La primera vez que vi un
fantasma
Solange
Rodriguez Pappe
Editorial
Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona) 2018, 138 páginas.
Solange Rodriguez Pappe (Guayaquil, 1976) es
hoy en día un indiscutible referente del cuento latinoamericano, especialmente
de aquellas ficciones breves que se acercan o entran de lleno en lo fantástico
y en lo extraño. Tras la publicación de ocho libros en Latinoamérica, sus
relatos penetran por primera vez en otro universo: el de la narrativa española,
gracias a Editorial Candaya, sin duda el sello editor que más está haciendo
para dar a conocer aquellos productos literarios meritorios que se publican al
otro lado del Océano. Y si algo debemos agradecer a la escritora
ecuatoriana es su ingenio, tan siniestro
como poderoso, para permitir que la narrativa latinoamericana recobre de nuevo
su potente capacidad fabuladora, de forma que el lector pueda perseguir ese
desbordamiento de lo obvio y de lo cotidiano para entrar en los intersticios de
otro orden.
Por eso mismo, esta colección de relatos nos induce a
adentrarnos por derroteros inesperados en su gran mayoría.
Definida como “conjuradora de rarezas”, no
lo es tanto si tenemos en cuenta que el reino de la magia y de la fantasía,
incluso esas que nos horrorizan, parecen extrañas o incluso nos seducen, se
esconden con frecuencia detrás de los trivial y de los anómalo.
En los relatos de Solange Rodríguez, lo que
posiblemente más atraiga al lector es la atmósfera que la escritora ha sabido
crear en sus relatos. Son todos ellos relatos muy alejados del horror cósmico,
no se alimentan de visiones caóticas ni en estilos empapados en sangre. No, el
terror que ha sabido crear la autora es haber introducido a figuras
fantasmales, dicho siempre con minúscula, en lo más cotidiano de la vida diaria. Por eso miso sus relatos se hallan muy alejados de las historias
góticas. Porque si algo es evidente es que, tras la experiencia de la
publicación de un buen puñado de libros, las percepciones de las verdaderas
claves de los fantástico cotidiano por parte de Solangue Rodriguez, son
insoslayables.
Por eso, no deja de carecer de importancia
el hecho de que la autora prologue su colactánea de relatos con una frase
extraída de Christina Stead y David Foster Wallace: “Toda historia de amor es
una historia de fantasmas”, que nos empuja a pensar el terror como algo cotidiano. O que ante
otro relato, “Paladar”, se recree con un texto de Patricia Esteban Erles: “El
amor es una suerte de canibalismo”
Ello da pie para traer a colacción otra de
las constantes de los relatos antologados. Las narraciones transcurren con fácil
normalidad, sin que en muchas ocasiones nos demos cuenta del salto de lo
cotidiano a lo fantástico.
En La
primera vez que vi a un fantasma Solange Rodríguesz Pappe nos ofrece quince
relatos, surcados, como vengo diciendo, por la presencia de fantasmas y por
espacios fantasmagóricos. Pero sus fantasmas, reitero, ya no son seres irreales
que solamente adquieren corporeidad en las obscuridades nocturnas. Pueden ser
eso, pero también presencias más sutiles o angustiosas como la atmósfera
afligida del primer relato, “A tiempo para desayunar”, tan atormentado el protagonista
como el recuerdo obsesivo del narrador cuyo padre mató a alguien a los diez
años y parece sumido en el laberinto de las reminiscencias o de las soledades
de los demás moradores del hotel. Ausentes, aislados, a los que parece que se
les ha olvidado hablar.
En “Paladar”, se trata de hallar público que
quiera degustar una comida extrema, platos exóticos, sin nombre. Tras una noche
de escapada y desenfreno, el hotel les sirve ese plato en el que es preciso
masticar la imagen del ser amado, porque el amor, reitera la escritora, es una
suerte de canibalismo. “Un hombre en mi cama” es un poderoso melodrama
sentimental. La autora logra la creación de otra realidad atravesada por la
soledad, y habitada por los monstruos
que responden a nuestros deseos o frustraciones: la contemplación del hombre
dormido. Seres unidos por el sueño. Una forma de no sentirse sola. Y mientras
tanto su hermana se casaba simbólicamente con un árbol: una acacia macho.
Otros relatos con espacios físicos y emocionales: la obscuridad de Lima, la
violencia de género o la pesadilla de una noche en vela.
Los relatos de Solange Rodríguez Papee son
una incitación para inquirirnos sobre cuál es el rostro o la máscara de los que
se reviste el miedo en estos primeros lustros del Siglo XXI. Quizás las
inevitables e insoportables tristezas, amarguras y angustias que experimentan
las personas de nuestros días, como la de la mujer del relato que le da el
título al libro, que aturdida se ve sola en un hotel, consciente de que el hombre, el amante
que la acompañaba, ya no regresará. Él sí que es el fantasma que entrevé en los
sueños. La visión de lo más inquietante como paradigma de los humano.
Fantasmas pues que responden a nuestros miedos y paranoias.
Francisco
Martínez Bouzas.
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