Iván Repila
Editorial Libros del Silencio, Barcelona, 2013, 130 páginas.
Iván Repila (Bilbao, 1978), creador
publicitario, editor, gestor cultural y joven escritor, es autor de dos
novelas: Una comedia canalla, cuya
lectura le permite al lector pasar un
buen rato a partir de un mínimo nudo argumental y esta novela breve, El niño que robó el caballo de Atila, en
la que el escritor da un giro de ciento ochenta grados y pone delante de los
ojos lectores una verdadera cartografía de un singular y enigmático
despojamiento, un relato cuya trama crece entre espacios cerrados y claustrofóbicos,
en los que se desarrolla una extraña lucha por la supervivencia. Y todo ello a
través de una historia extremadamente austera, escueta y desnuda con dos
protagonistas y las coordenadas espaciales donde el autor los ubica: el fondo
de un pozo, o quizás para ser más exactos, una cueva sin agua.
Allí, por razones que solamente al final de
la novela nos son reveladas, aparecen atrapados dos niños, dos hermanos. Todo
lo demás es atemporal y ajeno a cualquier geografía concreta. Solamente se nos
permite conocer que ese dúo de protagonistas, que ni siquiera tienen nombre,
están encerrados en ese pozo /cueva del
que es imposible salir. Son dos hermanos, el mayor al que la novela identifica
como el Grande y el menor que es el Pequeño. El resto, un absoluto desamparo.
Mejor dicho, con ellos hay una bolsa de comida
a la que tácitamente deciden no tocar, porque es la comida de mamá, y
pronto se transformará para ellos en una pesadilla olvidada. El resto de la
novela, una historia que avanza con fuerza y buen ritmo y una fuerte carga alegórica.
El desarrollo de la historia, no obstante,
nos irá permitiendo atisbar algunas claves imprescindibles para conocer la
personalidad de los dos hermanos, convertidos en verdadero arquetipos. El
hermano mayor es pragmático, luchador, apuesta por la supervivencia, protege al
hermano pequeño contra el ataque de los lobos, lo cuida en su enfermedad. El
Pequeño, por el contrario, es soñador, idealista, indolente. Pero ambos en ese
espacio lóbrego, con un fondo blando grumoso, van madurando y consiguen
sobrevivir hurgando en la tierra de la
cueva, en los últimos rincones, en búsqueda de algo que se pueda comer: raíces,
larvas, gusanos, pequeños huevos, sin que un canibalismo latente esté ausente
de la mente de algunos de ellos.
Como he dicho, Iván Repila, consigue hacer
avanzar a buen ritmo su historia, aparentemente inverosímil (y ciertamente con
algunos elementos discordantes), en mi opinión por tres razones: escribe, en
primer lugar, una narración tejida de tal modo que el lector queda expectante y
necesitado de saber hasta qué momento serán capaces de luchar por la
supervivencia los jóvenes protagonistas. En segundo lugar, porque el lector
sospecha que una situación maligna prende como de un hilo a esta narración,
cuyo núcleo aparente consiste en narrarnos las inútiles acciones e intentonas
que los dos hermanos llevan a cabo para salir de la cueva o de que nadie les
escuche. Y sobre todo, por la profunda carga simbólica que adorna toda la
novela. El encierro en una cueva, las imaginaciones y preguntas que hace sobre
todo el hermano pequeño en sus delirios (el pozo como ataúd plácido, pagina 44,
como un útero que les está pariendo, siendo ellos mismos víctimas de los
dolores del parto del mundo (página 87), aguijonearán al lector a leer esta
terrible historia como una gran alegoría, cargada de todos los simbolismos
heredados de nuestra tradición cultural.
Una historia brutal, rayana a situaciones
kafkianas, con un desenlace tan inverosímil como apocalíptico, narrada con una
prosa esencialmente lírica, a veces en exceso, con alardes metafóricos que con
frecuencia ocupan capítulos enteros, con preguntas sin respuestas, que sin
embargo parecen que producen eco y estrépito en el fondo de la cueva. La misma
desintegración del lenguaje de la que es víctima el hermano pequeño, que corre
paralela con su decaimiento físico y mental, es otro hábil acierto de Iván
Repila, un autor al que a partir de ahora habrá que prestar atención.
Francisco
Martínez Bouzas
Iván Repila |
Fragmentos
“El
Pequeño mira a su alrededor: hay gente durmiendo por las calles, niñas jugando
con flores parlantes, hombres cargados de bebés en su bolsa marsupial. Hay
otros, como su hermano, que construyen ingenios para salir del pozo: un barco
de pizarra, una torre de nubes, una catapulta con los huesos del último dragón.
-¡Estoy
cansado de pensar en todos!
El
Grande coloca otro tronco y un gusano con forma de pollo se escurre por un agujero.
Se seca el sudor con el antebrazo y dice:
-Cuando
estemos arriba, haremos una fiesta.
-¿Una
fiesta?
-Sí.
-¿De
las de globos y luces y pasteles?
-
No. De las de piedras, antorchas y cadalsos.”
…..
“¿No
sientes el líquido que nos rodea como si fuéramos fetos? Estas paredes son membranas
y flotamos entre ellas, nos damos vuelta a la espera de nuestro alumbramiento
prorrogado. Este pozo es un útero, tú y yo
estamos por nacer, nuestros gritos son los dolores de parto del mundo.
El
Grande ha escuchado a su hermano en silencio, comprendiendo apenas una parte de
sus palabras. Cada día le cuesta más seguirlo, y tiene la impresión de que al
final se quedará atrás y el Pequeño continuará su viaje sin volver la vista.”
(Iván Repilla, El niño que robó el caballo de Atila, páginas 27 y 87)
Gran trabajo.
ResponderEliminarMark de Zabaleta
¿Es el hermano mayor el que robó el caballo de Atila?
ResponderEliminarPilar, sí es el hermano mayor el que al comienzo del capítulo 31 le dice al pequeño que ha sido él quien robó el caballo de Atila "para hacer unos zapatos con sus cascos y lograr así que la hierba nunca más creciese por donde yo pisara". Pero es una frase alegórica como tantas otras de las que está lleno el libro. Pilar, gracias una vez más por la lectura y comentario.
ResponderEliminarMuchas gracias Mark por tu atenta lectura. También por el comentario
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