Georges Perec.
Traducción de Alberto Clavería
El Aleph Editores, Barcelona, 206 páginas.
(LIBROS DE FONDO)
Al final de la Segunda Guerra
Mundial muchos escritores europeos formularon un interrogante crucial: ¿cómo
escribir de los horrores de la guerra después de los campos de concentración,
después de que la atrocidad fantasmagórica pero real de Auschwitz se instalase
en Europa?
Algunos de estos escritores, víctimas
directas de los campos, entre ellos Tadeus Borowski, Primo Levi o Paul Celan,
los tres suicidas posteriormente, eligieron la escritura como forma y
posibilidad de supervivencia. También lo hizo el premio Nobel Imre Kertesz y
sobre todo el escritor francés Georges Perec (1936-1982), uno de los escritores
más innovadores de su generación. Perec, hijo de una familia numerosa y políglota
de judios, vivió doblemente la tragedia de la guerra y su primera infancia está
marcada por la ocupación nazi de Francia: su padre, combatiente de la Legión Extranjera,
murió en batalla al comienzo de la Guerra. Su madre fue deportada y asesinada
en un campo de concentración. Perec asumió desde muy joven la decisión de ser
escritor. Pero su primera novela, Las
cosas, no se publicó hasta 1965. Dos años más tarde se unió al grupo “Ouvroir
de littérature potentielle” (OULIPO), que reunía a una serie de escritores
decididos a romper con todo tipo de limitaciones formales.
Parte de la obra de este autor singular e
innovador debe de ser entendida como una parábola ilustrativa sobre las posibilidades
de escribir acerca del horror, las deportaciones y los desaparecidos. La
habilidad de Perec ilustraría en 1969 el vacío inexplicable de las
desapariciones y de los campos de concentración con la novela La desaparición, una verdadera gesta lingüística
en la que tortura al lenguaje haciendo desaparecer la letra “e”, indispensable
en francés para penetrar en los territorios femeninos.
Pero será sobre todo en W ou le souvenir d’enfance, traducida al español por El Aleph Editores,
donde el autor muestra su concepción de la literatura como acto de memoria y
como camino para dotar de sentido a la vida. Porque los recuerdos de Perec están
poblados por ciudades fantasmagóricas, por recorridos sangrientos, por
pesadillas inolvidables, ya que la mayoría de su familia desapareció en la
deportación.
Perec publicó en 1975 esta parábola del universo nazi, con
la que, por medio de signos, de letras, de textos, intenta verbalizar el terror
de los desaparecidos. Perec supera la imposibilidad de nombrar el vacío de
forma sesgada, por medio de un relato alejado y tajante que se limita a narrar
los acontecimientos, poco menos que con el formato de una enumeración burocrática.
El relato se desdobla en dos partes que
corren paralelas y en secuencias alternas. Por una parte, la narración de la
fantasía de un niño que hace brotar algo parecido a una novela de aventuras
localizada en la América austral que acogía en la década de los 70 varios
campos de deportados por los fascistas de Pinochet. Y por otra, los recuerdos
de una infancia vivida durante la guerra. De los márgenes de ambas historias y
de lo que el escritor no dice, emerge lentamente el espanto del universo de la guerra que fabrica de
forma inexorable víctimas y verdugos.
Francisco
Martínez Bouzas
Georges Perec |
Fragmentos
“No
sé en qué punto se rompieron los hilos que me ligan a mi infancia. Como todas
las personas, o casi todas, tuve un padre y una madre, un orinal, una cuna, un
sonajero y más tarde una bicicleta, que al parecer nunca cabalgaba sin lanzar
gritos de terror ante la sola idea de que le levantaran o incluso le quitaran
las dos ruedas laterales que garantizaban mi estabilidad. Como todas las
personas, lo he olvidado todo sobre los primeros años de mi existencia.
Mi
infancia forma parte de las cosas de las que sé que no sé gran cosa. Está a mis
espaldas y, sin embargo, es el suelo sobre el que he crecido, me ha pertenecido
cualquiera que sea mi empeño en afirmar que ya no me pertenece. Durante mucho tiempo
he intentado ocultar o enmascarar estas evidencias encerrándome en el estatuto
inofensivo del huérfano, del no engendrado, del hijo de nadie. Pero la infancia
no es una nostalgia, terror, paraíso perdido ni Toisón de Oro, sino quizás
horizonte, punto de partida, coordenadas a partir de las cuales podrían hallar
sentido los ejes de mi vida. A pesar de no haber dispuesto de más ayuda para
apuntalar mis recuerdos improbables que la prestada por fotos amarillentas,
testimonios escasos y documentos insignificantes, no tengo más remedio que
evocar lo que durante demasiado tiempo he llamado lo irrevocable; lo que fue,
lo que se interrumpió, lo que fue clausurado; lo que indudablemente fue para no
ser ya hoy, pero también lo que fue para que yo sea todavía.”
…..
“Está
claro que la organización básica de la vida deportiva en W (la existencia de
pueblos, la composición de los equipos, las modalidades de selección, para no
dar más que ejemplos elementales de esta organización) tiene como única finalidad
exacerbar la competición o, si se prefiere, exaltar la victoria. Desde este
punto de vista puede decirse que no hay sociedad humana capaz de rivalizar con
W. Aquí la struggle for life
es la ley; incluso la lucha no es nada, no es el amor al Deporte por el
Deporte, de la hazaña por la hazaña, lo que anima a los hombres W, sino la sed
de victorias, de la victoria a cualquier precio. El público de los estadios jamás
perdona a un Atleta por haber perdido, pero no escatima su aplauso a los
vencedores. ¡Gloria a los vencedores! ¡Desgracia a los vencidos! Para el
deportista profesional que es el ciudadano de un pueblo, la victoria es la única
salida posible, la única oportunidad. La victoria a todos los niveles: en el
propio equipo, en los encuentros con otros pueblos y finalmente, y sobre todo,
en los Juegos.”
(Georges Perec, W
o el recuerdo de la infancia, páginas 24-25, 115)
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