Martín Caparrós
Editorial Anagrama, Barcelona 2013, 231 páginas.
Cincuenta y nueve mil parecen ser las veces
que ha comido una persona de cincuenta años, según afirma el escritor argentino
Martín Caparrós. Y añade que sobre algo que hemos realizado tantas veces,
deberíamos haber desarrollado algún tipo de sabiduría. Pero no, nuestro conocimiento
sobre la comida queda en manos de especialistas, se ha transformado en
gastronomía. Saber sobre nuestras comidas, repasar nuestras vidas a través de
ellas es el propósito de esta novela de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957),
autor de una veintena de libros, entre ellos Los Living (Premio Herralde de Novela, 2011).
Comí,
en palabras de su propio autor, es un libro muy raro, con un formato híbrido
discutible: a caballo entre el ensayo, el libro de memorias, la autobiografía
(confusamente autobiográfico) y la pura ficción sobre la complejidad de una
realidad como es el hecho tan natural y ajeno normalmente a nuestra reflexión
de ser un cuerpo, con la cantidad de cosas que suceden en nuestro cuerpo,
apostilla el escritor.
Un hombre, un tal señor Caparrós, personaje
y voz narradora cae bajo el dominio de la máquina médica, representada por el
doctor Bellone. Deben realizarle una videcolonoscopia. Nada complicado,
solamente tres días. Y para poder hacérsela, tiene que guardar ayuno y vaciar
completamente su intestino. Ningún problema porque además usted ya ha comido
mucho en su vida, reitera la voz de la máquina médica. Su aparto digestivo le
pide ahora una devolución de favores. A partir de aquí, al paciente se le
ocurre autodefinirse, detallar su pasado, aunque le aterre, como ser que comió
y come cada día. La siguiente preocupación será saber qué significa comer
mucho, saber cuánto ha comido.
El personaje rememora entonces los episodios
de su vida relacionados con la comida hasta su entrada en el quirófano. Un
amplio abanico de acciones que el protagonista contabiliza, asociadas no solo
con los alimentos, sino también con las sensaciones, con los sentimientos, con
los afectos, sobre todo maternos, con lo recuerdos que, como la magdalena
proustiana, asociamos a ciertas comidas y a determinados momentos: por ejemplo,
la leche humana que comemos en nuestros primeros meses de vida como si
comiésemos a nuestra madre.
Pero comer no solo es deleitar las tripas.
Comiendo establecemos nuestro lugar el
mundo, porque las comidas me constituyen como cultura, forman parte de
nuestra historia. Comer nos configura como explotados o explotadores, aunque es
bien cierto que las abstinencias no solucionan nada ni acaban con la
explotación ni con las plusvalías. Pronto aprendemos a comer no solo por
hambre, sino por rendirle un tributo al placer, a la ilusión de que el
pasado no se fue, sigue vivo en los
gustos y aromas.
De este modo, durante tres días y hasta su
entrada en la sala de operaciones, el protagonista, a la vez que vacía su
estómago y sus intestinos, hace lo mismo con su vida. Una evacuación total de su existencia solitaria y de su vida
familiar con su pareja y su hija. Reflexión pues sobre la comida, sobre el
poder de la maquinaria médica a la que sometemos nuestros cuerpos. Y
recuperación de múltiples episodios de la vida del protagonista que a veces se
parece a Martín Caparrós y otras no y que en el fondo es un personaje de
ficción.
La novela, que forma parte de la “Trilogía monstruosa” del
escritor argentino (Entre comidas, Comí y
Hambre), piezas literarias con la
comida como hilo conductor, no solo es una ruptura de géneros, como reivindica
el autor, sino un libro cuyo género no se puede definir claramente.
En el texto e Martín Caparrós se reserva un
lugar muy especial y más bien desabrido a la medicina, a su poder omnímodo
sobre nuestro cuerpo (“Uno hace muchas más búsquedas cuando se quiere comprar
un teléfono móvil que cuando se pone en manos de un doctor que es a la vez verdugo y salvador).
Un cierto aire satírico, especialmente
cuando el texto toca temas literarios, buenas dosis de humor, un juego de
personajes (el protagonista es y no es a la vez es mismo escritor)
salpican y convierten en placentera la
lectura de este libro “muy raro” que en más de una ocasión no deja de inquietar
nuestra conciencia.
Francisco
Martínez Bouzas
Martín Caparrós |
Fragmentos
“Comer
-cierta manera de comer- es deshacerse del mundo. Pero también es meterse el
mundo en el cuerpo: comer unas papas fritas es tragarse el trabajo de unos
jujeños que emigran cada año al sur de la provincia de Buenos Aires para la
cosecha de la papa y se hunden en el barro y duermen en barracones fríos
durante semanas por una paga vergonzosa mucho mayor que la que pueden conseguir
en sus lugares. Comer un bife es sostener un sistema de transporte en el que
camiones manejados por sindicatos poderosos gastan miles de litros de
combustible para llevar esa carne viva hasta un centro de concentración del
poder económico. Comer unos brotes de soja es masticar el nuevo orden argentino
basado en la explotación depredadora de tierras que se agotarán en unos años,
vacías de población y derrochadas. Comer es llevarse a la boca relaciones de
producción, biografías, injusticias varias, usos de los recursos naturales,
conflictos internacionales, tabúes religiosos, elecciones culturales, más y más
biografías. Yo lo sé, lo escribí, no lo puedo ignorar –y no lo ignoro cada vez
que como.”
…..
“Pero
soy un cobarde. Fracasé porque soy un cobarde y, porque soy un cobarde, no pude
terminar de resignarme a ese fracaso. Últimamente ando diciendo -como quien no
quiere la cosa, sin proclamarlo, como si no lo dijera realmente ando diciendo-
que toda literatura debería ser póstuma: que todo libro debería publicarse
cuando su autor ya ha muerto, cuando esa figura infecciosa del autor ya no
interfiere con la lectura de sus obras, cuando el libro importa por sí mismo y
no por lo que pueda producir –de dineros, de pequeña reputación, de prebendas
baratas –para quien lo escribió.
-Toda
literatura debería ser póstuma.
He
dicho –o, más que dicho, susurrado-tantas veces. Y nunca aclaré el malentendido
que la frase suscita: que yo, su promesa ex promesa, voy a cumplir con la
premisa: que escribo textos y más textos que reservo para después de muerto:
que, por fin, encontré el modo de no dejar de ser el que será.”
(Martín Caparrós, Comí, páginas 33-34, 101)
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