Ian McEwan
Traducción de Jaime Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2013, 395 páginas.
Afirma Ian McEwan que resolvió escribir Sweet Tooth, recientemente traducida por
Anagrama, después de descubrir que a finales de la década de los cuarenta, en
la de los cincuenta y a principios de
los sesenta, la CIA dedicó ingentes cantidades de dinero a difundir la cultura capitalista
occidental para convencer a los intelectuales de que Occidente era la mejor
opción, el mejor de los mundos posibles. Más de uno recordará cómo con la leche
en polvo, el queso y la mantequilla a las escuelas españolas llegaban revistas “made
in USA”, verdaderos panegíricos del estilo de vida norteamericano. ¡Como si
entre el magisterio español de aquellos años hubiese veleidades comunistas! Fue
una verdadera Guerra Fría cultural, dirigida sobre todo a países como Francis o
Italia, donde un partido comunista fuerte se hacía notar y no ocultaba sus
simpatías hacia la Unión Soviética. Hasta que la CIA descubrió que el principal
enemigo estaba en casa, que era la propia izquierda democrática que, queriendo
defender una sociedad igualitaria, se miraba en el ejemplo de la Unión Soviética.
En este contexto -la ideología binaria de
los años de la guerra fría-, plantea Ian McEwan (Aldershot, Reino Unido, 1948),
uno de los representantes más destacados de la narrativa contemporánea, la trama
de su novela: una historia de espionaje cultural en plena Guerra Fría, en cuya
intriga se incrusta una historia de amor. Ian McEwan construye, en efecto, un
relato de espías protagonizado por Serena Frome, joven y atractiva licenciada en
matemáticas por Cambridge, que cuarenta años más tarde decide contarnos cómo el
M15 le encomendó una misión secreta, para la que la recluta una vaca sagrada de
Cambridge, que primero fue su amante.
Año 1972, Serena Frome, hablando en primera
persona, nos informa de los antecedentes que la llevaron a trabajar para el M15 en un proyecto que sus compañeros
consideraban realmente interesante: la Operación Dulce. Debido a su afición a leer
literatura contemporánea, el M15 le encarga representar a una fundación
(Internacional Libertad) que pretende captar y apadrinar a prometedores
escritores, aunque, como en las artimañas de espionaje nada es lo que parece, su
verdadera finalidad es crear propaganda anticomunista.
Es así como entra en su vida un joven
escritor, Tom Haley, el mundo del espionaje y hace aparición el amor, porque la
protagonista acaba enamorándose del escritor prometedor, de la víctima que los jerifaltes
del M15 le habían seleccionado. En efecto, Serena Frome se enamora de Tom Haley
leyendo lo único que ha escrito: sus relatos breves que McEwan introduce como
ramificaciones de su novela. La lectora compulsiva de gustos escasamente
refinados, se enamora de Tom Haley, un escritor antagónico de sus preferencias
literarias, seguidor de Borges, Cortázar, Pynchon o Barthes.
El desenlace no es preciso que el lector lo
presienta. La misma narradora lo adelanta en el párrafo que inaugura el libro:”No
salí indemne. Me despidieron dieciocho meses después de mi ingreso tras haberme
deshonrado yo y haber arruinado a mi amante, aunque sin duda él colaboró en su
perdición” (página 11). Pero el hilo conductor que tira del lector de esta novela
radica precisamente en saber cómo se desarrolla todo eso que resumen las cuatro
líneas iniciales.
La protagonista acaba enfrentándose a sus
propios dilemas al comprobar cómo para cumplir su misión en el espionaje británico
tendrá que engañar al joven escritor, Tom Haley, claro alter ego de McEwan en
su juventud. El escritor apadrinado por el M15 y el propio McEwan compartieron
la misma universidad (Sussex), el mismo entorno literario, el contexto cultural
de sus primeras publicaciones en el que también debutaron Martin Amis, Julian Barnes, James Fenter, Craig Raine y
Salman Rushdie un poco más tarde, aunque a él, confiesa con ironía, nunca se le
acercó una estupenda mujer a ofrecerle unos emolumentos fantásticos.
Novela de espionaje por supuesto, pero sobre
todo una historia de amor, no solo entre una mujer y un hombre, sino de amor a
la literatura. El espionaje, en efecto es solo uno de los muchos motivos que
McEwan entreteje en su narración, porque la novela esconde, como matrioskas literarias, muchas otras novelas, al menos en
ciernes, así como inspiraciones a la que el escritor les presta atención
preferente: el amor a la literatura, la relación entre ésta y el poder, el compadreo de los
escritores con los servicios secretos, la paradoja de la promoción de valores
como la democracia y el pluralismo político y el secretismo del espionaje con
el se promovían dichos valores.
La novela es además un fresco de los
contradictorios años 70 en un país como Inglaterra: huelgas mineras, el
terrorismo del IRA, un país al borde de una crisis nerviosa, como le gusta
decir al escritor, crisis política, social, cultural y de identidad, aunque con
una vida cultural muy excitante y con el inicio o la consolidación de los
grandes movimientos reivindicativos, tales como el feminismo y el ecologismo.
Con ingredientes como la intriga, dosis de
romanticismo, de sexo y de metaliteratura, Ian McEwan nos permite leer una
buena novela, que no está seguramente a la altura de otras suyas como Expiación o Amsterdam, pero que nos deja ver con acierto el poder de la escritura,
de la imaginación y no deja de plantearnos dilemas éticos fundamentales, como
los intentos de manipulación de las personas al pretender inculcarles ciertas
ideologías.
Francisco
Martínez Bouzas
Ian McEwan |
Fragmentos
“Si
la CIA se oponía al comunismo, tenía que haber algo bueno en él. Sectores del partido
laborista todavía sostenían a los avejentados y brutales dirigentes del Kremlin, con sus
mandíbulas cuadradas y sus proyectos truculentos, y todavía cantaban La
Internacional en el congreso anual e
intercambiaban estudiantes en misiones de buena voluntad. En la ideología
binaria de los años de la Guerra Fría, no estaba bien visto simpatizar con la
Unión Soviética mientras el presidente de Estados Unidos libraba la guerra de
Vietnam. Pero, en la cita a la hora del té en Copper Kettle, Rona, incluso
entonces tan pulcra, perfumada, preciosa, dijo que lo que la inquietaba no era
el contenido político de mi columna. Mi pecado consistía en hablar en serio. En
el número siguiente de su revista no apareció mi firma. En lugar de mi espacio
publicó una entrevista a la Incredible String Band. Y a continuación Quis? Quebró.”
…..
“A
las cinco de aquella tarde de sábado ya éramos amantes. No fue todo sobre ruedas, no hubo una explosión de
alivio y placer en el encuentro de cuerpos y almas. No fue un éxtasis como lo
fue para Sebastián y Mónica, la mujer ladrona. No al principio. Estuvimos
cohibidos y patosos, como si tuviéramos conciencia de las expectativas de un público
invisible. Y el público era real. Cuando abrí la puerta del número setenta e
invité a Tom a pasar, mis compañeras de piso, las tres abogadas, estaban
congregadas al pie de la escalera, con tazas de té en las manos, a todas luces
matando el tiempo antes de volver a sus habitaciones y a una tarde de machacar
temas jurídicos. Las mujeres del norte examinaron a mi nuevo amigo con un interés
no disimulado mientras él estaba de pie en el felpudo. Hubo bastantes sonrisas
y arrastrar de pies significativos cuando se las presenté a regañadientes. Si
hubiéramos llegado cinco minutos más tarde nadie nos habría visto. Mala suerte.”
…..
“Abordamos
otra vez el tema de la Operación Dulce. Me dijo que no era nada infrecuente que
las agencias promovieran la cultura y cultivaran a la clase de intelectuales idónea.
Los rusos lo hacían, ¿por qué no nosotros? Era la Guerra Fría blanda. Le dije
lo que te dije a ti el sábado. ¿Por qué no dar el dinero abiertamente, a través de algún otro ministerio? ¿Para qué
una operación secreta? Greatorex suspiró y me miró, moviendo la cabeza con un gesto
conmiserativo. Dijo que debía comprender que cualquier institución, cualquier
organización se convierte a la larga en un dominio autosuficiente, competitivo,
que actúa de acuerdo con su propia lógica y propende a sobrevivir y ampliar su
territorio. Era tan inexorable y ciego como un proceso químico. El M16 había
obtenido el control de una sección secreta del Ministerio de asuntos Exteriores
y el M15 quería su propio proyecto. Los dos querían impresionar a los americanos, ala CIA, que
alo largo de los años había financiado más iniciativas culturales en
Europa de lo que nadie se imaginaba.”
(Ian McEwan, Operación Dulce, páginas 21, 220, 374-375)
Verdaderamente intensa !
ResponderEliminarFeliz Navidad