Mario Cuenca Sandoval
Editorial Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona,
2014, 536 páginas.
Los hemisferios es la
tercera novela de Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975, con residencia actual
en Córdoba). Una novela importante, muy significativa, erguida con una
escritura impactante. Quizás complicada a primera vista y por consiguiente no
apta para todos los públicos, especialmente si el acto de lectura se encamina
por derroteros ciegos a los detalles, marcas y matices narrativos. No obstante,
merece la pena enfrascarse en su lectura por la gran solvencia con que el autor
aborda la narración de su historia. Uno de esas marcas o detalles aludidos que
es preciso tener en cuenta para una cabal y confortante lectura de Los hemisferios, es el verso de Octavio
Paz: “Todo es espejo”, cita con la que el autor inaugura el pórtico de su libro.
Los espejos lo reflejan todo, la globalidad, las partes simétricas y
asimétricas. Y eso es la existencia humana, a la que es preciso buscarle el
sentido completo y complejo a través de la captación de los mundos dispares, perspectivas
que son la esencia de lo que sucede. Y para manejar todo eso, el ser humano
precisa de dos hemisferios cerebrales que se complementan.
Por eso mismo la novela está vertebrada en
dos grandes hemisferios por los que se dispersa la trama. Dos novelas, “La
novela de Gabriel” y “La novela de María Levi”, dos lecturas diferentes
punteadas por dos grandes películas: Vértigo
de Hitchcock la primera y Ordet
de Carl Dreyer la segunda, como posibles puentes de escape para enmendar, si
ello es posible, un hecho sangriento, la tragedia que atraviesa toda la novela:
el abdomen de una mujer hundido en el volante del coche en el que viajan los
dos amigos -Gabriel y Hubert-, tras el impacto de dos vehículos. ¿Acaso cabe
esa posibilidad con la “luminosa mirada y la poética de la resurrección” de
Dreyer en Ordet o con el abanico de posibilidades que Hitchcock
propone en Vértigo? Quepa o no esa
contingencia, lo que es innegable es que
Cuenca Sandoval propone dos grandes películas para darle sentido a dos
grandes espejos desfigurantes, enfrentados a dos universos narrativos paralelos
que inician su andadura a partir de un acontecimiento trágico pero casi
cotidiano en el que participan los dos actantes de estas dos novelas: el
accidente automovilístico en el que fallece una mujer.
El tema central de Los hemisferios es el amor enloquecido, la obsesión amorosa y sus
itinerarios que dan lugar a las dos historias que actúan como espejos deformantes. La primera mitad,
la novela del hemisferio izquierdo, “casi un palimpsesto de Vértigo” en palabras del autor, una
antinovela negra, parte de la experiencia de la pérdida de una mujer en ese
choque automovilístico ya aludido, que marca el desarrollo de toda la historia,
aunque en dos copias. En efecto, el relato da comienzo con la espeluznante descripción
del accidente que imprimirá para siempre una huella imborrable en las vidas de
los protagonistas: Gabriel y Hubert Mairet-Levi y que pondrá fin a la alocada road movie, a la manera de Vértigo, por Barcelona e Ibiza. Que se
hace además evidente en la advertencia que Hubert hace a su amigo para que vigile las tendencias
suicidas de su mujer, de asombroso parecido con la víctima del accidente. Del
encuentro con el cadáver de esa mujer anónima surge la pasión sentimental que
empuja de forma irresistible a Gabriel a mantener una relación amorosa con la
que fuera la amante de su amigo. Porque le recuerda a la mujer destripada en el
impacto. Relatada al estilo de Vértigo,
el autor nos sumerge en ese mar de fondo que es la explosión del deseo y en la
relaciones de los dos protagonistas enfriadas con el paso del tiempo. Hacen
acto de presencia en este primer hemisferio múltiples referencias culturales de
las décadas de los sesenta, setenta y ochenta: Deleuze, Barthes, Foucault,
Derrida, Perec, Resnais y sobre todo Rayuela
de Cortázar; también la Barcelona de la transición, el París de los ochenta
y el estallido de sucesos y acontecimientos que convierte la relación de los
personajes en una permanente simulación.
En la segunda parte, “La novela de Maria
Levi”, el relato se acopla al estilo cinematográfico de Dreyer. Encontramos a
Maria Levi en otra alucinante road movie
por Mística, una isla nórdica, junto a Marianne, otra replica de la Primera Mujer,
estancada en una cabaña. Incapaz de moverse, sin sentir nada, nos transmite, no
obstante, la historia de sus recuerdos. El texto nos permite presenciar una auténtica
bajada a los infiernos, entre el humo
tóxico de los volcanes de la isla del fin del mundo, que no es otra cosa que la
otra cara de la degradación de la protagonista en su periplo barcelonés, gótico
y vampiresco.
Sin
embargo, en la lectura de Los hemisferios
cobran mucha más importancia que la percepción de la trama, otros elementos
como la organización del material, esos “agujeros de gusano” que conectan ambas
partes, la estructura compositiva, el tratamiento espacio-temporal, el esmerado
estilo de la prosa, entre otros haberes de la novela. Y especialmente el papel
del lector para completar lo que subyace a lo que al autor propone y poder
cartografiar así las líneas paralelas de este universo narrativo.
Los
hemisferios es dos novelas en una, pero entre ambas se produce un proceso
de mutua contaminación, porque ambas son
interdependientes, gemelas, como las define el propio Cuenca Sandoval. Una
novela refleja y deforma a la otra ya que las dos comparten el mismo tema de
fondo: erigir la imagen de la mujer amada a partir de la Primera Mujer, la que
solo es cadáver. Es el milagro de la resurrección de la mujer perdida como
ocurre en Ordet con la resurrección
de Inger. La estructura compositiva de Los
hemisferios se ajusta a este juego de espejos temáticos que provoca que
cada acontecimiento que sucede en uno de los hemisferios, tenga su reflejo en
el otro. Parece oportuna pues la división de la narración en dos mitades,
idénticas en su extensión y con estructuras simétricas.
En la novela hay un juego espacio-temporal,
un constante vaivén entre el tiempo del relato y el tiempo de la historia.
Oscilación perseguida a propósito por el
escritor; así como lo que, a primera
vista puede ser interpretado como anacronismos y, en algún episodio, como una verdadera
congelación del tiempo. Es destacable la gran capacidad narrativa de Cuenca
Sandoval. La suya en esta novela es una escritura muy viva, con el empleo
frecuente de imágenes impactantes para cualquier sensibilidad. Prosa hipnótica,
alucinada, pero de gran belleza que emana del corazón de cada frase y que es
capaz de precipitar al lector en los abismos que la novela oculta. Las
referencias filosóficas forman parte de este estilo y, al igual que el cine,
iluminan la narración.
Cuestión muy importante es el papel del
lector. Como se ha reiterado, Los
hemisferios acoge dos novelas, la copia y el doble. Mas ambas coinciden en
el cero y esa novela cero es la que el lector debe construir en una lectura
activa para darle así sentido a su propio relato. Para ello habrá de hilvanar
los acontecimientos que se narran. No se trata sin embargo de forzarle a un
ejercicio intelectual cansino para atar cabos a la vez que lee, porque
-advierte Cuenca Sandoval- “no nos movemos en un universo espacio-temporal
coherente, sino que nos movemos en una falsa linealidad temporal”. El lector
deberá pues dejarse llevar por el frenesí de acontecimientos para lograr una
verdadera experiencia estética enriquecedora y colmada de buena literatura.
Así pues, Los hemisferios es una novela muy densa y compleja, pero una gran
novela, una de las mejores que la narrativa en español ha generado en los
últimos tiempos. Enfrenta sin duda al lector con una experiencia lectora
diferente de la que demandan la mayoría de las piezas narrativas en las que
prima una “jerarquía de sentido”. Novela exigente pero generosa en sus recompensas.
Este es mi testimonio: pocas veces me he encontrado con una novela tan exigente,
pero el reto mereció la pena porque la lectura de Los hemisferios se convirtió para mí en un ejercicio estético
sumamente gratificante.
Francisco
Martínez Bouzas
Mario Cuenca Sandoval |
Fragmentos
“Muchas
veces se pregunta qué debió sentir la Primera Mujer durante aquellas escasas
décimas de segundo de ingravidez en que sus piernas y su espalda se despegaron
del asiento, en el seno de aquel instante que sucedió al impacto entre los dos
vehículos, qué sintió antes de que su abdomen se hundiera en el volante y de
que su cabeza rompiera el parabrisas. Y se pregunta cómo es posible que unas
décimas de segundo de ingravidez ejerzan semejante peso sobre la vida de Hubert
y sobre la suya. Un vuelo tan breve, apenas un suspiro en la historia del
planeta, que puso en marcha un ciclo demencial, una obsesión por buscar a la
Primera en todas las demás mujeres. Un ciclo en el que todavía giran. Tantos
años después. Sus vidas como la reverberación de un deseo.”
…..
“La
mano de Marianne Laquièze dentro de mi
mano. Estábamos tumbadas en la cama de una cabaña en una ciudad minúscula de un
país extranjero, una isla a dos mil kilómetros de casa, desnudas y sudorosas,
viendo televisión en silencio, do prófugas que acaban de hacer el amor, y era
como si después de hacerlo nos hubiéramos convertido en dos desconocidas, lo
que, por otra parte, acostumbra a sucederles a todos los amantes.”
…..
“Un
par de días a la semana, Gabriel asiste
a las lecciones de Foucault en el Colegio de Francia y algunas veces le
acompaño. Foucault tiene una extraña manera de gesticular, además de un cráneo
que hipnotiza con su perfección y que te distrae de sus palabras. Sin embargo,
es muy amable: cuando un alumno le formula una pregunta compleja, siempre
responde con total humildad que tendrá que pensarlo. Y semanas después regresa
a clase con una respuesta cuidadosamente meditada. No se olvida de ningún
alumno. De ninguna pregunta. No se olvida de las minorías. No se olvida de los
que sufren, de los enfermos, de los leprosos. Sus discursos se parecen al de
las bienaventuranzas. Bienaventurados los locos, los enfermos, los homosexuales,
los masturbadotes. Sé que es un hombre, pero también es uno de los últimos
hombres, de esos que conocen su condición crepuscular, de los que saben que
tienen que perecer, como todas nosotras, para alumbrar un tiempo nuevo. Por eso
me siento a gusto en sus cursos. Porque
también María Levi pertenece al universo de Foucault.”
…..
“Vinimos
a esta isla buscando un paisaje muy frío, en el que las huellas humanas fueran
tan escasas que la naturaleza cobrara todo su protagonismo. Vinimos con la
esperanza de que las montañas heladas, los glaciares, el vapor, la naturaleza,
los dioses pudieran limpiar a Marianne y prepararla para el canje. Vinimos a
Mística a desprendernos de todo, el cabello, las agendas, los teléfonos móviles,
la memoria, obedeciendo al imperativo de la desposesión absoluta; a entregarnos
a una degradación material, y a otra degradación, que cualquiera llamaría
psicológica si el término no resultara tan tibio y tan lejano de nuestro estado.
Dos billetes de avión y una tarjeta de crédito cuyo adeudo no pensaba liquidar
nunca. Una isla salpicada de volcanes y cataratas en las que verteríamos el
pasado, en que romperíamos el cordón umbilical que nos une con el pasado a
través de un programa de degradación paulatina, una retirada gradual, capa por
capa, de nuestras respectivas identidades.”
(Mario Cuenca Sandoval, Los hemisferios, páginas 15 ,272-273, 372, 522-523)
Una peculiar manera de plantear esta novela....
ResponderEliminarSaludos
Muy interesante comentario. Será mi próxima lectura.
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