Agustín Fernández Paz
Grupo EDEBÉ, Barcelona, 2016, 128 páginas.
Agustín Fernández Paz (Villalba, 1946 –
Vigo, 2016) fue y sigue siendo una de las figuras más destacadas de la
narrativa gallega contemporánea. Y también de la española porque la mayoría de
sus obras, sobre todo las publicadas en los últimos tiempo, aparecieron
editadas simultáneamente en gallego y en
español, así como en las restantes lenguas ibéricas. Una buena parte de su obra
se halla traducida a las más importantes lenguas del mundo, entre ellas a
alguna minoritaria como el bretón. Su trayectoria ha sido reconocida con los
más destacados premios de la literatura infantil y juvenil, y muchas de sus
obras han alcanzado numerosos records. Cartas
de invierno, quizás su novela más conocida, acaba de alcanzar los cien mil
ejemplares vendidos en la edición gallega. Es el libro sin duda más vendido de
la literatura gallega moderna, si fijamos la frontera divisoria en 1990. Otras
de sus obras han alcanzado así mismo numerosas ediciones.
Agustín Fernández Paz falleció el 12 de
julio de 2016. Sin embargo, el autor tuvo la energía suficiente para ir
escribiendo, entre las visitas a los médicos, esta pequeña pieza ficcional que
no desmerece de sus obras más referenciales; escrita además con el mismo rigor
y devoción con los que siempre se enfrentó a la literatura juvenil e infantil.
O para ser más precisos, a esa literatura de fronteras que les interesa por
igual a niños, adolescentes y adultos. Esa novela póstuma -ojalá no sea la
última- nos llega ahora editada en español y en gallego por EDEBÉ y su sello
Rodeira.
El protagonista de la novela, después de
estudiar en Barcelona, marcha a París donde se convierte en artista famoso. Con
sesenta años, regresa a su villa natal para ser homenajeado como hijo adoptivo.
Es Valverde, la pequeña villa gallega donde, en su infancia, le había ocurrido
un “desagradable incidente”, cuyas circunstancias vuelven aflorar en su primera
noche en el lugar de su nacimiento. Pero se propone saldar definitivamente,
durante esa noche insomne, las cuentas de aquel episodio olvidado gracias a la
terapia médica. Y para ello se remonta a su adolescencia y cuenta lo acontecido
en la Casa del Miedo, una caseta abandonada donde la curiosidad infantil lo
empuja a entrar. Y a partir de aquí, el miedo, el terror, leyes y objetos
mágicos surgen por todas partes y acompañan al protagonista en un periplo
rodeado de misterio, de pasmo y de la presencia de elementos y de fuerzas que
superan los límites de la razón.
Es la casa encantada, en cuya entrada da
comienzo un verdadero viaje de iniciación del joven protagonista a través de un
mundo lleno de peligros, maldiciones, seres perniciosos y mágicos, entre los
que también halla ayuda, solidaridad y amistad. La dualidad, en definitiva, del
Bien y del Mal.
El autor va creando con la dosificación y el
ritmo adecuados esa atmósfera de terror y de miedo, con la intervención de
determinados elementos y seres: puertas que se cierran de repente; murciélagos que chocan contra la ventana del cobertizo en
el que el protagonista queda encerrado; una figura fantasmal hecha de humo y
niebla; un cuervo que habla; la Isla de la Luna en la que habita una maga, pero
también el Señor de las Serpientes tras el Río Negro y el Bosque Sombrío; una
portentosa piedra roja, potente amuleto que mata a las serpientes; en fin, la
llave de la salvación.
Como marcan los cánones de este subgénero
narrativo y de la novela de iniciación, el protagonista va superando pruebas y dificultades,
y el desenlace es el que el lector presiente a medida que consume las páginas
que narran esta aventura.
La novela pertenece claramente al género de
terror y muestra, sin ninguna duda, el sentido de lo morbosamente antinatural
que es como Lovecraft definió el género. Pero La casa del miedo es muchas más cosas: es especialmente un
canto a la amistad y al apoyo solidario,
con pequeñas dosis de un incipiente amor adolescente.
La novela se ajusta a las grandes líneas
compositivas y formales de la narrativa de Agustín Fernández Paz: la solidez de
sus historias por muy fantásticas que puedan parecer, una arquitectura del
relato perfectamente diseñada y erguida, no con la frase brillante o exquisita,
sino con esa escritura clara, cimentada en la naturalidad lingüística
característica formal de la narrativa del autor. El relato fluye espontáneo en
la pluma de Agustín Fernández Paz; gradúa perfectamente el ritmo narrativo; le
cede la narración al personaje protagonista que lo hace en primera persona para
conferirle mayor credibilidad a lo que cuenta. El uso frecuente del pasado imperfecto
que actúa sobre el presente, preñando la historia de sensaciones de amenaza. Presencia
igualmente, aunque en esta novela muy breve, de los menhires, una marca de la narrativa
de Fernández Paz. Y evocaciones de H. P. Lovecraft, uno de los grandes referentes
del escritor vilalbés. También algún guiño a Tolkien, sobre todo por la presencia
de amuletos mágicos y del Señor de las Serpientes.
En resumen, una novela que se suma con dignidad
al macrotexto de Agustín Fernández Paz y que degustarán con deleite lectores de
todas las edades.
Francisco
Martínez Bouzas
Agustín Fernández Paz |
Fragmentos
“Ayer regresé a Valverde, el pueblo en el que
transcurrieron los primeros doce
años de mi
vida. No había vuelto nunca, hasta llegué a borrarlo de mi memoria
durante varias
décadas; Valverde era solo el nombre que, unido a la fecha de
nacimiento,
aparece en biografías y textos referidos a mí o a mis obras en
múltiples
páginas de la Red.
La vida me ha llevado por lugares lejanos y
diferentes, y durante mucho
tiempo creí que
a eso se debía el olvido de mis raíces primigenias. Hoy sé que
había otras
razones más poderosas.
Desde que abandonamos el pueblo, tampoco en mi
casa se volvió a hacer
referencia a
él. En este asunto, mi madre se mostraba tajante: «Tu padre y yo
pasamos trece
años allí; fue más que suficiente. El mundo es mucho más
extenso que los
límites de Valverde. Por mi parte, esa etapa está más que
olvidada».
Resultó fácil borrarlo de la memoria. Nos
ayudó nuestra mudanza a
Vigo, donde mi
padre había conseguido un puesto destacado en su empresa; la
fascinación por
la ciudad enseguida me llevó a olvidar el pueblo y, sobre todo,
lo que en él me
había ocurrido: el «desagradable incidente», como lo
denominaba mi
madre. La ayuda de los psiquiatras infantiles que me trataron
durante varios
meses fue decisiva para sepultarlo en lo más profundo de mi
cerebro.”
…..
“Me venció la curiosidad. O, quizá, fue
alguna extraña fuerza la que tiró
de mí. El caso es que me acerqué y empujé un poco la
puerta. Cedió sin
resistencia, y entonces asomé la cabeza para saber lo
que había dentro. Vi
algunas horquillas y azadas arrimadas a la pared, dos
cestos de los de las
patatas, un taburete de madera, un haz de varas en una
esquina, algunos sacos
amontonados en otra... El suelo era de tierra pisada,
y las esquinas de las
paredes aparecían repletas de telas de araña. Mi padre
tenía razón, no había
nada anormal allí.
Lo
lógico hubiera sido irse tras aquel fugaz examen, pero de nuevo pudo
más la curiosidad. Me pareció distinguir un objeto que
brillaba entre los sacos, y
allí entré para ver de qué se trataba.
En ese
mismo instante la puerta se cerró con fuerza, como si una ráfaga
de viento loco la hubiera empujado. Solo que no hacía
viento en absoluto.
Corrí e intenté abrirla, pero no había manera. La
puerta aparecía tan
firme como si alguien hubiera dado dos vueltas de
llave en la cerradura. Solo
que allí tampoco había ninguna llave.
Tras
intentarlo durante varios minutos, cada vez más angustiado, cada
vez más sudoroso, comprendí que nunca sería capaz de
abrirla sin ayuda.
¡Estaba atrapado en el interior de aquella caseta que
tanto temor me provocaba!”
…..
“Mis
padres me encontraron en el interior de la Casa del Miedo. Había perdido
el conocimiento y sentía una debilidad extrema,
después de pasar allí los cinco
días que habían transcurrido desde la tarde en que
desaparecí. Cinco días sin
comer ni beber, expuesto al frío de la noche,
indefenso ante la soledad y el
miedo. Todas esas circunstancias explicaban las frases
delirantes que, según
ellos, no cesaba de pronunciar. La noticia de mi
desaparición había salido en
todos los periódicos y había movilizado a una gran
cantidad de gente; como
suele ocurrir, circulaban las hipótesis más peregrinas
sobre las causas que
explicarían mi ausencia.
Tras
internarme durante varios días en un hospital de Compostela,
donde hicieron todo lo posible para que me recuperase
de las privaciones que
había sufrido, pude contarles a mis padres lo que me
había sucedido. Antes
había hecho lo mismo con los médicos que me
atendieron, y volví a hacerlo
cuando la policía me interrogó. Pronto me di cuenta de
que no se creían ni la
primera palabra y atribuían mis fabulaciones a las
circunstancias terribles que
me había tocado
vivir.”
(Agustín Fernández Paz, La casa del miedo, páginas 9-10, 27-28, 132-133)
Me he zambullido en cada fragmento, por momentos como tú dices Francisco, Me parecía estar leyendo desde mi adultez al admirado Lovecraft, y logré al mismo tiempo sentir ese temor interno de la niñez cuando leía algún cuento de un terror diferente, ese terror que se siente y no se sabe cómo contar. Creo que es una característica de algunos escritores, donde lo impredecible, lo desconocido, se torna más amenazante que lo que ocupa un lugar, una figura determinada. Tu reseña lo expone de una manera que despierta el interés por leer los fragmentos, y luego por conseguir el libro. Realmente lo que observo en este tipo de literatura, es que atrapa al adulto y que a la vez rememora sentimientos y emociones palpadas en lecturas de la niñez. No es que se parezca el contenido sino que lo que se refleja es la intranquilidad, la inquietud inexplicable, el desasosiego, casi una alarma sonora que agita nuestro pensamiento en el momento de leer una aventura de la naturaleza de la que tú nos hablas de este autor.
ResponderEliminarComo siempre, una muy rica reseña que despierta el deseo de enterarse de qué se trata.
Saludos afectuosos.
Muy bien expuesto...
ResponderEliminarGracias, Francisco Martínez Bouzas, leí tu estupenda recensión: nada que objetar, obligas -casi- a intentar tener ese libro entre las manos. Un abrazo.
ResponderEliminarTeo.
En verdad, es cierto que el autor te lleva de su mano y te hace sentir de una manera muy directa sus experiencias. Es un relato que te atrapa fácilmente y que puede resultar casi familiar; porque, ¿quién no ha sentido miedo o terror siendo niños? Quizás las dosis de terror que el vivió supera a otras que todos los niños hemos experimentado en alguna que otra ocasión; pero los sentimientos que expresa, no resultan ajenos. Como bien dices, Francisco, utiliza un lenguaje sencillo y directo, lo cual, lo hace aún más común. Creo que me gustaría el libro y me extraña que no lo hayan llevado al cine. Da para una buena película de terror. Gracias por compartir tu reseña, Francisco. Saludos
ResponderEliminarMagnífico trabajo, amigo. Me ha atrapado con esa magia que se vislumbra en estos fragmentos. Abrazos.
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