Domingo
Villar
Ediciones
Siruela, 6ª edición, Madrid, 2019, 712 páginas
En edición simultánea en español y gallego,-Domingo
Villar escribe indistintamente en ambas lenguas y va traduciendo a medida que
avanza la trama- el escritor vigués
(1971) acaba de publicar la que seguramente pueda ser considerada la macronoevela
criminal, la hypernovela negra dentro de los sistemas castellano y gallego. El
autor Domingo Villar se estrenaba en la novela policiaca con Ollos de auga / Ojos de agua (2006) y
sacaba de su guantera inventiva al policía Leo Caldas, que muy pronto se
convertiría en uno de los detectives más famosos de la novela policial en ambos
sistemas literarios..
Con otro nuevo título, A praia dos afogados / La Playa de los ahogados (2009), y con el
mismo personaje investigador, Leo Caldas, Domingo Villar vuelve a llamar la
atención lectora y la obra que acaba de publicar, El último barco, se está convirtiendo en un éxito de ventas.
Tuvieron que pasar nueve años para que Domingo Villar se internara de nuevo en
el mundo escritural. Para sus seguidores se hizo esperar, hecho que no le
desagrada, según declara. En cualquier caso, Domingo Villar compensa al lector
con más de setecientas páginas -ochocientas en gallego- pulidas a la perfección.
La macronovela mueve por sus páginas a un
amplio registro de personajes, muchos de ellos prescindibles; algunos reales,
otros figuras de ficción pero que el autor los integra con habilidad, en la
mayoría de los casos, en la trama policial.
Nueve años tejiendo y destejiendo una trama
que se va desenvolviendo a través de abundantes diálogos que son los que de
verdad, más que las descripciones, retratan a los personajes. Domingo Villar no
los describe, los deja hablar. El autor se recrea así mismo en los paisajes
gallegos de ambas orillas de la Ría de Vigo, que así, de alguna forma
proporcionan el espacio y el marco de la acción. Con derecho propio forman
parte pues de la novela, y son un himno sin grandes resonancias pero muy
realista de su tierra gallega.
Aunque Domingo Villar reniega de las novelas
negras, blancas o rojas, en mi opinión está claro que El último barco es una novela negra. Hay una historia que se
bifurca en mil direcciones y una trama e investigación policial que la
articula.
El íncipit
de la novela es la desaparición de una mujer, Mónica Andrade, profesora de
cerámica en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo y que cada día tomaba el
barco en Cangas do Morrazo porque vivía en Tirán, en la otra orilla de la Ría.
Un equipo policial dirigido por el inspector Leo Caldas, intentará resolver el
enigma. Lo hará a través de muchas
pesquisas; lleva adelante la investigación ayudado por el aragonés Rafael
Estévez. Seguimos la estela de sus caminos, la estela de los barcos que comunican Vigo con Cangas.
También el silencio y los espacios en blanco que el escritor
intencionadamente deja sin cubrir para
que el autor rehaga la historia.
Leo Caldas se enfrenta a la desaparición de la profesora que no acude
a su trabajo. En su vivienda están ausentes las señales de violencia. Todo hace
pensar que se trata de una desaparición voluntaria. Pero para que exista novela
policial el caso tendrá que ir enmarañándose
por mucho que discurra en aguas tranquilas en la superficie, que pueden
camuflar un temporal en el que nada es lo que parece.
Y como la misión de la crítica no es hacer
de spoiler y menos revelar
desenlaces, el lector con una lectura pausada y voluntariosa deberá dejar
correr las muchas páginas hasta descubrir los enigmas de esta novela.
Me limito a hacer alguna acotación sobre las
piezas de este mosaico detectivesco. Se trata de una historia tejida y
elaborada en el mar de Vigo, pero que no deja de mirar hacia el mundo, aunque
tenga poco que ver con la trama. Asume todas las convenciones del género, con
mucho suspense y un desenlace plausible. El inspector es un profesional
perfeccionista, reflexivo e incluso compasivo. Y sobre todo, el autor perfila
retratos sociales de sus personajes más que aventuras criminales.
La tonalidad es la propia de las novelas
policiales: observación, deducción, rastreo y análisis de vestigios.
Más que de carencias, la novela peca de sobreabundancias,
de una excesiva cantidad de secuencias, capítulos enteros que nada completan o amplian.
¿Qué le añade a la trama, por ejemplo, leer que Leo Caldas, se afeita bajo el chorro,
como siempre, de agua caliente?
Sin embargo, en mi
opinión, esta es la mejor novela de Domingo Villar. Y será del gusto de aquellos
lectores que gocen la lectura demorada y con el paso de las páginas por insubstanciales
que sean.
Francisco Martínez
Bouzas
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