Ana Maria Matute
Prólogo de Pere
Gimferrer
Nota final de María Paz Ortuño
Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín,
Barcelona, 2014, 182 páginas.
(AVANCE
EDITORIAL)
Mañana,
23 de septiembre, llega a las librerías
de toda España la última novela de Ana
María Matute (Barcelona, 26 de julio de 1925-25 de junio de 2014). Una novela
fatalmente interrumpida por el fallecimiento de la autora, una de las voces
fundamentales de la narrativa española desde 1947, año en que la novela Los Abel fuera finalista del Premio
Nadal. Posteriormente Ana María Matute se haría merecedora y ganaría todos los
grandes premios del sistema literario
español así como los institucionales. Una rueda de prensa en la sede del
Instituto Cervantes de Madrid, en la que intervendrán Almudena Grandes, Víctor
García de la Cocha y María Paz Ortuño, amiga y colaboradora de Ana María Matute
servirá de puesta de largo de esta novela póstuma de la gran escritora
barcelonesa.
Demonios
familiares, tal como María Paz Ortuño revela en “Menos es más. Notas sobre
la escritura de una novela inacabada”, brotó a partir de Paraíso inhabitado (2008). Es, sin embargo, una novela totalmente
independiente que solo tangencialmente tiene que ver con Paraíso inhabitado, si bien en ella están presentes las grandes
obsesiones de la autora: la falta de comunicación, la incomprensión, los viejos
rencores, la felonía…Escrita entre los dolores de la mala condición física de la
autora, su composición no fue un camino de rosas, como nos revelan las cuatro
hojas del original, escrito en una máquina eléctrica y repleto de correcciones
hechas a mano y reproducidas en el envés de la portada y contraportada del
libro y en la primera y última hoja de esta primera edición.
A pesar de ello, Ana María Matute, plasmó en
el papel lo que fabulaba cuando no podía levantarse para escribir. Por eso
mismo la elaboración de Demonios
familiares es, como todas sus obras, un cúmulo de esfuerzos y de numerosas
pruebas, en las que los personajes comparten espacio con los vértigos -así se
titula la segunda parte-, la maldita compañía que, junto con la artrosis
acompañó los últimos años de Ana María
Matute.
Demonios
familiares es una obra inacabada. La última frase que la autora escribió
fue: “Como si hubiese aparecido un buen día debajo de una de las coles del
huerto, que con tanto mimo trataba Mada”. Una frase que abre las puertas de la
imaginación, un último guiño para que el lector invente y haga su propia
literatura.
Ofrezco a continuación una breve sinopsis
extraída de la presentación editorial: “Julio del 36. Una pequeña ciudad del
centro de España. Eva vuelve a la casa familiar tras la quema del convento
donde estaba como novicia. Su padre, el Coronel, un hombre conservador y
autoritario que siempre ha tratado a su hija con un amor distante, está
paralítico desde hace años y dirige sus hacienda desde la silla de ruedas,
asistido por Yago, oscuro personaje de grandes secretos. En el bosque cercano
Eva encuentra el cuerpo malherido de un paracaidista, y ayudada por Yago lo
traslada al desván de la vieja casona.”
Toda la fuerza de la novela reside en Yago,
un personaje plenamente matutiano que crece de una forma avasalladora e
imparable a lo largo de la novela. Prosa tensa, alucinada y al mismo tiempo
asentada en la luminosa diafanidad y transparencia del castellano, según el
juicio del prologuista, Pere Gimferrer. “Cada elemento es real, pero no
necesariamente realista;…verídico o veraz como una crónica: tiene la verdad de
las imágenes simbólicas” (página 7).
Estimulante y reveladora al Nota final de
María Paz Ortuño que tuvo el privilegio de ser testigo del proceso de gestación
y de escritura de esta novela inacabada. Así como del rigor con el que Ana María
Matute cuidaba no solo el estilo, sino incluso la tonalidad, la melodía de
cuanto escribía. También en esta novela.
Las palabras finales del prologuista sirven
de cierre de este avance editorial, en espera de mi personal juicio valorativo,
que llegará tras la lectura reposada del texto de Ana María Matute: “Ella
hablaba a veces poco; todo estaba en sus voz y en las palabras de sus libros.
Quien así está habitada por su propio mundo nos precipita en él, y su escritura
es sortilegio” (página 9).
Francisco
Martínez Bouzas
Ana María Matute (foto de Jesús Domínguez) |
Fragmentos
“Algunas
noches el Coronel oía llorar a un niño en la oscuridad. Al principio se
preguntaba quién sería, puesto que hacía muchos años que en la casa no vivía
ningún niño. Solo quedaba en la mesilla de noche de Madre, una fotografía
sepia, una sonrisa transparente y errática -quien sabía ya si de Madre o del
niño-, flotando en la noche, como una luciérnaga alada. Ahora sus recuerdos,
incluso los tenebrosos fantasmas de la campaña de África, se parecían cada día
más a desperdicios, lo que queda, migas de pan en el mantel, de un antiguo
festín. Pero su memoria recuperaba una y otra vez la imagen de Fermín, su
hermano mayor. Encerrado en su marco de terciopelo malva, vestido de marinero,
apoyado en un aro de madera, y siempre niño. Como un fantasma recurrente -«qué
raro, es mi hermano mayor, pero yo tengo más años que él»-, persistía allí,
nadie lo había quitado de la mesilla, ni aún cuando Madre ya no estaba, hacía años que él se había casado,
había nacido su hija, y Herminia, su mujer, había muerto.”
…..
“Estábamos
tan cerca del frente que a veces parecía que las descargas de la artillería se
producían en la misma sala. O que del mismo techo caían los truenos de una
invisible tormenta, capaz de hacer temblar los muros de la casa. Una vez se
cayeron dos de los cuadros que colgaban en la pared de la escalera.
Afortunadamente, no era ninguno de los que habían retratado a Madre. Y no sabía
-ni sé- por qué razón me producían un gran alivio saberlo.
A
veces en mitad de nuestra cena nos invadían todos los siniestros ruidos de
aquella guerra, que estallaba a tan corta distancia, casi diríase que en los
bordes de nuestro bosque. Entonces, mi padre y yo nos mirábamos en silencio. El
silencio siempre fue la conversación más apasionada entre mi padre y yo. En
tanto, mi hermano permanecía tieso, mudo, casi marmóreo, como una estatua tras
la silla de ruedas. En la cocina, Magdalena canturreaba, signo en ella de
preocupación, porque la creía incapaz de sentir miedo.”
(Ana María Matute, Demonios familiares, páginas 17, 87. Para ver las primeras páginas
de la novela, pinchar aquí)
Gracias por el avance, Francisco. Espero este libro como agua de mayo, que sea una obra inacabada es sólo un aliciente más, un último guiño (como dices) para hacernos cómplices y poner nuestra imaginación del lado de la suya.
ResponderEliminarGracias y un saludo!
Una vez más, gracias por este preludio.
ResponderEliminarSe nota en tu escritura el cariño y la admiración por esta maravillosa escritora (pocas veces haces anticipaciones y ello es sintomático).
Tenía la esperanza de ver entre las primeras páginas esa que señalas que es manuscrita... Y veo que la editorial no ha dado acceso a ella. Imagino que esta y la última deben ser otro de los tesoros de este libro que siento hecho con una gran calidad humana y un gran amor.
Un gran abrazo azul.
Muy bien presentado...
ResponderEliminarSaludos
Sentí mucho la pérdida de la gran escritora. Gracias, amigo, por esta entrea imperdible. Un abrazo.
ResponderEliminarQuerido Paco:
ResponderEliminarTe he nominado (y galardonado si lo aceptas) al Premio "Dardos". Lo puedes ver aquí: http://elbucleazul.blogspot.com.es/2014/09/premio-dardos-para-el-bucle-azul.html
¡Enhorabuena! =)