Bech ha vuelto
John Updike
Traducción de Vicente Campos
Tusquets Editores, Barcelona, 2012, 228 páginas.
John Updike (1932-2009) es el
gran maestro de la contemporaneidad americana. Otra notable figura de la
literatura norteamericana, aunque menos conocido, publicitado y ensalzado por
la crítica que sus colegas de raíces judías: Saul Bellow, Bernard Malamud,
Norman Mailer y, sobre todo, Philip Roth, con quien rivalizó hasta su muerte.
En muchos de sus relatos, sobre todo en su tetralogía sobre Conejo Angstrom y en Parejas focaliza en efecto las
interrelaciones personales, tanto en amigos como en parejas al borde de la
infidelidad, así como a la mutante sociedad norteamericana. Su versatilidad
creativa le ha permitido, no obstante, escribir obras mucho más profundas como Las brujas de Eastwick (1984), Golpe de Estado (1978) o la novela
posmoderna Gertrudis y Claudio
(2000).
Bech
ha vuelto es la segunda novela de la trilogía protagonizada por el personaje
de ficción Henry Bech, un obscuro y mediocre escritor judío, otro alter ego del propio Updike, que aparece
retratado en tres espacios temporales distintos: las décadas de los 60, 80 y 90
del pasado siglo. Valiéndose del estilete de un humor fino y con múltiples
referencias a figuras reales del mundo literario norteamericano, Updike narra
las desilusiones de un literato que no consigue
salir del círculo de la medianía, alcanzar la fama soñada. Ficcionaliza así
mismo ciertos problemas de su vida privada y las discusiones con otros colegas
escritores.
En el amplio y polícromo panel de la sociedad norteamericana, Bech es
pues el representante “farsesco” de la
tribu de los escritores. Sus aventuras y desventuras son narradas por Updike en
su ciclo novelesco, preñado de comicidad. Si en la primera de las novelas de la
saga (Un libro de Bech, 1970), Updike
sitúa a su héroe /antihéroe como un
escritor invitado que viaja por los escenarios de la Europa del Este, tratando
de dilucidar, frecuentemente con falta de tacto, cómo viven los habitantes de
los países comunistas, sus costumbres sexuales, sus relaciones humanas, ahora
en Bech ha vuelto, su protagonista
regresa a los anos 80, primero para pasear, ya cincuentón, su cómica figura por
naciones del Tercer Mundo (la pequeña isla de San Poco, Ghana, Corea,
Venezuela, África del Sur, Kenia, Tanzania…). Es el “tercemundeo” de Bech y lo
hace impartiendo peregrinas y disparatadas conferencias en las capitales de
esos países. Otra invitación le lleva al continente australiano y a Canadá, en
gira promocional de su obra literaria. Finalmente acaba casándose con Bea, una ex,
hermana de otra ex, y con ella recorre
Tierra Santa, se recrea en su arqueología, follan en judío y cristiano y sigue
engordando su cuota de torpezas, líos y malentendidos. Recorren así mismo
varios condados de los Highlands escoceses. Ya de regreso, se instalan en una
zona residencial (Ossining) y logra por fin terminar la fantasmal maraña de su
novela Think Big. Una campaña
publicitaria en la que participan los afamados críticos del momento, entre
ellos George Steiner, hace que el éxito literario explote por fin y le coloque
en el centro de la América radiante.
Como ya he dicho, Updike escribe un libro en
un tono de comedia rasgada, con humor sardónico, consiguiendo que las páginas
del libro rebosen frecuentemente de una indisimulada malicia. Un pastiche literario altamente paródico,
una narración irreverente en la que también tienen cabida momentos de ternura.
Todo ello da fe de la gran capacidad de Updike para sumergirnos en historias extraídas
de la vida diaria, narradas a veces con
un fino lirismo en el que se dejan escuchar las resonancias de muchos
escritores clásicos y contemporáneos.
Francisco
Martínez Bouzas
John Updike |
Fragmentos
“En
Corea no se oyeron muchas risas durante su charla sobre «El humor americano en
Twain, Tarkington y Thurber». Y eso que el propio Bech, que leía en voz alta en
el estrado junto al aburrido presentador belga, tuvo que detener su lectura
varias veces para reprimir sus propias risas, un eco de las cuales le llegó
desde la única mesa de norteamericanos que había en la conferencia, y Bech temió
que sólo se lo concedieron como apoyo táctico. Aparte de ese eco, el único
sonido de la inmensa sala color verde clara era el murmullo de la traducción
(al francés, al español, al japonés y al coreano) que se filtraba desde los
auriculares que los hastiados orientales se habías quitado de las orejas.”
…..
“A
Bech, Jerusalén le pareció la encarnación civil de lealtades contradictorias.
Al principio, al bajar del avión con Bea y mientras los llevaban de noche desde
el aeropuerto a la Ciudad Santa a través de territorio ocupado, le había
sorprendido la oscuridad de la tierra, una oscuridad deliberada de tiempos de
guerra, que no recordaba desde sus años de soldado, en los tensos paisajes de
la campiña nocturna de Inglaterra y Normandía. Su acompañante, hijo de sionistas
americanos que habían emigrado en los años treinta, les habló de los convoyes
que habían pasado por esa autopista en la guerra del 67, y señaló algunos
puntos altos desde los que el fuego de los jordanos había sido especialmente
letal. Tanques y camiones destrozados, invisibles en la oscuridad, habían sido
dejados a propósito en el paisaje, como monumentos. Bech recordó, mientras el
coche aceleraba vulnerable entre negras elevaciones del terreno, la sensación
(que para él se concentraba en la cara, en la boca más que en los ojos, como si
tuviera más miedo de perder la dentadura que la vista) de estar expuesto a las
balas, que no había forma de esquivar.”
(John Updike, Bech
ha vuelto, páginas 46 y 85)
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