Aleksadar Tisma
Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek
Acantilado, Barcelona, 2013, 336 páginas.
La literatura serbia tuvo durante el pasado siglo en Ivo
Andric a su más reconocido representante. En nuestros días, la pluma de Danilo Kis
recorre la narrativa serbia más reciente. En su influencia bebe Aleksandar
Tisma (Novi Sad, Voivodina, 1924-2003), autor del ciclo “Ramas entrelazadas”,
que el escritor consideró como su Pentateuco sobre el Holocausto, una valiente
y conmovedora inmersión en el corazón de las tinieblas. Cinco novelas de las
que Acantilado ha publicado tres: El Kapo
(2004), El libro de Blam (2006), El uso del hombre (2013) y a las que hay
que sumar Escuela de impiedad (versión
en serbio, 1978) y Lealtad y traición
(1983, así mismo en la versión original).
Aleksadar Tisma creo en Novi Sad un lugar
para la literatura europea comparable al Trieste de Svevo o a Danzica de
Gunther Grass. Nacido como Danilo Kis en Voivodina, halla en su propia biografía
los motivos de fondo de su obra literaria. Escritor inmenso y comprometido,
empeñado en temas nada simples como el poder, el fascismo, el Holocausto, los
nacionalismos excluyentes, el universo maligno del lager, el drama del
sobreviviente que le hace gritar: “Todos los que sobrevivimos a la Segunda
Guerra Mundial somos cómplices y culpables de la muerte de los demás”.
Mas las novelas de Tisma, además de piezas
testimoniales, son obras de gran calidad literaria que se imponen por su fuerza
evocativa, sin desertar el escritor del deber de escrutar y describir de forma
amplia y profunda aquella zona gris o negra de la sociedad humana en la que la
aniquilación de sus miembros no solo es posible, sino que parece un hecho
intranscendente.
El uso del hombre es un
ejemplo perfecto de lo que acabo de escribir, un fiel reflejo del
totalitarismo, capaz de convertir la realidad humana en un mero accidente irrelevante,
como se desprende del título de la novela, “donde se escribe la gramática del
poder” como ha definido a la novela Rafael Narbona. El texto de A. Tisma gira alrededor
de la ocupación nazi de la antigua
Yugoslavia y refleja el indescriptible dolor desatado por el nazismo y el poder
dictatorial estalinista al finalizar la Guerra.
La novela se desarrolla en Novi Sad. La
ciudad danubiana está habitada por un conjunto étnico heterogéneo: serbios, húngaros,
suabos de habla alemana, judíos, capaces sin embargo de vivir en armonía. Pero
la llegada de los “Nuevos Tiempos” del régimen colaboracionista del almirante Miklós
Horthy siembra en la pacífica población el terror y la muerte. Primero fue el
terror nazi, posteriormente para los sobrevivientes, algo parecido en los
campos de internamiento comunistas. El
uso del hombre es un inmenso friso del drama en el que el lector se
encuentra con múltiples historias cruzadas, todas ellas atenazadas por el espanto
nazi. Entre el mosaico de personajes, cobran especial relieve Anna Drentvensek,
profesora particular de alemán que, por sus orígenes, representa el país de los
grandes genios en las letras y en la música, pero también el expansionismo alemán.
Anna escribe un diario, reproducido en la parte final del libro, que abarca
desde mayo de 1935 hasta primeros de noviembre de 1940. Ella actuará como hilo
aglutinador del relato. Alumnos suyos son Vera Kroner y Skredoje Lazukic. Hija
de un comerciante judío la primera, casado con una prostituta alemana que acepta
el matrimonio con un judío para escapar de la miseria. Lazukic lo es de un
abogado serbio que profesa un nacionalismo extremado. Deportados a Auschwitz,
Vera, muy atractiva y sensual, se ve obligada a prostituirse y eso la salva del
exterminio, pero crea en su interior una incurable ruptura psicológica que
afecta a su futuro afectivo: la necesidad de debatirse entre dos polos, elegir
entre la ética o la supervivencia.
La novela narra así mismo la Shoah de los
judíos, recreada con un realismo escalofriante. La deportación en vagones de
ganado, las inhumanos y caprichosas selecciones, las cámaras de gas, los crematorios.
En definitiva, el uso del hombre, como reza
el título, como si fuera un insubstancial y vulgar juguete; con el sexo que empapa
buena parte de la novela, como elemento de dominación, como ya había hecho
Tisma en la novela A las que amamos.
El sexo humillante, medio de supervivencia (el amor pagado) o arma de guerra
que se repite invariablemente en todas las contiendas.
Escritura minuciosa que se deleita en los
detalles, retrato realista de aquella inmensa degradación humana, del horror
concentrado de forma apocalíptica en
Novi Sad. Estremecedora metáfora del siglo XX.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Muertes
naturales y violentas. La muerte por asfixia de Sara Kroner, de soltera
Davidson, en la cámara de gas de Auschwitz camuflada de baño. Su bamboleo sin
el sostén de la mano de Vera, en medio de un griterío cuyo sentido se le
escapa, la impotencia de sus dedos para hacer pasar el botón por el ojal del
vestido, por lo que se lo arranca una mano ajena, igual que acto seguido le arranca
la ropa interior, hasta dejarla en cueros, sólo con la piel arrugada y flácida.
Su vergüenza, su lamento que busca protección, que busca a su hijo, que ha
quedado en alguna parte, a Vera que ha quedado atrás, su oración que no es más
que un murmullo absurdo, porque ya no se agarra a nada, porque no tiene nada
salvo un pedazo de jabón que le han puesto en la mano, que es un engaño, se da
cuenta cuando los rostros que la rodean se vuelven verdes, los ojos salen de
las órbitas, y a ella misma la tos le
sacude el pecho y la boca se le retuerce en vano buscando aire puro, que
tampoco queda ya, una bocanada de aire puro.”
…..
“En
la sinagoga nos retuvieron tres días, del 25 al 28 de abril. El cuarto día, al
alba nos despertaron y nos ordenaron que preparáramos nuestras cosas para el
viaje, pero que no hiciéramos ruido, porque la ciudad todavía dormía. Todos nos
dedicamos a recoger el equipaje desparramado y luego, custodiados, salimos a la
calle. Allí nos hicieron formar y nos llevaron por medio de la calzada hacia la
estación. Todavía estaba oscuro. Al que lloraba lo hacían callar, a los que no
lograban dominarse los silenciaban a golpes de culata. Un poco más allá de la
estación, en una vía secundaria, nos esperaba un tren: una larga fila de
vagones de carga con las puertas abiertas y centinelas alrededor. Nos ordenaron
subir. Los vagones se llenaron rápidamente y los soldados, siempre desde fuera,
empujaban a culatazos a la gente para que trepara y se apretujara. Por fin,
estuvimos todos dentro, nos encerraron y echaron el cerrojo a la puerta. Estábamos
hacinados, en penumbra; reinó entonces el griterío y la confusión. Unos pedían
ayuda, porque tenían contusiones, otros clamaban pidiendo aire, los niños
chillaban y las madres intentaban tranquilizarlos.”
…..
“Los
soldados alemanes solían entrar en las tabernas de dos en dos, con un aire
bastante rígido, como si esto no fuera para ellos un lugar de diversión, sino
de obligación, desde el umbral saludaban a un punto indefinido del espacio, se
sentaban en una mesa vacía del rincón, se quitaban las gorras y las colocaban
ordenadamente en el perchero, pedían cerveza y bebían conversando un buen rato
antes de llamar a la chica a su mesa y llegar
aun acuerdo, más con gestos que con palabras, las cuales, por regla
general, ella no comprendía. Uno solía salir con la mujer mientras el otro se
quedaba guardando la mesa, y luego intercambiaban los papeles. Realizaban esa
consumición carnal con una ostensiva rapidez y era evidente que con mucha
premeditación: no se entusiasmaban, no se emborrachaban, sino que, una vez
satisfechos ambos, continuaban bebiendo lo que habían pedido e intercambiaban
sus experiencias con miradas cómplices.”
(Aleksandar Tisma, El
uso del hombre, páginas 129, 226, 247)
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