Mario Vega
Valparaíso Ediciones, Granada, 2016, 63 páginas.
Mario Vega (Oviedo, 1992) llega a poeta muy
joven, y no obstante su poesía no parece una obra inmadura y mucho menos
improvisada. Quizás él, como un gran poeta renacentista, cumbre de la lírica
española, hable algún día de estos versos, estrofas y poemas de su primer libro
como aquellas obrecillas que en la mocedad y casi en la niñez se le cayeron de
entre las manos. Sé de buena tinta que Mario Vega no considera su poemario como
una obra madura, sino como poemas escritos en ese tránsito de la adolescencia a
la madurez. Sin embargo, como lector, este su primer libro me sabe a fruta madura; a una plasmación de la expresión pura caracterizada
por una gozosa serenidad. En efecto, la poesía “joven” de Mario Vega se sutura
dignamente con aquella poesía que expresa y simboliza la apacible serenidad, la
veta de la poesía clásica, una condición fielmente reflejada en la imagen de la
portada de Al umbral de las horas, en
las citas de Cátulo, Marcial, Propercio, si
bien modernizada por la influencia de los poetas contemporáneos a los que
homenajea en la citas paratextuales que encabezan varios de sus poemas; e
intertextualizados posiblemente en los
mismos: Víctor Botas, Francisco Brines, Rafael Alberti, Felipe Benítez Reyes,
Luis Cernuda, Ángel González, Luis García Montero entre otros, sin olvidarnos
del magisterio del profesor y poeta José Luis García Martín.
Pero, siendo sus versos, estrofas y poemas
una plasmación de la expresión pura por
la sobriedad y sencillez estilística -el incomparable ne quid nimis-, Mario Vega es al mismo tiempo un poeta íntimo y
ardoroso. Bajo la marmórea hermosura de sus estrofas, arde la llama viva de la
inspiración y sus palabras tienen el recato del ascua encendida que ilumina sin
incendio y calienta sin abrasar. Primor pues de depuración y equilibrio sobre
los que reverbera un íntimo fuego
lírico, la emoción poética. Sin ella no habría poesía, sino una secuencia de
palabras encadenadas y sujetas quizás a medidas y rimas, pero nada más.
Leo y me empapo -o eso procuro- de la
sustancialidad de los treinta y cuatro poemas que le dan forma y contenido a Al umbral de las horas, y nada hallo que
remita al artificio, a la sonoridad fácil y somera, sino la búsqueda de la
palabra exacta, términos quizás cotidianos que adquieren en la pluma del poeta
lustre, armonía y belleza.
Claridad y acordada armonía, musicalidad no
artificial, limpieza de lenguaje empapan las tres partes en las que Mario Vega
organiza los poemas de su opera prima. “Amarilis”: ocho poemas evocadores del
amor, también de la soledad del amor fenecido, porque el tú amado tomó otro
camino diferente. El amor de los veinte años (¡Alberti dixit!) que no se
arrepiente de nada en el frenesí de la noche pasional. Una recuperación del
tópico horaciano: la invitación a gozar de la juventud. Mas también una poesía
amorosa que recuerda a Pedro Salinas y que se realiza en la dialéctica de un yo
y un tú enamorados, como se deja sentir en
poemas como “Cautiva intimidad”, “Ruego” o “Balada interior”, entre
otros: “…ahora unidos por un solo / amor tan inconstante como efímero /
abandonado al último viaje / más allá de la muerte” (página 21).
En la segunda y tercera parte (“La orilla” y
“Soledades”) se acentúa, si cabe, la profundización del poeta en la lírica de
la experiencia y en la poesía descriptiva, pero no de geografías externas, no de
nubes y calles, sino de los senderos más íntimos del ser, los paisajes más
profundos del alma. Frente al experimentalismo y a la poesía arriesgada, los
poemas de Mario Vega, en la senda de sus maestros José Luis García Martín o
Luis García Montero, son lírica mimética con relación sobre todo a la realidad
interior. Intimismo que se despliega en monólogos vivenciales de la juventud
rebelde, soliloquios o ficticios diálogos sobre la propia labor del poeta que
se reconoce “el ser más frágil / que habita este mundo: puedes matarme con
pasar la página” (página 27); el voraz paso del tiempo causante del olvido, ese
tiempo que “solo queda para herirnos” (página 30). Los recuerdos adquieren una profunda carga connotativa en
la transmisión de las interioridades de la voz poética: recuerdos que evocan
miradas que aún persisten tan solo como ascuas, o los versos de Eliot para liberarse
de la soledad, del viejo espejo de madera testigo de los pasos infantiles y del
bello rostro de la persona amiga, hoy cansada y vieja pero imagen perfecta de
belleza. O de los árboles marchitos que estimulan un regreso a los rincones de
la infancia. Mas los recuerdos también hacen que surja la reflexión, y con ella
el deber de asumir que llega la madurez a pesar de que sabemos que no existe
(“La madurez tan solo es una máscara / que nos oculta el miedo a morir jóvenes”,
página 42).
La experiencia se hace así mismo
autobiografía, memoria especialmente de la juventud evocada con cierto aire
melancólico como algo “que acabará por
ser solo cenizas” (página 53). Entonces el único camino es vivir el “carpe
diem” de una segunda adolescencia. Pero también descripción de algunos momentos
del día, si bien siempre en conjunción
con los estados anímicos. La calma de una tarde de abril seguida de la
“la noche y su puñal de frío viento”. O lugares como las tierras castellanas
manchados de recuerdos.
Varios son en los poemas de aliento clásico,
de ritmos acompasados y armonía musical del poemario de Mario Vega, los topoi literarios: los recuerdos de la
infancia, el paso del tiempo, el universo amoroso con sombras y luces, la
presencia determinante de la memoria. Temas inteligentemente revisitados y
apropiados con voz propia y auténtica. Son ellos las vigas maestras sobre las
que se sostiene esta poética de lo vivido. Son igualmente perceptibles algunos
estilemas, elementos simbolizadores recurrentes: la noche, tiempo de amor y de
la esperada muerte, la playa entendida como territorio de disfrute, la nada y
su eterno reino.
En esta poesía de la experiencia, el poeta
no canta, cuenta y describe, comunica los estados del alma, con equilibrio
entre contenido y forma, con contención y tino. Versos muy trabajados para
lograr que se presenten desnudos, cribados de cualquier exceso barroquizante
-apenas algún hipérbaton-; con un hábil manejo de los metros clásicos,
incluidos los milenarios tankas japoneses. Arte de difícil temple en una época
como la actual tan a contracorriente de esta clase de algoritmia versal. El
resultado es una poesía vivencial, esencializadora, aunque sin ir a las
esencias, escrita con elevada depuración sintagmática y concentración
expresiva. Mario Vega, precoz cincelador
de la palabra como lo demuestran estos versos vivenciales de su debut en
solitario. Por eso apuesto a que el camino hoy abierto tendrá continuidad en
otras entregas poéticas, teñidas de la excelencia que brinda el tiempo, como reconoce
el poeta.
Francisco
Martínez Bouzas
Selección de
poemas de Al umbral de las horas
CREPÚSCULO
“Saca del mar, amor, tu mano plena
del rocío, del viento que la enfría
ante el clamor del valle, verde guía
hasta tus pies en la candente arena.
Escucha de la brisa larga pena
al acercarse hasta la orilla umbría
y ver como la luna aparecía
ensangrentada -en tu mirada llena-.
Y de la luz de ambos astros torna
a tu mano, tu rostro, iluminada.
Descubre del color argénteo paso
del tiempo que la carne al hueco adorna.
Hunde en el mar, amor, tu mano helada,
sumérgela en el fuego del ocaso.”
(página
13)
…..
RENCUENTRO
Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa
Joan Manuel Serrat
“Volver a ver tu pelo,
tu pelo huracanado entre la arena
de aquella playa donde disfrutamos
-en el calor- nuestro primer encuentro.
Repetí tantas veces el amor de la noche
tantas promesas rotas
en ese nombre
tuyo tan pequeño
Oh, Irene -o quizá fuera Amarilis-.
En la noche tomada por el viento
de una luna arrastrada por las olas
nos prometimos un amor secreto
que no supiera de relojes, gentes,
del amnésico humo de ciudades.
Apreciamos la paz de la distancia
y su falsa promesa de habitar el recuerdo.
Las huellas en la arena se han borrado.
Volver a ver tu rostro después de tanto tiempo
y descubrir que nada es ya lo mismo.”
(página 18)
…..
INTROITO
“Mi juventud lograda en tantos años,
mi rebeldía, mi inocencia intacta
las perdí en el instante
en que tomé la grave decisión
de medir estos veros
y entregártelos libres de ceniza,
sin las manchas que poco a poco, lento,
el paso de los días va dejándonos;
sin aquellas palabras que me llevo,
que arrastro y me hacen ser umbrío, necio,
y transido de vida.”
(página 25)
…..
CARPE DIEM
A Lorenzo Roal
Apenas quedan los recuerdos tristes
que desmigábamos en el pasado.
Hoy tan solo perdura en la memoria
la fresca juventud de ciertos labios
y el volcán de inexpertos cuerpos tibios
manando de las noches de verano.
Escaso calculábamos el precio
del lento transcurrir de nuestra vidas,
sentados a la sombra de aquel árbol
probando de la fruta más prohibida
que pasaba por nuestros ojos niños,
creyendo indestructible la clepsidra.
Pero visto por fin el reloj roto
del exceso asumimos consecuencia,
siendo cada vez menos, más amargos,
rendidos a este raudo latir, queda
solo para salvarnos un camino:
vivir una segunda adolescencia.”
(página 57)
…..
EPÍLOGO
“Detrás, detrás del mar.
Detrás de los naufragios y mareas,
o de las cálidas manos del desierto
o el hálito del trópico, de juncos,
montañas, selvas, hielos;
se encuentra en una playa, observando
con ojos infantiles el ocaso.
Detrás, detrás del mar.”
(página 59)
Francisco, me parece una gran reseña por su calidad y calidez a la hora de introducirnos en este joven poeta. Sus versos, sus poemas, atestiguan cuanto dices, debe ser un gozo leer el libro que propones. Gracias por alentar y prodigar poesía. Un abrazo.
ResponderEliminarGran artículo...
ResponderEliminarSaludos
¡ Feliz Navidad !