lunes, 29 de abril de 2019

SOÑAR CON LAS CADENCIAS Y EL RITMO DE LAS NANAS DEL CHOCÓ


Vean, ve, mis nanas negras

Amalia Lú Posso Figueroa

Ediciones Brevedad, Bogota, 218, 172 páginas ( Última edición)



   


   También en el Chocó, Departamento del Valle del Cauca, la fantasía es real, como lo fue en el Caribe con aquel imán que conserva el tesoro de Morgan. En ese tesoro soñaba el poeta gallego Antón Avilés de Taramancos, más de veinte años exiliado en Colombia huyendo de la dictadura franquista, de ese ¡Arriba España! que algunos ahora quisieran hacer reverdecer. Y Avilés de Taramancos desde sus asentamientos en Bogotá y Calí recorrió toda Colombia. Y posiblemente también estuvo en el Chocó, contemplando las rutilantes caderas y los frenéticos ritmos de aquellas mujeres, las nanas negras, cuerpos emergiendo a través de los siglos desde lo más profundo de África. Más al sur, en Buenaventura, el mar que se abre al Pacífico, estuvo el poeta gallego, y allí en el Bulevar del Ron, un escenario de fantasía, con marineros de todos los navíos ancorados en el puerto se encontró con O Andrucho, capitán del velero Olga que desde Le Havre surtió de la primera remesa de armas al comandante Marulanda.

   Evocando a Antón Avilés de Taramancos, le escuchamos hablar de aquel mujerío, de aquellas mujeres de las orillas del Pacífico. Mujeres, blanca, rubia, pero sobre todo negras, de quince años, como rutilantes estrellas obscuras, sobre todo aquellas descendientes de africanos esclavizados, que jamás se desprendieron del ritmo incrustado en sus genes.

Sobre ellas, sobre sus ritmos de alegría en los días de fiesta, publicó hace años Amalia Lú Posso Figueroa un libro muy traducido y ya hoy convertido en mito: Ven, ve, mis nanas negras  editado por primera vez en el año 2001 tanto en Colombia (Ediciones Brevedad) como en España (Palabras del Candil). Y vuelto a reeditar en numerosas ocasiones, la última el pasado año.

La autora recopila veinte y cinco cuentos, transcripciones de sus homenajes a la narrativa oral de sus tierra madre, el Chocó colombiano, anclada entre el Pacífico y el Caribe. Relatos que fueron y siguen siendo oralidad y que le dejan a los que tienen el privilegio de escucharlos de viva voz en los sonidos de la narradora, la necesidad de soñar con los movimientos insinuantes, con los contoneos, con las desvergüenzas que desbordan sensualidad, la de las nanas del  Chocó. Las tradiciones afroafricanas se dejan ver y sentir en los ritmosque llevan en sus carnes las negras chocoanas.

   Ritmos que son sobre todo un canto a la vida, una exaltación de los frenesís, el punto de partida de todo. En efecto, cada nana negra que Amalia trae a escena lleva en sus genes e ritmo en una parte de su cuerpo que ejerce como compás y timón: las tetas, las nalgas, las axilas, la nariz, el susuné, boca, corazón. Los pezones de la nana Fidelia señalan el sur y el norte, el oriente y el occidente, arriba y abajo, el centro, y dentro, simbolizan siempre la ruta apropiada. La nana Limbana Pretel tenía el ritmo en el susuné. Bella Paz Murillo Palomeque, la nana Bella, la mujer más fea que jamás se había contemplado en todo Quibdó y en sus arrabaldes  tenía el ritmo en  la boca. Otras nanas chocoanas llevan el ritmo en el corazón, en el pan que es como le llaman en el Chocó a  la vulva, en el talón, en los ojos, en las caderas, en el clítoris, en el ombligo, en las cuestas, entre las piernas…. Y así hasta veinte y cinco chocoanas movidas por los ritmos. Cuentos que son ritmo y que son baile, piel y corazón; y pequeñas historias en consonancia con los ritmos. Cuentos fundidos con las partes del cuerpo humanos que muestran la felicidad de los días, esa fiesta que consiste en estar vivo hoy y mañana.

   
                                         
Amalia Lú Posso Figueroa

 Relatos que son un viaje a la Colombia menos conocida, hasta esa región del Chocó, en otro tiempo, tierra de esclavitud, donde la piel es negra y la tierra fértil, y los día se suceden uno tras otros al ritmo de la nana. Relatos que constituyen un gesto de afirmación de la cultura local de la región del Chocó, y una reivindicación de una literatita nacional colombiana más inclusiva, que reconoce el protagonismo de la región del Pacífico colombiano, de las mujeres afrodescendientes, de la figura de la nana, del erotismo femenino, que sin ser el único empoderamiento personal y cultural, es algo importante.

   Colombia, gracias a la visión de una escritora, formada desde niña en la oralidad, ya no es solamente el río Magdalena, los Andes, Aracataca o Macondo. como reitera la autora, los relatos, verdaderas recreaciones literarias que ocuparon su niñez, llenan de fantasía las interminables tardes repletas de relatos bulliciosos y me metieron el “corrinche” de gozar con todos los ritmos que tiene mi cuerpo, Así pues, un reconocimiento a la identidad cultural y una recuperación de la oralidad.



Francisco Martínez Bouzas

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