Esther
García Llovet
Editorial
Anagrama, Barcelona, 2019, 130 páginas.
Esther Garcia Llovet vive como en un cercano oeste, a cien metros de la
M-30 madrileña. Para muchos un no-lugar, para ella un potente observatorio
porque le permite conocer ese otro Madrid de personajes secundarios
extraordinarios, personajes insomnes que buscan la vida procurando que la suya
no se les vaya de las manos entre deudas, trapicheos, un bar a la deriva, un galgo que no tienen con el
que pretenden montar una carrera y obtener un botín. Un antiguo novio gafado, y
un joven amigo de una familia
acaudalado, el último dinero del paro. Es el Madrid de los personajes
estrafalarios que recrea la ciudad rebosante de timbas ilegales, gente que
trafica con anabolizantes, buscavidas que se ganan el manduque dando golpes a la gente, niños pijos que
encadenan una fiesta tras otra.
Es el Madrid tan real como el día, que nutre
la segunda entrega de la Trilogía intensa
de Madrid que publica la autora, tras Cómo
dejar de escribir. La nueva novela es un artefacto narrativo que en nada se
parece ni remeda a las novelas sobre el Madrid de los años ochenta y noventa.
Es otro el contexto el modelo y el paradigma. Sánchez, que podría perfectamente titularse Nikki o Beltrán, los
otros dos personajes principales, es una extremada novela corta que nos
precipita, casi sin percibirlo, e los bajos fondos madrileños. En una noche de
los urbanitas del Madrid más cutre. Unos bajos fondos sin crimines, sin gran
tráfico de dogas ni atracos. Protagonistas de baja estofa, macarras, que se
buscan la vida en algo más prosaico: timbas, trapiche, butrones, una historia
de enrancia, de sonambulismo y delirio por un Madrid suburbano, si bien sus
alucinados actantes podrían muy bien haber surgido de los barrios bien.
La acción se desarrolla en una noche, y
transformada en trama novelesca, es a la vez un thriller canallesco y un road movie. Narra la historia en primera
persona Nikki, una estudiante de Filología que dice ser la encargada de un bar
de copas, pero que sobrevive con los que le sale. Busca un galgo de pura sangre
con el que tiene la intención de montar una carrera ilegal. Pero para ello debe
localizar a al gafe de su antiguo novio, Sánchez, “un macarra de bajona” · y a Beltrán, un pijo raro, último dueño del perro.
Personajes estrafalarios que, en una noche
de estrellas fugaces, transitan por un Madrid extrarradio persiguiendo una quimérica oportunidad. Son
tres personajes insomnes, con varios días sin dormir que en lo único que
piensan es buscarse el galgo llamado Cromwell con el que esperan obtener el
botín.
El ritmo de la novela es endiablado, porque
la acción se concentra en una noche, con diálogos tan vivos como cuidados y con
la virtud de reproducir la jerga, el lenguaje a la vez marginal y cotidiano y
casi siempre surreal. El lenguaje de la calle con el alfabeto y la gramática de sus tribus
suburbiales.
En definitiva, una novela breve, un pequeño
artefacto narrativo, mitad novela negra, mitad road movie por la que transitan en una sola noche ilusos
perdedores, que tienen bastante -y sienten que han cumplido- con sobrevivir en
los bajos fondos madrileños. Es el destino, centrado en uno de sus polos
opuestos: el del infortunio.
Francisco Martínez Bouzas
Esther García Llovet |
Fragmentos
“La última vez que había visto
a Sánchez fue unos tres años atrás, en una timba de las que montaban por
Tetuán, muy cerca de la Dehesa de la Villa, en la trastienda de un local de
uñas de gel que hacía esquina y que unos meses más tarde reconocí en u
reportaje de la tele sobre juego clandestino en Madrid. En el reportaje
hablaban de cómo se montaban las timbas, era un programa de los de madrugada, a
veces sacaban La Mecco por dentro o entrevistaban a gente del clan de los
Charlines o a los rumanos de los que recataban los botines millonarios en forma
de cobre de nuestra infinita basura ambulante.”
…..
“Les pidió a unos
chavales que dejaran de beber pero no le hicieron caso, y la guardia se marchó
como si no hubiera dicho nada. Tenía un brazo más largo que otro. Fui a
encender la radio. No había radio. Era un coche de sordomudos. Llegó un autobús
interurbano y se bajo una familia entera de borrachos,
el padre,
la madre, los dos hijos adolescentes y uno pequeño, los cinco borrachos como
cubas, haciendo eses, sin tener ni idea de dónde estaban. Sánchez me miró. Se
levantó, arrojó el cartón de arroz a la basura y cruzó la avenida dirigiéndose
al coche. Se me ocurrió de pronto que igual en su momento fui yo también una
novia imaginaria.”
(Esther
García Llovet, Sánchez, páginas 13, 49)
Muy bueno ...
ResponderEliminarSaludos
Mark de Zabaleta