miércoles, 10 de agosto de 2016

"NEBIROS": NOVELA MALDITA E INFERNAL



Nebiros
Juan Eduardo Cirlot
Epílogo de Victoria Cirlot
Ediciones Siruela, Madrid, 2016, 186 páginas

   Nebiros, la única novela de Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916–1973), fue escrita en 1950. Sin embargo, esta de 2016 es su primera edición, porque la censura de la dictadura franquista dictaminó lacónicamente que era una novela de “moralidad grosera, repugnante. No se debe autorizar”. Fue así como la novela de Cirlot se convirtió en un texto más que dejó de existir debido a una censura, revestida muchas veces de tintes kafkianos, del nacionalcatolicismo de los vencedores de la Guerra. La religión y la moral sexual se convirtieron en los temas preferidos de las tachaduras y prohibiciones de la censura posbélica en su primera época. En un epílogo muy documentado y esclarecedor, Victoria Cirlot, hija del escritor, da cuenta de aquella denegación de una autorización solicitada ingenuamente por el que iba a ser su editor, José Janés. Y al mismo tiempo informa de las vicisitudes del manuscrito que Juan Eduardo Cirlot no destruyó, contrariamente a lo que había hecho con todos sus papeles anteriores a 1958. Aquel manuscrito retorna ahora  en forma de libro, editado por Siruela, tomado del original sometido a la censura, con las correcciones realizadas por el autor.
   Juan Eduardo Cirlot fue poeta, compositor, crítico de arte y autor del Diccionario de símbolos, de gran éxito editorial. Un nexo intertextual muy marcado une a Nebiros con la obra poética del autor, de corte surrealista y simbolista.
   En el libro Los secretos del Infierno (1522) halló Cirlot el título para su novela. Nebirus es el marqués del infierno, uno de los demonios superiores, conocido también como Cerberus, Neberus, Neferus. Suprimida la forma latinizada, queda Nebiros, un nombre que, por su cercanía a niebla y por contener la letra n, símbolo de la negatividad (ni, nada, nunca…), agradó al poeta. Con ese nombre rotula Cirlot un bar donde el protagonista vive un estado alucinatorio.
   La acción de la novela la sitúa el autor en una ciudad portuaria carente de nombre, pero fácilmente identificable con Barcelona. El protagonista, igualmente innominado, sale un atardecer de su oficina, y en un pacto con el demonio Nebiros y hasta el alba del día siguiente, realiza un errático y atormentado paseo por los rincones más sórdidos de la urbe: bares, tugurios y prostíbulos del barrio chino de la ciudad. En su vagabundeo casi hipnotizado, sus pensamientos irán siendo ocupados por borrachos, indigentes y sobre todo por prostíbulos. Se encierra en una habitación con una de las prostitutas más feas, preocupado más por lo que debía dejar de hacer que por lo que tenía que hacer. Entre  el asco, el miedo y sus turbios pensamientos nihilistas, así como una fascinante e insuperable fascinación del mal. Un acuciante y animalesco instinto sexual, deshago de sus nervios. Y a medida que avanza el vagabundeo, la tonalidad de la novela se vuelve densa, agobiante, produciendo en el lector una irrespirable sensación de claustrofobia.
   La novela está contada por un narrador omnisciente que nos permite vislumbrar los pensamientos del personaje. De este modo, el deterministico y  maléfico periplo físico se ve completado por el viaje interior del protagonista por los vericuetos de su mente atormentada, que percibe la existencia como algo carente de sentido, en la misma línea del existencialismo, del que sin duda bebió Cirlot. En un repetitivo monólogo interior, se van haciendo evidentes los insondables abismos en los que está sumida la mente humana en relación con el yo personal y con los demás seres humanos.
                                              
El Raval, barrio chino de Barcelona, en la posguerra

    La novela ilumina la existencia humana con lo más oscuro de las sombras, a través de un personaje hundido en la noche. Un “desenterrado”, como lo ven las prostitutas. Esta tonalidad sombría, nocturna, con predominio de la degradación de bares que parecen el refugio de almas solitarias, con prostíbulos repugnantes, laberintos del deseo, con oscuras obreras del sexo, no hace más que revelar el estremecedor y desvalido interior de un hombre en su deriva existencial, alejado de toda esperanza.
   La novela es un reflejo de lo siniestro, un “enamoramiento” de la nada, como se ha escrito. Una conjunción de fuerzas maléficas para quien cree en ellas. Por eso, con razón habla Victoria Cirlot de que el relato de su padre se sutura claramente con aquella tradición literaria “tumultuosa” que mantiene relaciones con el mal. Viaje pues a los avernos humanos, a lo más oscuro de lo que somos, alumbrados por titilaciones del mal. Pero este mundo turbio y los soliloquios nihilistas del protagonista aparecen reflejados a través de una potente fuerza poética, plagada de simbolismo y expresividad. Y quizás por un perfecto conocimiento de las interioridades del protagonista, aunque Juan Eduardo Cirlot nunca confiesa que es él el héroe / antihéroe de su relato.

Francisco Martínez Bouzas

                                                   
J. Eduardo Cirlot retratado por Leopoldo Pomés
Fragmentos

“Dejó el tomo de medicina y volvió a tomar el que trataba de las interioridades del infierno. En una especie de tabla, de manera muy científica, estaban indicados los nombres de las altas jerarquías del submundo, con cita de los poderes peculiares que les estaban conferidos. Luzbel, Satanachia, Crararia, Nebiros, Aglipheret, etc. Cada demonio reinaba sobre un pecado capital, pero de Nebiros se decía que sus dominios consistían en un pecado que alude la Biblia, que no se puede nombrar o, mejor dicho, del cual se ignora la esencia. Al ver esta directa alusión, no pudo menos de estremecerse. ¿Cómo no había advertido nunca tal cosa? Si había un pecado desconocido, era equivalente a la enfermedad desconocida, a aquello por lo que él sufría sin saber a ciencia cierta la razón y para llegar a la entraña de lo cual solamente había contado con el paralelismo establecido por la herida de Amfortas, en Parsifal. Nebiros. El gran demonio estaba representado con todos sus atributos; la cola era especialmente poderosa, provista de un garfio agudo como el de un alacrán. Nebiros era su dueño.”

…..

“Prosiguió avanzando y al llegar a una esquina tomó por la calle que conducía a la salida del barrio. Siguiendo luego por la que empezaba  a la derecha llegaría a una plaza que hubiera preferido no ver, pues parecía hecha ex profeso para las ejecuciones públicas. Cuadrada, maciza, de terreno irregular, sin empedrar, los siglos parecían no haber pasado por aquel espacio en el que resonaban aún los aullidos de la muchedumbre y los lamentos de los moribundos, atados al poste del garrote, o al nudo corredizo de la horca. Pero tenía que pasar por allí si quería visitar la serie de tres o cuatro prostíbulos que había al final de la calle. Sin saber la causa acaba siempre por caer en ellos. Eran como el comedor colectivo; ni el tugurio definitivamente miserable, ni el falso aspecto de lo que se presentaba cómoda y alegremente. Estaban pintados de colores chillones y obscuros, en los que predominaba el rojo sangre buey. Una substancial atmósfera se había remansado en tales interiores, los cuales parecían conservar toda la primitividad de aquella institución eterna.”

…..

“La cama se licuó como el hielo sobre las brasas y el lavabo se convirtió en una enorme bahía llena de luz y de barcos antiguos, con velas de colores y remos de plata. Las piernas de aquella mujer ascendían hasta el cielo convirtiéndose en el eje del universo, en el alma del mundo. Solamente el sexo permanecía allí como una alusión infernal, como un grabado mágico en el que cada rasgo fuera el ideograma de un alfabeto oculto. Su mirada iba de aquel receptáculo teñido de rojo a la infinita espacialidad que se había abierto en la habitación, mientras las manos de ella correspondían a su caricia con la más enervante de todas. Su ardor sagrado se había comunicado a la pobre mujer, cuya cabeza sufría sacudidas espasmódicas y cuyos ojos apagados y tristes se reflejaban dos ciudades lejanas o dos puertos parecidos al que ardía a su lado derecho, mientras la bombilla roja, como una luna desconocida, de otro sistema planetario, parecía transitar por el aire, avanzando y retrocediendo rítmicamente hasta obscurecerse y confundirse con la noche total.”

(Juan Eduardo Cirlot, Nebiros, páginas 56, 76-77, 112)

2 comentarios:

  1. Bueno, parece un libro sumamente controvertido, pesado por su contenido de turbia sensualidad y halo un tanto diabólico, pero habría que leerlo, felicito tu crítica que siempre me lleva a leer la mejor opción, te dejo un abrazo.

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  2. Sí Araceli. Es un libro escrito en la senda de la literatura del mal. Pero refleja sobre todo el estado interior de un personaje. Y es una novela escrita con gran fuerza lírica y simbólica por un gran poeta, al que la censura de la Dictadura española del año 1950 impidió su edición.

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