Juan Eduardo Cirlot
Epílogo de Victoria Cirlot
Ediciones Siruela, Madrid, 2016, 186 páginas
Nebiros,
la única novela de Juan Eduardo Cirlot (Barcelona, 1916–1973), fue escrita en
1950. Sin embargo, esta de 2016 es su primera edición, porque la censura de la
dictadura franquista dictaminó lacónicamente que era una novela de “moralidad
grosera, repugnante. No se debe autorizar”. Fue así como la novela de Cirlot se
convirtió en un texto más que dejó de existir debido a una censura, revestida
muchas veces de tintes kafkianos, del nacionalcatolicismo de los vencedores de
la Guerra. La religión y la moral sexual se convirtieron en los temas
preferidos de las tachaduras y prohibiciones de la censura posbélica en su
primera época. En un epílogo muy documentado y esclarecedor, Victoria Cirlot,
hija del escritor, da cuenta de aquella denegación de una autorización
solicitada ingenuamente por el que iba a ser su editor, José Janés. Y al mismo
tiempo informa de las vicisitudes del manuscrito que Juan Eduardo Cirlot no
destruyó, contrariamente a lo que había hecho con todos sus papeles anteriores
a 1958. Aquel manuscrito retorna ahora en forma de libro, editado por Siruela, tomado
del original sometido a la censura, con las correcciones realizadas por el
autor.
Juan Eduardo Cirlot fue poeta, compositor,
crítico de arte y autor del Diccionario
de símbolos, de gran éxito editorial. Un nexo intertextual muy marcado une
a Nebiros con la obra poética del
autor, de corte surrealista y simbolista.
En el libro Los secretos del Infierno (1522) halló Cirlot el título para su
novela. Nebirus es el marqués del infierno, uno de los demonios superiores,
conocido también como Cerberus, Neberus, Neferus. Suprimida la forma latinizada,
queda Nebiros, un nombre que, por su cercanía a niebla y por contener la letra
n, símbolo de la negatividad (ni, nada, nunca…), agradó al poeta. Con ese
nombre rotula Cirlot un bar donde el protagonista vive un estado alucinatorio.
La acción de la novela la sitúa el autor en
una ciudad portuaria carente de nombre, pero fácilmente identificable con
Barcelona. El protagonista, igualmente innominado, sale un atardecer de su
oficina, y en un pacto con el demonio Nebiros y hasta el alba del día siguiente,
realiza un errático y atormentado paseo por los rincones más sórdidos de la
urbe: bares, tugurios y prostíbulos del barrio chino de la ciudad. En su
vagabundeo casi hipnotizado, sus pensamientos irán siendo ocupados por
borrachos, indigentes y sobre todo por prostíbulos. Se encierra en una
habitación con una de las prostitutas más feas, preocupado más por lo que debía
dejar de hacer que por lo que tenía que hacer. Entre el asco, el miedo y sus turbios pensamientos
nihilistas, así como una fascinante e insuperable fascinación del mal. Un
acuciante y animalesco instinto sexual, deshago de sus nervios. Y a medida que
avanza el vagabundeo, la tonalidad de la novela se vuelve densa, agobiante,
produciendo en el lector una irrespirable sensación de claustrofobia.
La novela está contada por un narrador
omnisciente que nos permite vislumbrar los pensamientos del personaje. De este
modo, el deterministico y maléfico
periplo físico se ve completado por el viaje interior del protagonista por los vericuetos
de su mente atormentada, que percibe la existencia como algo carente de
sentido, en la misma línea del existencialismo, del que sin duda bebió Cirlot.
En un repetitivo monólogo interior, se van haciendo evidentes los insondables
abismos en los que está sumida la mente humana en relación con el yo personal y
con los demás seres humanos.
La novela ilumina la existencia humana con
lo más oscuro de las sombras, a través de un personaje hundido en la noche. Un
“desenterrado”, como lo ven las prostitutas. Esta tonalidad sombría, nocturna,
con predominio de la degradación de bares que parecen el refugio de almas
solitarias, con prostíbulos repugnantes, laberintos del deseo, con oscuras
obreras del sexo, no hace más que revelar el estremecedor y desvalido interior
de un hombre en su deriva existencial, alejado de toda esperanza.
La novela es un reflejo de lo siniestro, un
“enamoramiento” de la nada, como se ha escrito. Una conjunción de fuerzas
maléficas para quien cree en ellas. Por eso, con razón habla Victoria Cirlot de
que el relato de su padre se sutura claramente con aquella tradición literaria
“tumultuosa” que mantiene relaciones con el mal. Viaje pues a los avernos
humanos, a lo más oscuro de lo que somos, alumbrados por titilaciones del mal.
Pero este mundo turbio y los soliloquios nihilistas del protagonista aparecen
reflejados a través de una potente fuerza poética, plagada de simbolismo y
expresividad. Y quizás por un perfecto conocimiento de las interioridades del
protagonista, aunque Juan Eduardo Cirlot nunca confiesa que es él el héroe /
antihéroe de su relato.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Dejó
el tomo de medicina y volvió a tomar el que trataba de las interioridades del
infierno. En una especie de tabla, de manera muy científica, estaban indicados
los nombres de las altas jerarquías del submundo, con cita de los poderes
peculiares que les estaban conferidos. Luzbel, Satanachia, Crararia, Nebiros,
Aglipheret, etc. Cada demonio reinaba sobre un pecado capital, pero de Nebiros
se decía que sus dominios consistían en un pecado que alude la Biblia, que no
se puede nombrar o, mejor dicho, del cual se ignora la esencia. Al ver esta
directa alusión, no pudo menos de estremecerse. ¿Cómo no había advertido nunca
tal cosa? Si había un pecado desconocido, era equivalente a la enfermedad
desconocida, a aquello por lo que él sufría sin saber a ciencia cierta la razón
y para llegar a la entraña de lo cual solamente había contado con el
paralelismo establecido por la herida de Amfortas, en Parsifal. Nebiros. El
gran demonio estaba representado con todos sus atributos; la cola era
especialmente poderosa, provista de un garfio agudo como el de un alacrán.
Nebiros era su dueño.”
…..
“Prosiguió
avanzando y al llegar a una esquina tomó por la calle que conducía a la salida
del barrio. Siguiendo luego por la que empezaba
a la derecha llegaría a una plaza que hubiera preferido no ver, pues
parecía hecha ex profeso para las ejecuciones públicas. Cuadrada, maciza, de
terreno irregular, sin empedrar, los siglos parecían no haber pasado por aquel
espacio en el que resonaban aún los aullidos de la muchedumbre y los lamentos
de los moribundos, atados al poste del garrote, o al nudo corredizo de la
horca. Pero tenía que pasar por allí si quería visitar la serie de tres o cuatro
prostíbulos que había al final de la calle. Sin saber la causa acaba siempre
por caer en ellos. Eran como el comedor colectivo; ni el tugurio
definitivamente miserable, ni el falso aspecto de lo que se presentaba cómoda y
alegremente. Estaban pintados de colores chillones y obscuros, en los que
predominaba el rojo sangre buey. Una substancial atmósfera se había remansado
en tales interiores, los cuales parecían conservar toda la primitividad de
aquella institución eterna.”
…..
“La
cama se licuó como el hielo sobre las brasas y el lavabo se convirtió en una
enorme bahía llena de luz y de barcos antiguos, con velas de colores y remos de
plata. Las piernas de aquella mujer ascendían hasta el cielo convirtiéndose en
el eje del universo, en el alma del mundo. Solamente el sexo permanecía allí
como una alusión infernal, como un grabado mágico en el que cada rasgo fuera el
ideograma de un alfabeto oculto. Su mirada iba de aquel receptáculo teñido de
rojo a la infinita espacialidad que se había abierto en la habitación, mientras
las manos de ella correspondían a su caricia con la más enervante de todas. Su
ardor sagrado se había comunicado a la pobre mujer, cuya cabeza sufría
sacudidas espasmódicas y cuyos ojos apagados y tristes se reflejaban dos
ciudades lejanas o dos puertos parecidos al que ardía a su lado derecho,
mientras la bombilla roja, como una luna desconocida, de otro sistema
planetario, parecía transitar por el aire, avanzando y retrocediendo
rítmicamente hasta obscurecerse y confundirse con la noche total.”
(Juan Eduardo Cirlot, Nebiros, páginas 56, 76-77, 112)
Bueno, parece un libro sumamente controvertido, pesado por su contenido de turbia sensualidad y halo un tanto diabólico, pero habría que leerlo, felicito tu crítica que siempre me lleva a leer la mejor opción, te dejo un abrazo.
ResponderEliminarSí Araceli. Es un libro escrito en la senda de la literatura del mal. Pero refleja sobre todo el estado interior de un personaje. Y es una novela escrita con gran fuerza lírica y simbólica por un gran poeta, al que la censura de la Dictadura española del año 1950 impidió su edición.
ResponderEliminar