Pablo Paniagua
Alita de Mosca-Literatura Indie, Ciudad de México,
2018, 139 páginas
Diario sin
fecha, por no decir monólogo, de un depredador sexual, una condición que, casi como condecoración el protagonista
se autoadjudica en más de una ocasión.
El resultado: un carrusel de sexo y sensualidad con mayúsculas. Una novela sin
duda arriesgada para los tiempos que corren, y no precisamente por su alta
carga erótico / pornográfica, sino por
las opiniones en ella vertidas. En efecto, 18 centímetros,la medida del placer va más allá del género erótico / pornográfico ensanchando sus
fronteras por medio de opiniones contra el feminismo radical, las mujeres, el
amor y el matrimonio, por medio de un aparato crítico sin pelos en la lengua,
acompañado de buenas dosis de humor negro y de sarcasmos.
Otra
novela de sexo explícito de Pablo Paniagua, escrita a contracorriente de los
que marcan las modas como Nadine,
réplica de Cincuenta sombras de Grey.
El autor no engaña a nadie, confiesa que
no escribe para entretener, y menos a biempensantes de escapulario, sino para
despertar conciencias, en un momento de gran banalización de la literatura y
como forma de rebelión “contra ese feminismo paranoico” que coarta y censura la
libertad de expresión, ese feminismo que arrebató la intransigencia a los moralistas y que, es su opinión,
persigue el empoderamiento (sometimiento de la parte contraria), emparentándose
así con el machismo. Lo hizo con La novela
perdida de Borges y con Nadine. Y
lo vuelve hacer ahora de forma reduplicativa con 18 centímetros la medida del placer.
Al margen
de las críticas que se prestan a la polémica, la novela es una exaltación sin
complejos del macho heterosexual. En un largo monólogo, el protagonista
innominado se presenta como depredador sexual, con 18 centímetros entre las
piernas, su Muñeco. También como mecánico del sexo que desatasca vaginas y
cumple, por consiguiente una función social.
Es cierto
que no oculta su condición depredadora en el mundo del sexo, pero admira y
trata a las mujeres desde la perspectiva de la libertad, de la atracción sin
cadenas. Por eso mismo no se considera machista ya que no miente ni engaña. A
lo largo del monólogo, su único afán es acabar con su Muñeco entre las piernas
de una mujer que libremente lo acepta o incluso se lo pide de rodillas. Su
Muñeco trabaja siempre, excepto en una ocasión con traje de buzo. Un ramillete
de mujeres se disputan sus atributos.
Y así,
encuentro tras encuentro, alejado por voluntad propia de todo lo que se pueda emparentar con los sentimientos
amorosos, transcurren sus correrías sexuales que resultan tan mecánicas como
las películas y vídeos porno: comer las tetas, amasarlas, bajar hasta llegar
hasta la braga, llevar la boca hasta los labios del coño y para adentro a todo
trapo, con distintas posturas, con saliva en es esfínter anal y, a veces, con
heces y chorros de orina escurriéndose por las piernas.
Ciertamente un verdadero carrusel de sexo. Pero más importante que esa
forma compulsiva de hacer felices a las mujeres y a su propia genitalidad, son
las opiniones que impregnan la novela. Pablo Paniagua es, sin duda alguna, un
escritor libre, ajeno a tabúes. Podemos anatematizar al protagonista, calificar
las escenas de pornográficas, perversas, si bien todo depende de las
convenciones sociales como puso de manifiesto Pierre Klossowski. Pero detrás de
todo ello está lo más interesante: el afán del escritor por polemizar. Su
escritura falocéntrica viene acompañada de opiniones como mínimo polémicas: el
matrimonio como trampa que les asegura a las mujeres el futuro y la estabilidad;
las mujeres son psicológicamente inestables mientras les acecha la menopausia.
Algunas son de alto mantenimiento; la libertad es mejor que una relación de
pareja -por eso el protagonista tiene sexo con todas pero no se quiere enamorar
de ninguna-.; el sexo no es sucio ni pecaminoso y aquellos que así lo
consideran deberían estar en el manicomio; opiniones sobre la infidelidad y la
infidelidad; el amor es ciertamente una comunión de sentir y de actuar
compenetrados los cuerpos bajo el instinto con fines procreativo.
Pero el
verdadero motor impulsos de este monólogo hipersexual es el alegato contra el
fanatismo oscurantista que se institucionaliza en la tendencia puritana y
mojigata que vicia la normal relación entre la mujer y el hombre auspiciada por
el feminismo radical y su tendencia moralista o más bien de superficial
moralina, el polo opuesto del machismo intransigente como declara el autor.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Tengo 18 centímetros entre las piernas, el tamaño ideal para hacer volar a
las mujeres. Así me diseñaron, no lo voy
a negar: soy un depredador sexual. En estos días no hay quien falle con
un poco de citrato de sildenfil o tadalafil se soluciona el asunto, además de
algo de gracia, imaginación y fondo físico para hacerlo como un profesional, un
tipo decente que se preocupa por satisfacer a una mujer. No busco justificación
para contar algo tan íntimo como mi vida sexual, forma parte de la experiencia
y por ello debe ser materia de estudio. La confianza es indispensable en la
práctica del sexo, tener la disposición mental del ganador, saber que se pueden
salvar los obstáculos, asumir esa capacidad de decisión, la inteligencia y
sangre fría del protagonista de una aventura sexual sin precedentes, donde el
inicio para por detectar a la presa, estudiar el terreno y caer con las
palabras precisas o la simple mirada.”
…..
“Me retiré hacia atrás, para verla con conjunto con zapatos de tacón y
lencería fina, y puedo jurar, por lo más sagrado, que me impactó como ninguna
otra mujer. No daba crédito ante dicha hermosura, la belleza en su centro, con
los pezones oscuros advirtiéndose tras la tela al igual que su coño peludo y
sin arreglar. Así le gustaría a su novio…En vez de atacar decidí desnudarme a
la distancia sin dejar de observarla, quitándome primero la camiseta, los
pantalones, los calcetines, los calzoncillos, para que el Muñeco hiciera su
aparición magistral:«¡Dios mío! ¡Qué fiesta me espera!», parecían decir los
ojos de Verónica. Y para continuar primero le quité el sujetador, le comí las
tetas, las amasé, y arrastrando la lengua
por su cuerpo bajé hasta llegar a
las bragas. No le quité los zapatos para que se viera más porno, abrí la panorámica de sus
piernas, desde las rodillas hasta donde se asoman los glúteos por su parte
interna, y los labios oscuros de su coño
resplandecieron. Lo tenía tan grande que daban ganas de meter la cabeza para verlo por dentro, un túnel donde perderse de por vida como buen espeleólogo o para convertirse en hombre
de las cavernas y pintar escenas porno e vez de bisontes. Y ahí llevé
mi boca. Estaba rico, muy rico.”
…..
“¿Hay algo más? Sí, claro que hay
algo más, pues Verónica apareció con gesto grave, sin mostrar la más leve
sonrisa (no era de extrañar después de la tunda). Sí se veía preciosa, incluso
con ese toque dramático de actriz de la época dorada del cine, con un modelito
ajustado de color verde primavera, mientras que yo, como un Humphrey
Bogart postmoderno, con un churro de marihuana
entre los labios, sentía cierto
nerviosismo en el estómago al asistir de invitado especial a las
interpretaciones de una secuencia cinematográfica. Lo hago así para salir bien
librado, actuar más que sr, marcar la distancia para no acabar abatido por esa
mujer. Sí, estoy verdaderamente enamorado, creo que podré resistir sin tener su
aliento cerca. ¿Pero cuál será su precio? ¿Saltar al precipicio? ¿Arrojarme en
sus brazos? ¿Fundar nuestra propia religión ¿La felicidad, el matrimonio y los
hijos? ¿ La realización como ser humanos a través de la familia? ¡Cuentos
chinos, ya lo sé! Con ella no es tan sencillo, soy como un imbécil que ha de
recuperar la compostura porque está frente a las cámaras y el director dijo:
¡Acción!”
(Pablo Paniagua, 18 centímetros la medida del placer, páginas 9, 37-38.95)
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