Lorenza Foschini
Traducción de Hugo Beccacece
Editorial Impedimenta, Madrid, 2013, 140 páginas.
Novelar una vez más a
escritores o acercarse a ellos a través de sus objetos más personales, desde
sus cuadernos, sus cartas, sus manuscritos, sus muebles hasta su reliquia más
personal: el viejo abrigo del escritor, en este caso el del autor de En busca del tiempo perdido, Marcel
Proust. Lorenza Foschini, a través de un personaje vicario se aproxima así a la
vida de Proust y confirma esa tendencia, cada día más consolidada entre los
escritores: novelar a los miembros de su propio gremio, aunque el libro de
Lorenza Foschini no sea una novela “stricto senso” (“Este no es un relato
imaginario”, es su primera premisa), pero sí un verdadero texto narrativo. La
autora nos cuenta una serie de historias que se cruzan con aquel carcomido
abrigo y por lo tanto con su portador, Marcel Proust.
No obstante el protagonista de de la narración
de la escritora napolitana no es directamente el escritor francés, sino la
propia narración que, partiendo de un tema de fondo común, se desparrama en
diversas historias aunque todas tengan que ver con el autor de la Recherche. Y todo ello a través de un intermediario: un obstinado y
excéntrico coleccionista, Jacques Guérin, magnate parisino de los perfumes. La
autora italiana, a partir de una entrevista que en su día le hizo al diseñador
Pietro Tosti, que trabajaba con Luchino Visconti en un intento, a la postre
fallido, para llevar al cine En busca del
tiempo perdido, reconstruye los avatares de una fascinación literaria: la
del bibliófilo fetichista proustiano, Jacques Guérin, en su pasión por
coleccionar los objetos que en su día habían pertenecido a Marcel Proust. Por
eso mismo, El abrigo de Proust es
todo un homenaje a la pasión por coleccionar objetos relacionados con los
grandes autores, un homenaje también a la literatura, a esa otra casta de letraheridos que no se sacian con la
lectura de los textos, sino que su fanatismo literario les empuja a tomar
conciencia de que los viejos papeles, los manuscritos u objetos personales de
un escritor son mucho más que papeles garabateados, muebles usados o prendas
carcomidas. Están atacados por el mal de la creencia en el poder evocador de
los objetos. Esa es la justificación de su pulsión coleccionista, del
fetichismo literario, en este caso una tentativa quizás de conjurar la ausencia
del personaje convertido en fetiche, como escribe Hugo Beccacece en el
postfacio de este libro: “Creó así la ilusión casi perfecta de que la vida de
Proust continuaba” (página 138).
Como ya he dicho, Lorenza Foschini se centra
en la figura de Jacques Gurérin. El azar en forma de urgencia médica -una operación
de apendicitis- pone en contacto al magnate perfumero con el cirujano Robert Proust, hermano de
Marcel, quien le muestra el escritorio del escritor, una pila de cuadernos en
aparente desorden que era nada más y nada menos que la obra completa de Proust,
escrita de su puño y letra. Guérin, que ya sentía una gran devoción por el
autor de la Recherche, la transforma
a partir de ese momento en una irreductible pasión. Entra en contacto con la
familia y descubre que ésta, especialmente la cuñada Marthe que consideraba la
homosexualidad de Marcel una lacra para el clan familiar, se dispone a
deshacerse de sus pertenencias. A partir de ese momento, el texto de L. Foschini
relata la carrera exasperada de Jacques Guérin para hacerse con todos los
objetos personales de Proust que aún no habían sido devorados por el fuego
purificador, entre ellos el abrigo forrado de piel de nutria que Proust
empleaba también como manta de cama mientras escribía la Recherche. Pero ya la furia destructora de Madame Proust había
quemado una gran parte de la “papeluchería” de Proust, su cuñado. Se habían
salvado los manuscritos porque su marido era consciente de su gran valor económico.
Un tema no menor del libro son las
relaciones en el seno de la familia de Proust y la vivencia problemática de la
homosexualidad por parte de Marcel Proust que la escritora relaciona, en su
repercusión externa, con la Jacques Guérin y que explica que Madame Proust
quemase o destruyese cartas, dedicatorias y otros papeles de su cuñado para
salvaguardar su honra. La familia del escritor, mediante la quema “catártica”
de cartas y papeles pretende salvaguardar el buen nombre de Marcel, después de
la inútil presión psicológica que éste sufrió en su juventud cuando fue enviado
por su padre a un burdel, según la costumbre de la época, para conocer el “sexo
normal”. Guérin, en cambio, en su condición de hijo ilegítimo gozó de una
libertad insólita para la época que le permitió vivir con menos angustias su
condición homoerótica.
Un libro, pues, que nos permite enfrentarnos
con emoción con el universo proustiano, con su anecdótica, con sus zozobras
vitales, con la génesis del fulgor de su escritura, revelado todo ello a través
de sus objetos personales, objetos de gran poder evocativo y que la autora sabe
tejer como hilos de una historia que acercan al lector a uno de los grandes
escritores de todos los tiempos. Porque en el texto de Lorenza Foschini, cada
objeto, el viejo abrigo, la cama de latón, el bastón de piel de jabalí… es portador de una
historia y de un cúmulo de vibraciones sentimentales.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Un
verano, cuando todavía era joven, se encontraba en París cuando sufrió lo que
parecía ser un súbito ataque de apendicitis. Llamaron a un médico, aun prestigioso cirujano (…) El doctor resultó
ser Robert Proust, el hermano de Marcel. Poco tiempo después, ya repuesto, el
paciente pidió una cita con el médico, y aprovechando la visita a su casa, tuvo
la oportunidad de contemplar con sus propios ojos algunos de los cuadernos
manuscritos del escritor. A partir de entonces, su pasión por Proust empezó a
crecer hasta convertirse casi en una obsesión. Se hizo amigo de la familia. Se
acostumbró a leer cada día los obituarios de Le Figaro y, cuando moría alguien que él pensaba que
podía haber formado parte del universo proustiano, corría a su funeral, se
colaba en la iglesia fingiendo ser un pariente del finado, identificaba, entre
toda la concurrencia, a la persona que podía resultarle de utilidad, se acercaba
a ella, entablaba una conversación y empezaba a sonsacarle toda la información
que podía.”
…..
“Como
si un imán lo atrajera hacia el objeto inesperado, siguió al ropavejero hasta
el fondo del depósito. ¿Y qué fue lo que vio allí? Ennegrecido, oxidado, todavía
cubierto por su tela de satén azul, estaba el lecho de latón del escritor,
cubierto de polvo. Aquella era la cama donde Proust había dormido desde los dieciséis
años; la cama donde había escrito durante cientos de noche insomnes su obra maestra;
la cama donde había fallecido el 18 de noviembre de 1922; la cama sobre la que,
en palabras de Walter Benjamin, «yacía destrozado por la nostalgia de un mundo
cambiado».Para Benjamin, aquella fue la segunda vez en la historia en que se
levantó «una estructura como esa en la que Miguel Ángel, con la cabeza volcada
hacia atrás, pintaba la Creación en el techo de la Capilla Sixtina: la cama
sobre la que Proust, enfermo, con los brazos levantados, cubría con sus
escritura las numerosas hojas que consagró a la creación de su microcosmos».”
(Lorenza Foschini, El
abrigo de Proust, páginas 17, 91)
Parece un gran libro.
ResponderEliminarSaludos
mark de Zabaleta