Andrés Barba
Pablo Angulo
Epílogo de Enrique Vila-Matas
Editorial Siberia, Barcelona, 2013, 117 páginas.
El que fuera finalista en el
año 2001 del Premio Herralde de Novela con La
hermana de Katia, Andrés Barba (Madrid, 1975) es sin duda uno de los
escritores más interesantes de su generación, uno de esos literatos capaces de
abrir nuevos derroteros para la escritura. Así lo acredita la acogida del público,
de críticos y escritores como Mario Vargas Llosa o Rafael Chirbes, para quien
Barba se ha vuelto un escritor imprescindible. Creador de personajes sumidos en
un patetismo turbulento, se ha atrevido con algunos de los problemas de nuestro
tiempo más existenciales y espinosos como el desorden y el deterioro que
produce el Alzheimer, la reconstrucción de la vejez, la decadencia y la muerte.
O el tema de la pedofilia. Sus incursiones en el campo ensayístico son así
mismo interesantes y de palpable actualidad, como lo demuestra su ensayo La ceremonia del porno (Premio Anagrama
de Ensayo).
En la publicación que comento, Lista de desaparecidos, publicada al
alimón con el pintor y escultor Pablo Angulo, Andrés Barba se instala en otro
formato: en el del relato breve y nos ofrece la recompensa inmediata: una
colección de historias minúsculas, pero de gran calado y hondura existencial,
tan incisivas y descarnadas como la de las tramas de sus novelas. Una colectánea
de escenas y esbozos que tienen su correlato pictórico en los retratos de Pablo
Angulo que en blanco y negro es capaz de captar la tonalidad y la hondura del
instante narrado o la expresión interior del personaje descrito.
Retrato sentimental de una ciudad, cuyo
referente geográfico posiblemente es Madrid, con sus anónimos habitantes, entre
los que predominan los personajes femeninos, aunque tampoco está ausente el protagonismo
masculino, y en algunos casos, el animal. Una lista de desaparecidos en el
sentido más literal, porque Andrés Barba creó en el taller de su escritorio los
personajes y Pablo Angulo buscó en sus taller de dibujante a esos personajes, a
esos desaparecidos, que plasmó en un retrato robot.
Doce rótulos (Habitación, Vagón, Colegio,
Oficina, Plaza, Frutería, Peluquería, Gimnasio, Restaurante, Taquilla, Bar y de
nuevo Habitación) suturan estos microrrelatos, teñidos de un nostálgico
sentimentalismo, que nos permiten asomarnos al mundo interior de cuarenta
personas anónimas. Detrás de esos retratos descritos y dibujados y que son con
los que cada día nos cruzamos en la calle, laten historias profundamente
humanas, muchas de ellas preñadas de desasosiego, y en las que el amor actúa,
como casi siempre, de tema de fondo e hilo conductor.
El resultado es efectivamente una novela
colectiva de personajes, como confiesa el propio escritor. Personajes
inmovilizados en una instantánea captada por la pluma y el lápiz y que nos introducen, sobre todo, en sus
dimensiones internas. El recorrido sentimental por esa innominada ciudad da
comienzo en una habitación y concluye en otra. Dos reductos íntimos. El resto
de los espacios podrían entenderse como el itinerario de ese viaje por áreas públicas,
aunque la idea de aislamiento impone su ley también en los espacios públicos.
Personajes muy comunes, urbanitas que viven aislados y cuyo bosquejo pictórico
los dota de carne. Carne, sin embargo, poco literaria, porque, si de algo
huyeron escritor y dibujante, fue de darle cabida en esta publicación a aquella
gente no prescindible, no “desaparecible”.
Literatura intimista con un deje de melancolía,
escrita con minúsculas pinceladas, pero dotadas de gran fuerza y aderezada con
originales y brillantes metáforas; con un claro protagonismo narrativo de la
segunda persona, en la que dos lenguajes -la escritura y el dibujo- interactúan
entre sí. Un breve epílogo de Enrique Vila-Matas, escrito con la misma
tonalidad que el resto del libro, cierra esta publicación.
Francisco
Martínez Bouzas
Andrés Barba y Pablo Angulo |
Fragmentos
“Venía,
se acercaba, se esfumaba, de pronto estaba ahí otra vez, le mirabas, te parecía
alguien frágil y al segundo no, como si te separara de él una pared más fina
que el hueso de un pájaro, le acompañabas casi hasta su parada, se iba otra vez
y estaba de nuevo al día siguiente con los ojos abiertos sobre el paisaje: no
le podías empezar a querer y tampoco le podías empezar a odiar, estar con él en
aquel vagón te parecía estar constantemente al borde de lo posible,
descendiendo, nada de lo que sabías del amor te ayudaba.”
…..
“No
era muy distinto el amor de los perros, pero siempre te pareció que tenía algo
de repugnante (tal vez por lo humano): se olían, se ladraban, giraban uno en
torno al otro, el macho trataba de montarla sin éxito y daba tres golpes sordos
al vacío que sonaban como tres palmadas sin gracia en un escenario, tras una
función penosa. Tu perra siempre aguardaba inmóvil y luego abría unas fauces
llenas de dientes, como si bostezara. Parecía una perra distinta entonces, una
perra personificada como una damita aburrida de una novela decimonónica que
hubiese estado haciendo, y con toda naturalidad, un acto aberrante. Luego se
recomponía, ladraba un poco al incauto, casi por compromiso, y se volvía hacia
ti como si preguntara «¿Qué, volvemos?».
…..
“Tu
amor se ha marchado y ya no sabes cómo estar con él, ni si transcurrirá lenta o
rápida esta tarde en el gimnasio, ni quién te mirará desnuda cuando llegues a casa.
No eres tú la que grita, es el mundo el que retumba al compás de la música.
Tratas en vano de comparar la vida con cosas sencillas: unos zapatos, una casa
de comidas donde todos piden lo que desean y nadie lo obtiene, un avión
averiado en el que viajan noventa y cuatro personas que se creen dignas de ser
amadas. Y todo es un poco cierto y un poco mentira: que tú hayas sido feliz,
que le eches de menos, que después de cuatro años apenas puedas decir nada de él
con seguridad, que se parezca a Dios en ciertas cosas.”
(Andrés Barba, Pablo Angulo, Lista de desaparecidos, páginas 26, 56,
82)
Una gran novela, muy bien presentada !
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