Álvaro Pombo
Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín,
Barcelona 2014, 252 páginas.
Una de las grandes
preocupaciones de Álvaro Pombo en los últimos tiempos -y así lo refleja su
narrativa- es el tema de la transformación de la mujer. Pero hablando de transformación,
él mismo sostiene con Kafka que escribir es una especie de plegarse y que de
hecho le transforma. Es el poder de la palabra, su capacidad performativa como
en su día puso de manifiesto el filósofo inglés del lenguaje J. L Austin. La
palabra es capaz de transformarnos. Y la transformación es el tema de fondo del
escritor y académico que ha conseguido bucear como nadie en la sensibilidad
femenina a través de su psicología-ficción. Este maestro indiscutible de la
narrativa española en nuestros días ha elegido incluso como protagonistas
principales de varias de sus mejores novelas a personajes femeninos (El metro de platino iridiado, 1990, Aparición del eterno femenino contada por S.
M. el rey, 1993, Donde las mujeres,
1996, Una ventana al norte, 2004,
La fortuna de Matilda Turpin (2004). También, por supuesto en su última
entrega narrativa, La transformación de
Johanna Sansíler,. En todas ellas se fusionan muchos de los rasgos que, a
través la introspección psicológica, Pombo descubre en las mujeres de nuestros
días: atrevidas, abnegadas, engañadas o maltratadas por la vida, poseedoras
siempre de gran fortaleza espiritual. Y junto a este sondear en el eterno
femenino, otra de las grandes inquietudes pombianas es la reflexión filosófica,
la introducción en su narrativa de componentes religiosos y espirituales, en
especial, como en su día lo hizo Julien Green, la obsesión por explorar los
bajos fondos del alma y las pesadillas autoculpabilizadoras, aunque no
provocadas por la marea carnal o el drama del pecado que atormentaron al autor
de Moira.
Ambos temas son hilos que, amalgamados con
la ficción, el lector hallará en La
transformación de Johanna Sansíleri, la última novela de Pombo. El
personaje que en esta novela experimenta el proceso de transformación es
Johanna, una mujer de la burguesía cántabra. Se queda viuda casi de forma
repentina después de veinte años de matrimonio -un matrimonio de fin de semana-
con Augusto, “un gran pelma” que ya de novio era muy marido, pero que por su
profesión de corredor de bolsa vivía los cinco días laborables de la semana en Madrid
con otra pareja, Monina con la que tenía un hijo. Mas ante la inminencia de su
muerte, Augusto decide pasar los últimos meses junto a Johanna, que nada sabía
de su otra vida con Monina y su hijo que, por el contrario, lo sabían todo
sobre Johanna y por la que sentían una gran admiración. Tienen de ella una
imagen arcangélica. Johanna, bella, brillante, había vivido su existencia de
casada en un total ensimismamiento, leyendo libros de teología y filosofía y
cuidando los tomates de su huerto. Cuando por la cotilla de turno se entera de
la doble vida de su augusto y difunto esposo, lejos de sentirse furiosa y
despechada, se siente culpable. No busca explicación de la duplicidad en la
culpa ajena, sino en la propia. Y desea “asear” su pasado, aunque la determinación no respondía a una voluntad
ética, sino estética. Lo hace pues, no por el deseo de perdonar, sino por la
necesidad impía de tranquilidad personal, porque estaba convencida de que no
había sido suficientemente amada por su propia culpa, porque ella para Augusto
había sido insuficiente. Una verdadera metanoia, un movimiento interior que
surge en Johanna porque no se encuentra satisfecha consigo misma. Sale de su
ensimismamiento conociendo a la amante y al hijo de su marido y proyectándose
en la actividad exterior, mediante la cooperación con la parroquia,
aprovechando la energía de la parroquia, no de la Iglesia. Y a la vez entra en
la logomaquia de la otra familia de su marido, puesto que otro sentimiento de
culpabilidad substituye al primero: la
necesidad de reparación, reparar la vida familiar de la amante de su esposo.
Álvaro Pombo cala con la maestría a la que nos tiene acostumbrados
en la personalidad de ambas mujeres, especialmente en la de Johanna Sansíleri,
lectora de Iris Murdoch, hecho que la impulsa a identificarse con las figuras
femeninas retratadas en las novelas de la escritora y filósofa irlandesa: un
sujeto femenino capaz de dilatar en experiencia propia todos los lados de la
vida, sin tener que retroceder luego hacia sí misma. Joahanna se ve como
alguien que atrapa el mundo, la gente, las emociones, los paisajes y regresa a
su guarida devorándolas a solas consigo misma (página 182).
Una vez más, un texto profundamente
introspectivo que le permite al autor construir una novela no compleja ni
enrevesada, pero sí muy reflexiva. La trama, cuyo desenlace no desvelo, pierde
importancia ante la profunda indagación existencial, filosófica e incluso
religiosa, perfectamente conjugada con ciertas dosis de humor. Álvaro Pombo
también en esta novela mastica y rumia una y otra vez la interioridad de sus
personajes. Frecuentes citas en latín litúrgico y bíblico, textos filosóficos
(Kierkegaard y Kant sobre todo) forman parte de la manera de narrar de Pombo.
El resultado son estructuras narrativas penetradas de cultura. Servido todo
ello con el ya característico estilo pombiano: una lengua muy rica, mezcla de
barroquismo, espontaneidad, gusto por el hipérbaton, por las redundancias, por
originales neologismo, descripciones sutilmente irónicas, uso de varios
registros y cierta pedantería, marca también de la casa. Un verdadero domador
de la lengua que hace gala incluso de su libertad, a veces heterodoxa, en sus
construcciones narrativas. Pero poco importa, que Álvaro Pombo nos introduzca, como en esta
novela, en el discurso de su historia por medio de un narrador anónimo
homodiegético que lo hace en primera persona, pero muy pronto y sin apenas
darnos cuenta, recibimos el relato de esta singular historia de metamorfosis
contada por un narrador heterodiegético omnisciente que habla en tercera
persona. Extravagancias que en la pluma de Álvaro Pombo se convierten en marcas
denotativas de alta calidad compositiva.
Francisco
Martínez Bouzas
Álvaro Pombo |
Fragmentos
“-Tengo la impresión, Carlota, de que en
el fondo piensas que soy una perfecta estúpida, aquí encerrada en el jardín,
reservada y estúpida, como la princesa del guisante.
-¡Un poco sí que eres la princesa del
guisante, Johanna, no lo tomes a mal! Justo a eso he venido.
-¿A qué has venido? -pregunta Johanna
sinceramente sorprendida ahora.
-He venido a saber qué tal estabas. Como
comprenderás, es lo primero. Lo primero, a eso he venido. Y a contarte lo que
me acaban de contar hace ya días, lo de Augusto y su otra casa, igual lo sabes
ya y te parezco yo una tonta.
-Tonta no, Carlota, pero un poquito
rebuscada y retorcida sí que estás pareciendo en este instante. Di de una vez a
lo que has venido a decir, sea lo que sea. Al parecer algo de Augusto…
-Sí, bueno, de Augusto, así es. ¿Tú
sabes que tenía otra familia?
-Otra familia, desde luego. Su familia.
-No, ésa no. Además de ésa, tenía en Torrelodones,
los veranos y los inviernos en Madrid un piso, con una mujer que tiene nuestra
edad, claro el tiempo pasa. Y un chico muy guapo, por cierto muy crecido,
Alexis.”
…..
“En
los tiempos de Aznar ya no había queridas. El PSOE acabó con todas ellas. El
esquematismo de la querida, el prototipo se debilitó en la Transición, se
volvió innecesario. Y el PSOE acabó con todas ellas, remató a las
concubinas, a la entretenida, a la otra. Así que mi madre
empezó de antigua, ya a los
veintiséis, a liarse con mi padre. Y mi
padre era un normal nato, era la normalidad pura y nata, ínsita, en el concepto
de la pareja cristiana, como un quiste, desde el principio de los tiempos, un
hombre normal. En eso, ya ves, Johanna, creo que mi padre era único, el más
normal de todos los normales. Una rareza estadísticamente perfecta, una locura.
Así, de un tirón, ves cómo fuimos, nuestra normal familia, nosotros tres,
anormalizada por el anticuado planteamiento del ligue de mi padre y mi infinito
talento narrativo, mi belleza física.”
…..
“¿Debería
mi madre sentirse culpable de haber interferido en tu matrimonio? Porque la
verdad es que no se siente culpable. Ni siquiera cree que hubo interferencia ninguna.
Cree que la vida era así, es así, los hombres eran así, los hombres tenían
queridas, todavía las tienen. A veces mi madre dice: las mujeres tienen ahora
también queridos ellas mismas. Sueña extraño cada vez que dice eso, anticuado,
como si lo dijera porque lo ha oído decir pero no lo creyera del todo. Es curioso
que mi madre no tenga ningún sentido de la culpa. Debió pegárseme de ella el no
tenerlo. Al parecer, ellos dos lo hablaron todo muy al principio, mi padre y mi
madre, te discutieron, parece ser, a ti. Mi madre debió de decir alguna frase
anticuada que todavía dice como: ¿cómo vas a traicionar a una mujer así,
Augusto? Ya le has dado tu palabra. Y mi padre respondería: le he dado mi
palabra pero no mi corazón. Te doy mi corazón a ti, Monina, por lo que valga,
que tampoco es tanto. Mi padre tenía estas salidas, modestas, de falsa humildad
en mi opinión.”
(Álvaro Pombo, La transformación de Johanna Sansíleri, páginas 23-24, 88, 185)
Magistral, como siempre !
ResponderEliminarGracias.