Cristina Sánchez-Andrade
Editorial Anagrama, Barcelona 2014, 244 páginas
Galicia es una tierra pródiga en historias
contadas a la luz del candil. Una expresión que incluso surte de título a uno
de los libros de un escritor emblemático de esta Galicia profunda, rural y
llena de misterios, de mundos mágicos: Á
lus do candil de Anxel Fole. Cuentos contados al calor del fuego de la
lareira, transmitidos a través de la oralidad, que amalgaman elementos
extranaturales, fantásticos u oníricos, retrato de una Galicia
ultrarrealista en la que rige una lógica
no real, una dialógica alejada de los axiomas de la lógica clásica. Nuestros
ancestros, cazadores y recolectores, usaron en sus estrategias de conocimiento
y acción un pensamiento empírico, racional y lógico. Y no obstante, acompañaban
todos sus actos técnicos de ritos, creencias, mitos, leyendas, magias que no se
pueden reducir al pensamiento infantil, sino que, como decía Cassirer con
referencia al mito, le corresponden su propio modo y su propia esfera de
verdad. La Galicia inmaterial, tan bien descrita, por ejemplo por la insondable
capacidad fabuladora de Álvaro Cunqueiro.
En ese mismo manantial de riqueza
imaginativa, trasmitida sobre todo a través de la oralidad, bebe Cristina Sánchez-Andrade
(Santiago de Compostela, 1968). Y lo asimilado lo plasma en Las Inviernas suturando realidad y ficción,
las historias escuchadas en el propio hogar familiar a las que hace revivir en
una novela plagada de tramas, leyendas y personajes a la vez perversos,
inocentes, pero sobre todo entrañables, que parecen emerger de las horas más
lejanas del tiempo.
La narración de Cristina Sánchez-Andrade nos
sitúa, como telón de fondo, en esta Galicia de los años 50, en la que es la
vida, y no las personas, la que impone sus leyes. A un pueblo perdido, Tierra
de Chá (no confundir con Terra Chá) de esta Galicia profunda en la que el
tiempo parece haberse detenido, llegan las Inviernas, dos hermanas, Saladina y
Dolores, superado el exilio en Inglaterra a donde habían sido llevadas siendo
niñas para huir de la represión de la Guerra Civil. Su casa sigue igual, tal
como la habían dejado treinta años antes, pero en la aldea tendrán que convivir
con un mundo que fusiona la magia con lo tenebroso. Un misterio relacionado con
su abuelo, don Reinaldo, médico bolchevique amigo de poetas, cuyo fin postrero se mantiene entreverado a lo largo del relato
y otros recuerdos que alargan sus raíces hasta la contienda bélica, acompañan
sus sueños de ser actrices. También las hermanas llegan lastradas por sus
propios e inconfesables secretos, relacionados sobre todo con el pescador de
pulpos, marido efímero de una de las Inviernas.
Todo da un giro novedoso cuando un día las
Inviernas escuchan la noticia de que Ava Gardner vendrá a España, a Tossa de
Mar, a filmar una película y para la que
se buscan dobles. Las hermanas están convencidas de que ha llegado la
ansiada oportunidad de convertirse en estrellas. Y así, en un ambiente que
huele a atemporalidad, en el que las casas no tienen electricidad, se hacía pan
de centeno en el horno comunal, los dormitorios de las personas están situados
sobre los establos de los animales que actúan de calefacción, y en el que se
entrecruzan los espectros, las videntes bajan de la montaña y son capaces de
poner parches al avance del cáncer y hasta las gallinas enloquecen, avanza el
relato de Cristina Sánchez-Andrade, tejido especialmente alrededor de las
hermanas, que son distintas del resto de sus convecinos y esto no deja de
implicar riesgos.
Novela pues en la que la autora profundiza
en el tema de la identidad de las hermanas, incrustadas en un coro de
personajes variopintos y extremados en sus hábitos y quehaceres que hacen las
delicias de los lectores. Entre otros, Ramonciño, mamón de verdad que con siete
años sigue mamando de su madre que a su vez se había criado mamando de una
cabra; tío Rosendo, “maestro de ferrado”, figura existente en la Galicia de los
años 40 y 50, que se llamaban así porque no tenían título y cobraban a los
vecinos en ferrados de centeno o maíz; el señor Tiernoamor que une los
conocimientos de mecánica de su padre con su interés por las bocas ajenas y
arranca los dientes de los muertos para pegarlos con cemento en las encías de
los vivos; la viuda de Meis, casada con el tío Rosendo, pero que en el fondo
sigue ejerciendo de viuda; el cura don Manuel que ejerce de glotón, huele a
cura, un olor a beata y a coliflor
cocida y es altavoz de los secretos de confesión de sus feligreses; Violeta da
Cuqueira, bruja echadora de cartas que pronostica muertes y calamidades; la
vieja de Boedo, una anciana que nunca acaba de morir. Un verdadero retablo de
actantes, principales o secundarios, que se mueven entre lo grotesco, lo amable y lo
maravilloso, digno de figurar en la mejor selección de figuras propias del
realismo mágico.
Un genuino Macondo gallego, descrito por la
autora con una gran vena humorística y satírica y en una lengua que no solo
rinde homenaje a Galicia reproduciendo léxico gallego (carreiro, palleira, fiadeiro, rueiro, esfolladas…) así como giros
lingüísticos característicos del idioma propio de esta tierra, sino también
bebiendo de su rica tradición oral, tan inverosímil como maravillosa.
Francisco
Martínez Bouzas
Cristina Sánchez-Andrade |
Fragmentos
“En
el sobrado lloraban los niños y había capones muertos, paraguas con las
varillas rotas, telarañas y murciélagos.
Eso
lo recordaban muy bien.
Eso
y que las bestias y las personas convivían allí dentro, en la casa. Un amable
contubernio, un efluvio enloquecedor y violento cuyo objetivo final era que
estuviera más caliente. El establo estaba muy próximo a la cocina, justo debajo
de las habitaciones.
Cuando
caía la noche, los mugidos y los hombres subían por la escalera.
Alumbrada
por la claridad del fuego que lucía en el hogar, la cocina de aquella casa había
sido siempre el lugar de reunión de las gentes de Tierra de Chá.
Mientras
se deshojaba el maíz, se asaban las castañas o se calcetaban jerséis, se
contaban historias insólitas: una loba que entraba en la aldea para llevarse a
los recién nacidos; una serpiente que mamaba dulcemente de las ubres de una
vaca, o fabulosas historias de burras cargadas de alforjas repletas de monedas
de oro…(¿te acuerdas?, ¡bien me acuerdo, mujer!.”
…..
“Como
era de esperar, al velatorio no faltó nadie. Después de comprobar que la vieja
había muerto (todavía había gente que no podía creérselo) y de rendirle planto,
se lanzaron al tocino, mollete y salchichón, servido con vino del país en la
estancia contigua, y se pusieron a contar historias de tesoros escondidos y de
gentes que regresaban de países lejanos convertidos en gallinas.
Tampoco
faltaron las Inviernas. Cuando ya era hora de marchar, Dolores quiso despedirse
por última vez de la vieja.
Entró
silenciosamente en la estancia y para su sorpresa comprobó que la mujer no
estaba sola. Alí estaba el señor Tiernoamor, inclinado sobre ella. Pareceía que
le susurraba algo, que le componía el cuello de la camisa o que le colocaba
delicadamente un collar. Se acercó un poco más por detrás. No, no hablaba. ¿Qué
tenía el señor Tiernoamor en las manos? Unas tenazas. Todo transcurrió como en
un sueño.
Dolores
vio cómo el mecánico desista le arrancaba con saña los tres o cuatro dientes
que le quedaban a la pobre vieja.
Salió
corriendo de allí.”
…..
“Hasta
que rompió a llorar.
Lloró
por la vaca, pero sobre todo lloró por todo lo que desde ese momento comenzó a
añorar. Lloró por Saladina haciendo mermelada de higos en la cocina. Lloró por
el sonido que hacía al chanquear los dientes por las mañanas, por el olor de la
orina caliente. Lloró por el olor salvaje de su pubis. Lloró por los sándwiches
de plátano machacado que comían en Inglaterra y por la peste a palomita rancia
de las salas de cine. Lloró por las gallinas dormidas y por el sonido del
cencerro al subir al monte. Lloró por el resplandor amarillo de la chorima.
Lloró por la película que ya nunca protagonizaría, por el sonido del coche rojo
del señor Tiernoamor, alejándose por el carreiro. Lloró por Tierra de Cha.
Lloró
la vida
Lloró
por ella.”
(Cristina Sánchez-Andrade, Las Inviernas, páginas 14, 153, 231)
Muy interesante !
ResponderEliminarSaludos