lunes, 1 de agosto de 2016

VESUBIANA, SENSORIAL, MEMORIOSA





Fuego en el frío
Antología poética (cien poemas, 1988-2016)
Aleyda Quevedo Rojas*
Prólogo de Ana Lafferranderie
De próxima publicación en Argentina y Colombia

     “Ella es su espacio incendiado, su espera en hogueras frías, su elemento mítico."
           Alejandra Pizarnick
                         
                                     

   Deliberadamente escribo este texto después de leer “Vortex”, el último poema, este en prosa, de la antología personal de Aleyda Quevedo Rojas. Sin dar lugar al reposo meditativo. Y lo hago así porque, si escribir poesía es respirar con todos los poros, “escribir en las espirales de la sangre”, no quiero que la distancia me haga olvidar el intenso sabor de todos los líquidos y humores que transpira el mundo poético de cerca de treinta años escribiendo poemas. La humedad de la piel poética persiguiendo el rastro de tantos cuerpos, de tantas cosas y seres. Aleyda Quevedo Rojas, arquitecta lírica de voz singular, rescata con este edificio antológico perdurable, prologado con claridad y pericia por Ana Lafferranderie, una especial topografía lírica, preñada con toda la riqueza de su mundo interior; quizás también de sus experiencias pre-poéticas, que ella nos regala en un macrotexto lírico, un territorio de belleza transparente, seductoramente sensorial; de gran hondura estética, quizás a veces voluntariamente distorsionado, pero nunca críptico.
   Ya el oxímoron de base nominal del título, Fuego en el frío, desempeña con plena competencia su función pragmático-informativa, y anticipa referencias sobre el campo de sentido de esta antología. Es por lo mismo un buen factor de legibilidad de los textos poéticos de Aleyda Quevedo. Lo que sigue a este indicador fundamental del paratexto es un generoso derroche / regalo de belleza, sensorialidad, verdad y pensamiento, erguido con palabras escritas, con la función poética del lenguaje.
   Debido a su naturaleza, conviven  harmónicamente en esta colectánea, versos, estrofas, poemas de muy distintas substancias, tonalidades y hechuras, formantes temáticos y formas líricas, entretejiéndose subgenéricamente con alternancias de poemas muy breves, como el único haiku seleccionado, plasmación epigramática de un instante, poemas de largo aliento y prosa poética

Los poemas del fuego. Poesía volcánica, versos que son corrientes de lava, si bien la poeta, desde su torre singular, vigila su recorrido y sabe contener en esa “calma furiosa” que recuerda uno de sus poemas, “Ojos de testigo”. Sin ser Aleyda Quevedo una loba de las letras, ni una apóloga del desenfreno y de la desmesura, escribe poemas que son gritos, llamadas de rebeldía. Es la transgresión contenida que origina turbias bellezas, como quería Bataille. La animalidad no es para Aleyda un escándalo, sino aquello que fuimos en nuestros orígenes y que afortunadamente seguimos siendo: “Al filo de la lujuria / contemplaba al animal ciego / que habita tu piel / ánima profunda / que debía partirme” En la poeta alienta con profundidad el brío, la respiración lírica. En ella, en su idiolecto, en los poemas recogidos en la antología, en sus poliestrofas, se descubren las furiosas fuerzas del frenesí que hace explotar la pasión. Es la mujer salvaje y telúrica “que estalla / como todos los fuegos” que arde cuando el  “insurrecto cuerpo” amado, tal como tigre, aparece en la habitación. Y que invoca a la lluvia para tener consciencia de su pasión: “Que empiece  a llover / para saber / de todo aquello / que me enciende”.
   Este clímax explosivo halla su más perfecta enunciación en una de las estrofas del poema “La opacidad del desierto”: “La naturaleza del sexo y el amor / son de origen volcánico / reptiles de sílice / que se desdoblan / para escapar con el viento / en la más absoluta promiscuidad ”.
  
Sensorialidad. Ese deseo que llama al deseo, ese deseo femenino “que suele ser comparado con la vida sexual de las plantas” se manifiesta primordialmente a través de la sensorialidad, a través de los cuerpos. La escritura, la poesía en primera instancia, es cuerpo, cuerpo significante e interpretante. Quizás por eso Aleyda Quevedo le hace caso a la pensadora Hélène Cixoux que le pide a las mujeres que escriban sobre su cuerpo. Transformar el cuerpo entero, convertirse en mirada, como también escribió la poeta iraní Yalal ud-Din Rumi. Celebra pues la poeta, en un rito esencial, la carnalidad. Un cuerpo en el centro de la nada. Ser un cuerpo, recorrerlo, asumirlo desde una perspectiva vital concreta, desde la mirada femenina que diluye el cuerpo, objeto de posesión alienante, y reclama una entrega total al amor correspondido.
   En esta línea exaltadora de la sensorialidad corporal, el yo poético perfuma los senos con carbón, porque es un cuerpo que arde en deseos, uno de los rasgos profundos constitutivos de la naturaleza mamífera, y sobre todo humana. Somos depositarios de una verdadera erupción psicoafectiva, de excitaciones integradas que no se reducen a la anulación de una tensión mediante el clímax. El eros en el homo sapiens sapiens no queda circunscrito al período del celo; invade todas las estaciones y regiones de su cuerpo, incluidas nuestras imágenes, y llega a impregnar las actividades intelectuales más sublimes. De ellas y de nuestros fantasmas surge la poesía. Es por ello que muchos poemas de Aleyda Quevedo cantan al cuerpo, celebran la carnalidad sexual: “La noche ha dado la señal / los animales de tu cuerpo / están sobre mí / inquietos por empezar. / Se vuelven en mi contra / y al final del vientre / construyen un anillo de fuego / que estalla / como todos los fuegos”. Es el cuerpo amalgamado, a través de la sensorialidad, con lo telúrico, con los principios y elementos de la naturaleza. Lo expresa, con suprema belleza, uno de los poemas más largos de esta antología que no lleva título: “Cortadas a media noche / las flores de verano iluminan la habitación del hotel. / Las de color naranja excitan / hasta afectar / en esa zona que las mujeres confunden con: / deseo, / desgarro, / defectos. / Las flores fucsia y las excesivamente moradas / distraen y llegan  a enervar. / Pero estoy húmeda, / lista para la noche en este hotel del mundo. / Piso un jardín de intimidades. / A las ramas verdes del follaje / las chupo una por una.”
    Un canto al cuerpo que se reitera en muchos otros poemas, versos y estrofas: “Soy mi cuerpo / atrapado por partículas /  de otros cuerpos (…) Cuerpo fresco / tendido en la cama / como limón al filo / de la ventana”. Corporalidad también doliente y enferma y de cuya situación la voz poética es consciente: sabedora de que llegará a la nada: “Mi cuerpo / su cansancio y su vómito / Cuerpo enfermo y recuperado / como el filo quebrado de un vaso / que corta y aún contiene agua pura”.
   No es extraño, por consiguiente, que la sensorialidad haga brotar torrentes de sinestesias, de cruzamientos de esferas sensoriales, de metáforas, metonimias, paráfrasis… Y una tópica amatoria de profundas raíces. Porque el cuerpo es una de las máximas fuentes emisoras de símbolos (Roland Barthes). Por esa misma razón, como medio comunicativo, se transforma en objeto semántico y deja de ser el gran sacrificado de la historia (Severo Sarduy). Es por consiguiente muy oportuna la referencia que sobre la presencia del cuerpo en uno de los poemarios de Aleyda Quevedo, Soy mi cuerpo, hace un periódico ecuatoriano.
    Otros topoi que la poeta cultiva con acuidad son, por ejemplo, los que corresponden con las imágenes del vivir humano, su conexión existencial. Pero Aleyda Quevedo, en su uso poético, desautomatiza este topos tan socorrido, y hace del mismo algo personal, creador y novedoso. Abundan los poemas de textura claramente existencial, construidos, como digo, con marcas propias y con materiales  de clara belleza. Con interrogantes sobre la propia identidad, con el peso, y a veces con la pesadilla, de la memoria. Y en los que la voz poética anda a la búsqueda de sí misma, de su más profunda médula, a través de varias vías e itinerarios: las vías de un cuerpo encendido, de las entrañas viscerales, de los líquidos íntimos. Y aunque  a veces  inquiere sobre su propia existencia, se mira y no alcanza a descifrarse. Solamente acierta a decir que es “Tal vez la mujer de senos de ámbar / y pies helados que escribe versos / para reconfortarse”. Mas la feminidad, la perceptiva femenina, igualmente desautomatizada, es clara y rotunda; una identidad femenina que se construye en comunión con las mujeres del mundo. “Fragmentada en mil mujeres / bajo la memoria de la salamandra / soy Ellas y Yo / con un poco de hombre que se disuelve / y se aferra a mi indivisible identidad”.

Memoriosa. Poemas que también apelan a la memoria: el rescate del abuelo Orlando, “inseparable de mis miedos”. El diálogo intertextual con Cavafis, con Alejandra Pizarnick (“Son los restos de Alejandra Pizarnick / que descansan en mi territorio”). La evocación apelativa de Olga Orozco (“Sacerdotisa / nocturna y peligrosa / con el candor / del ave negra emerges de los muertos”. Mas es especialmente en la seis secuencias del poema rimado “Dos encendidos -por si mismo todo un poemario-, donde la función recordadora alcanza una inconmensurable intensidad. Una patopea que recupera la correspondencia amorosa entre Simón Bolívar y Manuela Sáenz. Un canto / retrato, con mil modulaciones, en el que la fuerza y las rosas de Manuela -“mi quiteña del viento”- turbarán al hombre de mil batallas.
   No solamente la vertiente existencial que provoca que la voz poética se exponga con toda el alma al abismo, me convence de que no pocos poemas de Fuego en el frío ejecuta una función de verdad. Porque es verdadera poesía, la lírica de Aleyda Quevedo asume operaciones quizás abandonadas por la filosofía; y las hace inteligibles, más accesible y estéticamente  más próximas no solo a la cabeza; también al corazón y a los sentidos. Con Alain Badiou, con María Zambrano, con Giorgio Agamben, creo que hay un enlace entre poesía y filosofía. Y en ese sentido, la poesía de Aleyda Quevedo crea sendas nuevas de pensamiento y significaciones.
   La tonalidad versal no es uniforme. Un componente melódico intenso en general, más sin descoyuntarse como un tornado. Es “la calma furiosa” a la que he aludido. Hay poemas, no obstante, en los que la fuerza pasional cede su sitio a un tono mucho menos ardoroso, y en ellos prima una fluencia más pausada: el volcán versal se transforma en suave sinfonía, en linfa de contenidas pasiones, en luces melancólicas y reminiscente, sin que por ello sea la poeta la mujer que mejor llora, la gran endechadera.
   Lo mismo cabe decir de las formas poéticas. El vitalismo de la poeta se expresa también a través de la riqueza formal de su obra. La antología combina poemas muy breves, con otros que ocupan varias páginas: producciones rimadas con versos libres y semilibres. Con ellos construye Aleyda Quevedo verdaderos poemas que, por ser tales, siempre tienen forma. Poemas que a veces son incluso “Oración”, esa forma lírica en la que la voz poética se dirige apelativamente a un Tú transcendente. También poemas escritos en prosa, aunque muy alejados de la posmoderna característica transgresora y deconstructiva  de los géneros literarios.
   Fuego en el frío nos permite acercarnos a la palabra hecha cuerpo, rodeada por un aura de sensualidad y erotismo que tienen un amplio abanico de versos, alejados de la vie en rose, que se intercomunican y nos trasmiten fuegos, olores, arañazos de pasión, delirios que queman, búsqueda de la felicidad, voces convertidas en agua, el último baile, memoria de los besos fuertes, lobos negros, carne dulce, ojos inasibles, dulces juegos, el fulgor del deseo, humedad salival hecha angustia. Igualmente, también grandes dosis de amor que nos permite visitar decenas de veces las tumbas de los muertos, fidelidad a la lengua, horizontes utópicos. Versos para sobrevivir, para percibir el universo con su inconmensurable carga de sonoridad y significados. Revelación capaz de convocar multitudes. Y entonces no todo está perdido, como escribió Carlos Monsivais

Francisco Martínez Bouzas

                                                 
Aleyda Quevedo Rojas
Selección de poemas

TIGRES EN LA HABITACIÓN

“Un mundo de agua
me recorre como navaja
igual que tu insurrecto cuerpo
cuando me hace arder
y los tigres aparecen en la habitación
al acecho de la carne
Qué necesaria
es esta navaja
que aún cuando no estoy desnuda
me humedece.”
…..

PARA OLGA OROZCO

“Una noche de dunas
te ha sido destinada;
no dormirás sintiendo
la oscuridad
repitiendo
todos sus posibles nombres
con la nuca tensa
vestida de rojo
Verdugos y carceleros
comen tus huesos
El cuchillo
que viste desde niña
siempre fue para ti
como los seres
que crujen
bajo la cama
reclamándome sus angustias
Lo leo en tus cartas
contra ellas nada vale
y son ellas lo sensorial
La muerte
viene siguiéndote
desde mucho antes
de la cartomántica
Sacerdotisa
nocturna y peligrosa
con el candor
del ave negra
emerges de los muertos
y cantas a los seres gatos que
se lo juegan todo
a cambio de los oculto.”

……

LA NOCHE BLANCA

“En un inmenso hospital
un cuerpo vestido de espinas

Soy virtualmente la virgen del desierto
estampa desmayada sobre el miedo

Nada más yo
con las manos llenas de clavos calientes
caminando descalza entre las dunas

Un inmenso hospital en un desierto blanco     

De mi boca sale el mensaje divino
pero aquí nadie me oye.”

…..

ARRANCO TODAS LAS FLORES DE MI CUERPO
para ofrecértelas, Señor.
Allá voy, más desnuda sin las diminutas flores
del torso, más desvestida que nunca
sin las dalias que crecían en la espalda.
Voy saltando las piedras ciegas de la desdicha
y el viento me ayuda a alcanzar la arena.
Señor de las Angustias, todopoderoso mío,
me despojo incluso de la flor pasionaria
y de la corona de heliconias que adorna mi pubis.
Desnudísima, para entregarme a ti,
sin los lirios de la nuca o los girasoles de las nalgas,
pulcra, tal vez insondable isla de misterios
Y no más rosas, ni margaritas, ni violetas
encandiladas en mis senos. 
Limpia estoy, vuelta promesa.
Brillante y sola para entregarme a ti
sin las astromelias del sexo, 
sin la flor azul del corazón.”

…..

ÁMBAR

“Enjambre de agua, eterna en su no huella. Duda líquida y abierta al fluir. Profunda inmersión del goce. Arriba o abajo, el lugar de los dos, aunque nada de eso importe ahora que tomamos el baño perfumándonos con esta resina. Entrar en tu cuerpo y encontrar el ámbar, un ejercicio de buceo sin el equipo adecuado. Da igual si estás arriba y yo abajo, o los dos suspendidos en el agua tibia y azulada de la tina pulida. Lisura de mi piel. Relieves en tu cuerpo. Flemas transparentes de un árbol sin nombre. Espuma que torna sinuosos dos cuerpos que no saben de dónde vinieron para encontrarse. Romero y pétalos perfumando el agua ya casi fría del vidrio molido que lo torna todo de un verde que erecta. Norte en tus pulmones y el sur queda debajo de mis axilas. Porcelana y fibra de vidrio, líquenes blancos y algo de aire alcalino que llega desde otra profundidad. Dos cuerpos secan al sol incalculables gotas. Los dos se miran sabiendo del fulgor del ámbar. Teoría y práctica furiosa de un hallazgo sobre la piel que saca humores gélidos del corazón.”

*Aleyda Quevedo Rojas, nota biobibliográfica:
   Poeta, periodista, ensayista literaria y gestora cultural, (Quito, Ecuador, 31 de enero de 1972). Ha publicado los libros de poesía: Cambio en los climas del corazón (Quito, 1989, Editorial Universitaria, Colección Taller), La actitud del fuego (Lima, 1994, Ediciones de los Lunes), Algunas rosas verdes (Quito, 1996, Sistema Nacional de Bibliotecas), Espacio vacío (Quito 2001 Línea Imaginaria y Venezuela, 2009, El Perro y la Rana), Soy mi cuerpo (Quito 2006 y 2016, LIBRESA), Dos encendidos (Venezuela 2008, Monte Ávila y Quito, 2010, Fondo de Salvamento), La otra, la misma de Dios (Quito, 2011, Línea Imaginaria), Jardín de dagas (México D.F., 2014, PRAXIS y La Habana, 2016, La Torre de Papel); y las antologías de su poesía: Música Oscura (Andalucía-España, 2004, Cuadernos de Caridemo), Amanecer de Fiebre, (Guayaquil-Ecuador, 2011, La One Hit Wonder Cartonera) y El cielo de mi cuerpo (La Habana, Cuba, 2014, Instituto Cubano del Libro, Ediciones ORTO). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Jorge Carrera Andrade” en 1996. Ha representado a su país en los más importantes encuentros y festivales internacionales de escritores en Canadá, España, México, Argentina, Colombia, Nicaragua, Puerto Rico, Perú, República Dominicana, Venezuela, Francia, Cuba, Chile y Brasil. Ha sido curadora y coordinadora editorial de las antologías literarias: 13 poetas ecuatorianos, que reúne voces de poetas nacidos en los años 70 en el Ecuador y que fue publicada en Venezuela en 2008, por El Perro y la Rana; Mordiendo el frío y otros poemas del notable poeta ecuatoriano Edwin Madrid, 2010, publicada en Ecuador por LIBRESA y en Cuba por Casa de las Américas-UNIÓN; Hacer el amor (humor) es difícil pero se aprende del reconocido escritor Fernando Iwasaki, 2014, con el sello Oriente de Cuba; y La música del cuerpo del maestro Eduardo Chirinos, 2015, Línea Imaginaria. Es coordinadora editorial del sello independiente Ediciones de la Línea Imaginaria que tiene en su catálogo 29 volúmenes de poesía. Colabora con revistas de cultura y literatura del continente. Ha sido traducida al francés, inglés, hebreo, portugués, sueco e italiano. Mantiene una intensa actividad como gestora cultural. Trabaja como consultora especializada en temas de artes y educación superior, comunicación y marketing cultural y políticas culturales. En noviembre de 2016 aparece en Francia la edición bilingüe de su libro: Jardín de Dagas, traducido por el poeta y traductor francés Rémy Durand, con el sello Villa Cisneros, y el auspicio de la Alianza Francesa del Ecuador.

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