W. G. Sebald
Traducción de Miguel Saénz
Editorial Anagrama, Barcelona, 158 páginas
(LIBROS DE FONDO)
Si el dolor es igual para
todos ¿por qué el ominoso silencio que durante épocas desplegó una cortina de
olvidos y omisiones sobre las víctimas de otro holocausto, el holocausto
sufrido por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial? Una de las razones
podría ser la máxima atribuida a Wiston Churchill: “La Historia la escriben los
vencedores”. Son ellos lo que se apoderan de la misma. El sentimiento de
ignominia que dominó la sociedad alemana
en la posguerra, convirtió en tabú colectivo la espantosa y sistemática
destrucción de ciudades alemanas por la aviación de los aliados. No resulta
fácil hacerse una idea aproximada de las
dimensiones que alcanzó el horror de esa devastación. Pero hoy sabemos que
centenares de poblaciones alemanas fueron objetivo de esos bombardeos de los
aliados, y que muchas de ellas fueron completamente arrasadas; que provocaron
la muerte de seiscientos mil civiles alemanes. Sin embargo, en Alemania, todo
eso nunca fue objeto de un debate público, quizás porque un pueblo que asesinó
a millones de seres humanos, o miró para otro lado cuando eso se hacía, no
podía exigir cuentas a las potencias vencedoras de la lógica político-militar
que decidió la destrucción de las ciudades alemanas y provocó cientos de
víctimas civiles.
Seguramente que muchos de los afectados
vieron, como se señala en un relato de Hans Erich Nossack sobre la destrucción
de Hamburgo, los gigantescos incendios como un castigo merecido. Otros
recurrieron sencillamente al truco de la eliminación, el reflejo defensivo de
cualquier experto (Stanislaw Lem).
Sin embargo, desde hace años, distintos
escritores, entre ellos Enzensberger, Günther Grass, Jörg Friedrich, Max Frich
o Anthony Beevor han hurgado en una herida escondida en el silencio de una
guerra justa pero con matanzas premeditadas. Uno de los más conspicuos en
explorar este tabú colectivo fue W.G Sebald (1944-2001). El escritor alemán, el
Joyce de finales del siglo XX, al que un trágico accidente colocó
definitivamente en la nómina de los no-Nobel, es uno de los casos más
relevantes de escritores que apuestan por los géneros híbrido, por la
literatura fronteriza, que demuestra con
su obra que “la literatura puede ser, literalmente, indispensable” (Susan
Sontag). Sus obras se cimentan en la “non-fiction” que transita de la
fabulación al ensayo y de la palabra a la imagen o al documento oficial,
posiblemente como la única forma de supervivencia.
Sebald fue sin duda uno de los escritores
con mayor autoridad moral para preguntarse sobre el porqué de la destrucción sistemática de Alemania y del
silencio posterior que equivalía a la negación del pasado. Porque las
referencias al exterminio de los judíos europeos ocupan un lugar central en su
obra, en especial en Los emigrados
que reconstruye la existencia de cuatro judíos que huyen de Alemania como
consecuencia del ascenso del nazismo. Y también en su última novela, Austerliz, un intento de levantar un
monumento alternativo al Holocausto y en la que el protagonista descubre, en un
dramático ejercicio de memoria, que sus padres mueren en los “lagers” del
régimen nazi. Pocos escritores además han mostrado tanta empatía por los
desterrados, por los expatriados de su propio país como W.G. Sebald.
En el año 2003, Anagrama reunía en su
colección “Panorama de narrativas” dos textos de Sebald, escritos en 1999:
“Guerra aérea y literatura” y “Alfred Andersch”, bajo el título Sobre la historia natural de la destrucción.
En ambos ahonda en el “ominoso silencio”, en el tabú
colectivo entre el pueblo germano. En una implacable exploración de las
profundidades del ser humano, Sebald narra algunos aspectos de una devastación despiadada.
Y lo hace, no como un historiador, sino desde la perspectiva de la solidaridad
y desde una honda y rigurosa sensibilidad estética capaces de captar el dolor humano.
Por ejemplo, cuando habla de la destrucción de Hamburgo. Sebald intenta hallar
una explicación al hecho de que la destrucción sistemática de las ciudades
alemanas “quedó excluida en gran parte de la experiencia retrospectiva de los
afectados”. Ha habido muy pocas respuestas y para Sebald ese mutismo equivale a
una segunda destrucción. Pero él si las da. Por ejemplo, deja constancia de que
los bombardeos nocturnos sobre la población civil, sin elección de puntos
estratégicos (fábricas, depósitos de combustibles…) no mermaron el poderío
bélico alemán, asesinaron a seiscientos mil ciudadanos civiles y dejaron a
otros siete millones y medio sin hogar. Aunque quizás todo pueda explicarse
desde el punto de vista de la lógica económica: las bombas eran “mercancías
costosas” y había que echarlas a andar,
a matar. Todo ello no se aleja demasiado del apoyo de Wiston Churchill a
la estrategia de su comandante Arthur “Bomber” Harris: “… quienes habían
liberado esos horrores sobre la humanidad, sufrirían en sus personas y hogares
los golpes demoledores de un justo castigo”.
Evocaciones espantosas alejadas del
sentimentalismo (el cine que perdió una de sus paredes debido a un bombardeo
sin que se interrumpiera la proyección, el desconcertado deambular de los
animales del zoo berlinés por las ruinas sin poder comprender lo que sucede,
madres que transportan en sus maletas los cuerpos abrasados de sus hijos…) son
testimonios elocuentes de lo que fue una historia premeditada de destrucción.
El siniestro silencio también es analizado por
Sebald en “El escritor Alfred Andersch”. Alfred Andersch, mediocre y vanidoso escritor (“La literatura alemana
tiene en Alfred Andersch uno de los talentos más sólidos e independientes”,
escribió él mismo en la solapa de uno de sus libros). Cobarde y oportunista como
persona -se separó de Angelika Albert, su mujer judía en 1942, sin preocuparse
por su destino- es un ejemplo paradigmático de cómo un personaje público
realiza intentos, más o menos conscientes, de adaptación y de ajuste mediante
discretas y sinuosas andanzas para forjarse una imagen pública de creador
políticamente correcto. En esa preocupación por retocar la imagen reside, según
Sebald, una de las razones fundamentales de la incapacidad de toda una
generación para describir y traer a la memoria los horrores presenciados. Para borrar lo que no quiere saberse y arrojarlo al olvido.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“En
pleno verano de 1943, durante un largo período de calor, la Royal Air Force,
apoyada por la Octava Flota Aérea de los Estados Unidos, realizó una serie de
ataques aéreos contra Hamburgo. El objetivo de esa empresa, llamada «Operación Gomorrah» era la aniquilación y reducción a
cenizas más completa posible de la ciudad. En el raid de la noche del 28 de julio,
que comenzó a la una de la madrugada, se descargaron diez toneladas de bombas
explosivas e incendiarias sobre la zona residencial densamente poblada situada
al este del Elba, que abarcaba los barrios de Hammmerbrook, Hamm Norte y Sur, y
Eilbek, Barmbek y Wandsbek. Siguiendo un método ya experimentado, todas las
ventanas y puertas quedaron rotas y arrancadas de sus marcos mediante bombas
explosivas de cuatro mil libras; luego, con bombas incendiarias ligeras, se
prendió fuego a los tejados, mientras bombas incendiarias de hasta quince
quilos penetraban hasta las plantas más bajas. En pocos minutos, enormes fuegos
ardían por todas partes en el área del ataque, de unos veinte kilómetros
cuadrados, y se unieron tan rápidamente que, ya un cuarto de hora después de la
caída de las primeras bombas, todo el espacio aéreo, hasta donde alcanzaba la
vista, era un solo mar de llamas.”
…..
“Con fecha de 20 de agosto de 1943, en
el pasaje antes citado, Friederich Reck informa de unos cuarenta o cincuenta
fugitivos que intentaron asaltar un tren en la estación de la Alta Baviera. Al
hacerlo, una maleta de cartón «cayó en el andén, se reventó y se vació su
contenido. Juguetes, un estuche de manicura, ropa interior chamuscada.
Finalmente, el cadáver de un niño asado y momificado que aquella mujer medio
loca llevaba consigo como resto de un pasado pocos días antes todavía intacto».
Es difícil imaginar que Reck se inventara esa espantosa escena. Por toda Alemania,
de una forma o de otra, la noticia de los horrores de la aniquilación de Hamburgo,
debió difundirse a través de los fugitivos, que oscilaban entre una histérica voluntad
de supervivencia y la más grave apatía.”
…..
“El reportaje de Kluge sobre la destrucción
de Halberstat comienza con la historia de una empleada de un cine, la señora Schrader,
que, después de caer las bombas, se pone inmediatamente a trabajar con una pala
del refugio antiaéreo, para poder «despejar los escombros -como espera- antes de
la sesión de las dos de la tarde». En el sótano donde encuentra varios fragmentos
de cuerpos cocidos, pone orden colocándolos por de pronto en la caldera del lavadero.”
(W.G. Sebald, Sobre la historia natural de la destrucción, páginas 35, 38, 51)
Toda una reflexión...
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