Pastor Aguiar
Editorial Pelícano, Miami, 2012, 135 páginas
Aunque es su primer libro en
solitario, Pastor Aguiar no debuta con él en la literatura. Escritor desde la
adolescencia, con múltiples colaboraciones en varios medios y en todos los géneros
(lírica, ensayo, narrativa) y con las alforjas bien cargadas de material aún inédito,
incluida una novela sobre sus tres viajes en balsa para huir de la Cuba
castrista, hoy nos agasaja con esta veintena de cuentos cercanos al género
costumbrista, muy arraigado en Cuba y que tuvo en Jorge Onelio Cardoso su máximo
exponente y por cuya senda camina la narrativa de Pastor Aguiar.
El costumbrismo literario se nutre sobre
todo de bocetos, no demasiado extensos, que pretenden reflejar los hábitos,
usos y costumbres, así como los tipos característicos de la sociedad, animales,
labores cotidianas, diversiones, zozobras y también los acontecimientos que se
salen de la rutina diaria, con la intención de divertir, a la vez que nos
ilustran sobre modelos de vida, sin excluir muchas veces una sutil crítica
social. Y en estos cuadros de costumbres encajan sin disonancias los cuentos de
esta antología de Pastor Aguiar. Seguramente debido a su conocimiento
experiencial porque la existencia del escritor, en si misma una verdadera
novela, quedó marcada para siempre por su trabajo en la zafra desde los ocho
años, donde se amamantó con un rico caudal de valiosas experiencias vividas en el campo cubano: la dura y
desabrida experiencia de los campesinos en sus labores agrícolas y en su vida
cotidiana, aderezada al mismo tiempo con otras vertientes de la realidad: la
imaginación y la fantasía.
La mayoría de estos relatos, todos ellos de
mediana extensión, nos sumergen, en efecto, en el día a día del campesino cubano,
en sus quehaceres, fiestas y descansos, en los ventarrones, turbonadas, goteríos,
tormentas cuyos truenos se abren paso “como un puñetazo”, en ese sol inclemente
de “vidrios rotos”, que formaban parte de la cotidianidad de las labores agrícolas,
poblada, sin embargo, de insólitos prodigios y de acontecimientos sorprendentes.
Será el globo hecho de tiras de lona que se eleva en la noche estelar con la tía
loca dentro, mostrando las maletas del eterno viaje. O el reventón del corazón
podrido del viejo puente de madera, a la vez que el pecho del protagonista,
arrastrado por las aguas, se llena de vuelos de pájaros. Los rabos de nubes
cortadas con el hacha o las tijeras y los rezos que aplacan tormentas. O
Pitusa, la loca preñada que deja extasiados a los muchachos con sus tetas
crecidas y la preñez agarrándose a las entrañas. O el furot de la tempestad que
hace que la vieja Leocadia vea llover gente en el tanque de los animales.
Cuentos que incluyen así mismo escenas
crudas como la castración de los toretes del abuelo, escachándoles los testículos
con una tabla de pino, o nos remiten al día a día de las duras faenas agrícolas,
como la trilla del arroz o la lucha del pastor contra el ataque de los perros jíbaros
que le hace pensar en la terrible tragedia de la muerte.
Cuentos populares: sus pequeños o grandes héroes
y protagonistas están extraídos de la gente común del labrantío cubano, con sus
costumbres, sus creencias y sus fantasías. Que resaltan además el localismo no
solo en sus tramas y núcleos diegéticos, sino también en el empleo de una
lengua empapada del español de Cuba. Reproducción poco menos que fotográfica de
la realidad a base de excelentes descripciones de ambientes, lugares, animales,
objetos y utensilios en las que abundan no solo el léxico específicamente
cubano, sino también los giros lingüísticos con una gran fuerza denotativa.
Todos ello sin traspasar las fronteras de una lengua coloquial abierta y muy
natural que convierte a este nutrido ramillete de cuentos de Pastor Aguiar en
una real y a la vez fantástica recreación del campo cubano en su amplitud,
sobre todo humana, que no incomoda las ansias lectoras, sino que las ilustra
con este vivo retrato lleno de colorido de la realidad campesina de la Isla
caribeña.
Francisco
Martínez Bouzas
Pastor Aguiar |
Fragmentos
“Dicen
que mi tía se volvió loca con lo del parto. Había estado toda la noche gritando
sin que aquello se le saliera del cuerpo. A punto de cantar el manisero, le
vino una gran diarrea y con ella el muchacho. Desde entonces engordó mucho, a
pesar de que cada día andaba más de quince kilómetros, teniendo en cuenta los
caminos rectos hacia los brocales de los pozos y las tres vueltas que les daba
en uno y otro sentido, manteniendo los brazos en cruz y enseñándole al cielo
los pellos donde, según ella misma, cargaba con las maletas del eterno viaje.”
…..
“Cuando
era la tarde de turbonadas, nos íbamos a jugar a la casa vieja. Era una
construcción de madera, techo de hojas y piso de cemento y lozas. Como mis
abuelos habían muerto años atrás, la sala y el comedor se adaptaron para
escuela. Los dos cuartos se convirtieron en la casa de abono. Allí apilaban los
sacos de fertilizantes hasta las soleras, que limitaban la parte superior de
las paredes de tablas de pino. Este era nuestro sitio de juegos. Recuerdo que en
uno de los escaparates encontré un libro de historias de sexo, donde una
muchacha virgen era conquistada. Aquello fue un acontecimiento inolvidable. Lo
escondimos debajo de las losas y nos disputábamos el tiempo de leer. Entre los ángulos
de las paredes y los sacos, las gallinas escondían nidos y alguna vez tomamos
un huevo echado para descascarlo y ver al polluelo con esbozos de plumas que,
al moverse, proyectaba el piquito blando sin lograr un pío.”
…..
“El
ateje lo apoyaba en su tronco de imponente vigía. Las piernas alargadas hacia
la hondonada de cuero de buey y yerba fina; en la mano derecha una vara, con la
que espantaba piedrecillas y de vez en vez se azotaba las puntas de los zapatos
da yagua, varados al borde de un trillo, que desde el rancho, ondulaba por los
yerbazales y se perdía hacia la salida del sol. Par de kilómetros al frente
espejeaban unas colinas salpicadas de yuraguanos y almácigos raquíticos, con
algunos cayos de marabú intercalados. Por la izquierda el juncaral de Arango,
repleto de mancaperros y zarzas. Por la derecha, el rancho encerrado en la
arboleda con su techo de hojas de palma real y caballete de yaguas, asomándose
a los retozos del tiempo.”
(Pastor Aguiar, Cuentos, páginas 11, 30, 69)
Gracias, amigo Bouzas. Es tan bueno tu trabajo que sobrepasa con creces mi libro. Me honra y emociona. Nadie había regalado su valioso tiempo para comentarme tan detalladamente. Un gran abrazo. Me lo guardo para mi exiguo curriculum.
ResponderEliminarMuchas gracias, Francisco, por tan excelente reseña!
ResponderEliminarUn abrazo desde Miami.
Jeniffer Moore
Una gran presentación !
ResponderEliminarMark de Zabaleta