronológica. Analpesis muy frecuentes y regresos al punto de partida o
incluso a uno futuro rompen ese orden lógico. Cuadros breves pero muy
efectivos, centenares de episodios y acumulación de materiales (discursos del
padre y de otros personajes, diarios, un largo poema, noticias periodísticas…)
demandan la pericia de un escritor muy solvente que se capaz de encastrar todos
esos elementos sin disonancias. Juan José Becerra lo hace, además con pequeñas
dosis de metaliteratura, con una tonalidad ecuánime, con humor e ironía y un
estilo de prosa de gran calidad, un registro lingüístico brillante. Un plus
añadido, un buen regalo para el lector de una inmensa, novedosa y excepcional
novela.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Cada
día me encontraba con algo nuevo de Mónica: la forma de sus piernas cónicas
extendidas en la cama, el pliegue que se formaba entre los muslos y el culo, la
curva de las costillas, el delgado rollo de carne del tamaño de un cigarrillo
que se estacionaba como una frontera entre las axilas y las tetas cuando me
echaba encima de ella, y las terminaciones saladas de la oreja que yo chupaba
porque me había dicho que era el camino más corto para atontarla de calentura y
chau: adentro. Sonó el timbre y nos desprendimos. Estábamos empapados, mirando
nuestros brillos y amando la suciedad que nos hacía sentir adultos. Me escondí
detrás de la puerta. Era Juan Carlos Giordano, Bebo, el primo hermano que
siempre se la quiso coger. Escuché que ya se iba. Entonces ¿para qué entrara?”
…..
“Bárbara
Rodríguez y yo nos separamos y ya no fui más su humorista ni su exégeta. Pero
algo que persistía en nosotros, un empecinamiento más que una esperanza, o
simplemente la dificultad de aceptar que habíamos caído por la ruta descendente
y resbaladiza del tiempo (¿acaso el tiempo no era una fuerza de gravedad?) nos
llevó a pasar juntos una última noche. Unas hilachas doradas cabalgaban del
gran amor que se iba, eran señales que latían moribundas en el espacio
preparado para fingir que seguirían viviendo eternamente en nosotros, ese
monstruo de dos cabezas que ya no era lo que había sido; pero que estaba hecho
de las costumbres naturalizadas por los años, usamos su memoria desviándolo
como un curso de agua para que esa noche, la última que Bárbara durmió en mi
cama, se pareciera, aunque solo fuese en la imagen engañosa que daba, a algunos
de nuestros grandes encuentros.”
…..
“-Cómo
me gusta tu pija…
-A
mí me gusta tu concha…está que se parte.
-¿Sí?
¿Está blandita? ¿Te gusta así?
-Sí.
En cualquier momento te mando la leche.
¿Tenés
mucha?
-Un
litro.
-No
me hables, no me hables…
-Diez
litros de leche gorda como te gusta a vos.
-¡No
me vas a acabar! ¡Avísame que salgo!
-¡Pará!
¡No salgas! Te voy meter toda la leche…un bebito te voy meter.
-Ay,
no, no me acabes que me vas a hacer llorar…
-Me
estás bañando con la concha.
-¿En
serio me querés meter el bebito?
-Un
bebote te voy meter.
-¡Estás
seguro?
-Sí.
-¿No
te vas a arrepentir, no? ¿Me vas a querer
igual?
- Sí,
sí, quédate así, quietita. Métela hasta el fondo y quédate así…
-Dale,
méteme el bebé. Dame toda la leche completa…Dame mi nenito…
-Cállate
hija de puta que me la hacés saltar.
- Dámela,
dámela, dámela toda; dale, dame un bebé gordito que se ría.
-Tomala,
tomala toda, tragala, bañate hija de puta.
¡Ay!,
¡ayyaaa!, ay, sí, lárgala. Dame el bebito, ay, sí mi bebito…
Ella
avanzaba tres veces hacia mi con movimientos largos y nos quedamos abrazados. Se
ve mi rostro de perfil tapando el suyo. Diez segundos más tarde se inclina hacia
atrás, apoya la espalda en la cama y queda allí, con los brazos extendidos a lo
largo de su cuerpo. Luego se levanta y queda apoyada sobre los codos hundidos en
el colchón.”
(Juan José Becerra, El espectáculo del tiempo, 81-82, 191, 342-343)
Muy bueno...
ResponderEliminarAtrapante narrativa, con el anzuelo del tema, de ese tiempo que es como el agua donde nadamos sabiendo que nos ahogará en cualquier momento...momentos, todo es una suma de momentos que ya pasaron alguna vez. Me fascina la temporalidad insoslayable. No hay rebelión posible. Gracias, amigo, por este regalo, y gracias al autor.
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