La
velocidad de la luz
Javier Cercas
Tusquets Editores, Colección Andanzas,
Barcelona, 305 páginas
(LIBROS DE FONDO)
Javier
Cercas publicó hace ocho años en
Tusquets Editores su quinta novela, La velocidad de la luz. Cuatro años
después de que Soldados de Salamina lo catapultase al éxito, novela de
la que se vendieron más de un millón de ejemplares sólo en España, traducida a
más de veinte idiomas y llevada al cine por David Trueba. Javier Cercas escribe
La velocidad de la luz como un ejercicio de exorcismo, como el mismo
confiesa porque no resulta fácil
sobrevivir con dignidad a las ventas millonarias o a los elogios de astros de
la literatura o la crítica como Susan Sontag o George Steiner. Son los efectos adversos que a veces
tiene el éxito. Y un éxito de la magnitud de Soldados de Salamina puede
a veces truncar la carrera literaria de cualquier escritor. Otros, en la
tesitura de Cercas quizás se hubieran sentido paralizados por la responsabilidad
y habrían preferido que se extinguiese
el brillo de la novela de ventas millonarias. Pero Javier Cercas afrontó la
responsabilidad de una manera distinta y, en mi opinión, encomiable: con la
excelencia literaria, con la reflexión
profunda. Con un producto literario como La velocidad de la luz, novela
intensa y arriesgada que amalgama calidad y una honda reflexión sobre ciertos
temas fundamentales.
La peripecia argumental de la que se sirve
Javier Cercas para ahondar en los interrogantes que siempre le inquietaron (la
vida y la literatura, el fracaso y el éxito y en especial, la culpa, la manera
implacable como nos persiguen las acciones pretéritas de nuestra vida), es la
historia de un aprendiz de escritor que, como el propio Cercas, viaja a una
universidad del Medio Oeste americano para impartir clases de español. Allí
conoce y traba amistad con un compañero de despacho, un veterano de la guerra
de Vietnam, antipático e inabordable y al que todos consideran excéntrico, y
cuya historia pretende escribir. Pronto sobreviene la separación, pero sus
vidas volverán a converger repetidamente. El resultado: una historia fascinante
que se mezcla con la del propio narrador, un narrador sin nombre, en buena
medida, alter ego del propio autor. Un procedimiento formal del que Javier
Cercas echa mano con frecuencia. Es la llamada “autoficción” consistente en
identificar al narrador de sus historias con el propio escritor, de tal forma
que éste queda implicado en la trama y ante el lector se despega el señuelo de
una escritura confesional. Una nueva forma de extinguir las fronteras entre
vida y literatura, tan usual en la narrativa de nuestros días.
Esta es la razón de que la novela no
solamente rebose de referencias metaliterarias, sino que también los mismos
protagonistas se sienten obligados a ser escritores. No pueden ser otra cosa
porque escribir es lo único que les permite contemplar la realidad sin
destruirse y dotarla al mismo tiempo de sentido o de la ilusión de sentido.
Con ser relevante el empleo de este hallazgo
narrativo, que hace acto de presencia en toda la narrativa de Cercas, existe no
obstante otro elemento que dota de mayor fuerza al relato y que también ya
estaba presente en Soldados de Salamina. Este elemento es la guerra. La
guerra que Cercas introduce como la última referencia. Como el motivo definidor
de las conductas humanas. La guerra, la máxima catástrofe en la que se ve
envuelta la especie humana por culpa de su estupidez. La guerra aparece en
Cercas como enigma pretérito que inquieta, obsesiona y, envuelta en velos, en
brumas, en silencios o en misterios, sigue obsesionando a sus protagonistas y
dejando sus secuelas.
Es también la guerra la que en La
velocidad de la luz se trasluce en la peripecia argumental de los dos
personajes fundamentales de la novela y le da pie al escritor para abordar las
grandes cuestiones de siempre. En especial, el tema de la culpa. Si fuésemos
capaces de viajar a la velocidad de la luz para auscultar el futuro, lo que
descubriríamos es que no existe expiación posible ni perdón realmente redentor
para el mal, para nuestros crímenes. Nosotros mismo somos entonces los jueces
más severos. Desde esta óptica, La velocidad de la luz muestra el
reverso oscuro de Soldados de Salamina. En la precedente y exitosa
novela, Javier Cercas nos hablaba de que hasta en los tiempos más viles hay
siempre alguien capaz de un acto de piedad, hecho que lo convierte en héroe. La
principal tesis, en cambio, de La velocidad de la luz es que cualquier
puede cometer la mayor atrocidad. La persona más decente puede esconder bajo su
piel un verdadero asesino.
Pocas veces la cita introductoria de un
libro resulta tan oportuna y expresiva como en este caso. La velocidad de la
luz se abre con este texto impresionante de Ingeborg Bachmann: “El mal, no
los errores, perdura/ lo perdonable está perdonado hace tiempo, los/ cortes de
navaja/ se han curado también, sólo el corte que produce/ el mal, / ese no se
cura, se reabre en la noche, cada noche”. Este corte de navaja que cada noche
se reabre y supura, son las atrocidades cometidas en otro tiempo en Vietnam y
que persiguen implacable y eternamente a su responsables.
La novela de Cercas, intensa, emotiva y al
mismo tiempo muy reflexiva es un producto narrativo elaborado con maestría y
oficio. Su escritura engañosamente transparente y el hondo calado de su trama
-el sentido de las acciones humanas-seducen al lector a medida que avanzan las
páginas.
Francisco Martínez Bouzas
Javier Cercas |
Fragmento
“-Sí –dije, y
casi sin darme cuenta añadí- : A lo mejor uno no es sólo responsable de lo que
hace, sino también de lo que ve o lee o escucha.
Apenas me oí pronunciar
esta frase me arrepentí de haberla pronunciado. La reacción de Rodney me
confirmó el error: sus labios compusieron instantáneamente una sonrisa taimada,
que se desvaneció enseguida, pero antes de que yo pudiera rectificar mi amigo
empezó a hablar despacio, como poseído por una rabia sarcástica y contenida.
-Ah -dijo-.
Bonita frase. Cómo os gustan a los escritores las frases bonitas. En tu último
libro hay algunas. Francamente bonitas. Tan bonitas que hasta parecen verdad.
Pero, claro, no son verdad, sólo son bonitas. Lo raro es que todavía no hayas
aprendido que escribir bien es lo contrario de escribir frases bonitas. Ninguna
frase bonita es capaz de apresar la verdad. A lo mejor ninguna frase es capaz
de apresar la verdad. A lo mejor ninguna frase es capaz de apresar la verdad,
pero…
-Yo no he
dicho que quisiera contar la verdad -le interrumpí, irritado-. Sólo he dicho
que quería contar tu historia.
-¿Y qué
diferencia hay entre las dos cosas?- -respondió, buscándome los ojos con aire
triste de desafío-. Las únicas historias que merece la pena contar son las que
son verdad, y si no pudiste contar la mía no es porque no pudieses, sino porque
no se puede contar.”
(Javier Cercas, La
velocidad de la luz, páginas 175-176)
Francisco Gracias por compartir tus lecturas, y por tan exquisitos comentarios ... Es un deleite seguir tu Biblioteca.... E.D.B.H. (Ahh, perdón por aparecer así, pero solo quería dejar un comentario por tantos que tu me haces a mi....(T.V.B). Adivina que significa?
ResponderEliminarNovela muy interesante.
ResponderEliminarMark de Zabaleta