Irene Gracia
Ediciones Siruela, Madrid 2018, 268 páginas
Hay una
frase que la autora, Irene Gracia, atribuye a Oscar Wilde,”Siempre acabamos
matando lo que más amamos”, que recopila la enjundia más profunda y menos
visible de esta novela. Eso es precisamente lo que, en un desenlace inesperado,
está a punto de sucederle a Fedora, una
de las voces protagonistas en las que se sustenta esta novela, narrada a dúo
entre dos amigas, en una suerte de estructura coral. La novela, reducida a su
sinopsis más elemental, es la historia de una macabra espiral entre dos jóvenes
bailarinas de la alta burguesía de San Petersburgo, una verdad profunda y
abisal que con el correr de las semanas y meses se irá convirtiendo en una
historia de amor a la vez heterosexual forzado y homosexual con un asfixiante
relato de amor, o mejor dicho sexo, incestuoso al que una padre somete a su
hija.
Las
protagonistas de Las amantes boreales
son Fedora y Roxana, pertenecientes las dos a la alta burguesía de San
Petersburgo. Ellas son así mismo las narradoras de la historia, bien a base de
secuencias narrativas o en forma de diarios. Son alumnas de la Escuela Imperial
de Danza, apadrinada por el zar, con grandes bailarinas que fueron las amantes
en las que el zar, la nobleza o la alta burguesía hallaba a las amantes
perfectas: bellas, cultivadas, atléticas.
Fedora,
la loba roja y Roxana, la loba negra,
son expulsadas de la Escuela Imperial de Ballet y, como sus progenitores
ansiaban liberarse de su presencia -sus madres tienen amantes clandestinos y
los amantes furtivos no quieren ser vigilados-, son enviadas al lago Ladoga,
ingresando ambas en el internado de Palastnovo, un centro educativo de doble fondo
y doble moral. Allí se educa a las chicas no para ser bailarinas, sino esposas
o meretrices de renombre. Con todas las consecuencias. Palastnovo es el
internado del duque de Novo, un personaje tan crucial como turbulento en el desenvolvimiento de la trama.
Como telón
de fondo, la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre.La monotonía de
las primeras semanas de las dos internas se ve alterada por la irrupción de la
figura del Hombre-Sombra que habita en las cavernas de Palastnovo, y que encarna
el papel del depredador en el sentido
más real. Él es la personificación del depredador que puede habitar en nosotros mismos y a
veces determina nuestro comportamiento.
Es
entonces cuando el lector percibe que algo tenebroso está sucediendo en ese tétrico
escenario de la residencia en una isla del lago de Ladoga.
El gran
mérito de esta novela de Irene Gracia es que en esta novela intimista, sin
revelar lo que realmente acontece en Palastnovo, el lector va descubriendo los
antros más sombríos del centro educativo en el que se cometen múltiples
tropelías de carácter sexual, a la vez que nos deja intuir las cavernas más
siniestras de la personalidad que hará perder la inocencia de ambas jóvenes.
Las experiencias que ambas adolescentes vivirán en Palastnovo y en el lago
Ladoga romperán su inocencia de púberes unidas por un amor lésbico y alterará
el rumbo de sus vidas, profanando incluso de forma incestuosa su inocencia.
Ambas son víctimas de las trampas del destino.
Novela
intimista y con un marcado acento gótico (el Hombre-Sombra que puebla las
cavernas, pájaros que graznan de una forma amenazante, el oscuro cuarto de la
fornicación, cuervos satánicos, ambiente
sumamente tóxico…).
Al lector
le queda el consuelo del desenlace: finalmente ambas amigas, dejarán de ser
siervas del destino que otros habían trazado para ellas.
La
autora, a la vez que desarrolla una historia repleta de colorido, va
describiendo el eclipse de la aristocracia. Ninguna aurora amanecerá para la
nobleza rusa, sumida en un terrible eclipse. Si un mensaje es capaz de
transmitirnos la novela es que el destino personal no está escrito no está
determinado, y que todos somos capaces de labrar nuestro propio futuro. Y que
la amistad puede ser tan fatal y misteriosa como el amor, algo que el lector
comprenderá solamente en el desenlace porque la autora mantiene el suspense
hasta la última línea.
Francisco Martínez Bouzas
Irene Gracia |
Fragmentos
“Un hombre de mundo que iba vestido de blanco y exhibía una amplia cultura
se sentó junto a nosotras una noche y nos dijo que Valaam había sido una d los
lugares favoritos de Chaikovski y que en la isla había compuesto el Himno de
los querubines. También nos dijo que a veces los monjes cantaban algunos
fragmentos del himno, cuya belleza tenía la virtud de transportarte
directamente al cielo. En aquellas interminables veladas, no siempre éramos
conscientes de la curiosidad que despertábamos en los demás. Los hombres nos
miraban con lascivia, las mujeres con envidia, y los muchachos con un deseo
fulminante y alocado que incendiaba sus ojos y lo transformaba en lobos”
…..
“Bailábamos para festejar la vida y para festejar la muerte, improvisando
movimientos que creíamos parecidos a los que inventaba nuestra admirada Isadora
Ducan, hasta que caíamos rendidas sobre un lecho de paja. Sin que mediaran
palabras ni mediaran temores, nuestros labios convergieron, y nos entregamos la
una a la otra como dodo amantes que llevaran mucho tiempo sin verse. Aquella
noche gloriosa supe que la vida es el fuego contagiosos de una boca amada, y
que ese fuego que va y viene, como va y viene el deseo, es lo único que hace
vivible la vida.”
…..
“El hombre-sombra me sedujo nada más llegar al colegio. Te sorprenderé que
me cambiara el carácter? El hombre-sombra que veíamos a veces en el bosque y en
los caminos era el duque de Novo, gran benefactor del colegio en el que tenía
su harén, siempre con chicas nuevas .Le gustaban las muchachas de quince o
dieciséis años, aunque tampoco hacía asco a las me menos edad. En Palastnovo
todos estaban a su servicio, todos eran sus alcahuetes, todos estaban
implicados en la corrupción, y la corrupción, tu lo sabes, no es entregarse a
los placeres del cuerpo y del alma como lo hicimos nosotras aquella noche en la
bodega(…)
Nada más llegas a Palastnovo e duque me llevó a su cama, em empezó a llamar
su puta y me introdujo en las más violentas actividades de la carne sin ningún
filtro, sin ningún preámbulo, sin ninguna mediación, como he ido indicando en
las páginas anteriores.”
(Irene Gracia, Las
amantes boreales, 115, 122-123, 229-230)
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