jueves, 16 de mayo de 2013

EL REGRESO DE BECH



Bech ha vuelto

John Updike
Traducción de Vicente Campos
Tusquets Editores, Barcelona, 2012, 228 páginas.


   John Updike (1932-2009) es el gran maestro de la contemporaneidad americana. Otra notable figura de la literatura norteamericana, aunque menos conocido, publicitado y ensalzado por la crítica que sus colegas de raíces judías: Saul Bellow, Bernard Malamud, Norman Mailer y, sobre todo, Philip Roth, con quien rivalizó hasta su muerte. En muchos de sus relatos, sobre todo en su tetralogía sobre Conejo Angstrom y en Parejas focaliza en efecto las interrelaciones personales, tanto en amigos como en parejas al borde de la infidelidad, así como a la mutante sociedad norteamericana. Su versatilidad creativa le ha permitido, no obstante, escribir obras mucho más profundas como Las brujas de Eastwick (1984), Golpe de Estado (1978) o la novela posmoderna Gertrudis y Claudio (2000).
   Bech ha vuelto es la segunda novela de la trilogía protagonizada por el personaje de ficción Henry Bech, un obscuro y mediocre escritor judío,  otro alter ego del propio Updike, que aparece retratado en tres espacios temporales distintos: las décadas de los 60, 80 y 90 del pasado siglo. Valiéndose del estilete de un humor fino y con múltiples referencias a figuras reales del mundo literario norteamericano, Updike narra las desilusiones de un literato  que no consigue salir del círculo de la medianía, alcanzar la fama soñada. Ficcionaliza así mismo ciertos problemas de su vida privada y las discusiones con otros colegas escritores.
   En el amplio y polícromo  panel de la sociedad norteamericana, Bech es pues el representante “farsesco”  de la tribu de los escritores. Sus aventuras y desventuras son narradas por Updike en su ciclo novelesco, preñado de comicidad. Si en la primera de las novelas de la saga (Un libro de Bech, 1970), Updike sitúa a su héroe /antihéroe  como un escritor invitado que viaja por los escenarios de la Europa del Este, tratando de dilucidar, frecuentemente con falta de tacto, cómo viven los habitantes de los países comunistas, sus costumbres sexuales, sus relaciones humanas, ahora en Bech ha vuelto, su protagonista regresa a los anos 80, primero para pasear, ya cincuentón, su cómica figura por naciones del Tercer Mundo (la pequeña isla de San Poco, Ghana, Corea, Venezuela, África del Sur, Kenia, Tanzania…). Es el “tercemundeo” de Bech y lo hace impartiendo peregrinas y disparatadas conferencias en las capitales de esos países. Otra invitación le lleva al continente australiano y a Canadá, en gira promocional de su obra literaria. Finalmente acaba casándose con Bea, una ex, hermana de otra ex, y  con ella recorre Tierra Santa, se recrea en su arqueología, follan en judío y cristiano y sigue engordando su cuota de torpezas, líos y malentendidos. Recorren así mismo varios condados de los Highlands escoceses. Ya de regreso, se instalan en una zona residencial (Ossining) y logra por fin terminar la fantasmal maraña de su novela Think Big. Una campaña publicitaria en la que participan los afamados críticos del momento, entre ellos George Steiner, hace que el éxito literario explote por fin y le coloque en el centro de la América radiante.   
   Como ya he dicho, Updike escribe un libro en un tono de comedia rasgada, con humor sardónico, consiguiendo que las páginas del libro rebosen frecuentemente de una indisimulada malicia. Un pastiche literario altamente paródico, una narración irreverente en la que también tienen cabida momentos de ternura. Todo ello da fe de la gran capacidad de Updike para sumergirnos en historias extraídas  de la vida diaria, narradas a veces con un fino lirismo en el que se dejan escuchar las resonancias de muchos escritores clásicos y contemporáneos.

Francisco Martínez Bouzas



John Updike


Fragmentos

“En Corea no se oyeron muchas risas durante su charla sobre «El humor americano en Twain, Tarkington y Thurber». Y eso que el propio Bech, que leía en voz alta en el estrado junto al aburrido presentador belga, tuvo que detener su lectura varias veces para reprimir sus propias risas, un eco de las cuales le llegó desde la única mesa de norteamericanos que había en la conferencia, y Bech temió que sólo se lo concedieron como apoyo táctico. Aparte de ese eco, el único sonido de la inmensa sala color verde clara era el murmullo de la traducción (al francés, al español, al japonés y al coreano) que se filtraba desde los auriculares que los hastiados orientales se habías quitado de las orejas.”

…..

“A Bech, Jerusalén le pareció la encarnación civil de lealtades contradictorias. Al principio, al bajar del avión con Bea y mientras los llevaban de noche desde el aeropuerto a la Ciudad Santa a través de territorio ocupado, le había sorprendido la oscuridad de la tierra, una oscuridad deliberada de tiempos de guerra, que no recordaba desde sus años de soldado, en los tensos paisajes de la campiña nocturna de Inglaterra y Normandía. Su acompañante, hijo de sionistas americanos que habían emigrado en los años treinta, les habló de los convoyes que habían pasado por esa autopista en la guerra del 67, y señaló algunos puntos altos desde los que el fuego de los jordanos había sido especialmente letal. Tanques y camiones destrozados, invisibles en la oscuridad, habían sido dejados a propósito en el paisaje, como monumentos. Bech recordó, mientras el coche aceleraba vulnerable entre negras elevaciones del terreno, la sensación (que para él se concentraba en la cara, en la boca más que en los ojos, como si tuviera más miedo de perder la dentadura que la vista) de estar expuesto a las balas, que no había forma de esquivar.”

(John Updike, Bech ha vuelto, páginas 46 y 85)

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