Ángeles Mastretta
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2013, 318 páginas.
“Cada quien tiene su novela”,
afirma Ángeles Mastretta, va cargándola, la teje todos los días. Y a veces trama en ella el paso de sus
ancestros, como si del suyo se tratara (página 37). Eso es lo que hace la
escritora mexicana en este libro, tan híbrido que la misma autora duda de su
propia naturaleza. ¿Un libro de
memorias, una indagación en el pasado familiar, una búsqueda o incluso una
tontería? Es posiblemente todo eso, menos una tontería, escrito por una
narradora de renombre internacional -Premio Rómulo Gallegos en 1997 con su
novela Mal de amores-, aunque
bastante controvertida. Sobre su figura y quehacer literario se han vertido
opiniones muy dispares y no siempre todas positivas. Es “escribidora”, no
escritora según Roberto Bolaño; especializada en hacer literatura de mujeres,
encasillamiento que antes la enojaba y que ahora asume con naturalidad, porque
está convencida de que no existe una literatura deliberadamente escrita para mujeres,
aunque asume que ella sí que escribe desde el punto de vista de la mujer.
La
emoción de las cosas, un título tomado de un verso de Antonio Machado, no
es propiamente una novela, porque una novela, reconoce la autora, es un regalo
y su libro es una colección de pequeños regalos. Diminutos regalos, en efecto,
que nos llegan confinados en lo que, sin duda, es un libro muy personal y en el
que la memoria y la emoción sobrevuelan por encima de la ficción. Ajuste de
cuentas con su pasado, recuerdos extraídos del baúl sentimental para exorcizar
la memoria, que la autora fija por escrito como terapia curativa al poco tiempo
de la muerte de su madre y en el que plasma sus evocaciones de la infancia,
adolescencia y juventud, como una forma de recuperar tanto la historia familiar
como la personal. Un libro construido también de instantáneas de momentos, de
impresiones surgidas como anotaciones de una bitácora, pues en buena parte el
libro tiene sus orígenes en un blog.
Buceo, sobre todo, en los antecedentes
familiares: sus antepasados, sus abuelos, sus padres, sus hermanos ya en el México
natal. Y con un centro oculto o un gran silencio: la figura paterna. El padre
fallecido, cuando la escritora contaba diecinueve años, sin haber revelado a sus hijos su pasado, que estuvo en Italia
durante la Segunda Guerra Mundial, que llegó a creer en la ensoñación fascista.
Memorias petrificadas y que la autora clausura tras haber conocido a una
antigua novia que su padre tuvo en Italia, precisamente durante esos años.
Libro pues anecdótico y sobre todo
intimista, preñado de pequeñas historias en las que se atesoran las estampas
familiares, los detalles de su vida desde el tiempo de los abuelos y con
pequeñas divagaciones sobre la modernidad, la escritura, la religión, la muerte
o sobre las autoras preferidas de Mastretta: Jane Austen o Isak Dinesen. Y en
el que, sobre todo, reverberan las emociones que Ángeles Mastretta transmite a
los lectores con suma facilidad, hasta el punto de que ella misma teme haber
escrito un libro de autoayuda.
Tono confesional, balsámico para la autora,
porque ella está convencida, y en este libro lo patentiza, de que somos lo que
dejamos en los otros, pero también lo que callaron y no nos contaron. Ese fue
precisamente el legado del padre al que no inventa. Su silencio respetado y en
el fondo transformado en secreto tesoro en estas páginas, con más sentimientos
que información. Todo eso y una voz femenina que construye una prosa intimista,
es lo que el lector hallará en este libro. Pero nada más.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“El
abuelo creía en las guerras, motivo para una disputa que nadie quiso tener con él.
Ni siquiera mi padre, que hubiera tenido mil razones, pues vivió la guerra.
Cuando regresó de Italia, no volvió a mencionarla. Ni mi madre, que durmió
junto a él veinte años, supo del espanto que atenazó su vida y su imaginación
desde entonces y para siempre. Todos creímos que se le había olvidado. Pero ahí
estaba el abismo del que nunca hablaba, ahí, en la nostalgia con que se reclinó
en la puerta de nuestra casa, a ver cómo sus tres hijos mayores nos íbamos a
vivir a la ciudad de México. De golpe.”
…..
“Fuimos
a Milán movidas por el deseo de saber una historia tras la niebla que dejó
nuestro padre, buscando la palabra de una mujer que prometía en dos párrafos la
memoria vívida del tiempo en que nosotros no éramos ni el deseo de nuestra
existencia. Fuimos a Milán como si pudiera ser cierto que la imaginación
necesita sostén. Como si yo quisiera creerme la mentira de que me urgía saber
una verdad para contar otra. ¿Un viento desde el que asir la nada de la que
nunca oímos hablar? ¿Para qué? ¿Para escribir una novela? Si uno inventa para
indagar, no al revés.
De
eso, si alguna duda tuve, la perdí en dos tardes de tratar a la dama cuya letra
convocaba a visitar el pasado, pero su voz era puro presente. Por eso, tras sólo
dos ratos de mirarla, mi hermana y yo nos encontramos abrazándola con la
urgencia de prolongar el futuro, porque todo en ella es el ávido deseo de andar
viva. «Ci vediamo domani
(nos vemos mañana)», dijo con su voz ronca, poniendo en nuestras manos, como
nunca en Italia, la contundencia del ahora. ¿Qué nos importaba lo que pasó en
la guerra si aquella mujer de oro no quería recordarlo? Si la memoria de esos
años no guarda más dolor que el de ya no ser joven.”
(Angeles Mastretta, La emoción de las cosas, páginas 13-14, 183)
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