Joaquín
Berges
Tusquets
Editores, Barcelona, 2018, 322 páginas
Entre los días 1 de junio y 18 de noviembre
de 1916 tuvo lugar la batalla del Somme, considerada hoy como sinónimo de
locura militar y derramamiento inútil de sangre. La paranoia militar y la
impericia y prepotencia de muchos mandos militares madaron a la muerte a más se
1.252.00 combatientes, contados los 164.055 desaparecidos. Sin duda el mayor
desastre militar de todos los tiempos, hasta el punto de que Tolkin, uno de los
combatientes, sitúa la ciénaga de los muertos en los campos de batalla del
Somme. También hubo muchos desertores, fusilados al amanecer por deserción.
Sobre esos desertores que decidieron
anteponer el derecho fundamental a la propia vida a la demencia militar, y
basándose en documentos auténticos como los poemas de los War Poets, las inscripciones sobre las lápidas de los cementerios,
escribe Joaquín Berges (Zaragoza, 1965), una espléndida novela, en la que,
alejado de la línea narrativa de su anterior producción literaria, inaugura una
experiencia en la que mezcla ficción y realidad. Joaquín Berges esta vez ha
dejado de ser un cultivador sin concesiones de la ficción, y siguiendo las
corrientes narrativas que más éxito están cosechando, basa su novela en hechos
reales, porque ciertamente no hay mejor ficción que la realidad. Y así Los desertores camina desde un tiempo
actual hasta un atrás que tuvo lugar hace cien años.
Lo que la novela narra es la durísima
supervivencia en las trincheras o el camino hacia el matadero de los soldados
ingleses Alfred Longshaw y Albert Inghan, fusilados por desertores en la
batalla del Somme. Y por otro lado, una historia actual, la de Jota para hacer
comprensible el interés por lo que pasó en el Somme. Es la historia ficción de
Jota, un recién jubilado, doblemente frustrado por fallecimientos y amores
errados que inicia un camino de redención al encontrar el cuadernos que le dejo
su padre en el que estaba representada la batalla de la Primera Gran Guerra. En
el Somme, a donde viaja, será testigo del desastre de la peor batalla de todas
las guerras. Nos consta que el autor repitió el mismo periplo para poder
escribir esta novela, y allí pudo ver con sus propios ojos la lápida de Albert,
con la clásica inscripción:”Muerto al amanecer” que se colocaba en las cruces
de los fusilados por traición. Así como el añadido del padre años más tarde:
“Uno de los primeros en alistarse. Un digno hijo de su padre.”
La necesidad de involucrarse en el culto a
la verdad de la deserción familiar es solo en parte un subterfugio para enlazar
con cierta lógica con el drama de los desertores de la guerra, con los poemas
reales que los soldados destinados al matadero y las cartas del soldado Albert
a su padre nos dan de visión de la guerra. Pero es también un conjunto de
historias, de deserciones familiares y sobre lo difícil que resulta llevar a
buen puerto las relaciones entre padres e hijos y hermanos con hermanos en
situaciones extremas. También esa línea ficcional da lugar a una buena novela.
El
íncipit de la novela es el relato de los hechos que condujeron a la
demencia bélica y a la alucinante batalla del Somme, reconstruida con numerosos
documentos, entre ellos las cartas del joven soldado inglés a su padre, en las
que narran la historia desde su alistamiento. Y poemas de la War poets. -una generación de verdaderos poetas bien formados en centros
académicos que dejaron para la posterioridad
un testimonio lírico pavoroso-
Y acto seguido, o entremezclando secuencias,
la parte ficcional de la novela: un desertor de su propia familia de desertores
que en auto stop logra que una conductora le acerque a la frontera francesa y
hasta los cementerios del Somme para ver una tumba. Para él, un necesario
periplo al pasado, cien años atrás, cuando se libró la más sangrienta batalla
de la Primera Guerra Mundial. La existencia de Jota está llena de abandonos: su
padre, los abuelos, las infidelidades a Magda su mujer con la que se había
casado a pesar de estar enamorado de Rosa, su cuñada.
El infierno vivido en el Somme lo refiere el
autor mediante breves secuencias y las cartas que el soldado Albert le
escribe a su padre. Pero no todo pudo
revelarse ni menos filmarse. Pero sí puede ser narrado: “A través del agobiante calor y las interminables cortinas de fuego, mis
transmisores y yo entramos en las derruidas trincheras ubicadas delante del
pueblo. Allí caminamos durante más de ochocientos metros por encima de alemanes
muertos medio sepultados. A cada paso que dábamos el terreno cedía bajo nuestros
pies porque los cadáveres que había bajo la capa de fango cedían a nuestro
paso. A veces una bota, apartando un terrón de tierra, descubría la nariz o la
mano de un cadáver enterrado debajo de nosotros.” (páginas 141-142). Por
todas partes llovía plomo, tierra, piedras y hasta animales muertos, como
ratas, topos y lagartijas. Ratas que se alimentan con la carne de los
moribundos, sumidos en el dolor y la miseria. Y mientras tanto, Jota, el
desertor de la familia y viceversa sigue viajando: quiere ver el cementerio con
sus propios ojos. A nadie había avisado, ni el teléfono móvil llevaba consigo.
A Albert y a Alfred les habían contado la
guerra como el cuento de la batalla ideal: eufóricos por combatir en Francia se
habían alistado entre los primeros, pero muy pronto se dieron cuenta de que los
soldados ingleses eran segados por las ametralladoras alemanas como la hierba
de un prado. La guerra cada día se vuelve más espantosa, sin sentido. Una
batalla que solamente sirvió para matar cientos de miles de soldados y dejar
desertores por todas partes. Es el punto de vista que enfatiza con insistencia
y realismo el escritor. Aquel “Dulce et
decorum est pro patria mori” horaciano no tiene sentido cundo la invocación
es a morir para nada. El 7 de octubre el soldado Albert le comunica a su padre
que él y Alfred habían desertado, habían partido rumbo al norte. En el camino,
en la Tierra de Nadie se encuentran con grupos de soldados de varias
nacionalidades que de día viven bajo tierra como fantasmas entre los muertos
enmohecidos. Albert y Alfred fueron capturados por la policía militar, juzgados
en consejos de guerra y calificados
como SAD (“shot at dawn”: fusilados al
amanecer). Fue su padre el que añadió, pasados los años las primeras palabras
que le reivindicaron: “Muerto al amanecer. Uno de los primeros en alistarse. Un
digno hijo de su padre.”. Su padre no se había avergonzado de su deserción
porque no era innoble desertar en una batalla tan cruenta y tan sin sentido.
Albert Inghan no fue un cobarde ni un desertor, sino todo lo contario: uno de
los pocos soldados capaces de retar a los mandos militares en una batalla
absurda e irracional y un intento de salvar la vida por la libertad y el
futuro.
Documento de indulto póstumo. Noventa años despues de ser fusilado por desertor el Secretario de Defensa inglés indulta al soldado Albert Ingham |
En el año 2006, el Secretario de Defensa inglés decidió conceder a
título póstumo a más de trescientos soldados ingleses ejecutados por cobardía o
deserción. Albert y Alfred fueron reconocidos como víctimas de la Guerra.
La línea ficcional de la novela está
igualmente repleta de deserciones. No solamente la de Jota, un desertor de su
familia que un día decide desaparecer y encaminarse hacia la tumba del Somme,
un viaje similar tras sus huellas por parte de su familia. En ese periplo
recordará su propio abandono y el de su padre. Son las múltiples deserciones en
el seno de una familia bastante menos nobles que la de los soldados Albert y
Alfred. Novela escrita no para hacer una demostración de galas estilísticas,
con gran fuerza y realismo y un ritmo que no decae en ningún momento.
Francisco
Martínez Bouzas
Joaquín Berges |
War Poets
“Cuando haya muerto,
y forme parte del suelo de
Francia,
todo esto recordareis de mi:
fui u gran pecador, un gran
amante,
la vida me llenó de
desconcierto.
¡ Ah, el amor! Habría muerto
por amor!
El amor puede hacer mucho,
tanto bien como mal.
Hace pensar en madres y en
niños chicos
Y en tantas otras cosas.
¡Oh hombres aún no nacidos me
marcho sin
terminar mi labor!
Ahí tenéis el conflicto: el
mundo os odiará:
¡Sed valientes!
(Poema escrito por Hugh R Freston del 3º Batallón del Regimiento Royal
Berkshire, muerto en combate en enero de 1916)
…..
“Quién legisló que los hombres
deben morir en los
prados?
¿Quién corrió la voz de que la
sangre debe salpicar
los caminos?
¿Quién difundió la idea de que
los jardines deberían
Ser camposantos?
¿Quién sembró los montes con
carne y sangre y sesos?
¿Quién hizo la Ley?”
(Parte de un poema escrito en 1916 por el
sargento del 12º Batallón del Regimiento de Londres, que murió una semana
después en el Somme)
……
“La Tierra de Nadie
es un escenario atroz, una mezcla de barro, ratas y cuerpos desmembrados, el
fin del mundo. He pasado horas allí tumbado, escuchando gritos de moribundos,
risas de locos, maldiciones de desesperados y llantos de niños, todo
amortiguado por el estruendo de la artillería y las voces de mando de los
oficiales. A veces podíamos seguir avanzando, otras teníamos que esperar el
momento propicio para regresar, normalmente al atardecer, para que los
francotiradores no acabaran con nosotros. Si algo se mueve en la Tierra de
Nadie es que está vivo. Los muertos no se mueven. Los moribundos tampoco.”
…..
“He vuelto a las
trincheras de vanguardia, esta vez cerca de la población de F. para combatir
entre los muertos vivientes, como si estuviera protagonizando una novela de
terror. Los soldados del regimiento se han convertido en autómatas sin
esperanzas de supervivencia. No hablan entre
ellos. Ni siquiera se miran. Apenas comen. No escriben cartas. No se
conmueven por nada ni por nadie. Solo esperan a que suene el silbato del
capitán para salir al campo de batalla y recibir la metralla del enemigo.
Los que consiguen
regresar a las trincheras tampoco sienten ningún alivio porque saben que al día
siguiente, o a los dos días. O a las dos semanas. Tendrán que exponer de
nuevo sus vidas. Ni siquiera los heridos
reaccionan positivamente, convencidos de que volverán al campo de batalla en
cuanto mejoren.”
(Joaquín Bergues, Los
desertores, páginas 179, 103)
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