Michelle Roche Rodríguez
Silex Ediciones, Madrid, 2016, 436 páginas.
Son cuatro los dogmas de fe con los que la
Iglesia Católica venera a María, la madre de Jesús de Nazaret: la maternidad
divina de María definida como dogma en el Concilio de Éfeso (junio del 431)
bajo el pontificado del papa Celestino I; la virginidad perpetua de la Madre de
Dios que fue definida como verdad de fe en el Concilio de Letrán en el año 649
bajo el papado de Martín I; la inmaculada concepción de María proclamada como
dogma por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854. Finalmente la asunción de
María a los cielos, definida así mismo como verdad de fe por el papa Pio XII el
15 de agosto de 1950. Hay una quinta advocación de María como madre de la
Iglesia decretada y establecida por el Concilio Vaticano II en la Constitución
“Lumen Gentium”, aprobada el 21 de noviembre de 1964 y proclamada por el papa
Pablo VI. No debe pues confundirse el llamado privilegio blanco de la madre de
Cristo, es decir, la creencia de que María vivió libre de todo pecado actual, y
fue así mismo preservada inmune de toda mancha de la culpa original
en el mismo instante de su concepción por singular gracia y privilegio
de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del
género humano, como reza la bula Ineffabilis
Deus con la que Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada concepción, con
la doctrina de la maternidad virginal de María “ante partum” y también “in
partu”, lo cual implica que Jesús fue concebido sin intervención de varón y
que María permaneció virgen antes, durante y después del embarazo, incluido el
acto de dar a luz.
Un libro editado hace apenas unas fechas por
la madrileña Silex Ediciones y escrito por Michelle Roche Rodríguez, analiza,
con la lupa de una crítica muy documentada, estos especiales privilegios de
María. La autora, experta en análisis de género, pretende, desde el ámbito de
los estudios culturales y con una perspectiva feminista, entender los contextos
dentro de los cuales se construyó la narrativa mariana. El título de su libro, Madre mía que estás en el mito nos
ofrece una buena pista acerca del objetivo de su investigación: el Mito de
María, como objeto cultural de enorme importancia en la consolidación de la
identidad del género femenino en el mundo occidental. María convertida en
modelo para lo femenino en Occidente. Un mito machista, no solo por su difusión
por hombres, sino también porque promociona la virginidad, una forma de
renuncia al cuerpo. El cristianismo, a través del helenismo, es heredero del
dualismo platónico que anatematiza al cuerpo considerándolo cárcel del alma,
según Agustín de Hipona parte inferior del alma, la entidad deseable, alejada
del cuerpo, aunque le niegue el placer a la mujer.
Michelle Roche construye su ensayo basándose
en tres grandes pilares: el Mito de María, con lo que pretende diferenciar el
personaje real, la mujer que seguramente existió según afirman los escasos
testimonios bíblicos, y el personaje femenino construido por la historia. En
una segunda línea de fuerza, estudia la relación de María con los sistemas de
poder en Oriente y Occidente, responsables en último término de la creación de
la mitología mariana. En un tercer nivel, el libro analiza cómo ese arquetipo
materno del Mito de María configura la comprensión del mundo desde lo femenino,
y determina los roles de la mujer, especialmente los de la abnegación y el
sufrimiento.
Para construir el perfil mítico de María, la
autora se basa en las investigaciones de varios mitólogos como Joseph Campbell,
Roland Barthes. Obiamente también está presente el concepto de mito de Mircea
Eliade (“… el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha
tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los «comienzos»”,
Mito y realidad, página 18). También
en los estudios e investigaciones de feministas como Luce Irigaray, Julia
Kristeva y Camille Paglia. Pero en el sustrato de su ensayo late igualmente la
exégesis bíblica más prestigiosa, representada sobre todo por Rudolf Bultmann,
uno de los teólogos más importantes de la modernidad, especialmente en lo que
se conoce como “Quest for historical
Jesus”. El Cristo de la historia, pensaba Bultmann, es un simple hombre,
mientras que el Cristo del kerigma es el fruto de la predicación
pospascual y no responde al Cristo
histórico. El propósito de Bultmann es desmitificar el Nuevo Testamento que
está redactado, en su mayor parte, en lenguaje mítico-teológico y no registra
la historia objetiva. Los evangelios para Bultmann son testimonios de fe,
resabios de la época precientífica que enmarca al kerygma. Es imposible llegar
al Jesús de la historia y a los personajes con él relacionados a través de las
representaciones de fe que nos ofrecen los evangelios, que constituyen en sí
mismos un género literario que es preciso dilucidar en función de la
interpretación doctrinal de los hechos que en esos escritos se pretende, que no
suele ser otra que presentar los acontecimientos de una forma maravillosa, con el objetivo de ganar más
adeptos para la religión que enseñan. Por eso mismo, la doctrina bíblica de la
encarnación virginal del Verbo debe de ser considerada como una narración
mitológica. Y lo mismo cabe decir de la concepción inmaculada de María; de la
que no hablan los evangelios canónicos, pero que según la tradición fue fruto
únicamente del abrazo que Joaquín le da a su esposa Ana delante de la Puerta
Dorada tras el regreso del ayuno en el desierto como penitencia para superar la
esterilidad de la pareja.
Las escrituras nuevotestamentarias no contienen la menor mención de ese dogma.
Lo que enseñan de forma terminante es que todos, sin excepción alguna, nacemos
con el pecado original. La salutación del ángel a María contenida en Lucas 1:28
(“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”) no significa que María no
cometiera ningún pecado ni que naciera sin la culpa original, sino simplemente
que Dios la favorece al elegirla para concebir al Mesías. Es por ello
“agraciada”, no poseedora de una plenitud de gracia, como lo indica la
expresión griega “pleres kharitos” que el evangelio de Juan (Juan
1:14) aplica a Cristo.
Michelle Roche considera el dogma de la
Inmaculada Concepción como uno de los aspectos más genuinamente católicos del
Mito de María. La creencia en la concepción inmaculada de María, es decir sin
relaciones sexuales de ningún tipo, procede, sobre todo, de un evangelio
apócrifo, El Protoevangelio de Santiago,
pero no fue aceptada por el cristianismo europeo hasta la Edad Moderna. No deja
de ser curioso que la primera referencia de que María había nacido sin la
mancha del pecado original es del siglo V y la mantuvo un hereje pelagiano,
Juliano de Eclana. Mas tanto Agustín de Hipona como Tomás de Aquino negaron la
inmaculada concepción. Escribe Tomás de Aquino: “Ciertamente (María) fue
concebida con el pecado original como era natural, ya que fue engendrada con la
intervención de los dos sexos (…) Si no hubiera sido concebida con pecado
original, no habría necesitado ser redimida por Cristo y, de ser así, Cristo no
sería Redentor universal de los hombres” (Brevis
Summa de fide, CCXXXII bis). Varios papas, entre ellos Sixto IV se negaron
a apoyar la posición de Duns Scoto, favorable a la creencia en la concepción
inmaculada de María: El Concilio de Trento tomó la decisión de no definirla
como dogma. Finalmente este fue proclamado por Pío IX, haciendo tabula rasa de
las Escrituras, de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino y dándole la razón a un
hereje.
En el campo de cierta teología católica se
defiende que existe un equívoco inicial que es preciso superar tanto en el tema
de la virginidad de María como en el de su concepción inmaculada: la distinción
entre el hecho y el cómo. Por vía racional,
se admite, es imposible explicar el cómo de la concepción de María sin
la intervención de los dos sexos en el acto sexual “que no puede ser sin pasión
después del pecado de nuestros primeros padres”, como aclara Tomás de Aquino.
Pero no por ello se debe negar el hecho consecuencia de un milagro. Por
consiguiente, sobra toda explicación racional del hecho. Un componente más de
la mitificación de María.
Todo esto y otros muchos aspectos del Mito
mariano aparecen analizados con inteligente penetración en Madre mía que estás en el mito. En múltiples secuencias
ensayísticas, profusamente documentadas, pero de lectura accesible, la autora
persigue desmitificar la figura de María para deconstruir “un enorme entramado
cultural” diseñado para excluir a las mujeres, a los cuerpos femeninos de la
sociedad y de los sistemas de poder.
El psicoanalista jungiago y miembro del
Círculo de Eranos. Erich Neumann, citado y analizado por la autora, centró
buena parte de sus investigaciones en el arquetipo de la Gran Madre, un tema
desarrollado en la reunión del Círculo de Eranos de junio de 1938. El arquetipo
matriarcal se caracteriza, frente a la actividad del patriarcado masculino, por
su pasividad, por su receptividad asimilatoria, por la renuncia, por su dominio
ctónico (detención de la libido), por la sumisión y la negación. Es la victoria
de lo patriarcal sobre lo matriarcal, entendida falsamente como progreso de la
humanidad. Esta Magna Mater, la diosa ctónica, aparece representada en el islam
chiíta bajo la figura de Fátima. En el cristianismo católico, la encarna María.
En su mitificación no solamente se la ha privado de la libido, sino también de
toda servidumbre corporal: concebirá un hijo sin concurso de varón, lo parirá y
seguirá siendo virgen, y ella misma será concebida “limpia de toda suciedad”.
Ese es el modelo esencial para las mujeres representado por la festividad de
este día. Lo resumen de forma cabal las palabras de Simone de Beauvoir que
inauguran la primera parte de este libro: “He aquí la suprema victoria
masculina, que se consuma en el culto de María: es este la rehabilitación de la
mujer mediante la realización de su derrota” (El Segundo Sexo).
Francisco
Martínez Bouzas
Michelle Roche Rodríguez |
Fragmentos
“Madre mía
que estás en el mito es el testimonio de
mi necesidad de entender cómo la maternidad virgen se convirtió en el discurso
fundamental de lo femenino en Occidente. Como sistema ideológico, el mito que
los teólogos construyeron de la Virgen María se convirtió en un agente de modelos de feminidad que
permitió no sólo naturalizar la paradoja de una maternidad casta sino construir
sobre esta noción un entramado moral definitorio de la cultura occidental que
otorga poderes casi de magia simpatética al sufrimiento y a la virginidad (que
en rigor es un estado físico y no espiritual) y la convierte en la finalidad de
una serie de discursos sociales y culturales diseñados para supeditar lo
femenino a lo masculino.”
…..
“A
partir de este momento voy a dejar de llamarla Virgen María porque esa
denominación la denigra a ella y a nosotras. La denominación la convierte en
objeto sexual, porque anteponerle a su nombre el adjetivo «virgen»
amputa su sexualidad señalándola. Lo peor es que inserta en el habla coloquial
la asociación de lo femenino con el sexo a partir de un juicio denigratorio del
cuerpo. Como en el lenguaje no hay nada vacío, llamarla Virgen María no oculta
la obsesión del cristianismo con la sexualidad, la deforma. No borra la
asociación de su nombre con la maternidad del Hijo de Dios, la resemantiza,
proponiendo una lectura inocente y haciéndole perder la cualidad histórica.
Llamarla Virgen María enuncia la paradoja de una mujer que incluso en el parto
mantuvo intacto su himen pero funda la naturaleza femenina que sólo encuentra
gozo en el sufrimiento y se «realiza» (esto no podemos olvidarlo) por la gracia de un
Dios masculino.
He aquí un modelo femenino imposible de
seguir.”
…..
“La obra que comienza con la concepción
de María y termina con el asesinato del rabino Zacarías, el padre de Juan
Bautista, ha sido la fuente del dogma de la Inmaculada Concepción, que afirma
que ella nació sin Pecado original. Ana y Joaquín no sostuvieron relaciones
sexuales en el momento de su concepción. Esto tiene lógica porque Agustín de
Hipona decía que ese pecado lo transmitía el hombre, como una enfermedad
venérea, durante la cópula. La pareja llegó a la avanzada adultez sin hijos,
así que Joaquín se fue a hacer penitencia al desierto y su esposa se quedó para
lamentarse vestida de luto en el jardín de su casa, mirando cómo los árboles
daban fruto y los animales jugueteaban con sus críos. Temía que al oprobio de
la falta de hijos se le añadiera el dolor de la viudez. Eran una pareja de
judíos ricos y generosos con los pobres, temerosos de Dios y seguidores de su
Ley, ¿por qué iba Dios a castigarles con la esterilidad? En estas cosas pensaba
Ana cuando comenzó a dibujarse sobre el fondo luminoso del cielo un ángel.
-El señor Dios ha escuchado tu
plegaria. Concebirás y darás a luz, y por toda la tierra se hablará de tu
descendencia.
La noticia llegó a Joaquín por otro
ángel que se le apareció en el lugar donde había practicado ayuno durante casi
cuarenta días. Joaquín se alegró tanto que mandó a sus pastores que le trajeran
diez corderos, doce terneros y cien cabritos.
-Ahora sí que el Señor Dios me ha
bendecido abundantemente. ¡La que era viuda ha dejado de serlo! Yo, que no
tenía hijos, he concebido en mis entrañas, dijo su mujer cuando lo vio.
Ana y Joaquín se fundieron en un
abrazo, en el primero de felicidad durante muchos años y fue en ese momento
cuando concibieron a su hija.”
…..
“Además estaba el avance de las teorías
científicas sobre el origen de la vida. Si era la noción de que Adán y Eva eran
el origen de la humanidad, aquello que pretendía proteger Ineffabilis Deus,
pronto perdió validez, porque apenas una década después de esa bula, Charles
Darwin publicó su Tratado sobre el
origen de las especies. El gran hallazgo
biológico del siglo XIX fue entender la existencia como un producto de la
generación espontánea de formas simples que con el tiempo se hicieron complejas
y el resultado fue que a la Iglesia se le hizo más difícil seguir afirmando que
Adán y Eva eran personajes que habían engendrado a la raza humana. La teoría
evolutiva hizo imposible establecer una relación entre María y Eva o señalar
que aquella había nacido sin el pecado de los primeros padres. Por eso, el
catolicismo tuvo que apelar, como en sus primeros tiempos, a la superstición.”
(Michelle Roche
Rodríguez, Madre mía que estás en el
mito, Silex Ediciones, páginas 14, 20, 53-54, 275)
Muy interesante...
ResponderEliminarMuy interesante, amigo mío. Yo soy cristiano, y aunque no me considero dogmático, o cerrado en mi forma de ver el mundo. Creo en los milagros, y partiendo de ello, puedo asimilar la posibilidad de la inmaculada concepción de María, y creer también que después de nacer Jesús, ella tuvo otros hijos con José, productos de sus relaciones carnales. No veo ese hecho particular como algo político, sino divino. Habría que preguntar a Dios todas sus motivaciones respecto a la forma en que decidió que el Mesías viniera así, y no de otra manera. Conforme no puedo probar lo que creo, tampoco me convence de lo contrario la literatura que pretende asegurar el embarazo de María como resultado de la unión carnal. Ha pasado mucho tiempo hasta hoy para tener una demostración inapelable de tales hechos. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Pastor por tu comentario: el libro no cuestiona el tema de los milagros, simplemente trata de poner de manifiesto que la virginidad de María y su concepción inmaculada fueron una construcción elaborada, no propiamente desde la Biblia- nada dicen los evangelios canónicos de esa concepción inmaculada- sino a través de la tradición, en consonancia con el pensamiento griego heredado a través del helenismo, que anatematiza el cuerpo, que lo considera fuente de pecado.Todo esto fue transmitido por el pensamiento patriarcal en contra de las mujeres, cuyo cuerpo siempre o al menos hasta hace poco, fue considerado pecaminoso (fuente de pecado. Por eso, cuando se propone a la virginidad de María y a su concepción inmaculada, al margen de cualquier cópula sexual, como modelo femenino, en el fondo lo que se está haciendo es rebajar el cuerpo y la sexualidad a la categoría de objetos peligrosos. Así pues el modelo que se les propone a las mujeres con este dogma es el de ser mujeres virgenes como Maria. Hoy esa mentalidad está superada porque, desde el Concilio Vaticano II, se reconoce el valor de las realidades terrenas, el cuerpo y la sexualidad dejaron de ser malos y fuentes de pecado.Sin embargo, el modelo heredado de otras épocas sigue ahí. Ese modelo es el que representa Maria, madre de Jesús, siempre virgen y concebida por un simple abrazo de sus padres, Joaquín y Ana. El libro de Michelle Roche pretende desmitificar todo eso.
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ResponderEliminarYo creo que hoy en día el tema de la virginidad de María está un poco fuera de lugar. Me parece que hay poderes y milagros que podrían hacer posible cualquier cosa. Nosotros, desde nuestra ignorancia;ni con ciencia;ni sin ella, estamos preparados para abarcar el Conocimiento. Así que, me parece un poco pueril la discusión sobre el tema.Y...qué más da si era virgen o no ? A veces, las feministas, son más papistasvque el Papa.La teoría es admisible y puede ser discutida. Pero en mi opinión, el hecho en sí no es relevante, subque.comprendo que.sí lo puede ser para otr@s y obviamente,lo respeto. El sexo, tanto en el hombre como en la.mujer, se puede sacralizar y darle la dimensión que merece como acto voluntario de cocreación y de unión con el opuesto
ResponderEliminarYo creo que hoy en día el tema de la virginidad de María está un poco fuera de lugar. Me parece que hay poderes y milagros que podrían hacer posible cualquier cosa. Nosotros, desde nuestra ignorancia;ni con ciencia;ni sin ella, estamos preparados para abarcar el Conocimiento. Así que, me parece un poco pueril la discusión sobre el tema.Y...qué más da si era virgen o no ? A veces, las feministas, son más papistasvque el Papa.La teoría es admisible y puede ser discutida. Pero en mi opinión, el hecho en sí no es relevante, subque.comprendo que.sí lo puede ser para otr@s y obviamente,lo respeto. El sexo, tanto en el hombre como en la.mujer, se puede sacralizar y darle la dimensión que merece como acto voluntario de cocreación y de unión con el opuesto
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