Niccolò Ammaniti
Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona
Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona
Editorial Anagrama, Barcelona, 2016, 293 páginas
Desde los estudios de biología que realizaba
hace veinticinco años, Niccolò Ammaniti derivó hacia la literatura; y hoy en
día es uno de los narradores más prestigiosos no solo en Italia, sino también
en Europa. Un escritor de éxito con novelas llevadas al cine (No tengo miedo y Tú y yo, dirigida por Bertolucci). Participó en la famosa antología
de Eunandi, Gioventù Cannibale
(primera edición en 1996). El pasado año publicó en la misma casa editora Anna, que ahora nos llega en español de
la mano de Editorial Anagrama.
Anna
es ficción distópica, la representación de un mundo apocalíptico, poblado solo
por niños huérfanos, que el autor coloca en un futuro muy cercano, el año 2020,
y en un lugar inhóspito, como suele hacer en la mayoría de sus narraciones. En
este caso, una Sicilia en ruinas, un mundo devastado por la Roja, un virus
mortífero que, aunque incuba también en los adolescentes, solamente se
convierte en enfermedad mortal en los adultos. Los adolescentes desarrollan la
enfermedad al alcanzar un determinado umbral hormonal. Una enfermedad
desconocida que asola el planeta. El marco espacial donde se inicia y
desarrolla la mayor parte de la acción es Sicilia. Hasta esta región de la
Italia insular, llega el virus proveniente de Bélgica, y la familia de Anna, la
protagonista principal, es barrida del mapa junto con millones de adultos.
Sobreviven los huérfanos Anna, una niña de trece años y su hermano Astor de
cuatro. En ellos,, igual que en otros niños, el virus permanecerá escondido y
dormido, pero despertará al hacerse mayores, y también ellos engrosarán el
registro de los muertos. Por esa razón, el mundo se ha transformado en un
desierto apocalíptico: viviendas vacías y abandonadas, tierras calcinadas,
tiendas saqueadas, basura y destrucción. Sin adultos que impongan orden y
sirvan de guía para los niños que, organizados en feroces hordas de desarrapados,
recorren Sicilia, asaltando viviendas, negocios o cualquier lugar donde
sospechan que puede haber algo para comer o agua para beber. Un escenario pues
de silencio, hambre, horror, con manadas de perros transformados en máquinas de
matar.
En este contexto espacial, coloca Ammaniti a
Anna, la protagonista principal de la novela que, con uñas y dientes, intentará
sobrevivir junto con su hermano Astor. Su único apoyo es un cuaderno donde,
antes de morir, su madre anotó las Cosas Importantes que consideraba imprescindibles
para la supervivencia en un mundo donde la única ley que rige es la del más
fuerte. Circulan extrañan teorías y leyendas para inmunizarse y curarse de la
Roja, como quemar a la Picciridduna y comerse sus cenizas. Pero de lo único de
lo que Anna tenía absoluta certeza era su visión de miles de adultos, entre
ellos sus padres, convertidos en montones de huesos. También estaba segura de
que nadie había superado los catorce años sin desarrollar la enfermedad. Y ella
tiene trece, pero sospecha que en el
continente hay mayores que han sobrevivido.
Es la esperanza de que, al otro lado del
Estrecho, el mundo se mantenía como antes; sobre todo que la gente no se moría
a los catorce años. Por eso, junto con su hermano, decide cruzar el mar. Pero
antes, con la ayuda de Pietro Serra, coprotagonista importante de la segunda y
tercera parte de la novela, tendrá que encontrar a Astor y rescatarlo de la
banda de niños azules y del montón de huesos humanos entre los que reside.
Calabria es el continente; quizás no es
distinto de la Sicilia asolada por la epidemia, quizás tampoco allí haya
Mayores, pero el novelista hace que, para los hermanos, represente el horizonte
de esperanza para seguir adelante. La utopía que renace en el fragor de un
mundo distópico gobernado por la muerte. Y lo es especialmente para Anna que un
día, después de su cumpleaños y tras la lucha con un pulpo, descubre que su
vagina aparecía empapada de sangre marrón. Es el estrangulamiento de las reglas
biológicas: la llegada de la menstruación que representa la fertilidad y por
consiguiente la vida, se transforma en la señal de que la muerte acecha y está
próxima.
Anna es a la vez la historia
de un largo viaje, de una odisea huyendo de la muerte a través del infierno de
un desierto de casas vacías y de bandadas de niños asalvajados y canibalizados
con tal de subsistir. Y a la vez, una novela de formación, de iniciación a la
vida, especialmente para Anna que, en la arriesgada huida del virus,
experimenta la llegada de la pubertad con sus reclamos hormonales, en este caso
un anuncio fatídico de la pronta llegada de las manchas escarlatas del virus. Y
la experiencia del amor entre la desolación y la barbarie, si bien solamente
sabrá de verdad lo que es cuando se lo arrebaten (“El amor es sentir la falta”,
página 263). Ella pierde la inocencia, pero se encuentra a sí misma, y llega a
comprender que la vida no es sino una interminable serie de esperas.
En la novela, Niccolò Ammaniti le da rienda
suelta a una de sus obsesiones: la presencia de los perros. Manadas de perros
salvajes que persiguen a la protagonista; el perro negro en cuyas pupilas
“había un estupor casi humano”, una fiera ansiosa de beber la sangre de Anna, y
que, sin embargo, como custodio de la libertad, irrenunciable para el ser
humano y símbolo de un poder silencioso, será salvado por la adolescente en
medio de las corrientes marinas del Estrecho, convirtiéndose con sus siete
vidas en una especie de ángel custodio de los hermanos.
Es preciso reconocer, en el haber de la narración,
una exposición cimentada en la claridad, una fuerte y bien lograda
caracterización de los personajes, un inestimable retrato realista del
apocalipsis. Mas en el debe de Ammaniti, anoto la sobreabundancia de secuencias
secundarias, de detalles que aumentan el número de páginas, pero hacen
disminuir la tensión dramática de la vecindad de la muerte. Y como mérito o
demérito es preciso hacer mención a la relación que establece el texto de
Ammaniti con muchas otras novelas, especialmente con El señor de las moscas de William Golding y con La carretera de
Cormac McCarthy. Hay un cambio de protagonistas. En el relato de
Ammaniti son dos niños huérfanos, mas la situación y el contexto son muy
semejantes: un territorio asolado, un yermo de la civilización y con la muerte
llamando a la puerta, precisamente cuando llega la hora de la vida.
Francisco
Martínez Bouzas
Niccolò Ammaniti |
Fragmentos
“Pasó
junto a una fila de automóviles que tenían los cristales rotos. Estaban
cubiertos de ceniza y alrededor crecían hierbas y trigo.
El
siroco había arrastrado las llamas hasta el mar dejando tras de sí un desierto.
La tira de asfalto de la autopista A29, que unía Palermo con Mazara del Vallo,
partía en dos una extensión de tierra muerta en la que se alzaban troncos
negros de palmeras que parecían de metal y algunas columnas de humo. A la
izquierda, más allá de de las ruinas de
Castellammare del Golfo, se veía un mar gris que se fundía con el cielo. A la
derecha, una serie de montes bajos y oscuros flotaban sobre la llanura como
islas lejanas.
Un
camión volcado obstruía la calzada. El remolque había destrozado la mediana y
lavabos, bidés, tazas de váter y cascotes de cerámica blanca se habían
esparcido en muchos metros a la redonda. La chica pasó por en medio.
Le
dolía el tobillo derecho. En Alcamo, había abierto a patadas la puerta de una
tienda de comestibles.”
…..
“En
los últimos cuatro años, Anna había visto a muchos niños llenarse de manchas y
morir. Encerrados en un trastero oscuro, en un coche, como aquel perro, al pie
de un árbol o en una cama. Luchaban, pero al final todos, sin excepción,
comprendían que era el fin, como si la muerte misma se lo hubiera susurrado al
oído. Conscientes de ello, algunos aún sobrevivían un tiempo, otros no lo descubrían
hasta un instante antes de expirar.
La
mano de Anna, casi por voluntad propia, acarició la frente del perro…”
…..
“Entraron
en la ciudad silenciosa. Nada se había librado de la furia devastadora. Ni
tiendas, ni edificios, ni pisos. Todas las puertas habían sido forzadas, todas las
cocinas saqueadas, todos los armarios abiertos. Los cuadros habían sido tirados
al suelo, los cristales rotos, los platos hechos añicos. Algunos barrios parecían
bombardeados. Lienzos de pared resistían como escollos en medio de montones de escombros
que invadían las calles y sepultaban los automóviles. Vieron los restos carbonizados
de dos helicópteros que se habían estrellado.
Cuando
llegaron al mar, tuvieron que pasar por encima de barricadas de muebles y contenedores
de la basura sobre los que ondeaban jirones deshilachados de banderas negras. Nadie
parecía haberse salvado. Y si alguien se había salvado, ya no estaba allí. No había
perros ni gatos. Los únicos seres vivos que se veían eran chinches verdes que formaban
pelotas vibrantes de patitas y le saltaban a uno a la cara y al pelo.”
(Niccolò Ammaniti, Anna,
páginas 18, 65, 205)
Muy interesante...
ResponderEliminarGracias por la oportunidad de leer tan interesante crítica literaria, el tema me atrapa, la misteriosa enfermedad que hace estragos, el desaliento que debe vivir la adolescencia, obligada a preservarse en un mundo caótico y sin sentido, nos hace reflexionar, sobre este mundo que no está lejos de vivir tan impresionante y desastroso horror, si no hacemos algo al respecto. Habría que leerla para contar más detalles. Gracias, felicito tus letras que siempre son confort a mi vida, te dejo un fuerte abrazo.
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