jueves, 20 de octubre de 2016

"CALIFORNIA": EL AZAR Y LA DESOLACIÓN



California
Ruben Abella
Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2015, 314 páginas

   Afirma Rubén Abella (Valladolid, 1967) que la literatura “se nutre de conflictos, tiene que ver con las emociones y el sufrimiento.” Es un postulado que impregna la buena literatura, especialmente esa narrativa que nos obliga a seguir leyendo hasta que clausuramos el libro con la lectura de la última página. Difícilmente podrán ser la felicidad y la placidez el núcleo diegético de una novela capaz de tirar de lectores humanos. Y como no existe literatura angélica, cuando nos acercamos a una pieza de ficción, de forma consciente o no tanto, buscamos la concatenación de situaciones conflictivas, quizás desventuras, que tienen que superar o ser derrotados en el intento el o los protagonistas. Los problemas, en efecto, mueven las teclas de esta historia de Rubén Abella rotulada con el título  California, nombre de uno de los vinos que un emigrante irlandés, abuelo del protagonista, elaboraba en el Valle de Napa, en la costa oeste de Estados Unidos, en el primer cuarto del siglo pasado. Su nieto, el personaje central, César O’Malley, un hombre triunfador en todas las facetas de su existencia, será sacudido de forma azarosa y arrojado de lleno en el torbellino de una derrota personal y familiar por un hecho, a primera vista anodino, pero que provoca  una imparable tormenta en su matrimonio, la tragedia personal y familiar, la ruina interior del protagonista, la absoluta desolación. Y como todo cuelga de un fino hilo, depende del azar que este se quiebre y sobrevenga la tempestad y el posterior derrumbamiento.
   La novela reconstruye una saga familiar a partir de los abuelos en el Valle del Napa (California), la de sus padres y la propia del protagonista, sus estudios en el colegio de los jesuitas en Valladolid, con el aprendizaje mojigato  de la sexualidad, sus viajes veraniegos a California, sus enamoramientos, el primer acto de rebeldía doméstica, sus exitosos estudios universitarios en Madrid, el amor y el matrimonio con Mercedes, que es un remanso de paz, un presente y un porvenir envidiable con salarios astronómicos, el nacimiento de sus hijos que alcanzan la adolescencia y la pubertad de la forma más problemática y perturbadora imaginable. Por anteriores lecturas, Baruc en el río especialmente, me constaba la querencia de Rubén Abella por los temas familiares, uno de los principales hilos conductores de su universo literario. Pero todo resulta demasiado perfecto en la trayectoria vital del protagonista y en la superficie no sumergida del iceberg familiar, hasta que el acaso hace acto de presencia: el error nimio de dos preservativos hallados por la esposa en el neceser de César, sobrantes de los que él y Mercedes habían comprado en Marrakech  y que, por desidia habían viajado con él. Pero será suficiente para que la catástrofe haga trizas de una familia con dieciocho años de dicha. Y tras esta primera hecatombe, otra al enterarse de que su hijo robaba, y su hija adolescente se prostituía con el pederasta Enrique Marbán, acosador de su hijo por el robo de un reloj. Una condena carcelaria, y un nuevo matrimonio pone algo de esperanza en el desenlace de una trama equiparable a una tragedia griega, aunque se desarrolle en nuestros días.
   Novela intensamente emotiva, que sin embargo supera la vitola de lo lacrimoso y de lo comercial, que acoge en sus páginas un relato de formación, pero sobre todo la narración de la descomposición de una familia y la caída en el infierno del protagonista por un hecho a primera vista baladí que pone de manifiesto lo mudable e inconstante que puede ser la fortuna, supeditada no solo a la voluntad humana, sino también al capricho estocástico del destino. Quince capítulos encierran las quince estaciones del viacrucis personal de César O’Malley, y que Rubén Abella aborda dejando en muchas preguntas sin contestar. Es su técnica narrativa: seleccionar lo que quiere contar y obligar al lector a inquirirse y a responder los interrogantes que el autor deja en el aire. Rubén Abella es enteramente fiel, desde esta perspectiva, a la cita inicial de Philip Roth: “Siempre contamos para también no contar”
   En California confluyen dos voces narrativas: la de un narrador heterodiegético que nos informa sobre todo del pasado mediante oportunas e incluso necesarias analépsis; y otro homodiegético  -la voz de un amigo de la infancia y abogado en el desbarajuste final- que cuenta la historia desde su participación en ella, asume una parte del pasado y nos da cuenta sobre todo del presente. Personajes, especialmente el del protagonista, que evolucionan, obligado además por las circunstancias; si bien sobre alguno de ellos, la esposa principalmente, el lector agradecería mayor información, exteriorizar con más detalles sus razones.
   El ritmo o tiempo del discurso es pausado en la mayoría de las secuencias, pero muy acelerado en los capítulos finales; todo ello muy congruente con el desenvolvimiento de la trama. No estoy demasiado de acuerdo con las apreciaciones que ven en el estilo de Rubén Abella un lenguaje alejado de lo artístico. Es verdad que el escritor vallisoletano huye de los barroquismos, de las complicaciones lingüísticas. No obstante, la forma de la novela, además de transparente, no carece de estilo, con una esmerada selección de los términos lingüísticos y una cuidada construcción de los párrafos
   Rubén Abella ya se consolidó como un narrador muy notable en anteriores entregas narrativas. En California, editado por un sello editorial independiente “de provincias” que enriquece cada día su catálogo con obras de buena calidad, lo vuelve a confirmar de nuevo.

Francisco Martínez Bouzas

                                                   
Rubén Abella
Fragmentos

“Al otro lado de la barra estaba Mercedes. Llevaba puesto un pijama azul pálido con cuatro botones rojos que, bajo la luz imprecisa de los fluorescentes, semejaban cuatro orificios de bala. Tenía el pelo recogido con una goma y los brazos caídos, como si sus manos, invisibles para César desde su posición, sostuvieran sendas maletas pesadas.
-Hola, cariño, me has asustado -dijo César.
Mercedes no dijo nada. Se limitó a mirarlo con una tristeza honda y descolorida.
-Amor, ¿estás bien? ¿Ha pasado algo?
Muy lentamente Mercedes alzó una mano. De ella, sujeto con una asa de nailon, pendía el neceser de César. Lo depositó con cuidado sobre la barra. Abrió la cremallera, extrajo del interior dos preservativos -dos fundas de color plata, unidas entre sí por una costura dentada-, y con un ligero movimiento de la muñeca los arrojó sobre la superficie de mármol blanco. Tras varios segundos eternos -antes de que César supiera qué decir o qué hacer con el vaso de agua-, rompió a llorar en silencio.”

…..

“-No quiero que duermas conmigo -dijo sin volverse.
César no se atrevió a replicar. Se quedó inmóvil donde estaba, viendo cómo Mercedes se disolvía en la negrura del pasillo. Oyó el rumor en fuga de sus pasos descalzos. Oyó el chasquido del pasado de la puerta del dormitorio. Oyó el clic del pasador de la puerta del dormitorio. Oyó el clic de la lámpara de la mesilla e imaginó a Mercedes tendida en su mitad de la cama, sola, incompleta, rodeada de noche. Luego, como si llevara un rato esperando su turno, ocuparon la calma los zumbidos desacompasados de los tubos fluorescentes y la nevera. César cogió los preservativos y los arrojó al cubo de basura que había bajo el fregadero. Luego se apretó las sienes para evitar que la cabeza le estallara.”

…..

“César se echó a un lado y, mientras, los veía abrir la puerta y dirigirse a la barra, se le ocurrió que quizás el silencio no era el castigo más apropiado par Mercedes. Quizás, ahora que el azar la había puesto en su camino, lo que ella merecía era que él entrara en la cafetería y le soltara  a bocajarro lo que pensaba. Que por su culpa Sofía (la hija de ambos) se prostituía. Que por su culpa se acostaba por ochenta euros con un elemento que podía ser su padre. Tras el paso de la pareja, la puerta empezó a cerrarse. César la sujetó e hizo ademán de entrar, pero de pronto lo asaltó una sospecha de plomo, tan grotesca e inconcebible  como la que lo había asaltado un rato antes en la habitación de Martín. Dejó que la puerta se cerrara del todo, avanzó unos pasos por la acera y, asomándose con cuidado a una de las ventanas de la cervecería, vio  a través de los reflejos cómo Mercedes alzaba el vaso para brindar. Héctor Martel hizo lo mismo. Luego, mientras bebía, alargó la mano libre por debajo de la mesa y acarició el muslo de Mercedes. Estuvieron así varios segundos, mirándose, enlazados en una clandestinidad complacida.”

(Rubén Abella, California, páginas 100, 140, 270)

5 comentarios:

  1. Me gusta la lectura sencilla, creo que la lengüistica es importante, pero saborear con fluidez; hace que devoremos los libros sin complicaciones. Me gustó tu reseña, la trama se me hace interesante y la leeré, felicidades al autor, te dejo un abrazo. Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  2. Me gusta la lectura sencilla, creo que la lengüistica es importante, pero saborear con fluidez; hace que devoremos los libros sin complicaciones. Me gustó tu reseña, la trama se me hace interesante y la leeré, felicidades al autor, te dejo un abrazo. Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  3. Tan real como la vida misma o... como la vida de algunas personas. Las imágenes son muy vivas y te ayudan a ubicarte en los personajes. Tu reseña, impecable, como siempre. Saludos Francisco

    ResponderEliminar
  4. Tan real como la vida misma o... como la vida de algunas personas. Las imágenes son muy vivas y te ayudan a ubicarte en los personajes. Tu reseña, impecable, como siempre. Saludos Francisco

    ResponderEliminar