Lilian Elphick
Mosquito Editores, Santiago de Chile, 2013, 93 páginas.
A estas alturas de esa historia de la
minificción, nacida en tierras australes, no me cabe la menor duda de que
Lilian Elphick es una de las grandes figuras del subgénero basado en la elaboración
de una minuciosa orfebrería capaz de agasajarnos con abundantes narrativas
completas, pero al mismo tiempo muy breves. Relato relámpago, inmensidades
hechas de ausencias, el máximo de significado con el mínimo de significante y
mucha inteligencia, arranca cuando concluye su lectura, solo se ve la décima
parte como en el iceberg… son algunos intentos de definición. Definiciones
imposibles seguramente, pero que Lilian Elphick ejemplariza de forma magistral
en sus cinco libros anteriores. También en estas Confesiones de una chica de Rojo, de tan reciente edición en
Santiago de Chile que huele todavía a fresca tinta verde.
Cincuenta y ocho minirrelatos distribuidos
en dos grandes secciones, la primera carente de título pero con varias series
como la que se nos ofrece bajo el epígrafe “El crujido de la seda”. Seis
cuentos crueles, capaces de rebanarnos el aliento ya en su porción que emerge y
se manifiesta, donde brillan las navajas
y cuchillos “que cantan su melodía de afilada zampoña” (página 13) y se
alude eufemísticamente a muertes matadas como “el patio de los callados”.
Después, un amplio ramillete de historias
breves, brevísimas en su mayoría, que suben esa apuesta de la que hablaba César
Aira. Relatos como centellas o fusilazos que nos atrapan por el inesperado e
inteligente final, que hace que salga a flote ese secreto sumergido, porque en
la narrativa de Lilian Elphick se desarrolla al máximo, como ya he podido
constatar en la lectura de otros de sus libros, la escritura elusiva y en su inteligente factura es mucho más lo
que sugieren que lo que expresamente dicen, sin que quepa sospechar aquello de
que un mal narrador puede tener un momento de talento y hallar una frase genial
o un desenlace inesperado. La minificción de Lilian Elphick, respirando atmósferas
diversas y preñada de tonalidades igualmente dispares, mantiene el pulso y en
unas cuantas líneas aprisiona una historia, historia sugerida que el lector
tendrá que completar si quiere disfrutar de ese frenesí de escritura proteica, elusiva y, sobre todo, desbordante de ingenio y creatividad.
En muchos de esos relatos, el mismo común
denominador: el sutil filamento de la tajada asentada ya sea con veneno, con
colmillos hincados, con degüellos o con balas encajadas en el corazón de la
protagonista de “La soldadera”, un minicuento que ya me había hecho estremecer en
anteriores lecturas y que considero digno de figurar en las más selectas antologías
de la microficción.
La presencia pues de lo trágico, de la
crueldad, de lo pavoroso (“un año después me lanzaban al mar con las manos
amarradas y caía, caía al azul con la esperanza de verla de nuevo”, página 27)
transita por buena parte de estas confesiones que la prosa trenzada con sutil
ingenio por la autora convierte en pequeños tesoros narrativos y en verdaderos
artefactos que interpelan al lector.
Especial mención merece, a mi juicio, el
relato que le da el título a la colección: una personalísima e ingeniosa versión
del cuento de Caperucita, paradigma de esa tonalidad malvada y vengativa que
enmarca buena parte de estas minificciones.
No obstante, la versatilidad creativa de la
autora es capaz de transcender los discursos monotemáticos de las garras
afiladas de la maldad y deleitarnos igualmente con otros hilos temáticos. Será
el amor y sus enveses, el encuentro con la propia condena y otros núcleos diegéticos
los temas que, emergiendo de su imaginación, se convierten en letra escrita. Y
también con las historias fantásticas que componen la sección que clausura el
libro: “Otras verosimilitudes” que nos llevan desde la invención de la sábana
con miniaturas de posturas sexuales para acrecentar el arte amatorio, hasta la
verdadera historia de la extrañeza.
Narrativa en formato breve, (“testículos”,
si le robamos la palabreja a Cortázar) anclada en estructuras proteicas, con
muchas resonancias intertextuales enriquecedoras, con un amplio elenco de
personajes. Narrativa irónica, mordaz, mortífera, corrosiva, con muchos finales
fulminantes, exactos, helados, como si hubieran sido cortados con un diamante.
Y vestida explícita o implícitamente con el color rojo de la sangre. Apta sobre
todo para paladares exquisitos que aúnen tanto ingenio como sensibilidad, para ser
capaces de extasiarse con esos dos
tercios de la magnitud sumergida que deberán cobrar vida en su imaginación. El
tercio visible nos invade a través de una escritura a veces muy clara y directa,
otras elíptica y afilada, pero siempre llena de primor, de belleza y
sensualidad. Así sigue Lilian Elphick construyendo sus propios abismos,
inconclusos, abiertos y despeinados, como ella misma dice.
Francisco
Martínez Bouzas
Lilian Elphick |
Fragmentos
La soldadera
“Iba
a pie. Él, a caballo. Asaba las tortillas, lavaba sus ropas, colocaba paños húmedos
en su cuello. Mantenía el filo de la navaja con el cuero, revolvía el jabón y
era guardadora del espejo.
Muchas
veces perdí criaturas en la trinchera. Tanta era la sangre. Es que a él no le
gustaba mi modo de afeitarlo. Me tenía miedo. Decía que cualquier día iba yo y
lo degollaba. Y me pateaba en el suelo. Por eso, esa mañana, le sostuve el
espejo. Ante las tres señales de luces, mi comadre tomo su 30 – 30 y me encajó
la bala en el corazón. Tal cual le pedí. A ella la acribillaron ahí mismo. Este
hecho no pasó inadvertido para la revolución: nos recordaron como valientes
lesbianas.”
…..
La memoria
“En 1973, Hortensia Bussi dijo: «Quiero
que sepan que aquí estamos enterrando a Salvador Allende, Presidente de Chile,
en forma anónima, porque no quieren que se sepa. Pero yo les pido a ustedes, a
los sepultureros, jardineros y a todos quienes trabajan aquí, que cuenten en
sus casas que aquí está Salvador Allende para que nunca le falten flores.»
En 2011, al exhumar los restos de
Salvador Allende, no se encontraron huesos, sino muchas flores, frescas, plenas
de fragancia, vivas en su memoria silenciosa.”
…..
Curso de lingüística general
“Le arranqué la camisa, le solté el
cinturón y, cuando los pantalones caían al suelo, noté su cola larga, escamosa,
terminada en punta de flecha.
-
¡Ay, Dios mío!
– grité
-
Llámame como
quieras, a mi no me importa – dijo él, mostrándome el verdadero infierno de su lengua.”
(Lilian Elphick, Confesiones
de una chica de Rojo, páginas 23, 26, 29)
Muchas gracias, Francisco, por tu comentario.
ResponderEliminarAbrazos desde el sur del mundo,
Lilian.
Realmente interesante.
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta