Luigé Martín
Editorial Anagrama, Barcelona, 2013, 131 páginas.
Transcurridos cerca ya de doce
años desde el 11 de septiembre de 2001, esa literatura inevitable que provocan
siempre los grandes acontecimientos apocalípticos, ya se puede decir que llegó
y lo ha hecho con las alforjas llenas. Historias patrióticas, de vivencias de
la catástrofe, dramas familiares, surgidos al reclamo irresistible del ataque y
derribo de las Torres Gemelas, se han ido sucediendo y llenando el mercado a lo
largo de estos últimos años. O simplemente desencadenando ficciones que se
encaminan por otras sendas, pero que tienen su punto de arranque en el 11-S.
Como acontece con esta novela breve de Luis García Martín, Luisgé Martín desde
que alcanzó el éxito. La misma ciudad,
un título ordinario, que nada dice a primera vista, pero que comienza a decirlo
desde la primera página cuando los versos epigráficos de Horacio (“Aquellos que
cruzan el mar cambian de ciudad, pero no de alma”) inauguran este pequeño
volumen. A lo largo del recorrido por sus páginas, el lector se va sumergiendo
en los avatares de esa segunda oportunidad que aprovecha el protagonista para
vivir otra vida. Los versos de Cavafis que hallamos cuando ya la novela ha
consumido sus tres cuartas partes (“No existen para ti otras tierras, otros
mares. / Esta ciudad irá donde tu vayas”, página 77), nos confirma en la idea
de la imposibilidad de cambiar de identidad y de desterrar para siempre el
sentido y el giro de nuestra vida y desviar nuestro destino.
Todo comienza con la llamada crisis
andrógina de los cuarenta y el 10 de septiembre del 2001. Ese día Brandon Moy,
el protagonista de la ficción, cuya vida goza de un transcurso tan plácido como
insustancial, sin emociones y con rutinas confortables (un buen trabajo, un
hijo, una buena mujer a la que ama…) se encuentra con un antiguo compañero que
le relata su vida, por el contrario, repleta de emociones: droga, bellas
mujeres, incontables experiencias y el mundo por montera. Moy se siente
humillado porque en su existencia rutinaria hay pocas vibraciones y menos
mujeres. Y ya ha cumplido los cuarenta. Al día siguiente llega tarde al trabajo
y eso le salva la vida porque un avión se ha estrellado contra el edificio del World
Trade Center. Él no falleció por supuesto, pero se consideró oficialmente
muerto como sus veintiséis compañeros del despacho de abogados en el que
trabajaba. Su vida cambió radicalmente en esas horas. Un factor aleatorio, una
limitación tecnológica (el hecho de no poder llamara sus esposa porque las
líneas estaban colapsadas) va a determinar el resto de su vida. Una nueva vida
basada sobre una muerte fingida, con un único norte: convertir su nueva
existencia e una aventura.
Y, en efecto, en el frío y soledad de la
primera noche, sin familia, sin amigos, creyó encontrar la esencia de sus nuevo
rumbo vital, que tiene su punto de partida en Boston y se extenderá por medio
mundo, llevando a la cama a incontables mujeres, estafándolas, embriagándose en
remolinos eróticos, sin que estén ausentes las drogas y tampoco la literatura.
Hasta que un día se encuentra con el poema de Cavafis, “La ciudad”, que le descuartiza el corazón y al que
interpreta como una profecía sobre sí mismo: sus viajes a través de los ilusos
sueños, por una topografía a veces tenebrosa, no le han enriquecido
existencialmente. La ciudad, la vida que hemos fraguado a los largo de los años
nos acompaña siempre. Nuestra existencia podrá ser un constante viajar, pero
siempre dentro de la misma ciudad: nosotros mismo.
Novela, pues, sobre la búsqueda de la
identidad, sobre la imposibilidad de escapar a la insatisfacción vital que nos
asolará de igual manera en una existencia repleta de frenesí hedonista como en
otra más convencional. En ambos casos, la huída es una vana ilusión.
Novela breve, pero preñada de sustancia que
el autor presenta como una ficción encajada en su propia experiencia. Es Luigé Martín el
narrador, sin que se sirva de ningún alter ego. Él reproducirá, a veces en primera
persona, otras en tercera, esta muerte fingida y la huída al filo del cuchillo
del protagonista al que dice haber conocido en un congreso de escritores en
Cuernavaca en el año 2008. Un artificio no demasiado convincente, aunque
intranscendente en el desarrollo de la trama, tan cruda como subyugante,
comenzando por la pavorosa fotografía de Richard Drew que le sirve de portada
al libro.
Francisco
Martínez Bouzas
Luigé Martín |
Fragmentos
“Ese
fue el jeroglífico o el sofisma que Brandon Moy concibió aquella mañana para
justificar sus actos: si le hubiera anunciado algún día a su esposa que se marchaba
de su lado para viajar por América o por el sur de la India, como habían
planeado hacer juntos muchos años antes, ella le guardaría rencor durante el resto de su vida, pero si se
iba ahora de Nueva York sin decir nada, caminando en silencio entre aquel
paisaje de hecatombe, Adriana le guardaría duelo y sentiría hacía él gratitud
eterna. Si se marchaba entre las llamas, su hijo no crecería pensando que su
padre era un inconstante y un renegado, sino un héroe (…) Esa cábala grotesca
es la que avivó a Moy a tomar la decisión de abandonar la ciudad y marcharse
lejos.”
…..
“Todos
aquellos sueños que había cumplido como si fueran parte de una ceremonia -los
delirios del peyote, la promiscuidad, los viajes en globo, las hazañas marinas-
nunca acababan de saciarle porque en realidad no sentía por ellos fascinación o
gusto, sino desagrado. Los perseguía porque siempre había creído que a través
de ellos llegaría a conocer la sustancia del mundo. Desde que era un niño había
oído decir que la entraña verdadera de la vida estaba en el peligro, en el
exceso, en el quebrantamiento o en la extravagancia. En la mudanza perpetua.
Quienes iban a una oficina cada día, eran fieles a su esposa, veían la
televisión por las noches y veraneaban siempre en el mismo lugar, reposadamente,
eran seres oscuros e inexistentes. Espectros que no dejan ninguna huella en lo
que tocan. Ésa era la ley, el mandamiento: había que buscar la temeridad, pues
el orden y la quietud sólo conducen a la muerte.”
(Luigé Martín, La misma ciudad, páginas 37-35, 123)
Gran presentación !
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