En estas horas de dolor, esperanza y de
acrecentada conciencia de la necesidad de reconciliación de un país polarizado
entre el SI y el NO y con una increíble altísima abstención -la gran
triunfadora en la noche del 2 de octubre-, no me parece desacertada la idea de
reproducir un texto del poeta gallego Antón Avilés de Taramancos que, en el año
1989, tras su regreso a España, dedicó a Colombia, “la quinta provincia del
corazón”, el país que acogió amorosamente su exilio / emigración.
Contextualizo el artículo del poeta y
narrador gallego con una breve noticia de su odisea vital. Antón Avilés de
Taramancos (1935-1992) es el ortónimo y uno de los heterónimos con que firmaba
y fue conocido José Antonio Avilés Vinagre, uno de los grandes poetas gallegos
de la segunda mitad del pasado siglo. Buena parte de la vida de este escritor
monolingüe en gallego, transcurrió en Colombia; y a evocar, desde la distancia
una vez retornado en Galicia, sus vivencias en el país andino, “mi otra casa”,
dedicó un poemario Cantos caucanos
(1985), catalogado por la crítica entre las mejores obras líricas gallegas del
siglo XX. Y también un volumen de relatos bajo el título de Nueva crónica das Indias (1982). Poeta
colosal, elevó, como señaló Ramiro Fonte, la escritura gallega hasta sus
últimas fronteras donde aúlla el puma en la madrugada.
Colombia, el país que acogió el exilio del
poeta y le dio una esposa, dialoga con su obra literaria. En algún lugar del
país andino duerme la materia vital que le dio fuerza a la forma tan especial de
Avilés de Taramancos de contemplar la vida. Con casi veinte años de estancia en
Colombia, años de aprendizaje y realización profesional, divididos en dos
períodos: poeta transterrado en Bogotá (1961-1970), y la realización
profesional como librero en Cali y relativa bonanza económica (1971-1980),
donde José Pardo Llada le otorga el título virtual de Marqués de Taramancos.
La obra literaria de Avilés de Taramancos se
halla gobernada por referencias míticas que se acrecientan a raíz de sus
incursiones en el Amazonas, donde conoció al cacique Pataraíña, un gallego que
era jefe de una tribu; al chamán “Azulay”, un curandero que no sabía ni leer ni
escribir; a Kapax al que localizó en el municipio de Ibagué cuando en 1976
remontaba nadando los setecientos
kilómetros del Magdalena, desde su nacimiento hasta su desembocadura; al “Cura
Pérez”, el sacerdote zaragozano Manuel Pérez Martínez, comandante en jefe del
ELN y un anticipo de la Teología de la Liberación. En Nova crónica das Indias recrea ficcionalmente Avilés de Taramancos
historias localizadas en Colombia: la caza de la xaguarana negra, “tigre hambriento, animal excomulgado
en la selva oscura del Caquetá en compañía de Carlos Zamorano, Nereo,
originario de las llanuras del Meta y curtido en la guerrilla y el negro
Nicomedes. En otro relato refiere el encuentro en Buenaventura con su paisano
José Tobío, “Andrucho”, patrón del velero “Olga”, un hombre aventurero que huyó
desde Galicia a América, y desde Brasil, navegando por ríos infinitos, llegó a
Colombia donde comerció y colaboró con la guerrilla, con Pedro Antonio Marín,
alias Manuel Marulanda Velez, “guerrillero nómada”, que acababa de fundar las
FARC después del bombardeo de Marquetalia donde estaba asentado un grupo de
liberales y comunistas. “Andrucho” introdujo, desde tierras brasileñas, la
primera remesa de armas para la guerrilla del bajo Caquetá.
Mas sus relaciones no se circunscriben a
personajes rodeados de leyenda. Sus contactos con el mundo cultural colombiano
están documentados: intelectuales, escritores, artistas, e incluso presidentes
de la república como Guillermo León Valencia y su hermano Álvaro Pío. Entre
ambos se fragua una gran amistad, motivada por el hecho de que los dos hermanos
eran hijos del poeta modernista Guillermo Valencia. Está igualmente documentada
su relación y amistad con los poetas y escritores León Greiff, Pablo Rokha,
Jorge Gaitán, Hernando Valencia Goekel,
Eduardo Cote Lamus, Gabriel García Márquez, Gustavo Álvarez Gardeazabal… o los
pintores Ómar Rayo, Armando Villegas y Botero. También la amistad con Celia
Cruz, Miguelito Valdés, Mr. Babalú, Daniel Santos, el anacobero, Pacho Galán y
su orquesta y tantos otros.
No es de extrañar, por consiguiente, que
desde la lejanía, ya en Galicia recuerde con nostalgia Avilés de Taramancos las
noches de Cali:
(…) Ningunha
noite tan fermosa
como a noite
de Cali. Dionisios unxía os corpos
dun frensí
inegotábel e a danza era un rito
iniciático
unha
ceremonia necesaria…”
Cantos caucanos, página 26
Traducción
al español de Ánxeles Penas, página 45:
(…)”Ninguna noche
tan hermosa
como aquella de
Cali. Ungía Dionisios a los cuerpos
de inagotable
frenesí y la danza era un rito iniciático
una ceremonia
necesaria…”
O que
rescate con el fuego sagrado de la poesía, el recuerdo de Colombia, el paraíso
perdido, en el sobrecogedor canto elegíaco “Crónica ferida” con el que Antón
Avilés de Taramancos pone el ramo a Cantos
caucanos:
( … )
“Ouh territorio aberto, planura do confín, miña outra casa,
terra
onde o pan é frutal e o ar
encelma a sede máis enxoita e
corrosiva,
ai amor que me fenden os raios
da saudade, e quero ollar a
estancia,
encravar na pupila para despois
da morte
esa luz que me cruza, ese olor
que me chega,cilantro e malvasía
ese amor meu que nunca.
É deste sofrimento que aluma a
miña teia, é deste sofrimento,
é desa luz que vivo, do
carcomer perene de apreixar o olvido
e te-lo tenso, roxo nas brasas
da memoria.”
(
… )
Cantos caucanos, página, 62
Traducción al español de Ánxeles
Penas, página, 98:
“Oh territorio abierto, llanura del confín, esa otra
casa, tierra
donde el pan es
frutal y el aire encelma la sed más seca y
/corrosiva
ay amor que me
hienden los rayos de añoranza, quiero
/mirar la
estancia,
clavarla en la
pupila para después de muerto
esa luz que me
cruza, ese olor que me llega, cilantro y
/malvasía,
ese mi amor que
nunca.
Es de este
sufrimento que ilumina mi tea, es de este
/sufrimiento,
es de esa luz
que vivo, del carcomer perenne de agarrar el
/olvido
tenerlo tenso y rojo, en ascuas de
memoria.”
Francisco Martínez
Bouzas
…..
“LLANTO Y RABIA POR UN PAÍS
FLORIDO”
“Era la rosa de Jericó, la rosa de Cauca, la rosa
de Bolombolo. Los jardines de Antioquia, los cafetales de Armenia, los
algodonales de Sinu, los manglares de Buenaventura. Un país para soñar, desde
Macondo con sus mariposas amarillas hasta las llanuras de Villavicencio, ese
otro mar sin fin en la tierra bañada por tres mares: el Pacífico, el Atlántico
y el Amazonas. Después los mil río como nervaduras que recorren la piel y
llenan de hartura y de caminos la geografía más intensa que va desde el páramo
a la ribera blanca.
Se ama a Colombia desde lo más profundo de
sus entretelas; a la gente abierta y popular, siempre dispuesta a ofrecer
cobijo; a la tierra misma, ubérrima en las sabanas, en las vegas y en los
valles, y áspera en las cumbres nevadas donde el frailejón luce solitario como una bandera triunfal. Uno
quisiera despertar alegre, pongo por caso en Manizales o en Ibagué o en Neiva,
y ver la luz de un día diferente, como solamente allí se puede dar, y ver en
las faenas de la siembra a todo el pueblo cantando con esperanza y con
gallardía, que ese es su cariz más inmediato.
Ahora las fuerzas negras del terror abrieron
su navaja de seis cortes y arrojan todo el esplendor de su oro maldecido en el
molino del desastre y el país bambolea como una pluma en el aire. Son los «narcos», ese ejército de hambrientos de la vida de los demás, los que izan
la bandera y arremeten contra un pueblo inerme y soñador.
De los treinta millones de
colombianos, solamente unos cincuenta mil fueron capaces de corromper las
estructuras del país. Más de la mitad del ejército, más de la mitad de la
policía, más de la mitad de la guerrilla están contaminados por la «mierda del
diablo» que son los dineros de la coca, del crack y de la marihuana nacional,
primeros productos de exportación.
Los esfuerzos de Colombia por
levantar su industria del tejido y la metalmecánica, que fueron ejemplares en
América del Sur; el gran empeño por variar el monocultivo del café y llenar los
mercados del mundo de flores y de frutas; el gran ímpetu con el que se
emprendió la nacionalización efectiva de
las minas de esmeraldas de Muzo y Coscuez, de nada sirvieron ante la avalancha
de la miseria que introdujo la droga y
su comercialización. Una economía paralela que brotó por fuera hasta reventar
al país.
En este momento de tristeza
en el que está muriendo gente honesta por dar la voz de alarma; en que viejos
amigos y conocidos sufren atentados y temores, yo, que también soy colombiano,
quiero pediros amigos, que levantemos la copa como quien alza un cáliz, y
pidamos que Colombia encuentre su sosiego y su libertad.
Que la sangre que hoy corre
sea sangre de redención.”
(Antón Avilés de Tarmancos, Revista Barbanza nº 37,
1ª - 09 – 1989. Artículo recogido así mismo en el libro Obra viva de Antón Avilés de Taramancos, páginas 121-122. Traducción
al español por Francisco Martínez Bouzas)
En cada línea puesta aquí encuentro un hombro como colombiana que busca hacer latente un sueño donde no exista la barbarie ni la muerte. Donde la paz no sea humillada por la prepotencia y arrogancia de dictadores de guerra y sangre.
ResponderEliminarMe ha estremecido el final de esta puesta donde encuentro un abrazo solidario a nuestra tristeza de hoy y que aunque nos acongoja no puede detenernos para seguir luchando por este sueño colombiano.
Me ha robado unas lágrimas de patria herida, aún duele la traición y el silencio de los hermanos.
Realmente interesante...
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