sábado, 28 de diciembre de 2013

"PLATAFORMA", PANEGÍRICO DE LA PROSTITUCIÓN TAILANDENSA Y LA SUPRANACIONAL DEL SEXO



Plataforma

Michel  Houellebecq

Traducción de Ecarna Castejón

Editorial Anagrama, Barcelona, 316 páginas

(LIBROS DE FONDO)


 En el año 2001 Michel Houellebecq publicó su cuarta novela, Plataforme, traducida al año siguiente por Anagrama con el título de Plataforma. Este título y los que le seguirían hasta que con El mapa y el territorio obtuvo el premio Goncourt 2010, sus libros de ensayo, artículos y films, lo han convertido en la primera referencia de la literatura francesa actual. Sin embargo esta novela suscitó en todo el mundo una cruda polémica y transformó a su autor en figura mediática y controvertida. Polémica que él mismo fomenta por las declaraciones negativas que hizo a la revista Lire sobre el Islam, aunque en octubre del año 2001, Michel Houellebecq reconocería, en la presentación de la novela, la desmesura de las mismas.
   Las cuatro novelas escritas hasta ese momento por Houellebecq han hecho de él el fabulador de moda y lo sitúan en el centro del debate. En la primera, Ampliación del campo de batalla (1994), nos muestra, en un texto repleto de humor, los entresijos oscuros del siglo XXI, el siglo de la informática y de la presunta liberación sexual (Xavier Lloveras). Le siguió en l998 Partículas elementales que le catapultó al éxito y le colocó en la estela de la controversia, pero que en el fondo no es otra cosa que una novela confusa que intenta suturar, sin conseguirlo plenamente, la conductas sexuales de los ex-sesentayochistas con inciertas utopías sobre la clonación. Vendría después Lanzarote, un texto híbrido de narrativa y ensayo.
   Y ahora llega la provocación con mayúsculas con el nombre de su cuarta entrega narrativa, Plataforma. Para algunos, entre ellos Fernando Arrabal su gran valedor en España, Houellebecq, es el nuevo genio de la literatura de hoy, el nuevo comentador social de moda al estilo de Ilusiones perdidas de Honoré de Balzac. Y Plataforma sería la muestra.
  Otros críticos aprovecharon la aparición del “fenómeno Houellebecq” para rescatar del olvido la escuela de novelistas que, en los comienzos del siglo pasado, quiso montar el escritor argentino Roberto Arlt, una escuela en la que proponía como senda educativa que los alumnos aprendieran a escribir mal. La academia del argentino nunca dejó de ser un sueño pero las intenciones de Roberto Arlt están siendo asimiladas por Michel Houellebecq que escribe mal, al menos hasta la novela que le supuso el premio Goncourt, en todos los sentidos imaginables.
   Sin embargo, en ningún caso se le puede negar a Houellebecq el valor de elegir con maestría sus temas y argumentos, verdaderas dianas realistas que reflejan las prácticas cotidianas, el ethos de nuestros días y el cinismo erótico de la sociedad de consumo. La novela fue definida por sus censores como el panegírico de la prostitución tailandesa, fronteriza con la pedofilia, con salones de masajes emparentados con los mercados de esclavos.
   Pero no es Plataforma un libro de juzgado de guardia, sino el espejo de la globalización monopolista de las finanzas del amor-sexo. Arranca la narración bajo la sombra ficticia de El extranjero de Albert Camus. Michel, el protagonista y narrador, un funcionario cuarentón, incapaz de experimentar ninguna emoción y habituado a los peep-shows (exhibiciones de gente desnuda) hereda de un padre, al que odia (“el muy cabrón había disfrutado de la vida; se las había apañado de puta madre”), una buena suma de dinero y viaja como turista sexual a Tailandia. Mas la copia de Camus no es tal porque la relación con el padre no es de indiferencia, sino de repulsa, cosa que no le ocurre al protagonista de El extranjero.
   En el oasis del turismo sexual, el sexo femenino no hace aflorar en Houellebecq pensamiento, creatividad heterodoxa, al contrario de lo que le sucede a Henry Miller, sino caudalosos ríos de esperma. Mas allí conoce a Valérie, una mujer capaz de sentir placer y de realizar sus deseos. Será un encuentro trascendental que desentierra a Michel de su existencia apática, racista sin militancia, compulsivamente onanista y enemigo de cualquier forma de seducción, porque para los occidentales, ofuscados por el trabajo, el amor y la seducción se presentan como empresas harto embarazosas.
   No obstante la vitalidad de su nueva amiga transforma al protagonista y, a su regreso a París, emprenden juntos una insólita aventura empresarial: una red mundial de colonias turísticas en las que los deseos se compran y venden, el sexo se practica libremente, la prostitución es una actividad legal y las felaciones con frambuesa una forma cotidiana de placer. Pero entonces surge la tragedia. Un grupo de fundamentalistas islámicos atenta contra una de las colonias y asesina a la regeneradora de Michel y a 117 turistas de la nueva supranacional del erotismo sin que nadie condene a los agresores iluminados.
    Es entonces cuando de los labios de Michel surgen esas palabras terribles que escandalizaron a medio mundo, escándalo acompañado de una condena radical e indiscriminada de Houellebecq, confundiendo la opinión de los personajes de una ficción con su autor: “Cada vez que oía que un terrorista palestino, un niño palestino o una mujer palestina embarazada habían sido asesinados en Gaza, me estremecía de entusiasmo pensando que había un musulmán menos” (página 306).
   Seguramente que el libro de Houellebecq, tejido con una lengua de fácil lectura, no es ese tratado de moral y el poema lírico del amor de nuestro tiempo que quiere Fernando Arrabal. Entre otras razones porque sus líneas delinean un nuevo maniqueísmo al contraponer el universo angelical de los defensores y practicantes del gozo sexual sin barreras con los que condenan el sexo, los islamitas y su "religión insensata". Sin embargo, en el haber de Houellebecq tenemos que reconocer la osada asunción literaria de algo que se encuentra muy cerca de nosotros, porque Plataforma es un reflejo de lo que hay, de lo dado y de esa felicidad a la que no debemos temer, pues no existe como se podía leer en el frontispicio de la página  oficial de Michel Houellebecq.



Francisco Martínez Bouzas




(Texto publicado con leves modificaciones en el periódico El País de Cali, Colombia, el 8 de agostote 2004)






Michel Houellebecq

Fragmentos



“Por lo general, a la salida del trabajo me daba una vuelta por algún peep-show. Me costaba cincuenta francos o a veces, si tardaba mucho en eyacular, setenta. Ver coños en movimiento me despejaba la cabeza. Las tendencias contradictorias del videoarte contemporáneo, el equilibrio entre la conservación del patrimonio y el apoyo a la creación viva…, todo eso desaparecía deprisa ante la magia fácil de los coños en movimiento. Yo me vaciaba agradablemente los testículos. A la misma hora, por su parte, Cecilia se atiborraba de pasteles con chocolate en una confitería que estaba cerca del Ministerio; las motivaciones eran más o menos las mismas.”



…..



“A pesar de las pequeñas dimensiones del establecimiento, la chicas llevaban insignias numeradas. Me decidí rápidamente por la número 7: primero porque era bonita, y luego porque no parecía prestar una atención desmesurada al programa de televisión, ni estar sumida en una apasionante conversación con su vecina. Y en efecto, cuando la llamaron se levantó con visible satisfacción. La invité a una Coca-Cola en el bar y luego pasamos a una habitación. Se llamaba Oôn, o por lo menos eso es lo que entendí, y venía del norte del país: de un pueblecito cerca de Chiang Mai. Tenía diecinueve años.

Después del baño que tomamos juntos, me tumbé, cubierto de espuma, en el colchón; en seguida me di cuenta de que no iba  a lamentar mi elección. Oôn se movía muy bien, con mucha flexibilidad; se había puesto justo la cantidad necesaria de jabón. Me acarició las nalgas con los senos durante mucho rato; era una iniciativa personal, no todas las chicas lo hacían. Su coño, bien enjabonado, me frotaba las pantorrillas como un cepillo pequeño y duro. Con cierta sorpresa, tuve una erección; cuando ella me dio la vuelta y empezó a acariciarme el sexo con los pies, llegué a creer que no iba a poder contenerme…”



…..



“Entonces vi a los atacantes, tres hombres con turbantes que avanzaban rápidamente hacia nosotros, con metralletas en las manos. Estalló una segunda ráfaga, un poco más larga, los ruidos de porcelana y cristal se mezclaron con los gritos de dolor. Debimos quedarnos paralizados durante unos segundos; a pocos se les ocurrió protegerse debajo de las mesas. A mi lado, Jean-Yves lanzó un grito breve; acababa de ser alcanzado en el brazo. Entonces vi que Valérie resbalaba muy despacio de la silla y se desplomaba en el suelo. Me abalancé sobre ella y la abracé. A partir de ese momento ya no vi nada. Las ráfagas de metralleta se sucedían en un silencio roto únicamente por el estallido de los cristales; me pareció interminable. El olor a pólvora era muy fuerte. Luego volvió el silencio…”



…..



“Está claro que uno puede seguir con vida sólo porque alimenta un deseo de venganza; mucha gente ha vivido así. El islam me había destrozado la vida, y desde luego el islam era algo que podía odiar; durante los días que siguieron, intenté sentir odio por los musulmanes. Me salía bastante bien, y empecé a prestar atención otra vez a la información internacional. Cada vez que oía que un terrorista palestino, un niño palestino o una mujer palestina embarazada habían sido asesinados en Gaza, me estremecía de entusiasmo pensando que había un musulmán menos. Sí, se podía vivir así.”



(Michel Houellebecq,  Plataforma, páginas 23, 48, 289, 306)

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