Juan Villoro
Editorial Anagrama, Narrativas hispánicas, Barcelona,
470 páginas
(LIBROS DE FONDO)
Juan Villoro (Ciudad de México, 1956), a pesar de que
frecuenta todos los géneros no se prodiga en exceso. Ha publicado cinco
novelas, seis libros de cuentos, literatura infantil, teatro, ensayo, crónica y
periodismo literario; y es sobre todo uno de los escritores fundamentales de la
actual literatura en español escrita en México. Ha vivido del “multiempleo”:
profesor, traductor, periodista y escritor. La novela que hoy comento, El testigo, es posiblemente su obra más
importante. Ganadora hace diez años del Premio Herralde de Novela. Juan Villoro
forma parte de esa ola de narradores nacidos a la otra orilla del mar que está
renovando la literatura latinoamericana, tras el agotamiento creador en que la
misma cayó después de los autores del boom.
La suya es una literatura que sigue una
línea claramente experimental; una literatura del desencanto basada en la
revisión estructural del relato, en el alejamiento, en la ironía crítica que
sustituye a la imaginería tropical o telúrica, a las corrientes imaginativas de
los escritores del realismo mágico. Una línea que está conformando una nueva
generación de escritores que presentan como elementos caracterizadores un
cuidadoso tratamiento del lenguaje novelesco, una descripción pormenorizada de
sucesos y situaciones, una honda penetración en la psicología de los personajes
y un abierto y franco cosmopolitismo que, no obstante no se olvida de los territorios más próximo y de sus
crueles situaciones conflictivas.
Juan Villoro es un escritor indispensable
dentro de esta línea de renovación estética. Este “equilibrista consumado” non
regala con El testigo una novela rabiosamente mexicana. Una novela que
radiografía un país con el alma dividida, construido a base de ambivalencias y
dicotomías, como uno de los personajes de la novela, el poeta ruralista Ramón
López Velarde (1888-1921), anclado entre santas y putas.
A pesar de que El testigo abre sus páginas con el poema de Cavafis sobre la
superioridad del viaje en relación con el punto de llegada (“Cuando emprendas
tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo…), la novela es ante todo una
pieza narrativa sobre los enigmas de la llegada y una reflexión sobre la figura
del testigo precisamente en su país. En estas coordenadas es preciso encuadrar
la trama argumental. La historia de un mexicano, Julio Valdivieso, un
intelectual mexicano emigrado al viejo continente, profesor en la universidad
de Nanterre, que, tras una prolongada ausencia, retorna a su patria para
conocer los cambios en ella operados, hacer frente a un pasado personal marcado
por la relación con una prima y sobre todo resolver sus dudas, tanto políticas
como sentimentales. Porque esta vuelta al presente se convierte para él en una
oportunidad para penetrar en su pasado,
en el de su familia y en el de su país, que sigue igual pero al mismo tiempo,
distinto. En el agitado cambio político, el personaje principal no ejerce exactamente el papel de
protagonista, sino de testigo de la realidad. Más que desatar los sucesos, da
testimonio de ellos. Por eso mismo, la oportunidad del título porque toda la
novela es una profunda reflexión sobre la figura del testigo, aunque, como
piensa el escritor, no resulta fácil decir quién es un testigo fiable de los hechos.
La novela,
sin tener un contenido político palmario, en su trasfondo tiene que ver con la
sensación de ilusión traicionada que acarreó la transición a la democracia
después de casi tres cuartos de siglo de dictadura del PRI. Al mismo tiempo la
novela indaga en algunos testimonios contemporáneos tan influyentes en el vivir
diario como los programas televisivos, los mensajes religiosos o la gran poesía,
no obstante sus nefastas dualidades, de Ramón López Velarde, que en sus
construcciones líricas refleja el alma
íntima de los mexicanos. Radiografía generacional, sociológica, cultural e
incluso corporativa de un país, amalgamada con una historia de sentimientos frustrados
-en la novela tampoco falta el amor y el
protagonista quiere indagar por qué su prima amada le deja plantado-, de
soledades asumidas, de restos incumplidos.
Una pieza
literaria erguida con una prosa muy precisa y sin embargo a veces sensual. Y
trabada en una arquitectura perfectamente consecuencial, de imprevisto suspense
que el autor mantiene a través de complejas maquinaciones y que, siendo
realista, nada tiene que ver con el realismo tradicional. Un buen y amplio
friso literario, en definitiva, cuya trama argumental no ha perdido actualidad
y que le permitirá a lectoras y lectores empaparse de las ambivalencias y
contradicciones del actual México.
Francisco Martínez Bouzas
Juan Villoro |
Fragmentos
“La comunicación se cortó. Julio hubiera preferido
cenar solo, en la cafetería que vio junto a la alberca, pero ya no podía
rectificar. No había querido llegar a casa de su madre para amortiguar su
regreso a la patria, y ahora se sentía metido en un embrollo. ¿Quién era el
Vikingo? En veinticuatro años europeos no había tenido un amigo con apodo (le
decía el Hombre de Negro a Jean-Pierre Leiris, pero ése era un apodo secreto). Pensó
en Olga, la chilena que parecía rusa. Sus ojos sugerían episodios trágicos. Por
desgracia, Julio no fue uno de ellos. Olga tenía piel de jabón de avena, la
mirada irritada por la nevisca, un cuerpo para temblar entre tambores de té y sábanas
calientes.”
…..
“Caminó (Julio) un rato por la Zona Rosa. El antiguo
bastión de la bohemia, las joyerías y los restoranes de moda había sido invadido
por vendedores ambulantes. Le ofrecieron hámsters, casets piratas, cortaúñas,
un enorme martillo inflable.
Había sencillos puestos de tortas y jugos para quienes
se dirigían a la estación del metro. Muchachas jóvenes atractivas, casi todas
en pants, entraban en los locales de table-dance donde se empezarían a desvestir
al poco tiempo.
Afuera de una tienda de artesanía vio a un mendigo de papier
mâché, de tamaño natural. Estaba condenado con un grillete, para que no lo
robaran. La protección parecía un castigo por la mendicidad. ¿Cómo sería la
casa ese hombre de mano extendida resultara decorativo? ¿Había algo más extraño
para un mexicano que estar en México?”
(Juan
Villoro, El testigo, páginas 16, 253-254)
Realmente buena...
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